Leyendo las
confesiones de un escritor sobre la manera de escribir novelas, encontré lo
siguiente: “Si quieres ser fiel a la realidad, comienza por mentir.” ¿Qué
piensas de eso?
Que es basura. Por algo palabras como “verdad” y “realidad” no tiene
significado alguno más que inscriptas en un incomprensible entramado de
referencias. No hay verdades tercas. En lo que respecta a mentir, a mí me
parece que la falsedad es un elemento crítico en la ficción. Una buena parte de
la conmoción que se produce cuando te cuentan una historia se da a través de un
engaño. Nabokov es un maestro en esto. El contar mentiras es una suerte de
prestidigitación que deja expuestos nuestros sentimientos más profundos.
¿Podrías dar un
ejemplo de una mentira absurda que diga mucho sobre la vida?
Claro. Los votos del sagrado
matrimonio.
¿Qué hay de la
verosimilitud y la realidad?
A mi juicio la verosimilitud es una técnica que uno
explota con la intención de asegurarle al lector la veracidad de aquello que le
está siendo contado. Si le haces creer verdaderamente que está de pie sobre una
alfombra, puedes quitársela de debajo de los pies. Claro, la verosimilitud es
también una mentira. Lo que siempre quise de la verosimilitud es la
probabilidad, cosa que tiene algo que ver con la forma en que vivo. Esta mesa
parece real, esa canasta de fruta perteneció a mi abuela, pero una demente
podría golpear a mi puerta en cualquier momento.
¿Sientes que te
despides de los libros una vez que los has terminado?
Generalmente siento una fatiga clínica
después de acabar un libro. Cuando terminé mi primera novela, The Wapshot
Chronicle, estaba muy feliz. Nos fuimos a Europa y nos quedamos allí, de
modo que no vi las reseñas y durante diez años no supe que Maxwell Geismar la
había desaprobado. El “escándalo Wapshot” fue diferente. Nunca me gustó mucho
el libro y cuando se imprimió, yo estaba en baja forma. Quería quemarlo.
Despertaba por la noche y oía la voz de Hemingway –en realidad nunca escuché su
voz, pero definitivamente era la suya- diciéndome, “Esta es una agonía menor.
La gran agonía llega más tarde.” Me levantaba, me sentaba en un brazo de la
bañadera y fumaba como una chimenea hasta las tres o cuatro de la madrugada.
Una vez le juré a los oscuros poderes que veía en la ventana que nunca, nunca
intentaría ser mejor que Irving Wallace.
No la pasé mal luego de Bullet Park,
donde hice exactamente lo que quería: un reparto de tres personajes, un estilo
de prosa simple y resonante, y una escena en la que un hombre salva a su
querido hijo del fuego. El manuscrito se recibió con entusiasmo en todas
partes, pero cuando Benjamín DeMott lo dejó fuera del Times, todos recogieron
sus cosas y se mandaron a mudar. Es simplemente una cuestión de mala suerte con
el periodismo y de sobrestimación de mi potencial. De todas formas, cuando
acabas un libro, cualquiera sea su recepción, existe un cierto desplazamiento
de la imaginación. No diría un trastorno. Pero terminar una novela, asumir que
es algo que quisiste hacer y que te has tomado con mucha seriedad, es
inevitablemente un shock psicológico.
¿Cuánto tiempo
tarda en irse ese shock psicológico? ¿Hay algún tratamiento?
No sé muy bien qué quieres decir con
tratamiento. Para apaciguar ese shock saco el dado más alto, preparo salsa, voy
a Egipto, corto el césped, fornico. Me zambullo en una piscina fría.
¿Pueden los
personajes forjarse una identidad por sí mismos? ¿Se te han vuelto alguna vez
tan inmanejables que tuviste que sacarlos de escena?
La leyenda de que los personajes pueden
escaparse de las manos de su autor –irse a tomar drogas, someterse a
operaciones sexuales y convertirse en presidentes- implica que el escritor es
un tonto sin conocimiento o maestría sobre su propio trabajo. Es absurdo. Claro
que cualquier ejercicio estimable de la imaginación se funda en lo complejo y
lo rico de la memoria, de modo que puedes sacar provecho de saber expandirte –
giros sorpresivos, respuesta a la oscuridad y a la claridad-, sobre todo en
cuanto a lo vivo. Pero la idea de que un escritor corra desesperado detrás de
sus cretinas invenciones me parece deleznable.
El novelista,
¿contiene ya al crítico?
