29 jul 2012

Frases

El artista es el creador de cosas bellas. Revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte. El crítico es el que puede traducir de un modo distinto o con un nuevo procedimiento su impresión ante las cosas bellas. La más elevada, así como la más baja de las formas de crítica, son una manera de autobiografía. Los que encuentran intenciones feas en cosas bellas están corrompidos sin ser encantadores. Esto es un defecto. Los que encuentran bellas intenciones en cosas bellas, son cultos. A estos les queda la esperanza.
Existen los elegidos para quienes las cosas bellas significan únicamente belleza.

Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista constituye un amaneramiento imperdonable de estilo.

Ningún artista es nunca morboso. El artista puede expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son, para el artista, instrumentos de un arte.

Vicio y virtud son, para el artista, materiales de un arte.

Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, la profesión de actor.

Todo arte es, a la vez, superficie y símbolo.

Los que buscan bajo la superficie lo hacen a su propio riesgo. Los que intentan descifrar el símbolo lo hacen también a su propio riesgo.

Es al espectador, y no la vida, a quien refleja realmente el arte.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte indica que la obra es nueva, compleja y vital. Cuando los críticos difieren, el artista está de acuerdo consigo mismo.

Podemos perdonar a un hombre el haber hecho una cosa útil, en tanto que no la admire.

La única disculpa de haber hecho una cosa inútil es admirarla intensamente.

Todo arte es completamente inútil.

25 jul 2012

Los beneficios de leer (entrevista)




- ¿Por qué siempre ha sentido tanto desasosiego por el fomento de la lectura?
- La humanidad ha ido inventando instrumentos que facilitan la vida. La rueda, por ejemplo, es una prolongación de las piernas. Las gafas nos dan visión. Pues bien, las palabras son las gafas o las ruedas del cerebro. Son el único instrumento que tiene el cerebro para progresar.

- Pero la palabra puede estar al margen del acto de leer…
- Yo lo asocio mucho. Antes de que se inventara el libro existía la lectura oral del jefe de la tribu. Siempre hemos necesitado de instrumentos como la lectura o la escritura para desarrollar la inteligencia. Por ejemplo, la lectura profesional es imprescindible. Yo no me pondría en manos de un médico que dijese que desde que salió de la universidad no ha leído nada más. En la enseñanza, sucede lo mismo. Un educador debe leer para no caer en la rutina y en el aborregamiento. Hay ciertas cuestiones de tipo técnico que un profesor tiene que dominar para poder contagiar las ganas de aprender leyendo.

- Como profesor que fue, ¿cómo contagiaba el hábito lector?
- En las escuelas, lo que más les cuesta a los chicos es la poesía. Pues bien, si al llegar a clase hay siempre un verso apuntado en la pizarra, los alumnos se acostumbrarán y lo leerán con interés. Yo, cuando era profesor, iba a clase con tres libros y decía: “Hoy hablaremos de estos dos”. Los alumnos me contestaban: “¡Pero si traes tres!” Siempre les decía que el último de los libros era para mí, no para ellos. Todos se precipitaban a saber cuál era el que no debían leer, y aquel lo leían todos. Hay un dicho que a mí me gusta mucho: “Si quieres cambiar el mundo, por quién empezarías: ¿por ti o por los demás?”. Hay que predicar con el ejemplo.


- En su libro La lectura y la vida, explica que la lectura ayuda a encajar nuestro interior con el mundo exterior…
- Por supuesto. A través de la lectura condensamos aspectos fundamentales de la vida. Nos expresamos mejor, y sólo así podemos llegar a las partículas más íntimas de nuestra alma, expulsarlas o catalogarlas. Todo el mundo dice: “No sé lo que me pasa”. Si sabes las palabras, puedes saber si lo que te sucede es que tienes una cefalea e ir a la farmacia a pedir cura. Necesitamos palabras y narraciones. Cuando me preguntan por qué recreo un ambiente tan rural en mis novelas, explico que es porque es de allí de donde saco las palabras. En Pa negre me hice ayudar por quince personas de una determinada región para conseguir que del libro emanara cierto aroma del lugar donde está escrito. La gracia de un libro está en que al leerlo desprenda ese aroma.

- También dijo alguna vez que al leer podemos hablar con los muertos…
Sí. Es fantástico poder conversar durante horas con Séneca, Cicerón o los poetas griegos. Lástima que no se hayan popularizado más los antiguos textos egipcios. Nos darían una visión mucho más profunda de la humanidad.

- ¿Por qué ese interés en que se retomen los clásicos?
Porque se publican tantas cosas que llega un momento en el que hay que elegir. Yo elijo los clásicos porque son lo mejor: ¡qué ganas de perder el tiempo! El otro día con un editor leyendo un superventas de quiosco no pudimos pasar de la página 3. Llega un momento en el que exiges en un libro que el cómo se dice adquiera protagonismo frente a aquello que se dice, una calidad lingüística y profundidad de pensamiento. El arte del escritor no reside en lo que dice, sino en cómo lo dice.

- ¿Se lee menos que antes?
¡Pero si antes no había escuelas! Ahora se lee más que nunca. Hace cincuenta años en las escuelas el método universal era la regla, el castigo físico y la humillación. Llegará una generación a la que esto le parecerá prehistoria. Yo lo he vivido. A los que éramos más aficionados a la lectura nos decían: estudia más y lee menos, si no leyeras esos libracos que lees… De joven leía indiscriminadamente lo que caía en mis manos. Era un poco como la comida basura, un adolescente come de todo.

- Y un escritor, ¿a quién lee?
Ahora acabo de terminar una autobiografía muy rara, casi una novela, de Christopher Hitchens. Se titula Hitch 22. Era un escritor británico muy polémico. Al principio, me mostraba reticente a leerla porque conocía las ideas del autor. Entrar en una biografía no es como leer ficción. Las biografías son peligrosas porque todo en ellas es verdad. Muchas veces es mejor idealizar las cosas. Por ejemplo, hace poco fui a un pueblo de veraneo al que hacía años que no había regresado y pregunté por dos o tres personas. Habían muerto. Pensé: ¡No vuelvo más! Para llevarme esos sustos, prefiero tener el recuerdo antes que ver la destrucción que ha sufrido. Con la lectura pasa lo mismo, siempre se lleva algo de ti. Aunque parezca que no pide nada, siempre damos algo a cambio.

