20 jul 2010

LA POESÍA

...Cuánta obra de arte... Ya no caben en el mundo... Hay que colgarlas fuera de las habitaciones ... Cuánto libro... Cuánto librito... Quién es capaz de leerlos? ... Si fueran comestibles... Si en una ola de gran apetito los hiciéramos ensalada, los picáramos, los aliñáramos... Ya no se puede más... Nos tienen hasta la coronilla... Se ahoga el mundo en la marea... Reverdy me decía: "Avisé al correo que no me los mandara. No podía abrirlos. No tenía sitio. Trepaban por los muros, temí una catástrofe, se desplomarían sobre mi cabeza"... Todos conocen a Eliot... Antes de ser pintor, de dirigir teatros, de escribir luminosas críticas, leía mis versos... Yo me sentía halagado... Nadie los comprendía mejor... Hasta que un día comenzó a leerme los suyos y yo, egoísticamente, corrí protestando: "No me los lea, no me los lea"... Me encerré en el baño, pero Eliot, a través de la puerta, me los leía... Me sentí muy triste... El poeta Frazer, de Escocia, estaba presente... Me increpó: "Por qué tratas así a Eliot?"... Le respondí: "No quiero perder mi lector. Lo he cultivado. Ha conocido hasta las arrugas de mi poesía... Tiene tanto talento... Puede hacer cuadros... Puede escribir ensayos... Pero quiero guardar este lector, conservarlo, regarlo como planta exótica... Tú me comprendes, Frazer"... Porque la verdad, si esto sigue, los poetas publicarán sólo para otros poetas ... Cada uno sacará su plaquette y la meterá en el bolsillo del otro ... su poema... y lo dejará en el plato del otro... Quevedo lo dejó un día bajo la servilleta de un rey... eso sí valía la pena... O a pleno sol, la poesía en una plaza... O que los libros se desgasten, se despedacen en los dedos de la humana multitud... Pero esta publicación de poeta a poeta no me tienta, no me provoca, no me incita sino a emboscarme en la naturaleza, frente a una roca y a una ola, lejos de las editoriales, del papel impreso... La poesía ha perdido su vínculo con el lejano lector... Tiene que recobrarlo... Tiene que caminar en la oscuridad y encontrarse con el corazón del hombre, con los ojos de la mujer, con los desconocidos de las calles, de los que a cierta hora crepuscular, o en plena noche estrellada, necesitan aunque sea no más que un solo verso... Esa visita a lo imprevisto vale todo lo andado, todo lo leído, todo lo aprendido... Hay que perderse entre los que no conocemos para que de pronto recojan lo nuestro de la calle, de la arena, de las hojas caídas mil años en el mismo bosque... y tomen tiernamente ese objeto que hicimos nosotros... Sólo entonces seremos verdaderamente poetas... En ese objeto vivirá la poesía...

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