Un
lector escribe para quejarse
de que no haya celulares en mis poemas,
así que
acá hay uno,
de
cuerpo cromado,
de cara azul metalizada.
No transmite ni recibe.
Pide
una mujer de Duluth
que deje de mandar mensajes secretos
para ella en mis
poemas.
Esto
lo haré enseguida.
Ella
dice, Usted ha deformado el río
allí donde se curva
junto
a la encina y la hilera
de jacintos de invierno.
Esto
lo corregiré.
Una
carta reciente sin firma:
Usted ha masacrado las citas de Hölderlin,
y
nadie confundirá los cielos de usted
con los de Dominikos Theotokopoulos.
Opina
un buen ciudadano, dedicado padre,
Su sintaxis inane
ha contagiado a mi
primogénito—
¿tiene
usted acaso un corazón de piedra?
Y
el poema, desde su hogar sin techo,
escribe sobre la vista ciega y el silencio,
el mirlo al
anochecer,
nada de lo visible.
.
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