- Entonces, ¿qué tipo de literatura recomendaría?
Cada cual tiene que encontrar su camino y leer lo que le haga feliz, ya que hay pocas oportunidades para serlo. Tan bueno es leer a los clásicos como un superbemntas, lo importante es leer. Aunque no estoy muy a favor de los superventas, salvo si son catalanes o españoles. Es mucho mejor leer libros de aquí que lo que llega de EE.UU. Siempre tendrán un lenguaje más apurado y ajustado. Además, ¡así exportamos cultura! Lo último de Ruiz Zafón, por ejemplo, sucede en Barcelona. ¡Pues perfecto, exportemos Barcelona! Abra hoy la página de cartelera de La Vanguardia y mire los cines. No hay ni una película catalana. Este país no tiene petróleo, pero sí que tiene suficiente actividad y propulsión.

- ¿Cree que el problema reside en que España no sabe explotar su propia cultura?
- Absolutamente. Hasta que la gente se dé cuenta y se vuelva a favor del país. En las librerías la mayoría de las novedades son traducciones. Parece que el idioma de Europa no sea el inglés, sino ¡la traducción! Aquí hay gente muy válida como para que no sepamos barrer hacia casa. Fíjese el tiempo que hace desde que se estrenó Pa negre y ahora la están presentando en Hong Kong para entrar en el mercado chino.

- Respecto a Pa negre, ¿qué sintió al saber que estaba nominada a los Oscar?
- ¡Alegría! Agustí Villaronga me llamó y me preguntó: ¿Qué? ¿Irás a Hollywood? Le respondí que yo no tenía por qué ir allí, en todo caso, tendría que ir a Estocolmo. ¡A Hollywood van los del cine!

19 jul 2012

Escribir (fragmentos)




escribir

para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos

escribir

para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa

aunque en el alma no

en el alma
la estimación del tiempo que concluye
y es arriba
algo más que un silencio
con ojos semiabiertos

escribir

como condescendencia y como rebeldía
sin elección
sin pausa
porque se va la luz, las fuerzas
se le acaban
y el ser se va de vuelo
en las garras de un ave
carroñera

escribir

para decir el grito
para arrancarlo
para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo
escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra

[ ]

escribir para curar
escribir para guarecerse
escribir como si cerrase los ojos
para no cerrarlos
para mover la mano y seguir su curso
para sentirse viva

AÚN

para aplazar la angustia
como simulación
para guiar la mente y que no se desboque
para controlar lo controlable

escribir

como quien deja la luz encendida
y duerme de pie sobre sí mismo
para saldar las cuentas con el miedo

escribir
para reorganizar

escribir
sin hacer concesiones

escribir
como quien des-espera
para cauterizar
para tomarle las medidas al miedo
para conjurar
para morder de nuevo el anzuelo de la vida
para no claudicar
escribir
para apuntar al blanco

escribir

con palabras pequeñas
palabras cotidianas
palabras muy concretas
palabrasojo
palabras animales
palabrasbocadegato
ásperas por dentro y por fuera
suaves como “tal vez”
palabraslatigazo
como “demasiado” y “tarde”




escribir

para no mentir
para dejar de mentir
con palabras abstractas
para poder decir tan sólo lo que cuenta
decir que a las once
de la noche de hoy
mientras la luz calienta
el lado izquierdo de mi almohada
y la sábana verde se desdobla
en el espejo del armario
estoy en mí
en el lugar en que acostumbro
a encontrarme
en este aquí hecho de extraña
duración en lo mismo
repitiéndome
la carne dolorida
los huesos lastimados
los nervios, la piel
tirante, amoratada
el pelo encanecido
el grito sólo postergado
y hoy a las once
de la noche de hoy
mientras la luz calienta
el lado izquierdo de mi almohada

muere un niño
o dos o no sé cuántos
mueren y una anciana dice
sus últimas palabras
o no las dice y muere
y es otra la que habla
pero no habla, dice
apenas dice y muere
sin decir
apenas
nada
y algo se me atraganta
tal vez un alarido
largo como las once horas de esta noche
o tal vez la conciencia
que duerme encendida
como una lumbre la conciencia
de todos los que mueren
como una fogata
un espantoso incendio
que prende en las ventanas
de la ciudad y en el mar no se apaga
una conciencia absurda
una antorchahorizonte
la conciencia de todos los que saben
que se están acabando
en sus huesos de antorcha
hoy, mañana, siempre

escribir

todas las muertes son mi muerte
mi grito es el de todos
y no hay consentimiento
escribir

¿para consentir?
¡escribir para rebelarse!
no hay lugar para plegarias
no hay lugar para el sosiego
el ajuste de las almas
se hace en rebeldía

Estamos solas
y nos pertenecemos.
En nosotras está el poder
Somos un pueblo de almas
en rebeldía
¡Despertad!
Lo que escribo aquí
se traza en el aire
el dolor es la senda
el dolor es el medio
por el dolor la fuerza
que combate el dolor
y lo transforma
por el dolor deshago
mi dolor en lo ajeno
y el ajeno en el mío

escribir

para des-esperar
por todos los que están
por todos
los que fueron
los desaparecidos
escribir para cuidar
sus des
--------apariciones
para alimentarlas
para que no se enturbien
no tan pronto
no tan siempre
pronto

[ ]

escribir

[ ]

¿y no hacer literatura?

¡y qué más da!:
hay demasiado dolor
en el pozo de este cuerpo
para que me resulte importante
una cuestión de este tipo.


------------Escribo

para que el agua envenenada
pueda beberse

16 jul 2012

CARTAS MARCADAS

Carta a Paul Blackburn, Viena, 27 de marzo de 1959


¿De dónde salieron los cronopios?

¿De dónde saqué la palabra cronopio? Vamos, Paul, no deberías preguntar este tipo de cosas. ¿Cómo puedo saberlo? Yo estaba en el Théâtre des Champs Elysées escuchando música y llegaron los cronopios. Simplemente llegaron, en cuerpo y alma. La única diferencia con la forma definitiva es que al principio eran para mí más bien algo parecido a globos verdes y húmedos. Por eso en “Costumbres de los famas” los califico de esos objetos verdes y húmedos. Sus características humanas fueron apareciendo después, a medida que escribía los relatos. Cronus y opus no significan nada para mí. Me gusta la manera inteligente en que utilizas la posible explicación. En realidad tu traducción es una nueva historia de cronopios y de famas, o sea, algo lleno de imaginación y de poesía. Me explico: Bailar tregua y bailar ala no se puede traducir por “to dance truce and dance catalán”… Por lo pronto, cartala no quiere decir catalán… “Buenas salenas cronopio cronopio” no quiere decir nada. “Salenas” es una palabra inventada, que me gusta porque rima con “buenas” y el resultado es rítmico y les va bien a los cronopios. Tendrías que encontrar alguna manera equivalente en inglés… Todo ese diálogo en “Alegría del cronopio” es un puro nonsense, que en español tiene valor mágico solamente. Me parece que ese relato es uno de los más difíciles de traducir, ¿verdad?



