A William Faulkner
Reno, 7 de enero de 1956
Me dirijo a usted para decirle lo que pienso de su propuesta (hecha, supongo, después de que yo abandonara el mitin) de que pidamos la liberación de Ezra Pound. "Mientras que el Presidente de este Comité", afirma usted, "fue galardonado por el gobierno sueco y condecorado por el gobierno francés, el gobierno estadounidense encarcela a uno de sus mejores poetas". Su manera de razonar es verdaderamente asombrosa. Usted, señor Faulkner, fue merecidamente honrado por dichos gobiernos. Pero usted, que yo sepa, no ha intentado derrocarlos ni denostarlos. Además, Pound no está en la cárcel, sino en un manicomio. De haber estado cuerdo se le habría juzgado por traición; si está loco, no hay por qué soltarlo simplemente por ser poeta. En sus poemas y emisiones radiofónicas, Pound predicó el odio a los judíos y llamó al asesinato. ¿Me está pidiendo que me sume a su iniciativa de honrar a un hombre que abogó por la destrucción de mi pueblo? No puedo ser parte de semejante iniciativa aunque en el extranjero se juzgue como una propaganda eficaz, cosa que dudo. En Francia lo hubieran fusilado. ¿Liberarlo por ser poeta? Poetas mejores que él han sido exterminados. ¿No vamos a decir nada a favor de ellos?
A Pascal Covici
[Chicago, 1959]
Querido Pat:
Anoche cené con Marilyn Monroe y sus amigos en el Sondeadero y hoy los periodistas del corazón no han parado de sondearme. Marilyn pareció alegrarse genuinamente al ver un rostro familiar. La verdad es que estoy por ver algo en Marilyn que no sea genuino. En medio de una nube de mirones se comporta como un filósofo.
A Stanley Burnshaw
Chicago, 19 de febrero de 1965
Querido Stanley:
A veces pienso que el mundo está impregnado por siglos de ficción y que, autofecundado por la ciencia, genera nuevas formas de conciencia. La imaginación literaria, sin embargo, le va muy a la zaga. Los novelistas (también los poetas) han dado siempre por sentado que saben describir la realidad circundante. ¡Qué error tan patético! ¡Qué fatuidad! El mundo nos ha desbordado y derrotado en proporciones astronómicas. No podemos esperar estar a su altura. Los escritores jamás alcanzarán las cotas de perversidad a que ha llegado la historia política del siglo veinte. Resulta simplemente estúpido intentar imitar la realpolitik como se han propuesto Beckett y Burroughs.
Al escribir Herzog me di cuenta de la dosis de radicalismo que hace falta para ser moderado en el día y época que nos han tocado, así que, como usted ha sabido ver, busqué dar a mi libro una forma musical (en consonancia con las horas que paso escuchando discos a diario desde hace tres años). Ha sido usted muy sagaz al detectarlo.
A Margaret Staats
[Chicago] 7 de abril de 1966
No creí que fuera posible. Probablemente pensaba que se me había infligido demasiado daño, o que me lo había infligido yo mismo, como para que me pudiera ocurrir algo así. Sea como fuere, no esperaba que a estas alturas mi alma pudiera abrirse a nadie de este modo. Que me iría a dormir y me despertaría no la alarma del reloj, sino el amor.
Si me mantengo ocupado es porque necesito actividad y confinamiento. Debería estar agradecido. Y lo estoy. También siento una opresión y un gran peso en el corazón. Es un caso de amo quia absurdum. Absurdo mío, no tuyo. Mi edad, mi situación. Es absurdo. Pero mucho más absurdo sería no amarte. Siento una suerte de gratitud mística. La sentiría aunque tú no correspondieras mi amor.
Te volveré a escribir para contarte cómo paso el tiempo.
Evidentemente cuando estuve en Nueva York me hice un corte en el dedo para así tener un recuerdo. Me ha quedado una hermosa cicatriz.
A Meyer Schapiro
Oaxaca, 18 de marzo de 1968
Querido Meyer:
¿Te llegó la copia de un cuento más bien largo que publiqué en enero? Pensé que podría interesarte. En vista de que el New Yorker estaba empeñado en suprimir ciertos pasajes, lo mandé al Playboy a modo de protesta (protesta lucrativa, eso sí). La verdad es que no hay revistas pobres, sino honestas. Las serias están tan corrompidas como las sensacionalistas y Hugh Heffner tiene vicios más placenteros que Willliam Phillips.
Con mis mejores deseos.
