-¿Cómo
empezó a escribir «NW London»?
-Fue
hace mucho tiempo, pero lo que recuerdo es que básicamente escribí las primeras
páginas, la escena de la puerta, y luego lo dejé durante mucho tiempo. Estaba
haciendo otras cosas: escribía ensayos, impartía clases. Así que pasó bastante
tiempo entre las primeras páginas y el momento en el que comencé a coger ritmo.
No es muy excitante, pero así es como sucedió.
-¿Por
qué decidió volver sobre esas páginas y comenzar a crear desde ahí?
-Es
muy difícil dramatizar el acto de escribir. Si tuvieras una cámara filmándome
parecería que no estaba sucediendo nada. Me ha pasado lo mismo con todos mis
libros. Escribo y reescribo la primera página una y otra vez y mientras lo hago
el resto de la historia comienza a tomar forma en mi mente.
-Cuando
publicó este libro un crítico la describió como «una historiadora que elabora
un archivo de Londres a través de la ficción». ¿Cree que la ficción puede
servir para registrar la Historia como lo hacen el ensayo o la no ficción?
-Creo
que la Historia es la herramienta más potente para ello. Los historiadores son
quienes mejor exploran los hechos históricos. Supongo que la ficción es otro
tipo de crónica, pero es mucho menos precisa. Creo que una novela debería ser
sobre lo contemporáneo y eso es lo que hago. Para mí, cuando analizo las
novelas que me interesan, hayan sido escritas en 1750 o 1840, lo que aprecio es
que relaten algo contemporáneo a su tiempo.
-En
«Londres, NW» humaniza problemas que suelen aparecer reflejados en la prensa
simplemente con datos y porcentajes al representarlos en personas con nombres y
apellidos.
-Si
sucede así, la verdad es que es un accidente. No suelo leer los periódicos para
buscar historias e inspiración. ¡Ya casi ni tengo tiempo para leer la prensa! A
veces sucede a la inversa. Acabo de escribir una historia titulada «La embajada
de Camboya» que trata sobre una chica que es una esclava y justo hace un par de
días abrí un periódico y había un artículo sobre el mismo tema. Creo que esto
sucede porque me interesa la gente que no tiene mucho poder. Todos los
novelistas tienen esa sensibilidad, la de vivir una época y reflexionar sobre
lo que ocurre a tu alrededor en ese momento. Pero esto sucede durante un
periodo breve de tiempo porque antes o después te vuelves demasiado viejo para
enterarte de lo que está pasando y aparecen otros que toman el relevo.
-En
una reciente entrevista comentó que esperaba que el lector que aborde «Londres,
NW» se plantee la pregunta de si las personas tienen lo que se merecen.
-Sí.
Al considerar los fundamentos de la política, te consideres de derechas o de
izquierdas, en términos americanos azul o rojo, republicano o demócrata,
habitualmente la diferencia radica en ese asunto: lo que uno cree que se
merece, lo que uno piensa que una persona tiene derecho a tener. Según cuál sea
tu opinión en ese espectro, tendrás una opinión política u otra. Por ejemplo,
si crees que una persona nace con el derecho a tener asistencia sanitaria y
recibir una buena educación, eso te sitúa en un extremo. Pero si crees que el
mundo es un lugar duro en el que cada uno recibe lo que se merece, tendrás un
punto de vista diferente. Así que en vez de escribir de política desde la
división de partidos, prefiero hacerlo desde el núcleo emocional de las
opiniones políticas.
-Así
que lo aborda desde la forma en la que una persona crea y entiende sus
opiniones políticas.
-Sí. Y
también los clichés que me parecen interesantes, como la idea extendida en
Estados Unidos de que cuando eres joven eres demócrata y que según envejeces
tiendes a convertirte en republicano. Es interesante cuando piensas en lo que
la gente quiere decir con esa expresión. Creo que la gente se refiere a que
cuanto más tienes que perder, menos quieres perderlo. Es una filosofía
interesante.
-También
que de alguna forma perdemos las ganas de luchar por lo que consideramos justo.
-Exacto.