Carta a Alejandra Pizarnik, 8 de octubre de 1965

El alambre de Pizarnik

Me has dejado pensativo con tu arduo caminar por el alambre tendido; hay un enigma que creo comprender, pero que probablemente no comprendo. Como esa alta figura juglaresca y funambulesca se propone dentro de un laberinto en el que deambulan Nerval y Lichtenberg, mi confusión es total. Decís que te decidiste de una vez por todas a cruzar por el alambre. Aunque no entienda del todo, siento que una decisión total, cualquiera que sea el alambre en cuestión, está bien. Pero no te me pongas tan sibilina en tus cartas, o agarro la tenaza y te corto el alambre.



Carta a Angel Rama, París, 9 de mayo de 1973

La vuelta al Boom

Ojo: a esta altura de las cosas, volver sobre el boom puede ser frívolo e inútil (aunque no lo sea nuestro intercambio o divergencia de opiniones en las cartas o charlas que podamos cruzar). De ninguna manera creo útil ni necesario el libro de Donoso, que deliberadamente con algo de suicidio al pedo, escamotea toda referencia al panorama político latinoamericano, al hecho esencial de que también el boom, mírese como se mire, es un hecho histórico y político…



Carta a Jean Barnabé, París, 27 de junio de 1959

Rayuela y el arte de la novela

La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora (Rayuela) será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género… Lo que yo creo es que la realidad cotidiana en que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven.


Carta a Fredi Guthmann y Natacha Czernichowska, Buenos Aires 26 de julio de 1951

El sueño del exilio

El gobierno francés acaba de darme una beca para estudiar diez meses en París, de octubre a julio de 1952… Me he preguntado a mí mismo si en el fondo lo que estoy buscando es quedarme por siempre en París. Quizá sí, quizá mi deseo intelectual (yo vivo en realidad allá, usted lo sabe bien) es un deseo absoluto, que me abarca por completo. Si así fuera decidiré de mi destino una vez que sea el momento. Mi plan es ahora aprovechar esta beca, y acercarme un poco más a las fuentes: poesía, plástica, vida humana, esa entrega que los argentinos negamos y retaceamos y postergamos siempre. No quiero escribir, no quiero estudiar (aunque lo siga haciendo); quiero, simplemente, ser de verdad; aunque ello me lleve a descubrir que no soy nada. Cuánto mejor saberlo que seguir esta vida por mensualidades en Buenos Aires.


Carta a Eduardo Jonquières, París, 27 de mayo de 1956

El infierno peronista

Por un lado están todos los poemas que he de agrupar con el título general de Razones de la cólera y que directa o indirectamente se refieren a la Argentina, a mí como argentino, al mundo lamentable y repugnante que me tocó vivir del ‘46 hasta que me mandé mudar en el ‘50. Son unos veinte poemas, que si puedo publicaré… La otra noticia es que en México se han entusiasmado con aquella novela que conoces (El examen) y parece que me la van a pedir para editarla… Aunque ya vieja, lo mismo me gusta que se publique: será una visión a posteriori del infierno peronista. Sólo que la gente no creerá que fue escrita antes, pero supongo que algún amigo escribirá una especie de prólogo-certificado, jurando solemnemente que leyó los originales en 1950.


Carta a Manuel Antín y Ponchi Morpurgo, Viena, 8 de octubre de 1965

El tucán de Calvino

Antonioni me escribió para decirme que quería filmar “Las babas del diablo” (Blow up), un cuentecito que, junto con todos los otros, acaba de salir en italiano. Todo hace suponer que la película se filmará dentro de dos meses, y que Ponti, el productor, se decidirá a pagarme suficientes liras como para que yo me digne a firmarle un contrato. Antonioni me telefoneó antes de que yo me fuera a Teherán a luchar contra el analfabetismo por cuenta de la Unesco, y me dijo que el cuento era la cristalización (sic) de un tema que andaba buscando desde hacía cinco años. Yo me quedé sumamente cristalizado al oír semejante afirmación, pero ya verás qué poco quedará del original en la película. Te lo digo porque Italo Calvino, que es amigo mío, le escribió una vez un libro a Antonioni, y cuando llegó el momento de filmarlo, Italo descubrió que lo único suyo que había quedado era el tucán. Después supo por Monica Vitti que le gustaba mucho la idea del tucán, y que por eso lo conservaron. Ya ves que no me hago ilusiones, pero tampoco me importa: el cine es siempre otra cosa, con sus derechos propios y sus limitaciones también propias; el que quiera leer mi cuento no tiene más que abrir el libro…


Carta a Damián Bayón, 25 de junio de 1954

Casa (tomada) en París

Por cierto que hemos tenido una gran suerte, pues apenas llegados a París nos fuimos a buscar direcciones para alquilar piezas, y la segunda que visitamos nos resultó perfecta… Tenemos dos piezas comunicadas, con sendos ventanales sobre la calle (en la vereda de enfrente está la casa donde mi muy querido Robert Desnos vivió muchos años). Estamos en el segundo piso, tenemos “uso de cocina”, inminente ducha y teléfono (la dueña es una inglesa profesora que no ha terminado de instalarse; toca Chopin y Fauré, y nos ama y teme a la vez, es decir que nos ama como inglesa, y nos teme como propietaria francesa, después de todo lo que han debido decirle sobre los horrores que suceden con la gente que se mete en la casa y terminan desalojando a los dueños…).



