1. Lee los consejos a jóvenes
escritores (ya sean cuentistas, novelistas, poetas o cronistas) de Rilke,
Chéjov, Quiroga, Vargas Llosa, Kis, Sebald o Salcedo
Ramos. Se ha
convertido en un auténtico género y no he podido resistirme a su canto de
sirena. Lee también libros como El arte de la ficción de David
Lodge o Los mecanismos de la ficción de James Wood. Lee, lee
mucho. Lee todos los libros que ellos citan para ilustrar sus consejos. Léelo
todo, lee aún más. Mejor todavía: lee sistemáticamente, es decir, estudia. Y
después imita, copia, roba, modifica, mejora aquello que se pueda mejorar,
aprende: de eso se trata. Si lo crees conveniente, busca maestros oficiales u
oficiosos. Escribe, borra, tacha, vuelve a escribir: por supuesto. Pero no es
de eso de lo que te quiero hablar.
2. La angustia por publicar es tan
importante como la de las influencias, pero no por ello hay que saltarse el
orden. Primero: las influencias. Después: la publicación. Se trata de lógica
elemental: tus influencias ya son públicas, por eso precisamente te han
influido, de modo que el día en que tú mismo te hagas público a través de tus
textos, si esas influencias son demasiado obvias, si tu copia o tu robo han
sido fragantes, si no has modificado lo suficiente, si no te has apropiado de
la tradición para reconfigurarla, lo que hayas publicado no tendrá el mínimo
interés necesario para que tus lectores sientan que ha merecido la pena leerte
y para que otros, ya públicos, apoyen lo que tengas que seguir diciendo.
3. “La papelera es el primer mueble
en el estudio del escritor”, dijo Hemingway. De acuerdo: ¿Y cuál es el segundo?
El segundo es la cajonera. Da igual que sea de madera o que tenga forma de
disco duro, porque a estas alturas la papelera de Hemingway sería la de
reciclaje. Esa es la gran lección de Kafka: lo natural es escribir, no
publicar. Esa es una de las grandes lecciones de Bolaño, que dejó sin editar la
mayor parte de los libros que escribió. Que no te dé miedo abandonar proyectos
en cajones o en discos duros, porque en esos espacios las letras están más
seguras que en la intemperie de las bibliotecas y las librerías. Allí el libro
inédito se encuentra a resguardo, puedes controlarlo, puedes cambiarlo,
mejorarlo, dejarlo crecer (o, mejor aún: menguar). Después de comenzar varios,
es probable que el primer libro que terminas haya servido sólo para eso, para
demostrarte a ti mismo que eres capaz de acabar un libro. Inmediatamente
después ya podrás encarar la escritura de tu primer libro de verdad.
4. Lo dice el gran escritor hebreo Yoram Kaniuk en 1948: “El heroísmo no es sólo vencer, sino
también fracasar. Un fracaso en la guerra, en el arte o en cualquier otra cosa
puede estimular, dar consuelo y ayudarle a uno a superar solo el siguiente
fracaso”. En la literatura no existe el éxito. Basta con recordar la
consagración en vida de Vicente Blasco Ibáñez o el premio nobel de Miguel Ángel
Asturias, por no hablar de los ganados por Rudolf Christoph Eucken, Romain
Rolland o Halldór Laxness. Basta con recordar, por cierto, cómo se deciden los
Premios Príncipe de Asturias o los propios Nobel de Literatura: nadie del
jurado ha leído la obra de todos los candidatos de modo que se imponen los
argumentos espurios, las intuiciones, los equilibrios de poder. En literatura
no se puede triunfar: repítete eso cada vez que te asalten de nuevo esas ganas
terribles que tienes de publicar.
5. Cuando ya seas dueño de una
poética incipiente, cuando ya sientas que lo que has escrito suena con una voz
más o menos propia (aunque resuenen los ecos, al fondo, de tus maestros),
cuando ya hayas entendido que sólo se trata de fracasar mejor que los demás,
entonces sí habrá llegado el momento de publicar. Para entonces lo mejor es que
ya hayas experimentado con ciertos termómetros: la revista de la facultad, tu
perfil de Facebook, un blog, algún premio comarcal. Y que hayas frecuentado
suficientemente las librerías como para saber algo esencial: ¿En los catálogos
de qué editoriales podría encajar el libro que he escrito? Te lo resumo en un
único consejo: explora los terrenos en que la literatura encuentra lectores
para encontrar los de la tuya.
