“Jamás leo los libros que debo
criticar, para no sufrir su influencia”, decía Oscar Wilde. Esta sentencia
parece un chiste, la línea irónica que dedica un escritor a los críticos
literarios, pero en el fondo, si miramos con objetividad el acto de leer, tiene un buen porcentaje de
verdad. Por ejemplo, el libro que escribe un escritor será leído de forma
distinta por el editor, por el corrector y por cada uno de sus decenas de
lectores, nadie será capaz de leer exactamente lo que quiso decir el escritor,
probablemente ni siquiera el escritor mismo. En cada libro, en cada novela o
ensayo, hay un margen de error entre lo que el lector lee y lo que el escritor
quiso decir, o pensó que dijo. Desde este punto de vista ¿qué significa leer un
libro? Pierre Bayard, profesor de literatura y psicoanalista, que además es un
exitoso ensayista francés, escribió su muy particular visión sobre el acto de
leer, en un desconcertante, y casi majadero, librito titulado Cómo hablar de
los libros que no se han leído, que está publicado en español por la
editorial Anagrama. El profesor Bayard clasifica las lecturas que ha tenido a
lo largo de su vida, que deben ser muchas a juzgar por su quehacer, en cuatro
grandes campos: libro desconocido, libro hojeado, libro evocado y libro olvidado.
El libro leído, como puede verse, queda fuera de su consideración.
Veamos el caso de un lector experto, un bibliotecario, que es una persona que, se supone, pasa su vida leyendo
un libro tras otro, con una intensidad tal que ha dado origen al insulto “eres
un ratón de biblioteca”, que se aplica a aquellos que en lugar de vivir la vida
se dedican a leerla en los libros, generalmente a través de unas gafas muy
voluminosas. Pero resulta que el bibliotecario, de acuerdo con la teoría de
este profesor francés, no debe leer los libros que están a su cargo porque
pierde la visión de conjunto; si se entrega a la lectura de un solo volumen,
desatiende los otros miles de volúmenes sobre los que, en algún momento, tendrá
que orientar a algún lector. El verdadero bibliotecario, según Bayard, no es
aquel que ha leído muchos de los libros de su biblioteca, sino el que, sin
necesidad de leerlos, es capaz de orientarse en ese universo de libros para, a
su vez, orientar al lector. El poeta Paul Valéry, otro francés por supuesto,
decía: “Ser cultivado consiste en ser capaz de orientarse rápidamente en un
libro, y esa orientación no implica leerlo en su integridad, más bien al
contrario. Sería incluso posible sostener que cuanto mayor sea esa capacidad,
menos necesario será leer tal libro en particular”.
El bibliotecario de Bayard me
recuerda, y perdone usted la excentricidad del caso que voy a plantear a
continuación, al cocinero de un restaurante mexicano en Toronto, Canadá (Milagro,
183 Queen St. West, por si anda usted por ahí), que hace la mejor cochinita pibil que he probado en mi vida. Las dos o tres veces que he
estado en esa ciudad he ido a ese restaurante y, la última vez, pedí que me
presentaran ante el artífice de esa maravilla que es, lo juro, un cocinero de
India rigurosamente vegetariano y que, consecuentemente, nunca ha probado la
cochinita pibil, y esto le permite no extraviarse en los detalles y aplicar, en
cambio, una visión de conjunto sobre el platillo.
El porcentaje de verdad, que tiene la
sentencia de Wilde con la que comenzaron estas líneas, está precisamente ahí,
en la visión de conjunto que perdería si se metiera a leer la obra a fondo, un
principio que respetan también los editores, que más que leer las obras de los
autores que van a publicar, las hojean, las pajarean, se orientan dentro de
ellas pero, generalmente, no las leen, porque si lo hicieran no podrían
publicar esa cantidad de libros que necesita la industria editorial para seguir
caminando.
Nosotros mismos, como lectores,
poseemos un arsenal de lecturas en la memoria que hemos ido conociendo porque
nos han contado de ellas, por alusiones, por evocaciones o por citas muchas
veces repetidas, por ese eco que se produce entre lectores y que hace que
alguien cite “la magdalena de Proust”, sin haber abierto nunca Por el camino
de Swann o que, sin necesidad de haberse asomado a Ana Karenina, nos
suelte aquello de que “todas las familias felices se parecen”. Pero incluso con
los libros que si hemos leído, sucede que después solo recordamos una mínima parte,
una línea o una idea de todos esos volúmenes que nos hemos leído de pe a pá.
Apenas vamos terminando de leer una página cuando ya empezamos a olvidarla y,
siendo rigurosos, recordamos muy poco de los libros que hemos leído, por
ejemplo, en los últimos seis meses, con frecuencia parece que ni nos hubiéramos
acercado a ellos. Viendo este asunto con la suficiente seriedad, no nos queda
más que aceptar que es mucho más lo que olvidamos que lo que recordamos de los
libros que hemos leído, y que la mayor parte de nuestro historial como lectores
está constituido por esas miles y miles de páginas que algún día leímos y que
hoy somos incapaces de recordar. Y si leemos y después no recordamos, ¿hemos
leído?
Y así es. No he leído mucho, sin embargo recuerdo poco de lo que he leído. Últimamente suelo guardar algunas frases de los libros que voy leyendo; como aquellos recuerdos que nos traemos de los lugares que visitamos y dejamos arrumbados en algún mueble de nuestra casa, algo así...Saludos
ResponderEliminar