Un escritor anticuado y versado en
literatura se sienta ante el escritorio, enciende la luz y quiere escribir un
libro, más bien una novela; entonces coge una hoja en blanco, más bien coge la
computadora, enciende el programa Word de escritura y escribe: «Capítulo
Primero». Inmediatamente después se detiene y no se le ocurre nada, más bien
cavila acerca de lo estupendo que sería sentarse y que, de inmediato, apenas
encendido el programa, las palabras comenzaran a brotar en su cabeza, todas ya
perfectamente concatenadas en sublimes frases alargadas a la velocidad justa
para que a él le diese tiempo de poder escribirlas. Sin embargo, permanece
inmóvil, como si estuviese apagado.
¿Entonces qué es lo que hace este escritor? Bueno, pues
trata de situarse en una condición tal que se favorezca la inspiración; y si no
es a la primera, sabe que existen lugares más favorables. Para esto, entonces,
coge las maletas y emprende la marcha hacia un lugar marino, por ejemplo, o se
retira al campo, o a las cercanías de un volcán, cada uno tiene sus condiciones
de inspiración; existen ciudades que predisponen a ello, algunas capitales,
algunas naciones; por lo tanto, coge el avión o el automóvil, es decir, gasta.
Para motivar la inspiración es necesario gastar dinero, porque no en todos
lados surge la inspiración; los más afortunados encuentran la inspiración a pocos
kilómetros, adonde, por ejemplo, se puede llegar en autobús, y en este caso la
inspiración cuesta el boleto de autobús; pero existen autores que tienen que
vivir en el lujo, viajar en primera clase, irse lejos.
Para garantizarse un poco de inspiración, siempre se ha
requerido dinero, a menudo mucho dinero; si no se cuenta con un mecenas,
entonces cada uno debe arreglárselas como pueda; por lo tanto, los ricos, en
literatura, son los favoritos; si sucede que los ricos en inspiración no saben
qué hacer con ella, pueden invertir su patrimonio y tiempo libre en divertirse.
Los más aventajados han sido los autores y los poetas que costaban poco, y que
se podían inspirar en una pequeña habitación situada en un ático, o en un
sótano de los suburbios, o en una choza abandonada sin calefacción; pero si,
por lo contrario, un autor necesita mucho calor y estamos en invierno, la
inspiración, en tal caso, cuesta un tanto el metro cúbico de gas o de gasóleo.
Se podría hacer una lista de los costos, y ver cuánto cuesta la hora de
inspiración, cuantificándola en kilovatios, con base en el valor energético de
los alimentos, etcétera. En la historia de la literatura, cada autor ha tenido
su nivel de consumo energético y su rendimiento, más o menos como un motor.
Se pueden ofrecer ejemplos de ello. Nietzsche costaba
entre los cuatro y cinco mil euros al mes, es decir, la pensión media de un
profesor de universidad, porque todo se le iba durante su estancia en los
lugares de inspiración y no le quedaba nada para abonarle a su libreta de
ahorros. Kafka costaba menos, el equivalente a mil euros al mes, porque le
bastaba una pequeña habitación rentada sin alimentos incluidos, ya que iba a
casa de su padre a comer. Robert Walser todavía era más económico, porque vivía
en el manicomio de Herisau a expensas de la administración del cantón de
Appenzell, y escribía en hojas de papel usado que rescataba gratuitamente del
cesto de la basura. Todo mundo sabe que D’Annunzio costaba muchísimo; sin
embargo, parte de sus gastos eran cubiertos por sus amantes y, por supuesto,
por el Estado, durante los años del Vittoriale.
Incluso los movimientos literarios pueden llegar a ser
más o menos costosos; el Romanticismo, en su conjunto, tuvo costos medio-bajos,
y todavía más bajos el de la Scapigliatura, que en la práctica se la podía
permitir cualquiera. Sobre el Dadaísmo, el Surrealismo y el Futurismo incidían
los costos por permanecer sentados en el café, y dado que, por ejemplo, para
ser dadaístas, era necesario estar en el café cerca de ocho horas al día,
calculando un capuchino o una bebida fría cada hora aproximadamente, nos vamos
por arriba de los treinta euros al día, a lo que se le debe agregar el costo
del boleto del espectáculo al que acostumbraban asistir para armar trifulca (digamos
que alrededor de diez euros actuales); es por esto que un dadaísta gastaba mil
doscientos euros al mes, tan sólo para inspirarse dadaísticamente. Los
futuristas, en buen número, se enrolaban en la guerra, recibían suministros por
parte del ejército y se inspiraban sin costo alguno; quienes caían heridos
tenían derecho a una pensión, con la que continuaban pagándose la inspiración
futurista durante toda la vida.
Hoy las cosas han cambiado, y se produce mucha literatura
sin inspiración. Por ejemplo, se puede producir una novela policiaca con base
en un sencillo diagrama de flujo (el detective x o y, por las características a
o b, se topa con el cadáver a o b, etcétera, etcétera, en donde en cada cruce
se escoge entre dos alternativas). Los costos en términos de gasto energético
se han batido, porque esto se puede hacer sin moverse de su alojamiento
acostumbrado, sin una dieta particular, sin estimulantes del aparato
neurovegetativo, sin gastos alocados para excitar la libido, sin gastos médicos
para curarse los nervios. Es decir, la literatura cuesta hoy lo estrictamente
necesario para vivir. ¿Se puede cuantificar? Sin duda alguna, porque el sistema
de medida es único, y es el tiempo de prestación de la obra (que podemos llamar
tpo), y va desde el momento en el que uno se sienta para dedicarse a la
actividad literaria, hasta que uno se levanta y regresa a la vida no-literaria
(que podemos llamar vo, vida ordinaria). Sumando los tiempos diarios en los que
se permanece sentado, se puede saber el valor de tpo de una novela policiaca
llevada a cabo.
¿Cuánto vale en moneda corriente (en euros) un
minuto de rendimiento literario? Es decir, ¿una unidad tpo? Digamos que varía
de lugar a lugar, en función del costo medio local de la vida (cuesta
mediamente más en la ciudad que en el campo; más en las regiones del norte de
Italia que en el sur); luego, en función del tenor de vida del autor. Por
ejemplo: un individuo que vive solo, tiene gastos superiores a los de un
individuo que vive en una familia grande; un individuo que percibe un sueldo
alto tenderá a aumentar los consumos superfluos respecto a un individuo que
gana el salario mínimo. Por lo tanto, se ha visto que la actividad literaria es
más conveniente si se ejerce en el sur, por parte de un individuo de familia
numerosa, con un salario bajo, o, mejor aún, desocupado o subempleado, o con un
trabajo de medio tiempo.
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