El pensamiento político
quizá no sea muy productivo, pero ya que no nos queda más remedio que
dedicarnos a él, acabaremos conociéndonos mejor. Gracias a Dios, no hay motivo
para el optimismo.
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Ayer domingo. Vanitatum
vanitas, se habla para triunfar. Me llamó la atención: la necesidad de
mitificar. Los hombres no paran de contarse historias, en apariencia para
entretenerse los unos a los otros; de hecho, sin embargo, para ir tejiendo,
remendando y manteniendo en buen estado la red de la mitología, conservando su
mundo a través del relato. Este discurso vivo existe aún en las esferas más
elevadas; poco a poco, sin embargo, se van acabando las historias y los
hombres. Reina ya el silencio aquí y allá, la contemplación pasiva de las
imágenes de los medios, la desorientación, el mutismo, las acciones absurdas,
no motivadas por ninguna mitología válida.
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[…] El secreto de mi existencia es el deseo de amor y, al mismo tiempo, la falta de
amor. El vacío se desvela a raíz de algún que otro hecho minúsculo. La forma de
vida correcta —es decir, una que no me angustiara— sería la encaminada única y
exclusivamente hacia la escritura. Ello, sin embargo, exigiría una soledad
absoluta. La soledad me protegería de la angustia causada por el secreto de mi
existencia; en cambio, aparecerían entonces ciertos temores concretos, por
ejemplo, el miedo y la angustia debidos a la propia soledad. Conclusión: no
existe una solución. Conclusión: existe la solución, pero la temo. Si
consiguiera querer realmente la muerte, estaría a salvo de la angustia. Pero
supondría un esfuerzo psíquico que sólo podría realizarse en soledad. Es de
noche, una noche primaveral, y sé que mi existencia es un gran regalo y que yo
—como todo el mundo— lo estoy dilapidando.Y eso que en la vejez es preciso
vivir de manera concentrada. ¿O es inevitable la disolución psíquica en la vejez?
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“La
Europa unida…”. Pero ¿cuál sería su mito fundamental? Se ve con claridad: no es
casual que Auschwitz se convierta ahora en cuestión viva, en fuente de las
cuestiones vivas, después de que se derrumbara el imperio soviético. El mito
cristiano ya no vive. La imagen del ‘mal’, al que el mundo occidental más o
menos podía oponerse (y así fundamentar su autoconciencia), se deshizo al
desintegrarse la Unión Soviética. La gran negatividad frente a la cual pueda
erigirse el mito de la aspiración a un mundo más ético es sólo Auschwitz. Lo
que resulta característico políticamente, característico en lo que respecta a
la conciencia política general, es que Yugoslavia —su derrumbe inesperado y
total bajo el signo del odio, el hundimiento de ese territorio floreciente, el
trabajo destructivo completo de la locura— haya pasado a un segundo plano, haya
quedado casi relegada al olvido en medio de la frenética marcha de los
acontecimientos.
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Sentado
junto a la ventanilla del tren se me ha aparecido la imagen de la construcción
de la nueva Europa que nace bajo el signo de la competencia con Estados Unidos
y que, más allá del sistema monetario y de la subsistencia económica, no posee
ninguna coherencia cultural; es más, la cultura es perseguida a la manera
estadounidense, para triturar a los hombres y convertirlos en amebas carentes
de toda sustancia, en masa obediente susceptible de ser teledirigida por
ordenadores y como ordenadores. En este sentido —y ahora empiezo a verlo con
más claridad— tengo, en efecto, algo que decir cuando insto a vivir
espiritualmente Auschwitz —que es un trauma negativo, pero el único verdadero—
y a construir un edificio ético a partir de ahí; al fin y al cabo tiene que
haber una gran experiencia común cuya enorme ignominia precipite a los hombres
a una comunión, a una comunión cultural, y los llene de un recuerdo nebuloso al
que puedan oponerse, y esta oposición les proporcionará el trabajo moral
necesario para la elevación o, como mínimo, para la conservación.
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En
mi carta dirigida a X. Y. expongo lo siguiente: “Necesitamos el conocimiento
histórico, pero necesitamos también el mito, del que, sin embargo, no
disponemos. He partido del simple hecho de que en el mundo de la solución
final, en el universo concentracionario, todos los conceptos e ideas éticos de
nuestra cultura occidental (sic, de nuestra cultura occidental)
se extinguieron por completo, se apagaron. ¿Dónde ocurrió Auschwitz? ¿En el
ámbito de la cultura cristiana? ¿O en otra parte? ¿Y qué ámbito cultural
encarará Auschwitz, si es que llega a hacerlo?… De este modo he llegado, pues,
a los problemas fundamentales de la vitalidad y creatividad del hombre actual.
