25 jul 2012
Los beneficios de leer (entrevista)
- ¿Por qué siempre ha sentido tanto desasosiego por el fomento de la lectura? - La humanidad ha ido inventando instrumentos que facilitan la vida. La rueda, por ejemplo, es una prolongación de las piernas. Las gafas nos dan visión. Pues bien, las palabras son las gafas o las ruedas del cerebro. Son el único instrumento que tiene el cerebro para progresar.
- Pero la palabra puede estar al margen del acto de leer… - Yo lo asocio mucho. Antes de que se inventara el libro existía la lectura oral del jefe de la tribu. Siempre hemos necesitado de instrumentos como la lectura o la escritura para desarrollar la inteligencia. Por ejemplo, la lectura profesional es imprescindible. Yo no me pondría en manos de un médico que dijese que desde que salió de la universidad no ha leído nada más. En la enseñanza, sucede lo mismo. Un educador debe leer para no caer en la rutina y en el aborregamiento. Hay ciertas cuestiones de tipo técnico que un profesor tiene que dominar para poder contagiar las ganas de aprender leyendo.
- Como profesor que fue, ¿cómo contagiaba el hábito lector? - En las escuelas, lo que más les cuesta a los chicos es la poesía. Pues bien, si al llegar a clase hay siempre un verso apuntado en la pizarra, los alumnos se acostumbrarán y lo leerán con interés. Yo, cuando era profesor, iba a clase con tres libros y decía: “Hoy hablaremos de estos dos”. Los alumnos me contestaban: “¡Pero si traes tres!” Siempre les decía que el último de los libros era para mí, no para ellos. Todos se precipitaban a saber cuál era el que no debían leer, y aquel lo leían todos. Hay un dicho que a mí me gusta mucho: “Si quieres cambiar el mundo, por quién empezarías: ¿por ti o por los demás?”. Hay que predicar con el ejemplo.
- En su libro La lectura y la vida, explica que la lectura ayuda a encajar nuestro interior con el mundo exterior… - Por supuesto. A través de la lectura condensamos aspectos fundamentales de la vida. Nos expresamos mejor, y sólo así podemos llegar a las partículas más íntimas de nuestra alma, expulsarlas o catalogarlas. Todo el mundo dice: “No sé lo que me pasa”. Si sabes las palabras, puedes saber si lo que te sucede es que tienes una cefalea e ir a la farmacia a pedir cura. Necesitamos palabras y narraciones. Cuando me preguntan por qué recreo un ambiente tan rural en mis novelas, explico que es porque es de allí de donde saco las palabras. En Pa negre me hice ayudar por quince personas de una determinada región para conseguir que del libro emanara cierto aroma del lugar donde está escrito. La gracia de un libro está en que al leerlo desprenda ese aroma.
- También dijo alguna vez que al leer podemos hablar con los muertos… Sí. Es fantástico poder conversar durante horas con Séneca, Cicerón o los poetas griegos. Lástima que no se hayan popularizado más los antiguos textos egipcios. Nos darían una visión mucho más profunda de la humanidad.
- ¿Por qué ese interés en que se retomen los clásicos? Porque se publican tantas cosas que llega un momento en el que hay que elegir. Yo elijo los clásicos porque son lo mejor: ¡qué ganas de perder el tiempo! El otro día con un editor leyendo un superventas de quiosco no pudimos pasar de la página 3. Llega un momento en el que exiges en un libro que el cómo se dice adquiera protagonismo frente a aquello que se dice, una calidad lingüística y profundidad de pensamiento. El arte del escritor no reside en lo que dice, sino en cómo lo dice.
- ¿Se lee menos que antes? ¡Pero si antes no había escuelas! Ahora se lee más que nunca. Hace cincuenta años en las escuelas el método universal era la regla, el castigo físico y la humillación. Llegará una generación a la que esto le parecerá prehistoria. Yo lo he vivido. A los que éramos más aficionados a la lectura nos decían: estudia más y lee menos, si no leyeras esos libracos que lees… De joven leía indiscriminadamente lo que caía en mis manos. Era un poco como la comida basura, un adolescente come de todo.
- Y un escritor, ¿a quién lee? Ahora acabo de terminar una autobiografía muy rara, casi una novela, de Christopher Hitchens. Se titula Hitch 22. Era un escritor británico muy polémico. Al principio, me mostraba reticente a leerla porque conocía las ideas del autor. Entrar en una biografía no es como leer ficción. Las biografías son peligrosas porque todo en ellas es verdad. Muchas veces es mejor idealizar las cosas. Por ejemplo, hace poco fui a un pueblo de veraneo al que hacía años que no había regresado y pregunté por dos o tres personas. Habían muerto. Pensé: ¡No vuelvo más! Para llevarme esos sustos, prefiero tener el recuerdo antes que ver la destrucción que ha sufrido. Con la lectura pasa lo mismo, siempre se lleva algo de ti. Aunque parezca que no pide nada, siempre damos algo a cambio.
- Entonces, ¿qué tipo de literatura recomendaría? Cada cual tiene que encontrar su camino y leer lo que le haga feliz, ya que hay pocas oportunidades para serlo. Tan bueno es leer a los clásicos como un superbemntas, lo importante es leer. Aunque no estoy muy a favor de los superventas, salvo si son catalanes o españoles. Es mucho mejor leer libros de aquí que lo que llega de EE.UU. Siempre tendrán un lenguaje más apurado y ajustado. Además, ¡así exportamos cultura! Lo último de Ruiz Zafón, por ejemplo, sucede en Barcelona. ¡Pues perfecto, exportemos Barcelona! Abra hoy la página de cartelera de La Vanguardia y mire los cines. No hay ni una película catalana. Este país no tiene petróleo, pero sí que tiene suficiente actividad y propulsión.
- ¿Cree que el problema reside en que España no sabe explotar su propia cultura? - Absolutamente. Hasta que la gente se dé cuenta y se vuelva a favor del país. En las librerías la mayoría de las novedades son traducciones. Parece que el idioma de Europa no sea el inglés, sino ¡la traducción! Aquí hay gente muy válida como para que no sepamos barrer hacia casa. Fíjese el tiempo que hace desde que se estrenó Pa negre y ahora la están presentando en Hong Kong para entrar en el mercado chino.
- Respecto a Pa negre, ¿qué sintió al saber que estaba nominada a los Oscar? - ¡Alegría! Agustí Villaronga me llamó y me preguntó: ¿Qué? ¿Irás a Hollywood? Le respondí que yo no tenía por qué ir allí, en todo caso, tendría que ir a Estocolmo. ¡A Hollywood van los del cine!
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