Hay infinidad de interpretaciones. Sea como sea, es un punto de vista muy
deprimente. Pero está muy extendido. Además, ves que empieza a pasar entre tus
amigos, así que puedes observar como sucede. Todo eso es interesante.
-Su
forma de escribir es muy visual, hace que casi sin esfuerzo el lector pueda
construir una imagen de lo que usted describe.
-Es
cierto y la verdad es que es curioso porque una de las cosas que digo siempre
es que no soy una persona visual. No puedo dibujar en absoluto. Mi hija de
cuatro años pinta mejor que yo. Pero sé a lo que te refieres. Por ejemplo,
antes de venir aquí he estado escribiendo una historia sobre un ministro de un
país que ha sido destrozado por un huracán. Muchas veces cuando hay un desastre
natural los primeros que se marchan son los políticos. El relato trata sobre
ese viaje de huída. Cuando empiezo la historia es solo una idea, pero cuando
estoy escribiéndola y retrato al ministro en su casa sí que se convierte en una
imagen. Uno de los placeres de la escritura es conseguir haber creado una
imagen potente que, aunque pare a hacer un descanso o fumar un cigarro, cuando
regrese a leer esa página los personajes realmente sigan ahí. Pero no sé como
sucede y sé que hay otro tipo de escritores que hacen muchas descripciones,
pero a pesar de ello no ves nada. Páginas y páginas y no puedes siquiera
imaginar cómo son las caras o los lugares de los que hablan. Es muy misterioso.
No creo que sea talento. Creo que ayuda el haber leído mucho porque te permite
saber cómo introducir al lector en una escena. Una de las cosas puede ser
involucrar las emociones del lector. Si describes bien a los personajes, la
gente tiene una forma natural de conectar, de dar el salto, de sentir lo que
ellos sienten, de empatizar.
-En
este libro también pinta literalmente con palabras, ya que al comienzo de la
novela hay dos caligramas.
-Sí,
eso fue muy divertido de preparar. Normalmente esas cosas nacen por capricho.
Con el árbol, simplemente quería que existiera en la página. Sabía que sería
molesto, pero una vez que la idea ha salido de mí, no puedo volver atrás. La
boca de Adina fue algo similar. Estaba escribiendo y vi la imagen. A veces
pienso que el escritor tiene un mundo imaginario en la cabeza y tiene que
traducirlo para que entre en todas las demás cabezas. A veces me sucede que
cuando vuelvo sobre partes de un texto me doy cuenta de que al escribirlo
estaba tan metida en mi mundo, que va a resultar imposible de comprender.
Tienes que aprender a controlarlo o ser como James Joyce y tener la confianza
en que el lector tendrá que venir a ti, como en «Finnegans Wake», que es un
archivo de su mente. A mí me gusta encontrar al lector en un punto medio,
supongo.
-Su
primera novela, «Dientes blancos», tuvo un éxito enorme. ¿Es el éxito comercial
y de crítica una bendición o una condena a la hora de escribir sus siguientes
libros?
-Creo
que lo que hace es que te separa de la comunidad de escritores porque piensan
que no eres como ellos, que no tienes las mismas dudas y problemas. Y te odian
o te aman o te envidian. Pero según vas creciendo y vas teniendo algunos
tropiezos (hay gente que no está feliz hasta que te ve fracasar), vas siendo
más libre. Además, van saliendo nuevas voces que te relegan a un segundo plano
y vas encontrando tu lugar en la comunidad de escritores, lo cual es agradable.
-Desde
«Sobre la belleza» hasta «Londres, NW» han pasado 7 años. ¿Esperaremos el mismo
tiempo para su próxima novela?
-Muy probablemente.
Cuando regresé a Nueva York en septiembre pensaba que en los tres meses que
faltaban hasta navidades empezaría fuerte con esta novela. Pero he estado
escribiendo un ensayo al que he dedicado dos meses. A eso se suman las
entrevistas, las vacaciones de los niños, que estoy intentando escribir un
cuento, que ya no tengo las tardes libres porque los niños están en casa. Al
final casi no me queda tiempo. Esta semana mi marido está de viaje, así que si
meto a los niños en la cama temprano quizá pueda escribir. Pero cuando eso
sucede estás agotada y solo quieres ver la televisión y no hacer nada.
