30 ago 2012

El oficio de escritor



¿En que medida está dominada su literatura por las percepciones sensoriales: el oído, el sonido y la vista?

-En gran medida. Todos los críticos han comentado la importancia del sentido del olfato en mis novelas. Antes de comenzar una novela yo re-creo dentro de mí sus lugares, su ambiente, sus colores y sus olores. Hago revivir dentro de mí la atmósfera de mi infancia y de mi juventud: yo soy mis personajes y su mundo.

¿Hasta que punto están basados sus personajes en personas reales?

Casi siempre hay una persona real en el principio, pero está cambia después de tal manera que algunas veces llega a perder toda semejanza con el original. En general son sólo los personajes secundarios los que se toman directamente de la vida.

-Usted dijo una vez que todo relato empieza con un final, que hasta que el final se conoce no hay relato.

-Ahí es donde el artista empieza a trabajar: con las consecuencias de los actos mismos. O los hechos. El hecho es importante sólo en la medida que afecta la vida de uno o las vidas de quienes los rodean a uno. Las reverberaciones, podría decirse, las connotaciones: con eso trabaja el artista. En ese sentido a veces he tardado diez años en comprender siquiera un poco de algo importante que me ha sucedido. Es decir, yo podría haber hecho una descripción perfectamente literal de lo que había sucedido, pero no podía saber lo que significaba hasta que conocí las consecuencias. Si no sabía el final de un relato no lo empezaba. Siempre escribo primero mis últimas líneas, mi último párrafo, mi última página, y después vuelvo atrás y trabajo hacia el final. Así sé a dónde voy y cuál es mi meta. Y cómo llego ahí es el favor de Dios.

12 ago 2012

EL LECTOR DESESPERADO


Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, enero de 1977. Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás ávido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer Ulises Lima y Belano. Grave error, como se verá a continuación. Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo, culto, de vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y revistas de literatura. Bien, ahí está. Ese hombre puede leer aquello que se escribe para cuando estás sereno, para cuando estás calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura, con ojo crítico, sin complicidades absurdas o lamentables, con desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie. Ahora tomemos al lector desesperado, aquel a quien presumiblemente va dirigida la literatura de los desesperados. ¿Qué es lo que ven? Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el Werther. Segundo: es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, porque no puede leer más que literatura desesperada o para desesperados, tanto monta, monta tanto, un tipo o un engendro incapaz de leerse de un tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica (en mi modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila, serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserables o Guerra y paz. Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les hablé a ello. Les dije, les advertí, los puse en guardia contra los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra. Otrosí: los lectores desesperados son como las minas de oro de California. ¡Más temprano que tarde se acaban! ¿Por qué? ¡Resulta evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la lucidez se escapa en grandes chorros fríos. El lector desesperado (más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable, créanme) acaba de desentenderse de los libros, acaba ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura! Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le llama (y si nadie le llama así, yo le llamo así) el paso de la adolescencia a la edad adulta. Y con esto no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados, no consigue penetrarlo hasta el corazón como sí consigue una página serena, una página meditada, una página ¡técnicamente perfecta! Y yo se los dije. Se los advertí. Les señalé la página técnicamente perfecta. Les avisé de los peligros. ¡No agotar un filón! ¡Humildad! ¡Buscar, perderse en tierras desconocidas! ¡Pero con cordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba loco, estaba loco por culpa de mis hijas, por culpa de ellos, por culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso.

5 ago 2012

"Cuando se trata de escribir, eres lo que lees"



El mejor consejo que puedo dar a alguien acerca del acto de escribir es: Lee mucho. Si lo piensas, toda escritura es una lectura. Al fin de cuentas, la escritura tiene por objeto la lectura. Escribo para leer lo que he escrito. ¿Y quién no lo hace? Y escribo porque quiero comunicarme con los demás, con los lectores. Por lo tanto, ser escritor significa ser lector desde todo punto de vista.

Conozco a muchos escritores. Cada uno de ellos lee tanto por el placer de leer como 'por trabajo'. Y la mayoría lee muchísimo. Como escritor, eres lo que lees. Aquello que incorporas como lector influye en lo que produces como escritor: la clase de cosas sobre las que escribes, la manera en que manejas el lenguaje, la forma en que cuentas historias, compones poemas, construyes obras dramáticas u organizas tus ensayos. No puedes evitarlo. Así son las personas. Y todos los artistas, todos los artesanos, aprenden a perfeccionarse estudiando las obras de los demás, especialmente las de aquellos a quienes admiran y consideran los mejores. Escribir es a la vez arte y artesanía. Por ello, lo que lees es tan importante como cuánto lees.

