Lunes 7 de julio
Mi
Vecino el señor Rojas pareció
sorprendido al encontrarme sentado en la escalera. Seguramente lo que llamó su
atención fue la mirada, notoriamente triste. Me di cuenta del vivo interés que
de pronto le desperté. Siempre me han gustado las escaleras, con su gente que
sube arrastrando el aliento, y la que baja como masa informe que cae
sordamente. Tal vez por eso, escogí la escalera para ir a sufrir.
Jueves 10
Hoy puse gran
empeño en terminar pronto mis diarias tareas domésticas: arreglar el
departamento, lavar la ropa interior, preparar la comida, limpiar la pipa…
Quería disponer de más tiempo para elaborar los programas y escoger los temas
para mi ejercicio. Es bastante arduo el aprendizaje del dolor, gradual y
sistematizado como una disciplina o como un oficio. Mi vecino estuvo observándome
largo rato. Bajo la luz amarillenta del foco, debo parecer transparente y
desleído. El diario ejercicio del dolor da la mirada del perro abandonado, y el
color de los aparecidos.
Sábado 12
De nuevo cayó sobre
mí la mirada insistente y surgió la temida pregunta del señor Rojas. Inútil
decirle algo. Dejé que siguiera bajando entre la duda. Yo continué con mi
ejercicio. Cuando oí pasos que subían, un estremecimiento recorrió mi cuerpo.
Los conocía bien. Las manos y las sienes comenzaron a sudarme. El corazón daba
tumbos desesperados y la lengua parecía un pedazo de papel. Si hubiera estado
en pie me habría desplomado como un títere. Sonrió al pasar… Yo fingí que no la
veía. Y seguí con mi práctica.
Jueves 17
Estaba justamente
en el 7º grado de la escala del dolor, cuando fui interrumpido cruelmente, por
mi constante vecino que subía acompañado por una mujer. Pasaron tan cerca de mí
que sus ropas me rozaron. Quedé impregnado del perfume de la mujer, mezcla de
almizcle y benjuí, viscoso, oscuro, húmedo, salvaje. Llevaba un vestido rojo
muy entallado. La miré hasta que se perdieron tras la puerta del departamento.
Hablaban y reían al subir la escalera. Reían con los ojos y con las manos. Eran
pasión en movimiento. Cerrados en sí mismos ni siquiera me vieron. Y mi dolor
tan puro, tan intelectual, quedó interrumpido y contaminado en su limpia
esencia por una sorda comezón. Sensaciones pesadas y sombrías descendieron
sobre mí. Aquella dolorosa meditación, producto de una larga y difícil
disciplina, quedó frustrada y convertida en miserable vehemencia. ¡Malditos!
Golpeé con mis lágrimas las huellas de sus pasos.
Domingo 20
Fue un verdadero
acierto graduar el dolor, darle categoría y límite. Aun cuando hay quienes
aseguran que el dolor es interminable y que nunca se agota, yo opino que
después del 10º grado de mi escala, sólo queda la memoria de las cosas,
doliendo ya no en acción sino en recuerdo. Al principio de mi aprendizaje creí
que era oportuno ir en ascenso, en práctica gradual. Bien pronto comprobé que
resultaba muy pobre una experiencia así. El conocimiento y perfección del dolor
requiere elasticidad, sabio manejo de sus categorías y matices, y caprichoso
ensayo de los grados. Pasar sin dificultad del 3° al 8º grado, del 4º al 1º, del 2º al 7º y, después, recorrerlos
por riguroso orden ascendente y descendente… Me apena interrumpir esta
interesante explicación, pero hay agua bajo mis pies.
Lunes 21
A primera hora
llegó el dueño del edificio. Yo aún no acababa de secar el departamento. Gritó,
manoteó, dijo cosas tremendas. Acostumbrado como estoy a sufrir injusticias,
necedades y mal trato, su actitud fue sólo un reflejo de otras muchas. Se
necesitaría de un artista auténtico para conmoverme, no de un simple aprendiz
de monstruo. No le di la menor importancia. Mientras gritaba, me dediqué a cortarme
las uñas con cuidado y sin prisa. Cuando terminé, el hombre lloraba. Tampoco me
conmovió. Lloraba como lloran todos cuando tienen que llorar. ¡Si hubiera
llorado como yo, cuando llego a aquellas meditaciones del 7o grado de mi
método, que dicen… !
Sábado 26
Con toda humildad
confesaré que soy un virtuoso del dolor. Esta noche, mientras sufría hecho un
nudo en la escalera, salieron a mirarme los gatos de mis vecinos. Estaban
asombrados de que el hombre tuviera tal capacidad para el dolor. Apenas noté su
presencia. Sus ojos eran como teas que se encendían y se apagaban. Debo haber
llegado con toda seguridad al 10º grado. Perdí la cuenta, porque el paroxismo
del dolor, así como el del placer, envuelve y obnubila los sentidos.
Miércoles 30
Estoy tan sombrío,
tan flaco y macilento, que a veces cuando algún desconocido sube la escalera,
enloquece al verme. Yo estoy satisfecho con el aspecto logrado. Es fiel
testimonio de mi arte, de su casi perfección.