-¿Le
frustra el ser menos productiva?
-A
veces es muy frustrante, pero intento ser muy zen sobre ello. Este fin de
semana leí un artículo de Spike Lee, quien creo que es un artista muy centrado
y brillante, también profesor de NYU, y decía que se ha perdido gran parte de
la infancia de sus hijos porque tenía que defender su carrera. A mí no me
importa tanto. No quiero perderme todo eso. Es verdad que me causa ansiedad,
pero también encuentro que ahora, entre clases, los niños, las entrevistas,
cuando consigo un rato para escribir estoy tan emocionada que me concentro más
y aprovecho mejor el tiempo. Quizá funciona así: ahora hago menos trabajo, pero
es de mejor calidad. Ahora solo escribo cosas que realmente quiero escribir.
-Ha
tenido que ajustar sus preferencias.
-Sí.
Hay que hacer concesiones. En Nueva York todo el mundo opina que ceder es algo
horrible y que a menos que avances con la firmeza de Mussolini, estás
fracasando de algún modo. Pero yo no lo veo así.
-¿Tiene
ya el esqueleto de su próxima novela?
-He
empezado, pero llevo tan poco que me siento muy ridícula hablando de ello. Va a
pasar mucho tiempo hasta que esté terminada, pero como me lo planteo ahora es
que tengo 38 años y que mucha gente empieza cuando tiene esa edad, así que está
bien que ya haya escrito varios libros para ahora poder hacer otras cosas,
tomarme algo de tiempo libre. Ni siquiera me tomé un año entre el instituto y
la universidad. He estado trabajando sin parar desde entonces, así que ahora
quiero aprovechar para pasar tiempo con mi familia. Un lujo que me puedo
permitir es el poder ver a mis hijos a cualquier hora del día. Por eso
plantearme pasar infinitas horas en una biblioteca mientras podría estar en
casa con ellos me parece descabellado.
-Cuando
escribe, ¿tiene en mente cierto tipo de lector, con un humor concreto y con
cierta atención hacia el detalle?
-Creo
que todo escritor dice que escribe para él mismo. Lo que quieren decir con eso,
que no es tan estúpido como parece, es que esperas que te lea alguien con la
misma variedad de intereses que tú. Obviamente eso no va a ocurrir siempre. En
mi vida como lectora ha habido escritores de los que he amado la mitad de lo
que han escrito y he odiado la otra mitad. Pero hay algunos escritores de los
que amo todo y con ellos tienes una relación especial. Así que esperas tener
lectores así, pero también estás muy feliz de que haya gente a la que le guste
uno de tus libros o uno de tus ensayos. Al final tienes que estar agradecido de
que a la gente le importe lo que haces.
-Acaba
de mencionar que hay algunos escritores con los que tiene una relación especial
como lectora. ¿Podría mencionar alguno?
-Creo
que en el fondo son muy pocos. Nabokov es uno de ellos. Keats. Shakespeare...
aunque todo el mundo tiene esa relación con Shakespeare, no es algo inusual.
También vas haciendo descubrimientos. No había leído mucho de James Baldwin en
Reino Unido, pero he leído muchos de sus trabajos aquí y realmente me gusta.
Depende mucho y varía según mi estado de ánimo. Virginia Woolf, por supuesto,
aunque solo sus ensayos, no sus novelas. Estoy segura de que la gente dirá eso
de mí en unos cuantos años.
-¿Incluye
a estos escritores en sus clases?
-Algunos
de ellos aparecen en las lecturas que recomiendo, aunque la idea del curso es
hacer que los alumnos se expongan en 14 semanas a textos con sensibilidades muy
diferentes. Me he dado cuenta de que muchos profesores tienden a seleccionar
para sus clases un tipo único de libros y creo que eso es muy insano. Deberían
ser conscientes de que tienen una parroquia amplia. El ideal es que cada alumno
pueda encontrar al menos una obra por la que sientan una fuerte conexión y que
aprendan que no les tiene que gustar todo lo que leen, porque no es un concurso
de popularidad.
