(1943)
Los ríos de la poesía manan sin rumbo y no es preciso que confluyan.
Para el espíritu sistemático sólo hay un modo de salvarse: la declaración espontánea y casual que no se desarrolla. Pero ésta no debe constituirse en ley ni en gran potencia.
La muerte no calla nada.
El espíritu debe recogerse a cada tanto en el relato de una historia larga. No puede vivir tan sólo de agujas y crueldad. También precisa hilos tiernos.
El mito es una historia cuya frescura aumenta con la repetición.
El pintor y su política: cree que basta pintar el mundo con otros colores.
Por todos los animales que se han escrito desde entonces, el hombre de hoy debería conocerse mejor que la Antigüedad.
Al hombre que ronda los cuarenta le asalta un deseo incontenible de dictar leyes.
Siempre ocurre lo que él desea, pero cuatro o cinco años más tarde, cuando hace tiempo que desea otra cosa.
Un artista que en el día más importante de su vida, rodeado de gente que lo agasaja, olvida su nombre.
El escritor vive de la exageración y se da a conocer con malentendidos.
En la mayoría de las religiones, el hombre finge humillarse para saltar luego furioso y con alevosía hacia lo alto.
Desde que la tierra es una pelota, cualquier bribón puede hacerse con ella.
¡Qué convincente suena todo cuando se sabe poco!
Las personas muertas son ya demasiado poderosas en él. ¿Qué será de él cuando lo acosen los animales muertos?
La desesperación de los héroes ante la supresión de la muerte.
216.000 palabras al día.
¡Cuántas conversiones estudia, sólo para no sucumbir a ninguna!
Las reencarnaciones le resultan demasiado regulares, desea vivir simultáneamente en muchas criaturas distintas.
Una imagen, cualquier imagen es capaz de inflamar hasta el desvarío el amor que sentimos por una persona siempre cercana.
II
Es tan listo que sólo ve lo que ocurre a sus espaldas.
Al que deja sus confesiones a la posteridad le toman la palabra. ¡Qué atrevimiento, considerando la crueldad de las futuras generaciones!
De todos los obstáculos, las corrientes son las más tentadoras.
Todos los acontecimientos de mi propia vida, ya sean buenos o malos, me resultan algo molestos.
Los actos de las personas me afectan tanto como a otros el buen sabor o la toxicidad de sus alimentos.
Sus inventarios son sus omisiones.
Muchos filósofos son la muerte del poeta.
Es vergonzoso que uno no se permita de ningún modo ciertas metamorfosis. El carácter es la selección entre las metamorfosis.
El placer de adoptar nuevos papeles ante personas que le conocen a uno bien, escabullirse de ellos, por decirlo de algún modo, es tan grande que la invención de nuevos caracteres, como corresponde al oficio del dramaturgo o del novelista, resulta relativamente aburrido. Seguramente por eso muchos de los más excelsos personajes no pasaron a la posteridad. Uno quisiera ser ellos, intensamente, y ver cómo actúa su magia sobre los demás, no sólo consignarlos y conservarlos. Resulta liberador ver hablar a estas viejas manos en lenguas nuevas que poco antes ni uno mismo conocía. Resulta gratificante meterse en un nuevo rostro y volver a colgar sobre él el viejo como si fuera una máscara.
La bisnieta del gran astrónomo me ha recibido. Vive entre los telescopios con que se observaron las estrellas tanto del hemisferio norte como del hemisferio sur. He estado en la vieja casa y en el taller de Wilhelm Herschel. Justo enfrente hay un cine moderno y un gran número de personas haciendo cola. Fácilmente podrían ver los aparatos y los papeles sobre la mesa de Herschel, pero ignoran que existió. La bisnieta desearía que la tierra se tragase aquel cine.
Los poetas cuyas tumbas se visitan se carcajean parapetados detrás de sus obras.
Sólo le excitan las sospechas, no los hechos. Ya pueden ser graves, más graves que la propia sospecha, que no le atemorizan. En cuanto un hecho corrobora sus sospechas, se tranquiliza. Puede temer que le hayan envenenado, por ejemplo, pero tiene una forma de liberarse de su miedo: basta con que se convenza de que está realmente envenenado, y ya todo está en orden.
Cala rápidamente a las personas, y sucumbe a ellas precisamente porque las ha calado.
Constituye una tentación casi irresistible suscitar una preocupación cuando se está en situación de eliminarla.
En mí la lectura se propaga mediante la lectura, jamás obedezco a estímulos externos, o sólo después de mucho tiempo. Deseo descubrir lo que leo. El que me recomienda un libro me lo quita de las manos, el que lo alaba, me priva de su lectura durante años. Sólo confío en los espíritus que realmente venero. Ellos pueden recomendarme cualquier cosa para despertar mi curiosidad, basta con que citen algo en un libro. Pero sobre lo que otros citan con sus ligeras lenguas pesa una especie de maldición muy eficaz. Por eso he tenido dificultades en dar con los grandes libros, ya que lo realmente grande ha pasado a ser objeto de un culto generalizado. La gente va proclamándolos, como los nombres de sus héroes, y al llenarse la boca con ellos —desean saciarse— arruinan lo que me resultaría tan importante conocer.
En las frases aisladas es cuando menos se imita. Dos frases juntas ya parecen de otro.
Un país en el que sólo se respira por pura nostalgia.
En Inglaterra se juzga a las personas por su capacidad de dejar en paz a los demás.
El arte consiste en leer lo suficientemente poco.
Lo más feo: un pavo real avaro.
Las personas importantes a menudo son sólo curiosos que han llegado muy lejos leyendo.
Desea dejar anotaciones dispersas como corrección al sistema cerrado de sus pretensiones.
La historia le pone los cuernos a los poderosos.
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