Domingo 3 de
agosto
No sé cómo, ni con
qué palabras describir lo que hoy pasó. Aún tiemblo al recordarlo. Fue hace
unas horas y no salgo de la sorpresa. El remordimiento que tanto practico ahora
cobra novedad y me ha convertido en su presa. Es como si lo hubieran creado justamente
cuando yo dominaba la escala completa. Cuando era todo un artista. He caído en
un error imperdonable, fuera de oficio, inaudito y funesto. Si una sola vez
hubiera dejado de practicar las disciplinas que este arte exige, diría que era
la consecuencia lógica, pero he sido observante, fiel…
Jueves 7
No sé si podré
salir de esta funesta prueba. Hoy trabajé tres horas seguidas (lo cual es
agotante y excesivo) en el 6º grado de mi escala, el más indicado para casos
como éste. Sufrí como nunca, tanto que los vecinos me recogieron desmayado al
pie de la escalera. Aquí, bajo los vendajes, está la sangre coagulada. Las
carnes abiertas. Tendré que aumentar o incluir como variedad del 5º grado, éste
de las heridas reales. No se me había ocurrido antes, quizá fue una inspiración
divina esta caída de la escalera. Un abrir los ojos a nuevas disciplinas.
Martes 12
No he podido
olvidar. Quizá sea castigo a mi soberbia pues empezaba a sentirme seguro, a
soñar que manejaba el oficio con maestría. Lo escribí el sábado 26 de julio.
¡Fatal confesión, las palabras traicionan siempre y se vuelven contra uno
mismo! ¡Si sólo lo hubiera pensado! He tenido que practicar hasta el
agotamiento los grados 6º y 9º, dos horas cada uno. Después tuve que huir
precipitadamente a mi departamento, por temor de que aquello volviera a
suceder.
Viernes 15
¡Otra vez sucedió!
Cuando el último sol de la tarde bañaba los peldaños de la escalera. Siento su
mano aún entre mis manos que le huían. Su mano tibia y suave. Dijo algo, yo no
la oía. Sus palabras eran como bálsamo sobre mis llagas. No quise saber nada.
Me estaba prohibido. Pronunciaba mi nombre. Yo no la escuchaba. Mis esfuerzos,
mis propósitos y todo mi arte se estrellarían ante su mirada de ciervo, de
animal dócil. El arte es sacrificio, renuncia, la vocación es vital, marca de
fuego, sombra que se apodera del cuerpo que la proyecta y lo esclaviza y
consume… ¡Ni siquiera una vez volví la cabeza para mirarla!
Lunes 18
Me arranqué las
vendas y la sangre dejó su huella en la alfombra. También sangro interiormente.
Recuerdo la tibieza de sus manos. Esas manos que quizás ahora mismo acarician
otro rostro. Por primera vez en mucho tiempo no salí a sentarme en la escalera,
temía que llegara en cualquier momento. Temía que dispersara mi dolor con su sola
presencia.
Sábado 23
En la mañana vino
el señor Rojas. Pensó que algo me había sucedido al no verme en mi acostumbrado
rincón de la escalera. Me trajo unas frutas y un poco de tabaco; sin embargo
sospecho que no es sincero en su preocupación. Hay algo secreto y sombrío en su
actitud. Quizás intenta comprar mi silencio, yo he visto a las mujeres que mete
en su departamento. Quizás quiere…
Martes 26
Junto a la puerta
cerrada, para sentirme más cerca de la escalera, practique el 4º y el 7º grados.
Oí sus pasos que se detenían varias veces, del otro lado. Sentí el calor de su
cuerpo a través de la puerta. Su perfume penetró hasta mi triste habitación.
Desde afuera turbaba mi soledad violentando mis defensas. Comprendí entre sollozos
que la amaba.
Viernes 29
La amo, sí, y es mi
peor enemiga Lo que puede terminar con lo que constituye mi razón de ser. La
amo desde que sentí su mano entre mis manos. Si yo fuera un individuo común y
corriente, como el señor Rojas o como el dueño del edificio, me acostaría con
ella y sería el náufrago de su ternura. Pero yo me debo al dolor. Al dolor que
ejercito día tras día hasta lograr su perfección. Al dolor de amarla y verla
desde lejos, a través de una cerradura. La amo, sí, porque se desliza
suavemente por la escalera como una sombra o como un sueño. Porque no exige que
la ame y sólo de vez en cuando se asoma a mi soledad.
Domingo 31
Si solamente fuera
el dolor de renunciar a ella sería terrible, ¡pero magnífico! Esta clase de
sufrimiento constituye una rama del 8º grado. Lo ejercitaría diariamente hasta
llegar a dominarlo. Pero no es sólo eso, la temo. Son más fuertes que mis
propósitos Mi sonrisa y su voz. Sería tan feliz viéndola ir y venir por mi
departamento mientras el sol resbalaba por sus cabellos… ¡Eso sería mi ruina,
mi fracaso absoluto! Con ella terminarían mis ilusiones y mi ambición. Si
desapareciera… Su dulce recuerdo me roería las entrañas toda la vida… ¡oh
inefable tortura, perfección de mi arte...! ¡Si! Si mañana leyera en los
periódicos: "Bella joven muere al caer accidentalmente de una alta
escalera..."
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