A los escritores nos pagan por decir mentiras y a los periodistas por decir la verdad, y es muy peligroso, según parece, intercambiar oficios: al escritor que siempre pretende decir la verdad nadie lo lee, y al periodista que cuenta mentiras lo despiden. Recuerdo que a un periodista del New York Times lo pillaron haciendo de escritor en horas de trabajo: viajaba a costa de otros, inventaba frases y ficciones, etc. Es decir, hacía todo cuanto hace un escritor, pero en vez de darle el Pulitzer, a este periodista lo echaron del trabajo. La solución, para dicho periodista, habría sido más fácil si hubiese optado por dedicarse a escribir novelas; no así para los directivos del célebre rotativo neoyorquino, que saben que millares de lupas examinarían con mirada de inquisidor, todas y cada una de sus frases, revelando la mentira tras sus aparentes verdades.
Sin embargo, mentir es mucho más fácil que decir la verdad, incluso más humano: escuchamos y leemos mentiras, las contamos, las creemos y las hacemos creer. Por supuesto que los periódicos no son una excepción, prueba de ello es la etiqueta de "tendencia" que reciben. La verdad pura y dura no tiene "tendencias". La verdad es, o debería ser, simple, limpia y plomiza, y carece de izquierdas, derechas y centros. La gran verdad que conocemos es el universo, que no tiene direcciones. Puede que haya otra gran verdad llamada Dios, pero lo malo con esta última es que ha adquirido tantas "tendencias" que parece una mentira cualquiera. La mentira es como nosotros mismos: frecuente, reproductiva, mediocre, cambiante, tendenciosa, de "andar por casa". No es ninguna novedad que la prensa cuente cosas que no sucedieron exactamente así. La visión que cada uno de nosotros tiene de un acontecimiento es más una opinión que una verdad.
Ni siquiera fotos y grabaciones ayudan a purificar el resultado, porque las imágenes y los sonidos son incoherentes hasta que hacemos de ellos nuestra "versión", es decir, hasta que torcemos lo suficiente la línea de la verdad para acomodarla a nuestras mentiras curvas.
Yo no hubiese exculpado a ese periodista, desde luego, pero tampoco me dedicaría a una "caza de brujas" de la verdad periodística. Las verdades grandes no son humanas; las pequeñas mentiras, sí.
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