Yo no tengo nada de vocabulario crítico y muy poca
sagacidad para la crítica. Creo que es una de las razones por las que soy
siempre evasivo con los entrevistadores. Mis conocimientos críticos con
respecto a la literatura a la larga se dan a un nivel práctico. Uso lo que me
gusta, y lo que me gusta puede ser cualquier cosa. Cavalcanti, Dante, Frost,
quien sea. Mi biblioteca está siempre en completo desorden. A duras penas
encuentro lo que quiero. No creo que un escritor tenga la responsabilidad de
ver la literatura como un proceso continuo. Muy poca literatura es inmortal. He
leído libros que me han servido de una manera maravillosa y que luego de
haberlos usado, perdieron esa utilidad en quizás muy poco tiempo.
¿Cómo es que
“utilizas” a los libros… y qué les hace perder su “utilidad”?
Mi idea de “utilizar” un libro consiste
en la excitación de encontrarme a mí mismo como último receptor del más íntimo
y profundo grado de la comunicación. Pero estos caprichos a veces pasan.
Asumiendo tu falta
de vocabulario crítico, ¿cómo podrías, sin haber tenido una educación formal,
explicar todo lo que has aprendido?
No soy un erudito. No me arrepiento de esta falta de
disciplina, pero sí admiro la erudición de mis colegas. Claro, tampoco soy un
desinformado. Eso puede ser producto de que me crié en los coletazos finales de
la cultura de New England. Todos pintaban, escribían y en particular, leían;
era un medio de comunicación bastante común y aceptado a finales de esa década.
Mi madre se vanagloriaba de haber leído Middlemarch trece veces; yo
diría que no era cierto. Es algo que podría tomarte toda una vida.
¿No había un
personaje en The Wapshot Chronicle que sí lo había leído?
Sí, Honora… o… no recuerdo quién era…
se vanagloriaba de haberlo leído unas trece veces. Mi madre solía dejar
Middlemarch en el jardín; la lluvia lo hizo trizas. Mucho de lo que está en la
novela es cierto.
Al leer esa novela
uno tiene la sensación de estar fisgoneando en tu familia.
Chronicle no fue publicado –por
consideración, hasta después de la muerte de mi madre. Una tía mía (que no
aparece en el libro) dijo, “No le hubiese vuelto a hablar si habría sabido que
tenía doble personalidad.”
¿Tus amigos o tu
familia piensan a menudo que están en tus libros?
Sí y -pienso en todos los que se han
sentido así- lo han vivido siempre con una deshonra. Si pones a alguien en un
papel secundario, asumen que así es como los ves en la realidad… pese a que el
personaje sea de otro país y cumpla un rol absolutamente distinto. Si haces ver
a alguien vacilante o torpe o de alguna manera imperfecta, asocian rápidamente.
Pero si les haces ver bellos, nunca asocian. La gente siempre está mucho más
pronta a acusar que a sentirse celebrada, en especial la gente que lee ficción.
No sé qué tipo de asociación hacen. En algún momento una mujer vino hasta mí
desde la otra punta de una reunión y me dijo “¿Por qué escribiste esa historia
sobre mí?” Y yo tratando de recordar a qué historia se refería. Bueno,
aparentemente tiempo atrás yo había descripto a alguien con ojos rojos; ella
ese día se había dado cuenta de que tenía los ojos de ese color y asumió que yo
la había utilizado.
¿Se sienten
indignados, sienten que no tienes derecho a meterte con sus vidas?
Sería más agradable si pensaran en el
costado creativo de la escritura. No me gusta encontrarme con gente que siente
haberse visto maligna cuando ésta no era la intención de nadie. Claro, muchos
escritores en su juventud tratan de ser difamatorios. Y algunos escritores
maduros también. La difamación, ciertamente, es una gran fuente de energía.
Pero esa no es la energía de la ficción, es simple calumnia infantil. Es la
clase de cosas que sacas de los cursos de la universidad. La difamación no es uno
de mis fuertes.
¿Crees que el
narcisismo es una cualidad necesaria en la ficción?
Esa es una pregunta interesante. Por
narcisismo entendemos, por supuesto, un amor propio clínico, una chica
amargada, la ira de Némesis y el resto de la eternidad convertida en una planta
que camina. ¿Quién quiere algo así? Nos amamos a nosotros mismos de vez en
cuando; pero no mucho más, creo, que la mayoría de los hombres.
¿Qué hay de la
melomanía?
Creo que en los
escritores hay una tendencia intensa al egocentrismo. Los buenos escritores a
menudo son excelentes en cientos de cosas, pero la escritura promete que el ego
se amplíe sobremanera. Mi querido amigo Yevtushenko tiene, considero, un ego
que puede reventar un cristal a veinte pies de distancia; pero conozco algún
que otro banquero fraudulento que puede hacerlo mucho mejor.
¿Piensas que tu
imaginería personal, el modo en que proyectas a los personajes, está de alguna
forma influida por el cine?