A Robert Hivnor
Chicago, 24 de enero de 1972
[Reacción a la muerte del poeta John Berryman, destinatario de muchas de sus cartas, quien se había suicidado días antes arrojándose desde el puente de la avenida Washington en Minneapolis]
Querido Bob:
Muchas veces me pregunté si llegaría a hacerlo y siempre llegué a la conclusión de que no se atrevería. Está claro que soy malo haciendo conjeturas. Era un amigo muy querido. No quedan muchos como él.
A Jeff Wheelwright
Chicago, 4 de febrero de 1983
Estimado señor Wheelwright:
Muchas gracias por su carta. ¿Ataqué al periodismo en The Dean? Más cercano a la verdad sería decir que estaba sopesando un gran enigma de la modernidad: ¿por qué en la era de la comunicación estamos al borde de la incoherencia total? Las masas iletradas desean información. Una muchedumbre de técnicos se la proporciona. El gran enigma es por qué la información está impregnada de irrealidad. Algunos insisten en que la sociedad de masas ha acabado con la posibilidad de que las cosas tengan sentido. Otros (como yo) sospechan que la confusión puede tener una raíz epistemológica (en cuanto a mí, debería aclarar que ocasionalmente padezco la enfermedad del vértigo metafísico). El lenguaje de la ciencia es suficientemente claro cuando opera dentro de los límites de su radio de acción, pero hay muchas cuestiones de envergadura que quedan fuera y siguen pendientes de explicación. Quizá porque para la ciencia carecen de verdadero significado, han sido reducidas a una incoherencia que asume diversos disfraces que les dan una apariencia de sentido. Una variante interesante de "tener ojos para no ver", "tener palabras para no decir". Como aun así deseamos estar informados, recurrimos a la televisión y a los periódicos, pero es como un strip-tease en el que las luces se apagan indefectiblemente en el momento clave.
A Mario Vargas Llosa
Chicago, Illinois. 20 de febrero de 1984
Estimado señor Vargas Llosa:
Me dirijo a usted a fin de invitarle a un encuentro organizado por mí que tendrá lugar en Vermont del 20 al 25 de agosto bajo los auspicios del Olin Center. Los participantes, además de usted, serían Alexander Sinyavsky, Leszek Kolakovski, Heinrich Boll, V. S. Naipaul, A. K. Ramanujan, Ruth Prawer Jhabvala, Federico Fellini, Werner Dannhauser, Allan Bloom y yo. Mi intención es reunir a un pequeño grupo de escritores a fin de que discutan la peculiar situación porque atraviesa el mundo hoy, compartiendo la sabiduría e inspiración que podamos tener. La política de este siglo tiende a aplastar la imaginación, a ponernos unos anteojos y unas condiciones que hacen que el arte parezca irrelevante. Y sin embargo, desde muchas perspectivas, está claro que nuestra frágil misión es una de las pocas esperanzas que le quedan a la humanidad, si es que conseguimos evitar su extinción. No es que tenga grandes esperanzas de que un encuentro como el que propongo sirva para cambiar mucho las cosas, pero al menos podríamos darnos ánimos unos a otros y reflexionar juntos. El encuentro no se plantea como una protesta más contra la censura ni como otra queja ante la falta de sensibilidad burguesa hacia el arte. Tampoco se trata de cantar las alabanzas del arte y quienes lo practican, sino más bien de dar la más amplia consideración posible al hecho de que tanto física como espiritualmente los artistas dependen de la política, pese a estar por encima de ella. La falta de claridad ante la perenne tensión entre el arte y la política puede guardar cierta relación con el exceso de fe de los escritores y la excesiva visibilidad de que gozan en los regímenes contemporáneos. Las grandes expectativas que despertó la cultura en el siglo XIX hicieron posibles los ministerios de cultura de los gobiernos fascistas y comunistas del siglo XX.
A Philip Roth
Chicago, 27 de abril de 1986
Querido Philip:
Me conmovió profundamente lo que publicaste en el Times [a propósito de la muerte de Malamud]. Me permitió ver su vida como no lo había hecho nunca antes. Cuando tú lo conociste era agente de seguros. Yo creía que había sido contable. Siento una secreta debilidad por esas profesiones. Nunca he sido capaz de juzgar por las apariencias. No tengo fe en las categorías sociales. En fin, supo sacar partido a las migajas y sordideces de la vida de los judíos empobrecidos. Después sufrió por no haber sido capaz de llegar más lejos. Tal vez estaba fuera de su alcance, pero soñaba con una vejez plácida en la que lo imposible se tornaba en realidad. La muerte impidió tan noble aspiración, como sin duda nos pasará a todos.
A la Academia Sueca
[Brookline, 2000] sin fecha
Deseo presentar la candidatura del novelista americano Philip Roth al Premio Nobel de Literatura. Sus libros han sido tan ampliamente analizados y elogiados que resultaría superfluo por mi parte detallar o ponderar su talento.
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