6. Enviar una novela de elfos y
trolls a Anagrama es una pérdida de tiempo. Como enviar un poemario escrito a
través de búsquedas de Google a Tusquets o un libro de relatos experimentales a
Planeta. Sólo hojeando y leyendo libros encontrarás afinidades y sólo así
descubrirás los posibles caminos que te lleven a la editorial posible. El mundo
es ancho y complejo: no se acaba en Anagrama, Tusquets o Planeta. En la carta o
el e-mail de presentación (lo bueno, si breve) menciona los autores o los
títulos publicados por ellos que te han animado a hacerles llegar tu original.
Lo demás cae por su propio peso: resume de qué va el libro, quién eres, por qué
les puedes interesar.
7. Lo más probable es que todas tus
primeras opciones te contesten con cartas o e-mails de rechazo. O ni eso: ay,
cómo pesan esos silencios que se prolongan. No te desanimes. Aprovecha esas
temporadas para seguir corrigiendo. O deja reposar el manuscrito. O incluso:
olvídalo. Tal vez un día, en una librería o en una página web o en una revista
descubras un nuevo sello que se adecúa a las características de tu libro. Quizá
un amigo que ha leído tu original lo recomendará en la editorial donde van a
publicarle. Es bueno esperar. Es necesario esperar. El rechazo es parte
intrínseca del fracaso necesario y positivo. No hay que publicar todo lo que
uno escribe. Las dificultades para encontrar editor estimulan la exigencia, te
hacen mejor escritor. No obstante: existe la posibilidad de la autoedición. Es
una posibilidad seria, que debes evaluar. Ahora mismo el escaso prestigio de la
literatura está todavía en el papel, pero es casi seguro que eso, como todo,
cambiará. Pero si apuestas por la red, te aconsejo que lo hagas sin despecho,
convencido de la fuerza de tu texto y de la forma en que lo haces público,
poniendo toda la carne en el asador. Como un pionero. De otro modo, no creo que
merezca la pena, si te soy sincero.
8. Por último está el tema de la
recepción: todos dependemos de nuestros lectores. Tienes que saber que el mundo
literario no existe. El mundo literario se parece a los Reyes Magos: son los
padres. Por tanto, existen miles de mundos literarios. O, si nos ponernos
técnicos: de campos culturales. Cada uno funciona con sus propias reglas y,
sobre todo, no son estancos, sino mutantes. Cambia, todo cambia: los directores
y los criterios de las editoriales, los sellos de prestigio, los premios que
supuestamente hay que ganar, las tecnologías que nos hacen visibles, las
ciudades que son más dinámicas, los estilos y los temas. Uno no escribe para un
público determinado, porque eso sólo puede significar más fracaso dentro del
fracaso (del negativo). Uno no escribe para una editorial o un editor o un
crítico o unos seguidores o una revista determinados, por lo mismo. Uno escribe
a solas y a ciegas. Pero es cierto que después de la escritura sí que es
necesaria una cierta aceptación, una cierta comunidad de lectores cómplices. Yo
soy de los que piensa que un escritor debe educar, seducir, crear a sus
lectores. Pero es muy probable que esté equivocado.
9. Recuerda lo que dijo W.G. Sebald:
“No escuchéis a nadie, ni siquiera a nosotros: es fatal”. Así que olvida todo
lo que acabo de decirte. “Leed libros que no tengan nada que ver con la
literatura”, dijo también el autor de Austerlitz, de modo que mejor
lee consejos a un joven científico o a un joven cineasta o sobre arquitectura o
sobre historia de la religión. Te serán mucho más útiles que estas líneas,
porque la literatura siempre está donde menos te la esperas y un escritor debe
aspirar a una mirada lateral, al perpetuo fuera de contexto.
10. Cambia, todo
cambia, dice la canción, pero no cambia mi amor. Llámale pasión o vocación o
empeño u obsesión: eso es lo que finalmente importa.
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