Hay críticos que han hecho estudios más o menos serios sobre mi obra. No
son muy abundantes, pero sí hay estudios extensos que han tratado de definir lo
que es mi poesía. A mí no me gusta la crítica estructuralista. Recuerdo un
artículo que escribió Mónica Mansour; ella estaba estudiando filosofía y
estructuralismo, y aplicó esa fórmula a mis poemas. No me gustó y se lo dije.
Me pareció que era reducir un poema a su mínima expresión, estarle dando duro a
cada pedazo. Eso es odioso. Es estudiar la poesía como si fuera un cuerpo
humano inerte. Es hacer una disección, porque analiza los múltiples aspectos
que puede tener la poesía y después no se hace nada con el conjunto de lo que
es la poesía. Decir de alguien todo lo que yo vea aparentemente, incluso, sería
una aproximación también, pero no sería esa persona. Esa persona es todo lo que
es ella, es su silencio y es lo que dice. A mí no me interesa llegar a hacer de
la poesía un fin. Algunos críticos me han dicho que mi poesía es descuidada. No
estoy queriendo pelear con ellos. Confunden la sencillez con la simpleza. No
entienden que la sencillez requiere colmillo, madera literaria. Yo no pienso en
la poesía como una invención sino como un relato de la vida. Por otro lado
tengo que aceptar que también se han hecho muy buenas críticas de mi obra
***
Ahora que hablo de la fama recuerdo que cuando estaba en
Mascarones nos gustaba reunirnos en una casa, en un café o en una cantina para
leer nuestras cosas. Ahí empezaba ese Club de la Fama que tanto gusta a los
intelectuales. Al principio asistía también para conocer a escritores a los que
admiraba, como Rulfo, o conversar con mis amigos Emilio Carballido, Sergio
Magaña, Sergio Galindo o Chayito Castellanos, aprender de ellos. Tomábamos
tragos o café y la pasábamos a toda madre hasta que empezaban a sacar su
vanidad y querer ser genios y saberlo todo. Eran reuniones de seis o siete.
Recuerdo una en particular: una noche, sentados alrededor de una mesa,
empezamos a leer de asiento en asiento. Cuando me iba a tocar, en ese momento
llegó Rubén Salazar Mallén y se paró en la puerta del lugar, comenzó a reírse y
como en burla dijo: “Conque aquí están los genios, los grandes futuros
escritores de México; a ver ¿quién sigue con el show?”, y seguía yo. Leí y al
terminar todos aplaudieron; entonces Rubén se me acercó y me dio un abrazo. Él
escribía una columna en un periódico de la tarde, y al día siguiente en su
colaboración habló de mí y dijo que había descubierto a un gran poeta mexicano.
A mí nunca me gustó andarme haciendo promoción; por ejemplo a pesar de
admirar tanto a Neruda nunca me atreví a enviarle un libro mío; yo creo que él
nunca conoció mi obra porque murió en 1973. Por lo general no mandaba mis
libros a los críticos, cuando ya fui traducido al inglés un conocido envió
algún ejemplar a poetas o traductores estadounidenses o ingleses, pero fueron
pocos. Solamente cuando publiqué La señal, Jesús Arellano, un poeta de
Michoacán, amigo mío, que estudiaba en la Facultad, me ayudó en la distribución
del libro, a poner los ejemplares en sobres, llevarlos al correo y me animó a
mandarlos a muchos conocidos suyos. Ese libro yo mismo lo pasé a máquina y lo
llevé a una imprenta en la calle de Zarco; me cobraron mil pesos de aquella
época por imprimir una edición de autor de mil ejemplares. En la portada puse
una viñeta de mi amigo el pintor Humberto Maldonado y lo mandé a varios lados.
A lo largo de mi vida mis reuniones con intelectuales o periodistas fueron
escasas o desafortunadas. Me acuerdo de que, años después de que conocí a
Neruda y me decepcionó, porque se la pasó hablando de política, a mí me ocurrió
una cosa parecida trabajando todavía en la fábrica: un día llegó un muchacho a
entrevistarme, después de haber publicado en 1977 el Nuevo recuento de poemas.
Lo cité a las nueve de la mañana y le dije que me acompañara a un taller en
donde hacían la melaza, tenía que cuidar que a los obreros no se les pasara la
mano con ese ingrediente. Después de mucho rato le dije: “Vamos a platicar a mi
oficina”, y él me preguntaba esto o lo otro, mientras yo tenía que resolver los
problemas del diario. Al rato, pasada la una de la tarde, sentí que estaba yo
dispuesto a escucharlo, pero ya se había ido sin decirme nada. Me ha de haber
mentado la madre, como yo a Neruda cuándo lo conocí.
Ese muchacho venía de esa revista que dirigía Juan José Arreola, Mester.
Ahí publicaban Juan García Ponce, Salvador Elizondo, José Agustín, Gustavo
Sáinz… De ese grupo con el que más amistad tuve fue con García Ponce, a
petición de él publiqué algunos poemas, dos o tres veces en algunas revistas;
lo había conocido en la Universidad, aunque era un poco más joven que yo. A
José Agustín me lo encontré una vez en una cantina y nos echamos unos tragos.
Ahí me confesó que me admiraba, y le dije que ya sabía que en una de sus
novelas uno de los personajes era yo: “Sí, es usted, es un poeta como usted,
maestro, y todo mundo lo sabe”, me confirmó. Con Elizondo el trato fue sobre
todo en el Centro Mexicano de Escritores, y su obra, tanto como la de García
Ponce, siempre me gustó mucho. A Elizondo desde un principio se le consideró un
genio; desde su primera novela, Farabeuf o la crónica de un instante, se
consagró como un espléndido narrador, ahí demostró que sabía hacer muy bien lo
que quería.