Carta a Julio Silva, Nueva Delhi, 20 de febrero de 1968

Con Paz en la India

Sí señor, por mi boca habla la India. No te mandé noticias hasta ahora porque entre el trabajo por una parte, y el deslumbramiento mezclado con el horror por otra parte, me fueron llevando los días como cuando te sacan el plato de sopa antes de que hayas terminado de libarlo. Lo del horror es lo menos fácil de explicar… basta caminar una hora por la vieja Delhi, mezclado con una increíble muchedumbre miserable y maravillosamente bella al mismo tiempo, y sentirte asediado por nubes de niños tan parecidos a los tuyos, a todos los niños del mundo, sólo que enfermos y flacos y golpeándose el estómago con una mano mientras te tienden la otra con la frase que es como el leitmotiv de todo el Oriente: “Bakshish, ss’hb, bakshish!”, “¡Limosna, señor, limosna!..” En casa de Octavio Paz hay cinco criados, desde el valet hasta el barrendero; y es una de las casas de residentes extranjeros donde hay menos criados… Todo esto es parte del horror, y me mancha el viaje y la vida y el aire. Pero, por supuesto, no soy morboso al cuete y sé vivir y mirar, de modo que la maravilla también me llega a sus horas. El domingo fuimos a ver los templos del Kajuraho, con las fabulosas esculturas eróticas que habrás visto en los álbumes; lo que los álbumes no dan es el color de miel, el aire que las envuelve, el perfume de los árboles en torno de los templos y la presencia de la gente, los pájaros, el tiempo. Kajuraho, o del erotismo como una trascendencia; durante horas he hablado con Octavio de eso… Y veremos, claro, el Tah Majal, obedientemente, como los turistas bien educados.


Cartas a Jean Barnabé, Ginebra, 31 de octubre de 1955 y a Paul Blackburn, París, 18 de

diciembre de 1961

El mejor cuento de jazz

Estoy encarnizado con un cuento que acabo de escribir y que me está dando un trabajo terrible. Su tema es aparentemente muy sencillo: la vida –y sobre todo la muerte– de un músico de jazz. Concretamente se trata de Charlie Parker, que murió hace unos meses en circunstancias bastante horribles. Siempre le tuve mucho cariño, y los datos que pude reunir sobre su vida me dieron ganas de intentar una “biografía” ficticia (cambiando incluso el nombre, pero dejando los indicios suficientes para que todo amateur de jazz se dé en seguida cuenta de que se trata de Parker). Quiero presentarlo como un caso extremo de búsqueda, sin que se sepa exactamente en qué consiste esa búsqueda, pues el primero en no saberlo es él mismo. Ni qué decir que en cierto modo estoy haciendo una transferencia personal, y que mucho de lo que me preocupa irá a la cuenta del personaje… (…)
La Charlie Parker story [“El perseguidor”] sigo creyendo que es la mejor historia sobre jazz que jamás se haya escrito under the western skies… El jazz tiene mala suerte en la literatura: estilo Young man with a horn y otras porquerías. En cambio este cuento es otra cosa…


Carta a Mario Muchnik, París, 12 de diciembre de 1983

La vuelta de la democracia

Una vez más, los argentinos prefieren dividirse en cualquier campo en vez de hacer frente contra el único enemigo que hay que combatir. Y ahora que les regalan (casi no hay otra palabra) un poco más de libertad, empiezan a sacar pecho y hasta a dedicarles, algunos de ellos, sus nuevos libros a Walsh, a Paco Urondo o a Haroldo Conti, por quienes no hicieron un carajo cuando había que hacerlo. (Conste que no le pido heroísmo a nadie, empezando por mí mismo, pero hay límites para ciertas indecencias…) Me bastó una semana en Baires para comprobar lo que ya sabía, o sea que en estos diez años prácticamente nadie leyó los numerosos textos que fui escribiendo en contra de la Junta, a propósito del exilio, etc. EFE los distribuía (por ejemplo a Clarín) pero allá solamente publicaban mis textos literarios… Aquello sigue siendo un país lleno de chantas, que acusan a los demás de todo lo que pasó pero se excluyen cuidadosamente, porque ellos son buenos y valientes y democráticos…


A Aurora Bernárdez, 10/7/1983, desde Managua

Los cajones privados

Querida: te escribo esto just in case
No te preocupes, si de mí depende, pero es mejor prever lo imprevisible.
“En el cuarto de trabajo de Carol hay un classeur con varios cajones. En los tres o cuatro primeros hay papeles que vos destruirás. Y sobre todo hay fotos, que sólo vos debes ver y destruir. Muchas fotos de Carol desnuda, fotos que quiero guardar para mí porque fueron momentos de amor y belleza. No las destruyas sin mirarlas, porque comprenderás lo que fueron para ella y para mí. Sólo vos debes verlas, será como si yo mismo las mirara una vez más. Sobre la chimenea y en los dos placards hay muchos papeles de Carol que deberían ser también destruidos como tantos míos en mi cuarto de trabajo. Con ellos vos harás lo que quieras pero Hortense Chabrier se comprometió a publicarlos en Acropole (Belfond) y pienso que Saúl [Yurkievich] y vos podrán llevar eso adelante.
Los papeles de mis ficheros en mi cuarto quedan a juicio de ustedes. Lo que es entrevistas, críticas y bibliografía, Saúl los entregará a la Universidad de Poitiers que archiva mi bibliografía.
En el placard de la izquierda de Carol, arriba a la derecha, están mis manuscritos, que poco a poco me va comprando la Univ. de Austin. Saúl se ocupará de ellos.
No te angusties por estas líneas, puesto que pronto podrás olvidarlas cuando yo vuelva. Entonces seguiremos hablando como la otra noche, y mirar juntos hacia adelante.
Gracias, y hasta muy pronto.

Te beso mucho.

Julio

11 jul 2012

VERDAD Y MENTIRAS

A los escritores nos pagan por decir mentiras y a los periodistas por decir la verdad, y es muy peligroso, según parece, intercambiar oficios: al escritor que siempre pretende decir la verdad nadie lo lee, y al periodista que cuenta mentiras lo despiden. Recuerdo que a un periodista del New York Times lo pillaron haciendo de escritor en horas de trabajo: viajaba a costa de otros, inventaba frases y ficciones, etc. Es decir, hacía todo cuanto hace un escritor, pero en vez de darle el Pulitzer, a este periodista lo echaron del trabajo. La solución, para dicho periodista, habría sido más fácil si hubiese optado por dedicarse a escribir novelas; no así para los directivos del célebre rotativo neoyorquino, que saben que millares de lupas examinarían con mirada de inquisidor, todas y cada una de sus frases, revelando la mentira tras sus aparentes verdades.