¿Qué otros efectos produce la lectura? Acabo de revisar el cuaderno de notas que llevaba mientras escribía mi novela The Toll Bridge. Creo que las lecturas que he anotado se dividen en cuatro categorías principales.

⁃ Lectura que me da ganas de escribir. Algunos autores, algunos libros me dan ganas de volcar palabras en el papel. Me estimulan, despiertan mi apetito, me impulsan a seguir adelante en tiempos tediosos y difíciles. Me proporcionan normas para evaluar mi producción.
• Lectura que me informa sobre lo que necesito saber para escribir mis propios libros. Supongo que la mayoría de las personas lo llama 'investigación'. Para algunos episodios de The Toll Bridge necesitaba información acerca de temas tales como la fase en la vida de las mujeres que se denomina menopausia, los efectos y el abordaje terapéutico, y una condición psicológica particular llamada Estado de Fuga. Entonces me puse a leer libros de medicina. Necesitaba datos acerca de la historia y la arquitectura del puente donde transcurre el relato. Y me puse a leer un libro de historia local acerca del puente. Los juegos eróticos que se llevan a cabo en las fiestas de adolescentes, la ornitología y mitología del cuervo, la historia de Jano, el dios de la antigüedad, y mucha otra información la obtuve en los libros. Si quieres escribir algo, necesitas materia prima para tu trabajo. La lectura de libros (y, en la actualidad, de material en Internet) es la mayor fuente de suministro.
• Lectura que me enseña a escribir o que perfecciona mi escritura. Siempre que leo, parte de mi mente está alerta para descubrir fragmentos que colaboren con mi propia escritura. Suelo comenzar a leer un capítulo de una novela y me descubro pensando: "Ésta es una buena manera de comenzar"; entonces la archivo para adaptarla más tarde a mi propia producción. Incluso suelo copiar el fragmento en el cuaderno que siempre acompaña a la novela que estoy escribiendo, a fin de no olvidarlo. Muchas veces, cuando me siento atascado y tengo dudas acerca de la manera de desarrollar una escena, recorro los estantes de la biblioteca donde se encuentran mis autores preferidos, los libros que admiro, a la búsqueda de una escena que me dé una pista o me proporcione un marco de referencia, un modelo que me permita avanzar. De ninguna manera 'copio' servilmente. Pero existe una verdad que no suele admitirse públicamente: toda escritura es un robo. Tomas de otros autores aquello que te ayuda y lo reciclas en algo propio.
• Lectura que aleja mi mente de mi propia escritura. "Mientras escribía", afirmaba Ernest Hemingway, "necesitaba leer después de escribir... para no pensar en mi trabajo ni preocuparme hasta el momento en que lo retomara". Sé por experiencia lo que eso significa. Hay libros que me dan ganas de escribir y hay libros que me permiten tomar distancia de mi trabajo y me refrescan. Aquellos que me refrescan y renuevan mi energía difieren según el libro que esté escribiendo. Mientras escribía The Toll Bridge, El factor humano de Graham Greene me sirvió para recargar las pilas tanto como los libros de Paul Auster, Marguerite Duras, Margaret Mahy, Jan Mark, Kazuo Ishiguro, Cees Nooteboom, Jeanette Winterson y muchísimos más.
De todo lo anterior, se podría inferir que la lectura es para mí sólo un elemento que me ayuda en mi trabajo. Y de ninguna manera es así. En primer lugar soy lector y luego escritor. La lectura hace de mí quien soy. La escritura me transforma. Estaría perdido si no leyera, no sabría quién soy. Al leer lo que he escrito, descubro en qué me he transformado.

Dos sugerencias:
• Primera: Lleva un registro de lo que leas. Nada complicado, simplemente un cuaderno con una lista de la fecha en que hayas terminado de leer un libro, su título y autor. Leer es como viajar. Es importante saber dónde has estado porque, de lo contrario, es fácil olvidarse.
• Segunda: Aprende a leer lentamente y aprende a escuchar lo que estás leyendo como si se tratara de una lectura en voz alta. Toda lectura, toda escritura consiste en utilizar el lenguaje. Presta atención tanto a la manera en que se utiliza el lenguaje como cada uno de sus elementos: el sonido de su música, sus ritmos y tonadas, su cadencia, sus pausas, su síncopa y sus armonías, sus discordancias y polifonías, aquello que se dice y aquello que no se dice. Para lograrlo es necesario que leas con la suficiente lentitud como para escuchar el sonido de su música en tu cabeza. (Si te resulta difícil escucharlo dentro de tu cabeza, léelo en voz alta).

Si actúas de esta manera, alcanzarás el objetivo de toda lectura y toda escritura, que es el siguiente: disfrutarla tanto como para hacer de ella un motivo de goce permanente y vivir la vida en plenitud.

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