En toda esa generación que vino después de la mía había grandes escritores.
Carlos Fuentes era dos o tres años más joven que yo. Lo conocí en una fiesta en
el Centro Mexicano de Escritores, me le acerqué y le dije que me gustaba mucho
su primer libro, La región más transparente, pero que prefería Aura; y él me
elogió también, pero de pronto me dijo: “Mira, estamos elogiándonos el uno al
otro aquí, ¿para qué? Mejor me voy a platicar con alguien que piense mal de
mí”, y entonces se fue por allí a platicar con otros. Me dio coraje y dije:
“Este pendejo está creyendo que lo elogio para que escriba algo de mí”. Jamás
lo volví a ver.
En las sesiones del Centro Mexicano de Escritores, en las que escribí la
segunda parte de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, prefería quedarme
callado, y al terminar salirme con alguno de los que estaban ahí a
emborracharnos, me parecía más divertido. Muchas veces me iba con Juan Rulfo,
que era mayor que yo; nos llevábamos muy bien porque también era callado,
discreto. En cambio a Juan José Arreola le gustaba tocar las chirimías, dirigir
la orquesta.
***
Siempre he creído que la escritura es un receso para que la vida no se nos
desvanezca; es una forma de sobrevivencia. Pero no pienso nada más en la
literatura ni nada más en vivir. Pienso en estar en este día, ¿por qué? En el
presente se aglomeran el pasado y el porvenir. Soy simplemente un hombre que
tiene lo que le da la vida: alegrías, esperanzas, dolores, amor. Me da lo mismo
que da a todo el mundo; lo que sucede es que el poeta está más desnudo, tiene
un poco menos de piel que el resto de los hombres.
A lo largo de mi vida, según el suceso del día, he escrito lo que agarraba
entre mis manos; el contacto con la vida de todos los días: hoy estoy triste,
mañana alegre; hoy estoy desconsolado, mañana estaré con esperanzas. La poesía
a veces puede ser una verdadera maldición y, claro, por momentos, una verdadera
bendición. Sólo quedamos tranquilos cuando deshuesamos el poema, cuando le
rompemos el espinazo y nunca lo logramos. Siempre continúan las malditas
palabras tan fuertes, tan inamovibles, tan necesarias como el aire. Esto se lo
dije a Ignacio Solares en una entrevista que me hizo en 1974. Generalmente las
palabras están muertas y lo que el poeta hace es pretender construir vida con
una materia prima que ya no respira, que se ha gastado totalmente de tanto mal
uso que hemos hecho de ella. Siempre he tratado de que la poesía no dependa de
las palabras; si por mi fuera; no usaría palabras.
La poesía no es más que un medio de comunicación, una manera de contacto
humano. Por eso no creo en los poetas que se enamoran de las palabras, que
juegan con ellas. Desde luego, la poesía es un problema de palabras: no podemos
hacer la poesía con los pies, pero debe uno aspirar a tener las menos palabras
posibles para comunicar las emociones más auténticas del hombre. Escribí poesía
porque nunca aprendí a bailarla, a transmitirla en un apretón de manos, en una
caricia, en un grito… El poema muchas veces se da gratuitamente: es como un don
o como una cosa que crece dentro de nosotros, que sale, que aflora; en varias
ocasiones me ha tocado descubrir que el poema no ha sido construido, no ha sido
elaborado sino entregado gratuitamente. Casi siempre salen las palabras a flor
de piel, a flor humana; no me meto a elaborar un poema: sale como un fruto; el
durazno da duraznos, el peral da peras y de esa manera gratuita, de un don, de
un milagro, así es la magia de la poesía. No hay ningún medicamento para la
poesía, es el brebaje de la vida, nada más que hay veces que es una pócima de
alivio y otras un veneno mortal. Muy joven me ponía a buscar las palabras, a
investigarlas, a tratar de ser yo mismo a través de todo ese concepto de la
poesía, pero luego me di cuenta de que el verdadero poema se entrega. Incluso
muchas veces uno piensa que no es el autor de sus poemas; cuando releo mis
poemas me doy cuenta de que no sé quién los hizo. Sí los reconozco por alguna
línea, cuando me los dicen, pero casi no sé ninguno de memoria. Pocas veces leo
mis libros. No me gusta volver sobre mis pasos.
Digamos que mi poesía fue evolucionando en la medida en que lo había hecho
mi propia vida, quizás haciéndola un poco más económica de medios, más
sintética; ésa ha sido mi ambición de toda la vida. Hay momentos o periodos en
que uno está completamente vacío para escribir, pero también me ha pasado que
de pronto en ocho o diez días escribo un libro. Hay que ver que la poesía no es
cuestión de disciplina, como en un novelista o un cuentista. En el
subconsciente humano la poesía se acumula. Uno mismo observa que hay largos
periodos de sequías, horas estériles, y de pronto aumenta la presión en la
caldera y salen los poemas. El poema tiene que surgir dentro de uno. Hablando
en palabras de la Biblia: “Hay un tiempo para sembrar y hay un tiempo para
cosechar”.
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ResponderEliminarHace dos años me regalaron la obra completa y una biografía de él, antes lo había leído poco, después de ello no pude evitar volverme una fans más...Un gran poeta.
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