Por trivial que sea,
por poco importante que nos lo imaginemos en sus consecuencias, por
rápidamente olvidado que pueda ser tras de su aparición, por poco
entendido o mal descifrado que lo supongamos, un enunciado es siempre un
acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por completo.
Acontecimiento extraño, indudablemente: en primer lugar porque está ligado por
una parte a un gesto de escritura o a la articulación de una palabra, pero que
por otra se abre a sí mismo una existencia remanente en el campo de una
memoria, o en la materialidad de los manuscritos, de los libros y de cualquier
otra forma de conservación; después porque es único como todo acontecimiento,
pero se ofrece a la repetición, a la transformación, a la reactivación;
finalmente, porque está ligado no sólo con situaciones que lo provocan y con
consecuencias que él mismo incita, sino a la vez, y según una modalidad
totalmente distinta, con enunciados que lo preceden y que lo siguen.
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