Los escritores de mi generación y aquellos que se
criaron con el cine se han vuelto sofisticados sobre la vasta y diversa
cantidad de medios que hay, y saben qué es lo mejor para la cámara y qué es lo
mejor para la narrativa. Uno aprende a pasar por alto las escenas
multitudinarias, una puerta portentosa, la ironía banal del acercamiento a la
belleza de la pata de un cuervo. La diferencia entre las dos artes, creo yo, se
entiende con claridad cuando nos damos cuenta de que no salen buenos films al
adaptar buenas novelas. Me encantaría escribir un guión original si encontrase
a un director que me caiga simpático. Hace años René Clair iba a filmar uno de
mis relatos, pero tan pronto como la productora se enteró, le negaron el
dinero.
¿Qué piensas de
trabajar en Hollywood?
El sur de California siempre huele a noches de verano…
algo que para mí significa el fin de la navegación, el fin de los juegos, pero
no tiene nada que ver con eso. Simplemente no se corresponde con mi
experiencia. Estoy mucho más interesado en los árboles… en el origen de los
árboles… y cuando te encuentras a ti mismo en un lugar en donde todos los
árboles no tienen historia y se transplantan, te sientes desconcertado.
Fui a
Hollywood a hacer dinero. Es así de simple. La gente es amistosa y la comida es
buena, pero nunca fui feliz allí, tal vez porque sólo fui en busca de un
cheque. Tengo ciertamente el respeto más profundo por una docena de directores
que están implicados allí y que, pese a todos los apabullantes problemas de
financiar un film, continúan sacando adelante films brillantes y originales.
Pero lo primero que siento cuando pienso en Hollywood es en el suicidio. Si
alcanzaba a levantarme y darme una ducha, ya era suficiente. Como nunca pagaba
las cuentas, hubiese podido llamar por teléfono y pedir el desayuno más
elaborado que podía ocurrírseme, y luego meterme en la ducha y ahorcarme allí.
Esto no es una reflexión sobre Hollywood, pero estando allí me ha parecido
sufrir un complejo de suicida. Por algo no me gustan las autopistas. Incluso en
las piscinas que hay allí hace demasiado calor… 85 grados, y la última vez que
estuve ahí, a finales de Enero, en las tiendas vendían kipás para perros…
¡Dios! Fui a una cena en la que una mujer perdió el equilibrio y se desmayó. Su
marido le gritaba “Nunca me escuchas cuando te digo que traigas tus muletas.”
¡No puede existir una frase mejor que esa!
¿Qué hay de esa
otra comunidad, la académica? Produce muchísimos trabajos críticos… con una
necesidad tan excesiva de categorizar y etiquetar.
Ese vasto mundo académico existe, como
cualquier otra cosa, en base a producir algo que le asegure un rédito. Así es
que tenemos trabajos sobre ficción, pero en cantidades propias de una
industria. En modo alguno ayuda a quienes escriben ficción y a quienes la leen.
Todo el asunto es una empresa subsidiaria, tal como lo es extraer químicos
útiles del humo. ¿Te conté sobre la reseña que salió en Ramparts sobre Bullet
Park? Decía que perdí grandeza al haberme ido de St. Boltophs. De haberme
quedado, tal como lo hizo Faulkner en Oxford, probablemente habría sido tan
grande como Faulkner. Pero cometí el error de dejar este lugar que, claro,
nunca existió. Es tan raro que te digan que vuelvas a un lugar. Parece ficción.
Supongo que se
referían a Quincy.
Sí. Pero me puso triste cuando lo leí. Entendí lo que trataban de decir.
Es como que te digan que vuelvas a un árbol junto al que has vivido catorce
años.
¿Cómo es la gente
que imaginas que leen o esperas que lean tus textos?
Todo tipo de gente inteligente y
agradable lee libros y escribe sentidas cartas sobre ellos. No sé quienes son,
pero me resultan maravillosos y parece vivir libres de los prejuicios de la
publicidad, del periodismo y del irritante mundo académico. Piensa en los
libros que hemos disfrutado independientemente de todo. Let Us No Praise
Famous Men. Under the Vulcano. Henderson the Rain King. Un
libro espléndido como El Regalo de Humboldt [Saul Bellow] se recibió con
confusión y espanto, pero cientos de personas salieron y compraron ediciones de
tapa dura. La habitación en la que yo trabajo tiene una ventana que da a un
bosque, y me gusta pensar que esos adorables, misteriosos y encarecidos
lectores están ahí.
¿Crees que la
literatura contemporánea está volviéndose más especializada, más
autobiográfica?
Tal vez sí. Las autobiografías y las cartas quizás sean más interesantes
que la ficción, pero aún así, yo me apego a la novela. La novela es un medio de
comunicación muy preciso en el que muchísima gente encuentra más respuestas que
no puedes encontrar en las cartas y los diarios.
¿Empezaste a
escribir siendo un niño?
