Paris Review: Cuando comenzaron a aparecer tus cuentos, muchos reseñistas te señalaron como un ciudadano típico de los sesenta.
Michaels: La verdad es que nunca me sentí parte de ninguna era ni tenía ninguna relación consciente con lo que estaba en el aire. Si me comparo con mis amigos, a mi Kennedy y su círculo no me interesaban lo más mínimo. Cuando Dylan estaba en su apogeo, yo prefería a The Coasters.
Nunca me acostumbre a nada. Me falta esa sensibilidad que se estremece cuando algo cambia en el ambiente cultural. Todavía escucho a Miles Davis y a Tito Puente y voy a los lugares latinos, especialmente al Cesar Latin’s Place en San Francisco. Cachao, el bajista que inventó el mambo, me parece un artista tan fundamental como Picasso. Aunque, considerando el énfasis que se pone en estos días en el sonido, diría que más importante. A mí lo que me interesaba era la forma, no los oráculos. A veces en los sesenta la gente escuchaba a los músicos populares buscando el significado de la vida.
En los grandes días del Palladium y Birdland, yo iba de un club a otro. Escuchaba a Puente y veía a los Mambo Aces, y después me iba Broadway abajo para ver a Erroll Garner y a Sarah Vaughan. Ellos eran mi idea de contracultura. Tesoros nacionales que pasan sin ser notados. Un artista como Tito Puente deberá tener una medalla del congreso.
P.R.: En su entrevista con la Paris Review, Faulkner dijo “Si un escritor tiene que robar a su madre, no dudará; la ‘Oda a una urna griega’ es más valiosa que unas cuantas ancianas”
Michaels: ¿Diría lo mismo si se tratara de muchachitas? Sueña como un enano moral haciendo un chiste.
P.R.: ¿Fuiste parte del movimiento antibélico en la zona de la bahía (San Francisco: NdelT)?
Michaels: Fui fotografiado, junto a otros cientos, marchando o parados en la calle, en contra de la Guerra. Pero el estado de ánimo de aquellos tiempos parece que era más de de una excitación rara, incorrecta, incapaz de tratar de tú a tú con la realidad. Había aviones sobrevolando Berkeley que iban a la base aérea de Hamilton con los cuerpos de los jóvenes americanos dentro.
En las calles, los estudiantes estaban locos por el amor y las flores y las drogas. Cuando Camboya fue invadida, liberaron los baños del campus y comenzaron a llamar a los profesores por sus nombres. Conozco unos cuantos estudiantes que se pasaron a la clandestinidad, con un sacrificio personal extremo, pero bastante de lo que vi era raro, excitación indulgente consigo misma. Parte, supongo, inducida por los infiltrados de la CIA.
A veces me pregunto si el espíritu de aquellos años no estará en los elementos de humor negro de mi propia escritura. Si es así, me consuelo con la idea que yo ya lo había inventado antes de la guerra.
P.R.: Para ser un apolítico has elegido vivir en una de las ciudades más profundamente ideologizadas de la tierra. Berkeley es un lugar en el que elegir un supermercado es una declaración política.
Michaels: Compro en Safeway.
P.R.: ¿Por qué esperaste tanto para hacer uso de Berkeley como fondo para tus cuentos? Excepto, y pocas veces, en las historias cortas, no fue hasta The Men’s Club, casi veinte años después de comenzaras a vivir allí.
Michaels: Pensaba que ya era tan literaria que escribir sobre ella sería algo de segunda fila.
Por ejemplo, al final de The Men’s Club, la esposa regresa a casa y la descubre destrozada. Tiene una confrontación con su marido, observada por otros hombres…
P.R.: Y ella le golpea con una cacerola de hierro en la cabeza y él dice “Siento que te sientes enojada”.
Michaels: Toda la escena es como una grabación del modo de hablar de Berkeley, pero alguna gente se ha referido a ella como una extravagancia cómica. Es simplemente exacta.
P.R.: La prosa en The Men’s Club es desnuda y con poco adorno comparada con tus cuentos, especialmente los de I Would Have Saved Them If I Could. ¿Escribir en un estilo plano fue una carga?
Michaels: La dificultad de escribir en un estilo plano era lo fácil que resultaba. Hasta entonces, yo había trabajado duro revisando mi prosa hasta lograr el sonido que yo quería y había sido consciente hasta el extremo de los elementos musicales: la repetición, el ritmo de los párrafos, etc….
P.R.: ¿Estás diciendo que abandonaste todo eso cuando te decidiste a escribir una novela?
Michaels: No. Supongo que estaba intentando una superficie con menos presión, más parecida a la conversación diaria, en la que cada palabra no estuviese obligada por las otras. Algunas de las historias de un párrafo que escribí antes de que la novela me llevaron semanas de revisión.
Enloquezco con todo lo que tiene que ver con los puntos y comas. Las conjunciones me arruinan el sueño. No quería ningún sonido innecesario en mis frases. Odio usar adverbios por esas terminaciones en “mente”. Parecen trailers a punto de soltarse. Hacen que el sentido sea patético y débil y artificial. No quería decir nada que no se pudiera deducir del propio sentido limitado del oído. La idea y el sonido tienen que tener la misma longitud o la misma densidad como si una palabra pudiera ser carne. Esa solía ser mi idea de la escritura real. Escultórica.
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