Sin embargo, mentir es mucho más fácil que decir la verdad, incluso más humano: escuchamos y leemos mentiras, las contamos, las creemos y las hacemos creer. Por supuesto que los periódicos no son una excepción, prueba de ello es la etiqueta de "tendencia" que reciben. La verdad pura y dura no tiene "tendencias". La verdad es, o debería ser, simple, limpia y plomiza, y carece de izquierdas, derechas y centros. La gran verdad que conocemos es el universo, que no tiene direcciones. Puede que haya otra gran verdad llamada Dios, pero lo malo con esta última es que ha adquirido tantas "tendencias" que parece una mentira cualquiera. La mentira es como nosotros mismos: frecuente, reproductiva, mediocre, cambiante, tendenciosa, de "andar por casa". No es ninguna novedad que la prensa cuente cosas que no sucedieron exactamente así. La visión que cada uno de nosotros tiene de un acontecimiento es más una opinión que una verdad.

Ni siquiera fotos y grabaciones ayudan a purificar el resultado, porque las imágenes y los sonidos son incoherentes hasta que hacemos de ellos nuestra "versión", es decir, hasta que torcemos lo suficiente la línea de la verdad para acomodarla a nuestras mentiras curvas.

Yo no hubiese exculpado a ese periodista, desde luego, pero tampoco me dedicaría a una "caza de brujas" de la verdad periodística. Las verdades grandes no son humanas; las pequeñas mentiras, sí.

5 jul 2012

EL arte de la literatura y el sentido común


A veces, en el curso de los acontecimientos, cuando el dibujo del tiempo se convierte en un torrente fangoso y la historia inunda nuestros sótanos, las personas serias tienden a reconocer una correlación entre el escritor y la comunidad nacional o universal; y los mismos escritores empiezan a preocuparse por sus obligaciones. Me refiero al escritor en abstracto. Aquellos que podemos imaginar concretamente, sobre todos los de cierta edad, están demasiado pagados de su talento o demasiado resignados a la mediocridad para interesarse por las obligaciones. Ven muy claramente, a media distancia, lo que el destino les promete: la hornacina de mármol o el nicho de yeso. Pero tomemos a un escritor que sí se asombra y se preocupa. ¿Saldrá de su concha para inspeccionar el cielo? ¿Y sus dotes de mando? ¿Tendrá, debería tener, don de gentes?

Es conveniente, por numerosos motivos, mezclarse de cuando en cuando con la multitud, y debe ser bastante tonto o miope el autor que renuncia a los tesoros de la observación, el humor y la compasión, cualidades que el autor puede adquirir profesionalmente manteniendo un estrecho contacto con sus semejantes. Además, para esos autores desorientados que andan buscando a tientas temas morbosos, puede ser una buena cura dejarse seducir por la apacible normalidad de sus pueblitos natales, o conversar en apostrófico dialecto con los necios hombres del terruño, suponiendo que existen. Pero en general, yo recomendaría la muy denigrada torre de marfil, no como prisión del escritor sino sólo como dirección estable, provista naturalmente de teléfono y ascensor por si a uno le apetece bajar un momento a comprar el periódico de la tarde o pedirle a un amigo que suba a jugar una partida de ajedrez, cosa esta sugerida en cierto modo por la forma y la textura de la morada. Es un lugar fresco y agradable, con un inmenso panorama circular, y cantidades de libros y de aparatos prácticos. Pero antes de construirse uno su torre de marfil debe tomarse la molestia de matar algunos elefantes. El preciso ejemplar que pretendo capturar para beneficio de aquellos que pueden estar interesados en ver cómo se hace es, casualmente, una increíble mezcla de elefante y de caballo. Se llama: sentido común.

En el otoño de 1811, Noah Webster, abriéndose paso decididamente entre los de grado C, definió el sentido común como "un sentido corriente bueno y saludable... exento de prejuicios emocionales o sutilezas intelectuales... el sentido de los caballos". Es una opinión bastante halagadora para el animal, ya que la biografía del sentido común ha pisoteado a varios genios bondadosos cuyos ojos se habían deleitado en el temprano rayo de una luna demasiado prematura perteneciente a una verdad demasiado prematura; el sentido común ha coceado los cuadros más encantadores porque su bienintencionada pezuña consideraba un árbol azul como una locura; el sentido común ha impulsado a feas pero poderosas naciones a aplastar a sus hermosas pero frágiles vecinas cuando éstas se aprestaban a aprovechar una ocasión, brindada por un resquicio de la historia, que habría sido ridículo no aprovechar. El sentido común es fundamentalmente inmoral, porque la moral natural de la humanidad es tan irracional como los ritos mágicos que se han ido desarrollando desde las oscuridades inmemoriales del tiempo. El sentido común, en el peor de los casos, es sentido hecho común, por tanto, todo cuanto entra en contacto con él queda devaluado. El sentido común es cuadrado mientras que las visiones y valores más esenciales a la vida tienen siempre una hermosa forma circular, son tan redondos como el universo o los ojos de un niño cuando asiste por primera ve al espectáculo del circo.

Es instructivo pensar que no hay una sola persona en esta clase, ni en ninguna clase del mundo, que en determinado momento espacio temporal histórico no hubiese muerto allí y entonces, aquí y ahora, a manos de una mayoría con sentido común movida por una justa ira. El color del credo, la corbata, los ojos, los pensamientos, las costumbres o la lengua de uno tropezaría indefectiblemente en algún lugar del espacio o del tiempo con la objeción fatal de una multitud que detesta ese tono particular. Y cuánto más brillante y más excepcional es ese hombre, más cerca está de la hoguera. Stranger [extraño, extranjero] rima siempre con danger [peligro]. El humilde profeta, el mago en su cueva, el artista indignado, el pequeño escolar inconformista, todos comparten el mismo peligro sagrado. Y puesto que es así, bendigámosles, bendigamos al monstruo; pues en la evolución natural de los seres, el mono no se habría convertido en hombre si no hubiese aparecido un monstruo en la familia. Cualquiera cuya mente es lo bastante orgullosa como para no formarse en la disciplina lleva oculta, secreta, una bomba en el fondo del cerebro. Y sugiero, aunque sólo sea por diversión, que coja esa bomba particular y la deje caer con cautela sobre la ciudad modelo del sentido común. La explosión producirá un fulgor, y muchas cosas curiosas aparecerán bajo esa luz brillante; nuestros sentidos más raros y excelsos suplantarán durante un instante a ese personaje vulgar y dominante que atenaza a Simbad por el cuello en el combate de la lucha libre entre el yo adaptado y el yo interior. Estoy haciendo una mezcla triunfal de metáforas, pues ésa es la razón de ser de las metáforas cuando siguen el curso de sus conexiones secretas... lo cual, desde el punto de vista del escritor, constituye el primer resultado positivo en la lucha contra el sentido común.