Solía contar historias. Fui a una escuela muy permisiva
llamada Thayerland. Me encantaba contar historias, y si todos hacían su tarea
de aritmética –era un escuela pequeña, probablemente no habría más de dieciocho
o diecinueve estudiantes- entonces el maestro les prometía que luego yo les
contaría una historia. Contaba seriales. Me parecía bastante perspicaz de mi
parte ya que sabía que si no acababa la historia al cabo de una hora, luego
todos me pedirían que les contase el final en la próxima.
¿Qué edad tenías?
Bueno, tengo tendencia a mentir sobre
mi edad, pero supongo que tenía ocho o nueve.
¿Podías extender
una historia a lo largo de una hora a esa edad?
Oh, sí. Podía entonces. Y aún puedo.
¿Qué aparece
primero? ¿La trama?
No trabajo a partir de tramas. Trabajo con la intuición, la aprensión, los
sueños, los conceptos. Los personajes y los sucesos me llegan simultáneamente.
La trama implica la narrativa y un montón de basura. Es un intento calculado de
atrapar el interés del lector al punto de que piense en ello como una
convicción moral. Claro, uno no quiere aburrir… se necesita un elemento de
suspenso. Pero la narrativa es una estructura rudimentaria, tan rudimentaria
como un riñón.
¿Siempres has sido
escritor o has tenido otros trabajos?
Conduje un camión repartidor de diarios una vez. Me
gustaba mucho hacerlo, especialmente durante las Series Mundiales, cuando el
diario de Quincy se llenaba de datos y estadísticas sobre boxeo. Nadie tenía
radio, ni televisión – no significa que el pueblo se iluminaba con velas, pero
sí que se esperaban las noticias. Me hacía sentir bien ser el tipo que les
traía buenas noticias. También pasé cuatro años en el ejército. Mi primer
relato, “Expelled”, lo vendí a los diecisiete a The New Republic. The New
Yorker empezó a publicar mis cosas cuando tenía treinta y dos. New Yorker me
apoyó por muchísimos años. Es un asociación muy amena. Le enviaba entre doce y
catorce relatos al año. Al principio vivía en una habitación esquálida de los
barrios bajos, en la calle Hudson, tenía una ventana rota. Luego conseguí
trabajo en MGM junto a Paul Goodman; hacíamos sinopsis. Con Jim Farrell
también. Teníamos que reducir cada libro publicado a tres, cinco o doce
páginas, y nos pagaban cerca de 5 dólares por cada uno. Lo tipeaba yo mismo.
Ah, aquel papel carbónico…
¿Cómo era escribir
ficción para The New Yorker en aquellos días? ¿Quién era el editor?
El editor fue Wolcott Gibbs por muy
poco tiempo, y luego vino Gus Lobrano. Le conocía bastante bien e íbamos juntos
a pescar. Y por supuesto, Harold Ross, que era un hombre difícil, pero le
estimaba. Me hizo muchas preguntas absurdas sobre un manuscrito –se ha escrito
mucho al respecto- unas treinta y seis preguntas. Creí que era algo ultrajante,
una violación a mi buen gusto, pero a Ross no le importó. Le gustaba meter
mano, espabilar un poco al escritor. En ocasiones era brillante. En “The
Enormous Radio” hizo dos cambios. Había una escena en que alguien encontraba un
diamante en el suelo de un baño luego de una fiesta. Un tipo decía,
“Vendámoslo, podemos sacar un par de dólares.” Ross cambió “dólares” por
“billetes,” lo cual fue absolutamente perfecto. Brillante. Luego en donde yo
había escrito, “la radio empezó a sonar suavemente,” Ross apuntó otro “suave”:
“La radio empezó a sonar suave, suavemente.” Era algo absolutamente acertado.
Pero luego había otras treinta y cinco sugerencias como, “Este relato trascurre
en treinta y cuatro horas y nadie ha comido nada. No hay mención a la comida.”
Un ejemplo típico de este tipo de cosas fue “La Lotería,” el relato de Shirley
Jackson, sobre aquel ritual de las piedras. Ross odiaba aquella historia;
comenzó a enviciarse. Dijo que no había ninguna ciudad en Vermont donde hubiese
ese tipo de rocas. Refunfuñaba una y otra y otra vez, y no era algo
sorprendente ya. Ross solía asustarme muchísimo. Una vez fui a un almerzo y no
supe que iba a ir también hasta que lo vi entrar con un huevera. Me senté con
la espalda muy pegada contra el respaldo. Estaba asustado de veras. Él era muy
rompe pelotas, muy toca narices, el tipo de persona que puede subirse los
calzoncillos para enseñarte lo que hay entre los pantalones y la camiseta.
Empezó a empujarme, daba saltos y se me encimaba. Fue una relación creativa y
destructiva a la vez de la que aprendí mucho y en verdad le echo de menos.
¿Conociste muchos
escritores en ese período, no?