Si en el hombre moderno ha quedado una creatividad ética, ésta tendrá que
nutrirse de hechos completamente nuevos; no puede crearse una ética nueva a
partir de la ética anterior a Auschwitz. Es preciso volver a comenzar de cero. Si
Auschwitz actúa como un trauma en el mundo psíquico de las nuevas generaciones,
éstas lo encararán como un trauma, y entonces podrá conducir a una nueva
creatividad en todos los ámbitos, también en el de la ética. No consigo
librarme de la idea de que esta aproximación sea probablemente ilusoria: sea
como fuere, es la mía, quizá porque así resulta productiva, para mí y para mi
estilo. Podemos discutir al respecto, como es lógico, pero el problema va
cobrando perfiles vivos poco a poco, y vivimos como problemas candentes de
nuestra época aquello que…”.Que en la partida de nacimiento de Fulano figure
que es judío significa, traducido al lenguaje de la política, que Fulano es
chantajeable en lo afectivo. Si bien esto puede haberme ocurrido en mi vida
privada como persona que consta en el Registro Civil, en mi arte —espero— mi
judaísmo sólo está presente como fuente de inspiración.En la actualidad: el
buen arte todavía es posible, la posibilidad del gran arte, en cambio, resulta
sumamente dudosa. Dudosa sobre todo porque en esta época que vegeta por falta
de cultura ningún asunto aparece como un gran asunto; como si la grandeza misma
se hubiera vuelto mezquina.
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Respecto
a la novela que se está gestando, me he formulado algunas preguntas. 1. ¿Soy
artista? De ser así, he de saber que la palabra, igual que su práctica, el
arte, no posee ya ningún significado, ningún papel. Al artista sólo le queda
una materia a la que puede dar forma: su vida. 2. ¿Quiero ser el profeta bien
pagado de Auschwitz? No quiero. 3. ¿Quiero hacer perdurable mi nombre,
“inmortalizarlo”? No, más bien todo lo contrario: reducirme a la nada. 4. ¿Qué
huella ha de quedar, pues, del gran experimento de mi vida? Disolverlo y
disolverme en la única forma posible del amor, a mi juicio: desaparecer por mor
de la vida de otro. Es la única revolución que a mi entender se puede llevar a
cabo, mi gran rebelión cósmica. 5. Como judío soy libre, me he liberado de la
disciplina de todas las culturas; si se quiere, me he liberado de la
“humanidad”.
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Quien
es verdadero se ha perdido. Quien se ha perdido es verdadero. Quien se pierde
gana. Piérdete de manera triunfante y mísera. No existe otro camino.
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Nunca
podría defender mis textos en una “discusión”, por ejemplo, porque sólo puedo
responder de la calidad de mis frases, no de su “contenido”. Este “contenido”
es tan sólo el producto del momento y contiene mucho “de mí” (en el sentido de
que es característico de mí), pero no considero “defendible” la ilación de los
pensamientos ni puedo responder de ella. Esos textos son meras propuestas y no
tienen más objetivo; la única enseñanza que puede extraerse de ellos no se
referirá entonces a lo que contienen, sino a su autor: esta forma de pensar lo
define en este preciso momento, esto quería escribir y así quería escribirlo…
Pero ¿qué piensa? Probablemente ni él lo sabe; de ahí que esos escritos se
consideren siempre sorpresas, sobre todo para él, para el autor.000
Lo
que he entendido en los últimos diez años, de forma muy resumida: la lucha
fundamental se libra entre el estatismo, por un lado, y la “democracia”, el
“liberalismo” o, si se quiere, la forma de vida individual, por otro. El
espíritu estatista está representado por la tembleque intelectualidad de Europa
del Este y por la capa de los pequeños capitalistas y funcionarios públicos que
le tienen pánico a la competencia: el estatista quiere una subsistencia segura,
ventajas claras por igual en el mercado intelectual y en el comercial; la
tendencia estatista comenzó a imponerse desde el Rhin hacia el Este después de
la Primera Guerra Mundial, precisamente tras desintegrarse los Estados
autoritarios, y la crisis económica exacerbó hasta la histeria el deseo de
seguridad personal y el resentimiento respecto a los mejores y más talentosos
que disfrutaban de ciertas ventajas naturales. De ahí que el estatismo sea
siempre contrario al valor y necesariamente ideológico; las formas modernas del
estatismo son el nazismo y el comunismo. Una observación interesante: los
Estados, los Gobiernos, son por naturaleza siempre hostiles al espíritu y a la
cultura; pero que los propios depositarios de la cultura, los escritores, los
artistas, los periodistas apoyen la hostilidad a la cultura sólo es posible en
Estados de mentalidad estatista como, por ejemplo, Hungría.