-Además
de compartir su conocimiento, ¿aprende usted de sus alumnos?
-Sin
duda. No lo haría solo por el dinero. Cuando era niña, me prometí
románticamente que nunca haría nada solo por dinero. Recibo mucho de ellos. Hay
un tipo de alumno que con 21 años es muy inteligente, mucho más de lo que será
más adelante en su vida, y hablar con ellos es un reto. Primero porque son una
generación diferente y te dicen cosas que no entiendes o que no quieres oír.
Creo que esa es una de las grandes ventajas de ser profesor. Porque tú te haces
mayor, pero ellos siempre tienen la misma edad. Yo solía ser la joven que daba
clases a otros jóvenes, pero ahora podría ser su madre. De alguna forma hace
que tu cerebro siga activo. Muchos escritores pierden contacto con la realidad.
A mí me ayuda a entender cómo vive la gente y enterarme de lo que está
sucediendo, que se siente al ser joven hoy en día.
-La
también novelista y ensayista Siri Hustvedt una vez dijo que para una mujer es
más difícil convertirse en una figura icónica. ¿Está de acuerdo?
-Creo
que no es cierto para todos los campos. En el mundo de la música está la figura
de la «diva» y para una mujer es mucho más sencillo lograr ese estatus de
icono. Pero para una escritora es muy diferente. Creo que ser un icono es algo
muy deprimente a lo que aspirar porque pareces ser una persona menos humana. No
es algo que yo tendría como objetivo. Creo que hay que pensar en figuras como
Doris Lessing, que podría haberse convertido en un icono, pero prefirió ser
humana. Para ser un icono femenino básicamente tienes que estar muerta. La
muerte ayuda. Creo que prefiero estar viva a ser un icono.
-Ahora
mismo pasa gran parte del año en Nueva York. Sin embargo, sus novelas siguen estando
basadas en Reino Unido. ¿Leeremos en el futuro alguna historia neoyorquina?
-No
sé. Quizá. Tengo un gran retraso a la hora de procesar experiencias. Viví en
Roma durante dos años y aún no he conseguido escribir una palabra sobre esa
época. En mi caso, las experiencias tardan mucho en florecer. Hay otros
escritores que viven algo e inmediatamente pueden referirse a ello, como en un
diario. Pero para mí el periodo mínimo es de 15 años, así que puede que tarde.
Tampoco sé si nos quedaremos mucho más en Nueva York. Lo que es seguro es que
no queremos vivir aquí para siempre, que queremos ir a casa. Quiero que mis
hijos crezcan en Inglaterra. Además, mi familia y la de mi marido están allí.
Creo que en un par de años regresaremos.
-Si
digo sándwich de pescado, ¿qué le viene a la cabeza?
-El
perfil que escribí sobre Jay Z. Pasé un buen rato entrevistándolo. Jay Z es uno
de los alcaldes no oficiales de Nueva York, junto quizá a Sarah Jessica Parker.
Fue un honor trabajar con él porque soy una gran admiradora de su música. Solo
he entrevistado a otra persona en mi vida, que fue el también rapero Eminem,
así que pensé que quizá debería entrevistar a un rapero cada década y que esa
será mi carrera como entrevistadora.
-¿Cómo
se siente estando en el otro lado de la entrevista?
-Creo que es un trabajo muy
extraño. En el caso de Jay Z imagino que muchos periodistas le preguntan sobre
su dinero, su mujer, su bebé. Pero yo le dejé claro que no quería saber nada de
eso. Hacerlo fue difícil porque soy una gran fan de su trabajo, igual que con
Eminem. Me preparé en exceso, tenía muchísimas preguntas. Pero creo cuando les
dejé claro que todo lo que me interesaba eran sus canciones, cómo estaban
hechas, los artistas se abren porque les gusta hablar sobre su trabajo y sobre
otros cuyo trabajo conocen con la misma profundidad. Lo más divertido fue
hablar con ellos sobre música porque ambos son como los Harold Bloom del
hip-hop: lo saben todo. Así que fue muy educativo.
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