Para mí era algo terriblemente importante porque yo
venía de un pueblo. Yo dudaba de mí como escritor hasta que conocí algunos
otros que fueron muy importantes: uno fue Gaston Lachaise y el otro E. E.
Cummings. A Cummings lo amaba, y me encantaba su memoria. Hacía una marvillosa
imitación de una locomotora de carbón yendo de Tiflis a Minsk. Podía oir una
aguja caer en el barro a tres millas de distancia. ¿Recuerdas cómo murió
Cummings? Fue en septiembre, hacía calor y Cummings estaba cortando leña en la parte
de atrás de su casa, en New Hampshire. Tenía sesenta o setenta años, o por ahí.
Marion, su esposa, se asomó a la ventana y le preguntó, “¿No hace un calor
agobiante para estar cortando leña?” Él dijo, “Ya paro, pero quiero afilar el
hacha antes de guardarla, cariño.” Ésas fueron las últimas palabras que dijo.
Marianne Moore ofreció un panegírico en su funeral. Marion Cummings tenía unos
ojos enormes. Podías hacerle lugar en un libro a esos ojos. Fumaba un
cigarrillo tras otro y llevaba puesto un vestido negro con quemaduras de
colillas en él.
¿Y Lachaise?
No sé qué decir de él. Creo que es un
artista impresionante y además, un hombre muy calmo. Solía ir al Metropolitan y
abraza a las estatuas que le gustaban, pese a que él no estuviera representado
allí.
¿Cummings te dio
algún consejo como escritor?
Cummings nunca fue paternalista. Pero su manera de
inclinar la cabeza, su voz de hay-humo-en-la-chimenea, su cortesía para con el
alcohol y lo vasto de su amor a Marion, todo eso era aconsejable.
¿Has escrito
poesía alguna vez?
No. Me parece que la disciplina es muy diferente… es otro lenguaje, otro
continente distinto al de la ficción. En muchos casos los relatos cortos son en
buena medida mucho más disciplinados que mucha de la poesía que hay. Pero igualmente
son dos disciplinas diferentes, como lo son nadar y disparar una escopeta de
calibre doce.
¿Las revistas te
han pedido alguna vez que escribieras periodismo?
Le pedí a Saturday Evening Post hacer
una entrevista con Sophia Loren. Y lo hice. Llegué a besarla. Tuve varias
ofertas, pero ninguna tan buena como ésa.
¿No crees que hay
una tendencia en los escritores a escribir periodismo, tal como lo hace Norman
Mailer?
No me gusta tu
pregunta. La ficción debe competir con el reportaje de primera línea. Si no
puedes escribir una historia que sea equivalente a lo que resulta de una pelea
en la calle, entonces no puedes escribir una historia. Deberías dejarlo. En
muchos casos, la ficción no salió airosa de la competencia. En estos días el
campo de la ficción está plagado de relatos sobre niños sensibles que se crían
en una granja de pollos, o de putas que se desvisten con glamour. El Times
nunca ha estado tan lleno de basura como en este último tiempo. Aún así, el uso
de palabras como “muerte” o “invalidez” en torno a la ficción disminuye tanto
como a cualquier otra cosa.
¿Te sientes
forzado a experimentar en la ficción, a moverte hacia lo bizarro?
La ficción es experimentación; cuando
cesa de serlo, cesa de ser ficción. Uno nunca escribe una oración sin la
creencia de que nunca ha sido escrita de la misma manera y quizás, incluso, con
la idea de que lo sustancial de esa oración jamás se ha oído. Cada oración es
una innovación.
¿Sientes que
perteneces a algún tipo de tradición de las letras norteamericanas?
No. De hecho, no puedo pensar en
ningún escritor norteamericano que pueda ser clasificado como parte de
determinada tradición. Ciertamente, no se puede meter a Updike, a Mailer, a
Ellison o a Styron en una tradición. La individualidad del escritor nunca ha
sido tan intensa como lo fue en Estados Unidos.
Bien, ¿piensas en
ti como en un escritor realista?
Tendríamos que ponernos de acuerdo sobre a qué nos
referimos antes de hablar de definiciones como ésas. Las novelas documentales,
como las de Dreiser, Zola, Dos Passos –pese a que no me gustan- pueden, creo,
ser clasificadas de realistas. Otro novelista documental es Jim Farrell; de
alguna manera, Scott Fitzgerald también lo era, pese a que si pensamos en él de
esa manera, humillaríamos lo que mejor hizo… o sea, tratar de ofrecer una
imagen de un mundo que era muy particular.
¿Crees que
Fitzgerald era consciente de ser un documentalista?