La segunda victoria se produce cuando la fe irracional en la bondad del hombre (a la que esos absurdos personajes fraudulentos llamados Hechos se oponen con tanta solemnidad) se convierte en algo más que el tambaleante fundamento de las filosofías idealistas. Se convierte en una verdad sólida e iridiscente. Es decir, la bondad pasa a ser un elemento central y tangible del mundo de uno mismo, mundo que al principio resulta difícil identificar con el mundo moderno de los editores de periódicos y otros brillantes pesimistas, estos os dirán que resulta cuando menos ilógico celebrar la supremacía del bien en una época en que algo llamado Estado policíaco, o comunismo, trata de transformar la Tierra en cinco millones de millas cuadradas plagadas de terror, estupidez, y alambre de espino. Y pueden añadir que una cosa es brillar en el propio universo particular y otra muy distinta tratar de conservar el juicio en un mundo de edificios que estallan en medio de la noche entre rugido y aullidos. Pero en el mundo que proclamo como hogar del espíritu, con su decidida e inquebrantable falta de lógica, los dioses de la guerra son irreales. Y no lo son porque no consigo imaginar (y eso es decir mucho) que tales circunstancias puedan incidir en un mundo hermoso y encantador que sigue su curso con placidez, mientras que sí puedo imaginar muy bien que mis compañeros de sueños, los miles que van por la tierra, siguen estas mismas normas irracionales y divinas en las horas más tenebrosas y deslumbrantes de peligro físico, de dolor, de polvo y de muerte.

¿Qué representan exactamente estas normas irracionales? Representan la supremacía del detalle sobre lo general, de la parte que está más viva que el todo, de lo pequeño que el hombre observa y saluda con un amable gesto de su espíritu mientras la multitud alrededor es arrastrada por un impulso común hacia un objetivo común. Yo me descubro ante el héroe que se lanza al interior de una casa en llamas y salva al hijo de su vecino; pero le estrecharé la mano si arriesga cinco preciosos segundos en buscar y salvar, junto con el niño, su juguete preferido. Recuerdo la historieta en la que un deshollinador se caía en del tejado de un edifico alto, observaba en su caída un cartel con una palabra mal escrita, y mientras caía se iba preguntando por qué a nadie se le había ocurrido corregirla. En cierto modo, todos estamos sufriendo una caída mortal desde lo alto de nuestro nacimiento a las losas del cementerio, y nos vamos maravillando con la inmortal Alicia ante los dibujos de la pared. Esta capacidad de asombro ante fruslerías -sin importarnos la inminencia del peligro-, esos apartes del espíritu, esas notas a pie de página en el libro de la vida, son las formas más elevadas de conciencia; y es allí, en ese estado infantil y especulativo, tan distinto del sentido común y de la lógica, en donde sabemos que el mundo es bueno.

En este mundo divino y absurdo de la mente no prosperan los símbolos matemáticos. Su interacción, por muy delicada y obediente que sea imitando las circunvoluciones de nuestros sueños y los quanta de nuestras asociaciones mentales, no puede expresar una realidad totalmente extraña a su naturaleza, en particular si tenemos en cuenta que el principal placer de la mente creadora es el predominio concedido a un detalle incongruente eb apariencia sobre una generalización aparentemente dominante. Una vez rechazado el sentido común junto con su máquina calculadora, los números dejan de turbar la mente. La estadística nos da la espalda y, ofendida, no deja. Dos y dos ya no son cuatro porque no hace falta que sean cuatro. Si sumaban cuatro en el mundo lógico y artificial que hemos dejado, se debía a una mera cuestión de hábito: dos y dos solían sumar cuatro de la misma manera que los invitados a una cena esperan sumar un número par. Pero yo invito a los niños a un picnic al tuntún y a nadie le preocupa si dos y dos son cinco o cinco menos algo. En determinada etapa de su desarrollo, el hombre inventó la aritmética con el fin puramente práctico de conseguir algún tipo de orden humano en un mundo gobernado por dioses que, sin que el hombre pudiera evitarlo, devastaban sus sumas cuando se les antojaba. Aceptó ese inevitable indeterminismo llamado magia que ellos introducían de vez en cuando, y procedía con serenidad a contar las pieles que habían trocado en rayas de tiza sobre la pared de su cueva. Puede que se entrometiesen los dioses; pero al menos él estaba decidido a seguir un sistema que había inventado con el propósito expreso de seguirlo.

Luego, al transcurrir los miles de siglos, retirarse los dioses con una jubilación más o menos adecuada, y volverse los cálculos humanos cada vez más acrobáticos, las matemáticas trascendieron su estado inicial y se convirtieron, por así decir, en parte natural del mundo al que meramente se habían aplicado. En vez de basar los números en ciertos fenómenos en los que encajaban por azar, porque nosotros mismos encajábamos en las estructuras que percibíamos, el mundo entero se fue basando gradualmente en los números, y nadie parece sorprenderse ante el extraño hecho de que la red exterior se haya convertido en esqueleto interior. En efecto, excavando un poco más profundamente en cierta región próxima a la cintura de Sudamérica un afortunado geólogo puede descubrir un día, al chocar su pala contra un metal, el fleje de ecuador. Hay una especie de mariposa en cuyas alas posteriores una gran mancha redonda imita una gota de líquido con tan misteriosa perfección que la raya que cruza el ala se desvía ligeramente al atravesarla; esta parte de la raya parece desviarse por refracción, como si se tratase de una auténtica gota globular y estuviésemos viendo dicha raya a través de ese líquido. A la luz de la extraña metamorfosis experimentada por las ciencias exactas desde lo objetivo a lo subjetivo, ¿qué puede impedirnos suponer que un día cayó una gota de verdad, y que se ha conservado de alguna manera, filogenéticamente, como lunar? Pero quizá la consecuencia más divertida de nuestra extravagante creencia en el ser orgánico de las matemáticas es la manifestada hace unos años cuando un astrónomo decidido e ingenioso se le ocurrió atraer la atención de los habitantes de Marte, si los había, trazando unas líneas luminosas de varias millas de longitud, de manera que formasen algún teorema geométrico, con idea de que, al comprobar nuestros conocimientos sobre el comportamiento de los triángulos, los marcianos concluirían que era posible establecer contacto con los ¡oh inteligentes telúricos!

