(25 de noviembre de 1881 — 11
de noviembre de 1882)
Brunswick Hotel, Boston, 25 de
noviembre de 1881
Si escribiese aquí todo aquello que podría
escribir, rápidamente llenaría este cuaderno aún sin mancha, comprado en
Londres hace seis meses pero no abierto hasta ahora; tanto tiempo hace que no
tomo notas, no apelo a una libreta cualquiera, no escribo mis reflexiones
corrientes, no me sirvo de una hoja de papel para vertir, por así decirlo, mis
secretos. Mientras tanto tal cantidad de cosas han ido y venido, tal cantidad
que ahora es demasiado tarde para apresarlas, reproducirlas, preservarlas. He
dejado pasar demasiadas por haber perdido, o más bien por no haber adquirido,
el hábito de tomar notas. Podría serme de gran provecho; y ahora que soy más
viejo, que tengo más tiempo, que la tarea de escribir me resulta menos onerosa
y puedo hacerlo más libremente, debería esforzarme por guardar, hasta cierto
punto, un registro de las impresiones pasajeras, de todo aquello que va y
viene, que veo, y siento, y observo. Apresar y conservar algo de la vida —a eso
me refiero. Aquí estoy de vuelta en América, por ejemplo, después de seis años
de ausencia, con posibilidades de ver y aprender muchas cosas que no deberían
convertirse en materia de desperdicio. Aquí estoy, da vero, y lo más
probable es que aquí permanezca por cinco meses. Me alegro de haber venido —fue
una medida sabia. Necesitaba ver de nuevo a les miens, reavivar las
relaciones con ellos y las consecuencias que esas relaciones pueden acarrear.
Tales relaciones, tales consecuencias, son parte de la vida, y la mejor vida,
la más completa, es la que toma muy en cuenta esas cosas. Esto sólo puede
conseguirlo uno viendo a su gente de vez en cuando, estando con ellos, entrando
en sus vidas. Desde otro punto de vista sostengo que para mí no era necesario
venir a este país. Tengo 37 años, he hecho mi elección y Dios sabe que no me
sobra tiempo que perder. He elegido el Viejo Mundo —lo he elegido, lo necesito,
es mi vida. No me es preciso discutir hoy sobre el tema; para mí es una
inestimable bendición, y una suerte no usual, que el problema se haya liquidado
hace mucho, y que no me quede más que actuar sobre esas bases. —Mis impresiones
aquí son exactamente lo que esperaba, y no veo el paisaje o percibo las
maneras, la raza, el tono de las cosas, ahora que estoy sobre el terreno, con
mucha más viveza que cuando aún me hallaba en Europa. Mi trabajo está allí —y
con este vasto mundo nuevo je n'ai que faire. Uno no puede hacer las dos
cosas —uno debe elegir. A ningún escritor europeo se le pide que asuma una
carga tan terrible, y me parece cruel que me lo exijan a mí. La carga es
necesariamente más pesada para un americano —porque, en mayor o menor grado,
aun sólo por inferencia, debe tratar con Europa; mientras que ningún
europeo está obligado a tratar con América en absoluto. Nadie soñará siquiera
en calificarlo de menos completo por no hacerlo. (Hablo, desde luego, de
quienes hacen la clase de trabajo que hago yo; no de economistas, o de gente de
las ciencias sociales.) El pintor de costumbres que se desentienda de América
no por ello estará incompleto hoy en día; pero de aquí a cien años (de aquí a
cincuenta años quizá) lo estará sin duda. Al fin y al cabo, sin embargo, no
escribiré aquí mis impresiones de América. No necesito escribirlas (al menos no
à propos de Boston); sé muy bien lo que son. En muchos sentidos son
extremadamente placenteras; pero, ¡el Cielo me perdone! «Tengo la sensación de
estar perdiendo horriblemente el tiempo!
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