He escrito algo sobre Fitzgerald y he
leido todas las biografías y los trabajos críticos y casi lloro al final de la
lectura de uno de ellos –lloré como un bebé-. Es una historia muy triste. Toda
la estima estaba puesta en sus descripciones del crash de 29, la prosperidad
excesiva, la música, y al hacer esto, su trabajo se veía bastante anticuado… en
algunos períodos. Esto es lo que desmerece al mejor Fitzgerald. Uno sabe al
leer a Fitzgerald a qué tiempo se refiere, a qué lugar preciso, a qué país.
Ningún otro escritor ha sido tan veraz al retratar una escena. Pero no siento
que esto sea pseudo-historia, sino un sentimiento de haber vivido algo. Todo
gran hombre es escrupulosamente veraz a su tiempo.
¿Crees que tu
trabajo se verá anticuado igual que el de Fitzgerald?
Oh, no me anticipo a las lecturas que
vaya tener mi trabajo. No es algo que me concierna. Podría ser olvidado mañana
mismo; y no me desconcertaría después de todo.
Pero una buena
parte de tus relatos desafían al tiempo; podrían tener lugar en cualquier
tiempo y en cualquier sitio.
Por supuesto, esa ha sido mi intención. Aquellos a los
que puedes localizar en un tiempo preciso son los peores. La historia aquélla
del refugio anti-bombas (“The Brigadier and the Golf Widow”) trata sobre el
nivel de un cierto tipo de ansiedad y el refugio, que tiene lugar en la
historia en un lugar particular, es tan solo una metáfora… en todo caso, esa
fue mi intención.
Una historia muy
triste.
Todos siempre
dicen eso sobre mis historias, “Oh, son tan tristes.” Mi agente, Candida
Donadio, me llamó para hablar de una de ellas y me dijo “Oh, es hermosa, tan
triste.” Yo le dije, “Bueno, será porque soy un hombre triste.” Lo triste sobre
“The Brigadier and Golf Widow” es la mujer que mira al refugio hacia el final
del relato y luego sigue a la criada. ¿Sabías que The New Yorker quiso quitar
eso? Pensaban que el relato sería más efectivo sin el final. Entré por un
momento para echarle un ojo a los borradores y vi que faltaba una página.
Pregunté dónde estaba el final de la historia. Una chica me dijo “Mr. Shawn
piensa que queda mejor así.” Salí de allí muy enfadado, tomé el tren de vuelta
a casa, bebí mucho gin y llamé por teléfono a uno de los editores. Por
entonces, ya estaba hablando fuerte, siendo abusivo y obseno. Él estaba con
Elizabet Bowen y Eudora Welty. Preguntaba si podía atender la llamada en otro
lugar. De todas formas, volví a New York la mañana siguiente. Habían cambiado
la revista por completo –poemas, noticias, historietas- y reemplazado la
escena.
Es un rumor
clásico con respecto a The New Yorker: “Remueve el último párrafo y ya tienes
un típico relato de The New Yorker.” ¿Cómo definirías a un buen editor?
Mi idea de un buen editor es un hombre
agradable, que me envía buenos cheques, venera mi trabajo, mi belleza física y
mi capacidad sexual, y que es capaz de estrangular a quien va a publicarte y al
tipo del banco.
¿Qué hay del
principio de los relatos? Sueles empezar de manera lacónica. Apabullante.
Bueno, si intentas como cuentista
establecer alguna relación con el lector, no empiezas por decirle que tienes
dolor de cabeza y que te ha salido un zarpullido grave en Jones Beach. Una de
las razones es que la publicidad en las revistas es mucho más común hoy en día
que hace veinte o treinta años atrás. Al publicar en una revista estás
compitiendo contra una publicidad muy ceñida, avisos de agencias de viajes,
desnudos, historietas, incluso poesía. La competición misma casi lo vuelve algo
imposible. Hay un principio básico que siempre tengo en mente: alguien que
vuelve luego de un año en Italia con una beca Fullbright; su portaequipaje está
abierto y en vez de ropa y recuerdos, encuentran un cuerpo mutilado, un
marinero italiano; está todo salvo la cabeza. Otra oración para empezar en la
que pienso a menudo es “El primer día que robé en Tiffany’s estaba lloviendo.”
Claro, puedo comenzar una historia de esa manera, pero no es así como uno
debería hacer que la ficción funcione. Uno se tienta porque ha habido siempre
una genuina pérdida de serenidad, no sólo en el público lector, sino en toda
nuestra vida. Paciencia, tal vez, o incluso la habilidad de concentración. En
algún punto, cuando apareció la televisión a nadie se le ocurrió publicar un
artículo que no pudiese leerse durante los comerciales. Pero la ficción durará
lo suficiente como para sobrevivir a todo esto. No me gustan los relatos cortos
que comienzan “Estaba a punto de suicidarme” o “Estaba a punto de dispararte.”
O, como aquella cosa de Pirandello, “Voy a dispararte o tú vas a hacerlo, o
vamos a dispararle a alguien, quizás el uno al otro.” O como en la literatura
erótica “Empezó a sacarse los pantalones, pero el cierre se atascó… agarró una
lata de aceite y…” y así.
