A Franco Farolfi
Casarsa, septiembre de 1948
Querido Franco:
(…)
La segunda cosa que tengo que decirte… es que para mí ha terminado el período de la vida en el que uno cree ser sabio por haber superado la crisis y haber satisfecho ciertas terribles necesidades (sexuales) de la adolescencia y de la primera juventud. Estoy dispuesto a reintentar y a volver a ilusionarme y a desear; soy definitivamente un pequeño Villon o un pequeño Rimbaud. En tal estado de ánimo, si encontrase un amigo podría ir incluso a Guatemala o a París.
Mi homosexualidad ha entrado en mi conciencia hace ya varios años; es un cabo que debes doblar sin esperanza de poder volver atrás. ¿Me aceptas? Bien. ¿Soy muy diferente de aquel amigo tuyo de la secundaria y de la universidad, verdad? Pero quizá mucho menos de lo que crees. Es más, quizá siga siendo demasiado parecido al Pier Paolo de aquel tiempo (si mi caso clínico es el infantilismo). Se no hubiese habido una injustificable y extraña dificultad en estos últimos meses, te diría que la poesía sigue siendo mi área de competencia (para no decirte justamente vocación o asilo o norma higiénica). Tengo a mis poesías en increíble desorden y además no me gustan. Por estas dos razones no te las mando (…).
Pier Paolo
A Silvana Mauri
[Roma], 11 de febrero de 1950
Querida Silvia:
Continúo con mi carta de ayer, cada vez más extrañamente tranquilo. El apartarme imprevistamente de mi mundo me ha aislado en otro mundo que me parece vacío e irreal. Por otra parte, por la falta total de pena, comprendo hasta qué punto Casarsa ya está superada. En el fondo, ahora, lo que más me interesa son los problemas prácticos: por la insistencia y la dificultad de mi carta de ayer habrás comprendido cómo, en este momento, los problemas esenciales se destrozan entre mis dedos, o en la garganta, como un “mea culpa” repetido mecánicamente.
Me parece que todo ha quedado en el Friuli, como el paisaje. Roma se extiende alrededor de mí, como si también la ciudad hubiese sido dibujada en el vacío, aunque todavía tenga un fuerte poder consolatorio: y yo me sumerjo en sus ruidos de modo de no sentir mis notas desentonadas.
Ayer me ha escrito a Sereni, incitándome él también a tener esperanza: en estos dos últimos días ha retomado su justa proporción la importancia de ser publicado por Mondadori: lo espero tan ardientemente y desesperadamente que no me atrevo siquiera a decirlo (…).
Las novelas que estoy escribiendo son dos. No te asustes. En estos últimos meses no he hecho otra cosa que escribir, incluso diez horas por día. ¿Recuerdas los cuadernitos rojos que sobresalían de mi bolsillo aquella noche cuando perdí el tren? Eran mis diarios de mi amor por Tonuti. Los empecé en el 46, cuando estaba ya en el final, y continué escribiéndolos interrumpidamente: tenía ya un pequeño volumen de un centenar de páginas.
Pero no estaba contento. Cronológicamente, yo pasé de la poesía a la prosa, y aquellos, en prosa, eran mis balbuceos. En estos últimos meses he retomado el libro, he alternado el diario y la narración en tercera persona: en pocas palabras, he objetivado (en el sentido menor de esta palabra, no sé si también lo habré hecho en el sentido mayor) el hecho, cambiando los nombres de los protagonistas y de los lugares, reconstruyendo todo con menor compromiso de confesión y mayor libertad de invención. Pero al libro, que debería llega a las 200, 250 páginas, todavía le faltan dos o tres capítulos.
El segundo libro se titula Amado mío: es en parte la continuación de Actos impuros, pero todavía más fantasiosamente liberado de la biografía. El protagonista se me parece menos todavía que el de Actos impuros: incluso, es muy diferente de mí como carácter. Para él hay una condena implícita: así y todo, su amor por un jovencito se narra como una leyenda, con la duración precisa de una breve narración, aun cuando su extensión tipográfica abarcará una doscientas páginas. Es mi libro “maligno”, el que hace mal. La acción se desarrolla en el Friuli (¿recuerdas lo que te dije sobre Malafiesta?) y un poco en Roma, la Roma de los cines barriales de Trastevere, de las zonas en construcción y también de la calle del Tritón. Yo pienso que este es mi libro menor, pero, en sus límites, el más logrado. Pero también por eso me faltan los tres últimos capítulos (…).
