[Sin lugar ni fecha. Se trata sin duda de un borrador].
Sr.Dn Benito Pérez Galdós.
Mi queridísimo maestro: hace ya muchos años publiqué en la Revista de Asturias el primer capítulo, y no recuerdo si dos o tres más, de una novela que se titulaba como esta, Speraindeo. No sé por qué casualidad Ud. leyó aquellos capítulos y acordándose de ellos más adelante me dijo un día -¿Por qué no termina Ud. su novela? -¿Qué novela? pregunté a mi vez olvidado de mi aborto infeliz. -Esperaindeo. -Yo no soy novelista. -¿Qué sabe Ud.? Escriba, escriba su Esperaindeo.
La pícara vanidad, don Benito, no echó en saco roto el consejo y a los pocos meses salía a la luz mi primer ensayo novelesco, sólo que se llamaba La Regenta y nada tenía que ver con el otro. Este había sido concebido sin mancha de pecado naturalista, iba a ser más bien un libro de los que llaman tendencias, y con esto bastaba para que yo le considerase merecedor de eterno olvido por el tiempo en que me decidí a echar mi cuarto a espadas escribiendo mi novela correspondiente.
Tanto Ud. como otros amigos que de fijo me quieren bien pero quizá me aconsejan mal, me animaron y animan a seguir escribiendo obras de este género, pero antes de resolverme a ello quiero dejar que nazca allá como pueda este póstumo de un idealismo de cuya memoria no renegaré en mi vida. Si yo no echara fuera del cerebro este Speraindeo, verdadero primogénito aunque nonato, como —240 ? San Ramón, estoy seguro de que no me dejaría concebir ni escribir en paz ningún otro cuento largo, y es probable que a pedazos saliese él en cuantos libros de imaginación publicara, estorbando siempre y llenándolo todo de confusión y mezclas repugnantes para el gusto de muchos.
Así pues, allá voy a él y salga como saliese. Como hijo mío que es y primogénito y predilecto a su modo, yo no he de renegar ni de él ni de su casta. Otros podrían salir menos feuchos, aunque de la hermosura de todos desconfío, pero el cariño de los padres no se mide en cánones de belleza, ni siquiera con los preceptos morales, ni menos por la buena fortuna de los hijos; antes se dice que a los más desgraciados se les quiere más que a todos. Seguro estoy de que a este pobre Esperaindeo me lo han de poner verde(?) enseguida; me lo han de llamar idealista y lo han de acusar de tendencia y le echarán en cara que tiene tesis como si fuera esto una joroba. Sea lo que Dios diponga. Yo no defiendo el libro, no tengo por qué quererlo y publicarlo, para que me deje tranquilo y, por fin, pueda ocuparme de Ud. que en cierto modo viene a ser su padrino. Tampoco le pido que lo encuentre guapo, no siéndolo, sino que tal como es me lo defienda, pensando que en parte tiene Ud. la culpa de que haya vivido.
Su admirador más admirado(?) y amigo más de veras.
Clarín
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