Ciertamente tus
historias van rápido, se mueven mucho.
El primer principio de la estética es
o el interés o el suspenso. No puedes esperar comunicarte con alguien si eres
aburrido.
William Golding
escribió que existen dos tipos de novelistas: los que dejan que el significado
se desarrolle a partir de los personajes y las situaciones, y los que tienen
una idea y buscan un mito que la encubra. Él es ejemplo del segundo tipo y
piensa que Dickens pertenece al primero. ¿Piensas que tú encajas en algunas de
las categorías?
No sé bien a lo que se refiere Golding con eso. Cocteau decía que escribir
es el empeño de una memoria que no será comprendido. Estoy de acuerdo con eso.
Raymond Chandler lo describió como una línea directa al subconsciente. En
realidad, los libros que amas, cuando los abres, te dan la impresión de que
siempre han estado allí. Es una creación, algo así como habitación de la
memoria. Lugares a los que uno nunca ha ido, cosas que uno nunca ha visto ni
oido, pero que son tan apropiadas cuando las oyes sonar que, de alguna manera,
sientes que sí has estado allí.
Pero ciertamente
hay mucha resonancia de lo mítico… por ejemplo, referencias a la Biblia y a la
mitología Griega.
Eso se explica por el hecho de que me eduqué en el sur de Massachussets,
donde la mitología era una materia que todos debíamos comprender. En gran
medida formó parte de mi educación. La manera más fácil de analizar el mundo es
a través de la mitología. Se han escrito cientos de ensayos sobre aquellas
líneas – Leander es Poseidon y alguien es Ceres, y así. Parece un análisis
superficial, pero produce ensayos muy potables.
Aún así, buscas
esa resonancia
La resonancia, claro.
¿Cómo trabajas?
¿Las ideas te salen de inmediato, naturalmente, o das vueltas a su alrededor
por un tiempo, dejándolas incubarse?
Hago ambas cosas. Lo que me gusta es cuando me llegan
asuntos totalmente disparatados. Por ejemplo, estaba sentado en un café leyendo
una carta con la noticia de que una ama de casa aburrida estaba en la primera
línea de un club de desnudos. Mientras lo leía, podía oir a una mujer inglesa
regañando a sus hijos: “Si no lo haces, cuento hasta tres” decía. Cayó una hoja
de un árbol que me recordó que era otoño y que mi esposa me había dejado y
estaba en Roma. Ahí estaba mi relato. Tuve un experiencia equivalente con el
final de “Goodbye, My Brother” y “The Country Husband.” A Hemingway y a Nabokov
les gustaron esos dos. Lo tenía todo allí: un gato con sombrero, una mujer desnuda
saliendo del mar, un perro con un zapato en la boca y un rey vestido de dorado
montando un elefante por la montaña.
¿O Ping-Pong bajo
la lluvia?
No recuerdo de
qué relato es eso.
Alguna vez habrás
jugado Ping-Pong bajo la lluvia.
Probablemente sí.
¿No recuerdas
cosas así?
No se trata de
recordarlas. Se trata más bien de algún tipo de energía galvánica. Y claro,
además es también una cuestión de darle sentido a las experiencias de uno.
¿Crees que la
ficción debe ser aleccionadora?
No. La ficción debe iluminar, explotar, refrescar. No
creo que tenga que haber otra moral que sea consecuencia de la ficción más allá
de la excelencia. La agudeza de los sentimientos y la velocidad parecen siempre
haber sido terriblemente importantes. La gente busca moralejas en la ficción
porque siempre ha habido confusión entre la ficción y la filosofía.
¿Cuándo te das
cuenta de lo apropiado de un relato? ¿Te golpea repentinamente en un primer
momento o eres crítico con él a medida que avanzas?
Creo que hay una cierta influencia en
la ficción. Por ejemplo, el último relato que escribí no estaba bien. Tuve que
escribir el final una y otra vez. Creo que es una cuestión de tratar de hacerlo
corresponder con una visión. Hay una forma, una proporción y uno sabe cuando
hay algo que no encaja.
¿Por instinto?
Supongo que para todo aquel que haya
escrito tanto como lo he hecho yo… sí, probablemente sea por lo que llamas
instinto. Cuando una línea no encaja, simplemente te das cuenta de ello.
Una vez me dijiste
que te interesaba pensar nombres para personajes.
Eso me parece muy importante. He
escrito una historia sobre hombres con cientos de nombres, todos abstractos,
nombres con un muy bajo poder de alusión: Pell, Weed, Hammer y Nailles. Y por
supuesto, habían sido pensados de manera pícara, pero no lo parecían en
absoluto.
La casa de Hammer
aparece el “El Nadador.”