Llegados a este punto, el sentido común vuelve furtivamente para susurrar con voz ronca que, me guste o no, un planeta y un planeta hacen dos planetas, y que cien dólares son más que cincuenta. Si yo replico que tal vez el otro planeta resulte ser un doble, o que como es sabido, una cosa llamada inflación puede hacer que cien sea menos que diez en espacio de una noche, el sentido común me acusará de sustituir lo concreto por lo abstracto. Sin embargo, este último es otro de los fenómenos esenciales del mundo que os invito a examinar.

He dicho que el mundo era bueno; y la "bondad" es algo irracionalmente concreto. Desde el punto de vista del sentido común, la "bondad" de un alimento, pongamos por caso, es tan abstracta como su "maldad", ya que el sano juicio no puede percibir estas cualidades como objetos tangibles y completos. Pero cuando realizamos ese giro mental necesario, que es como aprender a nadar o hacer cambiar súbitamente la trayectoria de una pelota, nos damos cuenta de que la "bondad" es algo redondo y cremoso y hermoso y sonrosado, algo con delantal limpio y cálidos brazos desnudos que nos ha criado y nos ha dado consuelo; algo, en una palabra, tan real como el pan o la fruta aludidos en el anuncio; los mejores anuncios son creados por individuos astutos, conocedores de los métodos que ponen en marcha los cohetes de la imaginación; su saber es el sentido común, comercial, utilizan los instrumentos de la percepción irracional para fines totalmente racionales.

En cambio la "maldad" es una desconocida para nuestro mundo interior; se sustrae a nuestra comprensión; la "maldad" es en realidad carencia de algo, más que una presencia nociva; y al ser abstracta e incorpórea, no ocupa un espacio real en nuestro mundo interior. Los criminales son por lo general personas sin imaginación, ya que si ésta se hubiera desarrollado, aunque sea siguiendo la mediocre línea trazada por el sentido común, les habría impedido hacer el mal revelando sus ojos mentales el grabado de unas esposas; por otra parte, la imaginación creadora les habría inducido a buscar una salida en la ficción y a hacer que los personajes de los libros realizasen de forma más completa y profunda lo que ellos sólo podrían hacer en forma de chapucería en la vida real. Faltos de verdadera imaginación, se conforman con banalidades imbéciles tales como verse conduciendo por Los Angeles un fastuoso coche robado al lado de una rubia fastuosa que les ha ayudado a destripar al dueño. Sin duda, esta realidad puede convertirse en arte cuando la pluma del escritor conecta las corrientes necesarias; pero, en sí mismo, el crimen e el triunfo de la vulgaridad, y cuanto más éxito tiene, tanto más idiota parece. Jamás admitiré que el oficio del escritor consista en mejorar la moral de su país, en señalar ideales elevados desde las enormes alturas de una tribuna callejera, administrar los primeros auxilios escribiendo libros de segunda categoría. El púlpito del escritor está peligrosamente cerca de la novela barata, y lo que los críticos llaman novela fuerte es generalmente un penoso montón de lugares comunes o un castillo de arena en una playa populosa: y no hay nada más triste que ver deshacerse su foso fangoso cuando se han ido los domingueros y las frías olas empiezan a roer las arenas solitarias.

Hay, no obstante, una mejora que, sin querer, todo auténtico escritor aporta al mundo que le rodea. Cosas que el sentido común tacharía de banalidades insustanciales o exageraciones grotescas e irrelevantes, la mente creadora las utiliza de tal forma que vuelve absurda la iniquidad. El convertir lo malo en bufón no es objetivo prefijado en vuestro auténtico escritor; el crimen es una farsa lastimosa tanto si el recalcarlo ayuda a la comunidad como si no; por lo general sí ayuda, pero ése no es el objetivo directo o el deber del autor. El guiño del autor al advertir el labio colgante e imbécil del asesino, o al observar el dedo índice rechoncho de un tirano profesional explorando un agujero productivo de la nariz en la soledad de su suntuoso dormitorio, ese guiño castiga a vuestro hombre más certeramente que la pistola de un conspirador solapado.(...)

(...) Un loco es reacio a mirarse en el espejo porque el rostro que ve no es el suyo: su personalidad está decapitada; la del artista, en cambio, está incrementada. La locura no es más que el sentido común un poco enfermo, mientras que el genio es la mayor cordura del espíritu; y el criminólogo Lombroso, cuando trató de descubrir las afinidades entre el loco y el artista, se embarulló al no percibir las diferencias anatómicas entre una obsesión e inspiración, entre un murciélago y un pájaro, una ramita seca y un insecto en forma de rama. Los lunáticos son lunáticos porque han desmembrado, de forma completa y temeraria, el mundo que nos es familiar; pero no tienen o han perdido el poder necesario para crear un mundo nuevo tan armonioso como el anterior. El artista, en cambio, desconecta lo que quiere, y al hacerlo es consciente de que una parte de sí mismo conoce el resultado final. Cuando examina su obra terminada se da cuenta de que, cualquiera que sea la lucubración inconsciente implícita en su inmersión creadora, el resultado final es consecuencias de un plan preciso que estaba contenido en el shock inicial, como se dice que el desarrollo futuro del ser vivo está contenido en los genes de su célula germinal.