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En
la disputa con olor a bosta y completamente superflua entre los lidiadores
llamados “urbanos” —los unos— y “populares” —los otros— hay a pesar de todo
algo digno de atención en la medida en que va más allá de las fronteras del
país. (*) Es el antiguo miedo, la antigua lucha entre Oriente y Occidente, el
temor a volverse superfluo, el temor a lo “extraño”, ese temor capaz de
asesinar, de destruir, de devastar y aniquilar a todo el mundo. Las formas de
vida arcaicas que se presentan como “valores” aunque, de hecho, sólo sean
inamovibles. Y en última instancia la cuestión de la usurpación del poder. La
historia acaba siempre de la misma manera: las fuerzas “arcaicas”, “populares”,
crean un sistema estatal tiránico; el sistema es incapaz de proporcionar los bienes
necesarios a la población; y entonces o se desintegra o desencadena una guerra
que luego pierde. Y a continuación todo empieza de nuevo.
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¿Puede
extinguirse el sentimiento que ha creado las religiones? ¿Ha existido una época
irreligiosa alguna vez? ¿Fue irreligiosa la antigüedad? Pero es que la
antigüedad descubrió la metafísica, la idea del “eterno retorno”, lo cual viene
ya de una sensibilidad a la “religión”. Pero el fervor, la redención, el gran
sentimiento cargado de vida y de muerte es, con todo, un sentimiento moderno,
nunca antes habido, que hizo grande a Europa; y ahora que Europa es cada vez
más pequeña, el sentimiento también se desintegra. Resulta extraño que sea un
fenómeno tan frágil. ¿Cómo ponerlo en palabras, cómo disertar sobre ello? El
gran descubrimiento de Marx fue que la “existencia determina la conciencia”;
pero qué vacua es esta frase, pues qué existencia determina qué conciencia, y
dónde está ese filósofo o psicólogo o economista capaz de definir la
existencia, separarla de la conciencia y a continuación demostrar en la
conciencia qué parte corresponde al arbitrio de la “conciencia” y qué parte es,
por así decirlo, “existencia pura”? En el fondo, nuestra vida consciente se
manifiesta en las palabras de una manera que, al fin y al cabo, da la razón a
Wittgenstein. Ahora bien, si Wittgenstein tiene razón, tendremos que renunciar
a toda certeza y volver a los balbuceos de la vida en la fe.
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No
debo escribir más ensayos porque entonces me introduzco en la “humanidad”,
participo de sus mentiras y doy testimonio de la esperanza, de una esperanza en
la que no creo en absoluto si me mantengo del lado de mi arte y, por tanto, de
mi radicalidad. En realidad, para ser sincero, me conceden cierta importancia
desde un punto de vista artístico en Hungría, donde no puedo ejercer ninguna
influencia, donde, si de ellos dependiera exclusivamente, ni siquiera
escribirían mi nombre; en Alemania han imaginado que pueden aprovecharse de mí
en cierto sentido —en el de una manipulación honesta, por así decirlo—; pero
ahora allí también se vuelve la tortilla y se desvela la gran verdad del mundo:
la esencia de Auschwitz. Así como hasta la Primera Guerra Mundial se podía
considerar que se estaba viviendo en la cultura cristiana, hoy habrá que
formularlo diciendo que la cultura occidental se ha convertido en la cultura de
Auschwitz. Hoy estamos viviendo la cultura de Auschwitz.
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Creo
que en Auschwitz concluyó la historia (clásica) del cristianismo y de los
judíos. Lo que viene después ya no es historia intelectual ni cultural ni
religioso-espiritual (en el sentido cristiano-judío). Que Auschwitz resalte
como un hecho de particular significancia entre los acontecimientos habituales
—y habitualmente repugnantes— en el ámbito de los exterminios étnicos y de los
exterminios producidos por los fanatismos religiosos e ideológicos se debe
justamente a su significado esencial: Auschwitz manifiesta el final de una
cultura que ha durado dos mil años. ¿Qué importancia tiene, en comparación, el
antisemitismo? Un próximo Auschwitz sólo sería ya un tópico aburrido, la fugaz
confirmación de algo que de todos modos ya sabemos; así se explica en parte la
apatía callada y obtusa que el mundo ha mostrado respecto a los sucesos de
Yugoslavia.Lo que hoy separa a los judíos de los no judíos no es una diferencia
religiosa y cultural, sino la consecuencia psíquica del hecho de que los judíos
fueron amenazados con el exterminio y acabaron en parte exterminados. Esto es
una cruda realidad y no una diferencia mental o cultural. Y, con todo, vivimos
inmersos en las consecuencias psíquicas de ese hecho.
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“Vivir
en la verdad”: significa vivir repudiado, vivir en la pobreza, en la más
completa soledad intelectual, “fuera de la humanidad”. No lo hago. Vivo
próspero y feliz (¡gracias a Dios!). Se plantea entonces una pregunta. Y cuando
escribo, he de descender al abismo de esta pregunta y escuchar desde allí mi
voz.
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