Es cierto. Ese fue un muy buen relato. Y escribirlo fue
terriblemente difícil.
¿Por qué?
Porque no podía ni siquiera asomar una
mano afuera. Estaba anocheciendo, el año se terminaba. No era una cuestión de
problemas técnicos, sino de imponderables. Cuando él se da cuenta de que es de
noche y hace frío, era algo que tenía que pasar. Y, Dios, claro que pasó. Me
sentí muy frío y oscuro mucho tiempo después de haber acabado el relato. De
hecho, es uno de los últimos que he escrito en mucho tiempo, ya que luego
empecé con Bullet Park. A veces las historias que le parecen fáciles al
lector son las más difíciles de escribir.
¿Cuánto tiempo te
toma escribir un relato?
Tres días, tres semanas, tres años. Suelo leer al azar
mi propio trabajo. Parece haber una particular forma ofensiva de narcisismo. Es
como poner cintas una y otra vez de tu propia conversación. Como mirar sobre tu
hombro para ver adonde has corrido. Por eso es que a menudo uso la imagen del
nadador, el corredor, el saltador. El objetivo es terminar y pasar a lo
siguiente. Incluso sentí, aunque no tan fuertemente como antes, que si miraba
por sobre mi hombro, moriría. Con frecuencia pienso en Satchel Paige y su
consejo de que siempre tiene que haber algo que esté sacándote ventaja.
¿Hay relatos que
sientas que son particularmente buenos una vez que los has terminado?
Sí, hubo unos quince que al terminarlo
sentí un BANG! Los amaba y amaba a todo el mundo –los edificios, las casas,
todo lo que había. Es una sensación genial. Muchos de ellos fueron escritos en
el espacio de tres días y pasaban las treinta y cinco páginas. Me gustan, pero
no puedo leerlos. Si lo hiciera, en muchos casos dejarían de gustarme.
Recientemente has
hablado claramente sobre el bloqueo del escritor, algo que nunca te ha pasado.
¿Qué sientes al respecto?
Todo recuerdo doloroso se entierra muy profundo y no hay
nada más doloroso para un escritor que sentirse incapaz de escribir.
Cuatro años parece
ser bastane tiempo para una novela, ¿no?
Es el tiempo que toma en realidad. Hay
una cierta monotonía en este tipo de vida, algo que muy pocas veces puedo
cambiar con facilidad.
¿Por qué?
Porque no me parece que sea la función
apropiada con respecto a la escritura. De ser posible, hay que ampliar el
público. Darles riesgos, devolverles su propia divinidad, no bajarles línea.
¿Crees que has
hecho que tu público mermara con Bullet Park?
No, no siento eso. Pero creo que se
entendió en esos términos. Creo que Hammer y Nailles se vieron como una
casualidad social, y no era mi intención en absoluto. Y creo que traté de
dejarlo en claro. Pero si no te comunicas, no es la culpa de nadie. Ni Hammer
ni Nailles fueron pensados para ser metáforas sociales o psíquicas. El libro se
malinterpretó en esos términos. Pero bueno, no leo reseñas, así que no sé en
verdad lo que está sucediendo.
¿Cómo te das
cuenta cuando un trabajo completado te satisface?
Para mi absoluta y permanente
satisfacción, nunca he completado nada en mi vida.
¿Sientes que pones
mucho de ti en el momento en que estás escribiendo una línea?
Oh, sí, sí. Cuando hablo como
escritor, hablo con mi propia voz. Es algo tan único como tus huellas digitales
y corro el riesgo máximo de parecer profundo o tonto.
Cuando te sientas
a la máquina de escribir, ¿tienes la sensación de que eres una especie de
Deidad que crea un mundo entero?
No, nunca tuve esa sensación de deidad. Todos tenemos cierto
poder de control, es parte de nuestras vidas: lo tenemos en el amor, en el
trabajo que amamos hacer. Es una suerte de éxtasis, tan simple como eso. La
sensación es de “esta es mi ocupación y puedo sacarla adelante.” Siempre te
deja una sensación genial. Para resumir, le da sentido a tu vida.
¿Sientes eso
durante o después del trabajo? O sea, si no funciona, ¿sigues trabajando?
Me he
sentido muy poco esclavizado en mi vida. Cuando escribo un relato que en verdad
me gusta, es… bueno, es maravilloso. Eso es lo que puedo hacer y me encanta
poder hacerlo. Me doy cuenta de que me siento bien. Me doy cuenta con sólo
decirle a Mary y a los chicos, “Bueno, desaparezco, déjenme solo. Nos vemos en
tres días.”
Hola, algun profesor de literatura nos dijo alguna vez que en la literatura ya se habìa dicho todo... pero hacia referencia a la verdad y la mentira que se conjugan en la creación literaria.
ResponderEliminarSaludos primera vez que te leo :)