A Italo Calvino
Roma, 6 de marzo de 1956
Queridísimo Calvino:
tus dos cartas, la de la “editorial oficial” y la “personal”, me han llenado de alegría. En cuanto a la primera, lamentablemente, tengo que mantener la negativa: tengo un contrato con Mondadori, firmado hace un año, para un libro, La humilde Italia, que contiene precisamente los poemas de El Apenino y Las cenizas: ahora, lamentablemente, ya he enviado ese libro a Mondadori, dos o tres días antes de que caducara el plazo. Y me arrepentí, porque ahora está también Garzanti, con quien estoy muy relacionado (me paga para que pueda continuar con la segunda novela) y que lo quiere a toda costa. Los hechos han tomado este rumbo. Y pensar que el sueño de toda mi adolescencia era publicar mis versos en Einaudi (entonces habían salido las Ocasiones y el Rilke de Pintor)…
En cuanto a tu segunda carta, habría que hacer un discurso largo como un volumen. Pero salte todo aquello que podría decirte acerca de la antología, que has entendido, en sus intenciones, como poeta. Una sola observación sobre cierta dificultad de mi posición crítica: una observación, por decirlo así, histórica. Creo que tiene poco en común con Garboli, Citati, etc., en cuanto a sus orígenes. Porque yo he comenzado a escribir cosas de crítica en el 40 y en el 41 y no algunos años después del 45. Hace mucho, como ves, que trabajo, y ciertos traumas de la propia formación literaria de uno son difícilmente curables. Eso de “alusivamente hermético” que tú sientes que subsiste en mi crítico crea que es una característica, por ahora, fatal, que se irá extinguiendo sólo muy lentamente. Además, mi tendencia a la crítica estilística, Spitzer-Devoto-Contini, me conduce fatalmente a cierta dificultad para los no iniciados en la terminología técnica (que es sin embargo tan cómoda, y ahorra largos derroteros aproximativos de palabras). En relación con las Cenizas de Gramsci dijiste cosas muy acertadas: el shelleysmo inserto en Gramsci y en Togliatti y el sabor meridional y romano de todo el movimiento obrero italiano (fusiones e híbridos que relativizarían la antítesis que he expresado en el poema justamente por oposición, dramáticamente) es un hecho que acepto como objetivamente real. Pero sólo que para ti lo es también en tu fuero íntimo, subjetivamente; para mí, no. Y no por mayor moralidad de mi parte, por la cual no puedo aceptar el acuerdo, el híbrido, la conciliación. En cierto sentido, tú eres mucho más rígido y moralista que yo. Pero en ti, justamente, ya sea por tu psicología, ya sea por tu experiencia personal, ese contraste no tiene sentido, se presenta como inútil o como pérdida de tiempo. Pero tal falta de prejuicios en mí se ve obstaculizada por: 1) una formación literaria quizá más precoz que la tuya: yo, a partir del 37, estaba en plena iniciación hermético-decadente, y con mi habitual violencia e insaciabilidad; 2) la excepcionalidad de mi eros, que ha sido un trauma pesadísimo y tremendo durante toda mi adolescencia y primera juventud. Hechos, tanto el I como el II, que aumentan vertiginosamente ese algo de shilleysmo que puede haber en ti, como en Gramsci o en Togliatti… Hasta hacer de ellos ya no un componente poco atendible, sino una “cantidad”, justamente, antitética. 3) El hecho de que mi hermano haya muerto a manos de los comunistas, aun cuando éstos eran de Tito o se habían pasado a él. Mi hermano era la creatura más noble que he conocido; se fue con los partisanos cuando todavía no había cumplido diecinueve años, por pura fe y puro entusiasmo (no para huir, como hicieron muchos: no tenía todavía obligaciones militares de las que escaparse). Había partido con sentimientos comunistas. Luego, allá arriba, en las montañas, por una serie de circunstancias había entrado en las filas del “Osoppo” y se había inscripto en el Partido de Acción. Naturalmente, con el Osoppo, se había opuesto a las pretensiones de Tito que quería tomar para sí la Venecia Julia y el Friuli, y después de haber combatido como un héroe contra alemanes y mongoles, terminó muriendo como un héroe, muerto por comunistas enloquecidos y feroces. De ahí que para mí –que siempre voté por el PCI y que me siento comunista- la verdadera elección, la elección total sea tan dramática y difícil. Debes tomar las Cenizas de Gramsci como un hecho personal mío, no como un hecho paradigmático.
En cuanto a los adjetivos, tienes razón, una y mil veces razón. Hay entre ellos y yo una lucha sorda, que termina a menudo con mi derrota: soy tan débil que termino aceptando cierto manierismo, aun avergonzándome de ello.
Te abrazo con afecto. Tuyo
Pier Paolo Pasolini
A Pinuccia Ferrari
[Roma, octubre de 1975]
Querida Pinuccia:
Gracias por tus precisiones desde lo “vivido” sobre el ausentismo; que, lingüísticamente, no es sin embargo ese horrible “vanguardismo muy mediocre” que tú crees. Se trata, come recordaba en el artículo al que te refieres, es decir mi ataque luterano a Donat Cattin, con motivo del “Proceso”, de una vieja palabra. Que yo verdaderamente escuche a los catorce años, cuando era vanguardista. No se trata de una broma. Después, verdaderamente no la escuche más. Que hoy esa palabra tenga un “revival” es atroz. Observa que la ha usado incluso el presidente Leone en una entrevista del Corriere, en los días de la feria de agosto. Para analizar este fenómeno habría que escribir un libro. Es verdad que Donat Cattin y Leone usan la palabra “ausentismo” como viejos que han creído en el Estado. Y es claro que probablemente los fascistas habían adoptado la palabra “ausentismo” del precedente Estado liberal, sustituyendo su connotación legalista y leal con una connotación terrorista. El “ausentista” era un traidor. Pero con el tiempo el sentido del Estado ha cambiado. Éste ha perdido totalmente la estima de los ciudadanos. Ellos no pueden manifestar su falta de estima sino con el ausentismo: es lo mínimo que pueden hacer. Donat Cattin y Leone postulan por lo tanto un Estado y un momento de la industrialización que no existe más.
No estés cansada. Ni triste, mi pasajera y desconocida correspondiente.
Recuerda las palabras de Spinoza que tú misma has escrito en el frontispicio del bello libro de Raffaella Dore, Lo dioses de los niños, que me has enviado: “La tristeza es una condición de inferioridad del corazón humano”.
Un saludo afectuoso. Tuyo
Pier Paolo Pasolini
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