El paso del estadio disociativo al asociativo está marcado por una especie de estremecimiento espiritual que en inglés se denomina grosso modo inspiration. Un transeúnte silba una tonada en el momento exacto en que observamos el reflejo de una rama en un charco que a su vez, y simultáneamente, nos despierta el recuerdo de una mezcla de hojas verdes y húmedas y una algarabía de pájaros en algún viejo jardín y el viejo amigo, muerto hace tiempo, emerge súbitamente del pasado sonriendo y cerrando su paraguas mojado. La escena sólo dura un radiante segundo, y la sucesión de impresiones e imágenes es tan vertiginosa que no podemos averiguar las leyes exactas que rigen su reconocimiento, formación y fusión -por qué este charco y no otro, por qué este sonido y no otro-, ni la precisión con que se relacionan todas esas partes; en ese momento, una sensación mágica nos estremece, experimentamos una resurrección interior, como si reviviese un muerto en virtud de una pócima centelleante mezclada a toda velocidad en nuestra presencia. Esta impresión se encuentra en la base de la llamada inspiración, ese estado condenable para el sentido común. Pues el sentido común subrayará que la vida en la tierra, desde el percebe al ganso, desde la lombriz más humilde a la mujer más bonita, surgió de un limo carbonoso coloidal activado por fermentos, al tiempo que la tierra se iba enfriando servicialmente. Puede que la sangre sea el mar silúrico en nuestras venas, y estamos dispuestos a aceptar la evolución al menos como fórmula modal. Puede que los ratones del profesor Pavlov y las ratas giratorias de Griffith deleiten a las mentes prácticas; y puede que la ameba artificial de Rhumbler llegue a ser una mascota preciosa. Pero repito, una cosa es tratar de averiguar los vínculos y las etapas de la vida, y otra muy distinta tratar de comprender la vida y el fenómeno de la inspiración.

El ejemplo que he puesto -la tonada, las hojas, la lluvia- supone un tipo de emoción relativamente simple. Es una experiencia familiar a muchas personas que no necesariamente son escritores; otros, sin embargo, no se molestan en observarla. En el ejemplo, la memoria desempeña un papel esencial, aunque inconsciente, y todo depende de la perfecta fusión del pasado y el presente. La inspiración del genio añade un tercer ingrediente: el pasado, el presente y el futuro (nuestro libro) se unen en un fogonazo repentino; de este modo percibimos el círculo entero del tiempo, que es otra forma de decir que el tiempo deja de existir. Sentimos a la vez que el universo entero penetra en nosotros y nosotros mismos nos disolvemos en el universo que nos envuelve. El muro de la prisión del ego se desmorona de repente, y el no-ego irrumpe desde el exterior para salvar al prisionero... que danza ya en el aire libre.

La lengua rusa, aunque relativamente pobre en términos abstractos, define dos tipos de inspiración: vostorg y vdokhnovenie, que pueden parafrasearse como "rapto" y "recuperación". La diferencia entre una y otra es sobre todo de intensidad; la primera es breve y apasionada, la segunda fría y sostenida. Hasta ahora me he estado refiriendo a la pura llama de vorstorg, al rapto inicial, que no se propone ningún objetivo consciente pero que es importantísimo a la hora de conectar la disolución del viejo mundo con la construcción del nuevo. Cuando llega el momento y el escritor se pone a escribir su libro confiará en la segunda y serena clase de inspiración, en la vdokhnovenie, compañera fiel, que ayuda a recuperar y reconstruir el mundo.

La fuerza y originalidad implícitas en el primer espasmo de inspiración son directamente proporcionales al valor del libro que el autor escribirá. En el extremo inferior de la escala un escritor de segunda fila puede experimentar un ligero estremecimiento al observar, digamos, la íntima conexión entre la chimenea humeante de una fábrica, un lilo desmedrado en el patio y un niño de cara pálida; pero la combinación es tan simple, el triple símbolo tan evidente, el puente entre las tres imágenes tan gastado por los pies de los peregrinos literarios y por las carreteras de las ideas estereotipadas, y el mundo que surge de esa interrelación es tan parecido al normal y corriente, que la obra de ficción puesta en marcha tendrá necesariamente un valor modesto. Por otro lado, no pretendo insinuar que el impulso inicial de una gran obra sea siempre consecuencia de algo visto, oído, olido, gustado o tocado por un artista de pelos largos durante sus vagabundeos sin rumbo. Aunque no debe desdeñarse el cultivo del arte de trazar en uno mismo súbitamente diseños armoniosos con hebras muy separadas, y aunque, como en el caso de Marcel Proust, la idea actual de una novela puede surgir de sensaciones tales como la de notar cómo se deshace una magdalena en el paladar o de un enlosado desigual bajo nuestros pies, sería precipitado concluir que la creación de todas las novelas ha de tener como fase una especie de experiencia física glorificadora. El impulso inicial puede revelar tantos aspecto como talentos y temperamentos existentes; puede ser la serie acumulada de varios shocks prácticamente inconscientes o una combinación inspirada de varias ideas abstractas sin un fondo físico definido. Pero de una forma o de otra, el proceso puede reducirse incluso a la forma más natural del estremecimiento creador: una imagen súbita y viva construida en un relámpago de unidades desemejantes que son aprehendidas instantáneamente, en una explosión estelar de la mente.

Cuando el escritor emprende su obra de reconstrucción, la experiencia creadora le dice lo que debe evitar en determinados momentos de ceguera que doblegan de vez en cuando incluso a los más grandes, cuando los duendes gordos y verrugosos del convencionalismo o los astutos trasgos llamadores "llenadores de lagunas" tratan de trepar por las patas de su escritorio. El llameante vostorg ha cumplido su misión y la fría vdokhnovenie se pone las gafas. Las páginas todavía están en blanco, pero hay una sensación milagrosa de que todas las páginas están ahí, escritas con tinta invisible y clamando por hacerse visibles. Si quisierais podríais desarrollar cualquier parte del cuadro, pues la idea de secuencia no existe en realidad por lo que se refiere al autor. La secuencia surge sólo porque las palabras han de escribirse una tras otra en páginas sucesivas, del mismo modo que el lector debe tener tiempo para recorrer el libro, al menos la primera vez que lo lee. Tiempo y secuencia no pueden existir en la mente del autor porque ningún elemento temporal ni espacial habían gobernado la visión inicial. Si la mente estuviese construida con líneas opcionales y si un libro pudiera leerse de la misma manera que la mirada abarca un cuadro, es decir, sin preocuparse de ir laboriosamente de izquierda a derecha y sin el absurdo de los principios y finales, ésta sería una forma ideal de apreciar una novela, porque así es como el autor la ha visto en el momento de su concepción.

De modo que ahora está preparado para escribirla. Tiene la estilográfica llena, la casa está tranquila, el tabaco y las cerillas a un lado, la noche es joven... y nosotros le dejamos en su grata ocupación, salimos furtivamente, cerramos la puerta, y al marcharnos, echamos de la casa al monstruo ceñudo del sentido común que subía pesadamente a gimotear que el libro no es para el público en general, que el libro nunca se... Y entonces, antes de que ese falso sentido común profiera la palabra v-e-n-d-e-r-á, tendremos que pegarle un tiro.

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