30 sept 2010

La dicha de escribir

Garra. Entusiasmo. Cuán raramente se oyen estas palabras. Qué poca gente vemos que viva o, para el caso, crea guiándose por ellas. Sin embargo, si me pidiesen que nombrara los elementos más importantes del carácter de un autor, aquello que da forma a su material y lo impele hacia donde quiere ir, sólo podría advertirle que pusiera atención a su garra, que se fijara en su entusiasmo.
Ustedes tienen su lista de autores favoritos. Yo tengo la mía. Dickens, Twain, Wolfe, Peacock, Shaw, Moliere, Jonson, Wycherly, Sam Johnson. Poetas: Gerard Manley Hopkins, Dylan Thomas, Pope. Pintores: El Greco, Tintoretto. Músicos: Mozart, Haydn, Ravel, Johann Strauss (!). Pensar en estos nombres es pensar en garras, apetitos, entusiasmos grandes o pequeños pero siempre importantes. Pensar en Shakespeare y Melville es pensar en truenos, relámpagos, viento. Todos conocían el gozo de crear en formas amplias o reducidas, en telas ilimitadas o estrechas. Son los hijos de los dioses. Sabían divertirse trabajando. No importaba si de vez en cuando crear era difícil, qué tragedias o enfermedades les afectaban la vida más íntima. Las cosas importantes son las que nos llegaron de sus manos y sus mentes, y están llenas a reventar de vigor animal y vitalidad intelectual. Nos transmitieron sus odios y desesperaciones con una especie de amor.
Miren ustedes las elongaciones de El Greco y díganme, si pueden, que su trabajo no lo hacía feliz. ¿De veras pretenderán que el Dios creando a los animales del universo de Tintoretto se basa en algo menos que «diversión» en el sentido más amplio y más enteramente comprometido? El mejor jazz dice: «Voy a vivir siempre; no creo en la muerte». La mejor escultura, como la cabeza de Nefertiti, no cesa de repetir: «El Hermoso estuvo, está y estará aquí para siempre». Cada uno de los hombres que mencioné atrapó un fragmento del mercurio de la vida, lo congeló para siempre y, en el ardor de su creatividad, se volvió a señalarlo y exclamar: «¿No es cierto que es bueno?». Y era bueno.
¿Qué tiene que ver todo esto con escribir el cuento de nuestra época?
Sólo lo siguiente: si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano.
¿Cuánto hace que no escribe usted una historia que vuelque en el papel un amor o un odio verdadero? ¿Cuánto que no se atreve a liberar un bien conservado prejuicio para que sacuda la página como un rayo? ¿Cuáles son las mejores y las peores cosas de su vida y cuándo saldrá a susurradas o gritarlas?
¿No sería fabuloso, por ejemplo, tirar al suelo un ejemplar de Harper's Bazaar que ha estado hojeando en la consulta del dentista, saltar a la máquina de escribir y desbocarse en carcajadas rabiosas contra ese esnobismo tonto y a veces vergonzante? Eso mismo hice yo hace unos años. Topé con un número donde los fotógrafos de Bazaar, con un perverso sentido de la igualdad, volvían a utilizar nativos de un callejón de Puerto Rico junto a unas modelos de aspecto famélico que posaban a beneficio de unas aún más demacradas semimujeres de los mejores salones del país. Tal furia me dieron esas fotos que, más que ir, me lancé hacia mi máquina y escribí «Sol y sombra», la historia de un viejo portorriqueño que le arruina la tarde a un fotógrafo de Bazaar deslizándose en todas las fotos y bajándose los pantalones.
Me atrevería a decir que hay algunos de ustedes que hubieran querido hacerlo. Yo me di el gusto; las limpiadoras secuelas de la risa, el chillido, la gran carcajada como un relincho. Es probable que los editores de Bazaar no oyeran nada. Pero muchos lectores oyeron y exclamaron: ¡Vamos, Bazaar, vamos Bradbury! No reivindico victoria. Pero cuando fui a colgar los guantes, tenían manchas de sangre.
¿Cuánto hace que no escribe una historia así, por pura indignación?
¿Cuándo fue la última vez que la policía lo paró en su barrio porque tenía ganas de pasear y tal vez pensar de noche? A mí me sucedió bastantes veces como para que al fin, irritado, escribiera «El peatón», un cuento sobre una época, dentro de cincuenta años, en que a un hombre lo arrestan y someten a estudios clínicos porque insiste en mirar la realidad no televisada y respirar aire no acondicionado.
Dejando de lado enojos e irritaciones, ¿y los gustos qué? ¿Qué es lo que más quiere en el mundo? Hablo de las cosas grandes y las chicas. ¿Un tranvía, un par de zapatillas de tenis? A éstas una vez, cuando éramos niños, nos las invistieron de magia. El año pasado publiqué un cuento sobre el último viaje de un niño en un tranvía que huele a todas las tormentas del tiempo, un tranvía lleno de asientos de terciopelo verde musgo y electricidad azul pero destinado a que lo reemplace un prosaico autobús de olor más práctico. Otro cuento trataba de un muchacho que quería un par de zapatillas de tenis nuevas para poder saltar sobre ríos, casas y calles, y hasta arbustos, aceras y perros. Para él las zapatillas eran una corriente de gacelas y antílopes en el estío del veld africano. Había allí una energía de ríos liberados y tormentas veraniegas; no había nada en el mundo que necesitara tanto como esas zapatillas.
Por consiguiente, sin complicaciones he aquí mi fórmula.
¿Qué es lo que más quiere usted en el mundo? ¿Qué ama, o qué detesta?
Busque un personaje como usted que quiera algo o no quiera algo con toda el alma. Dele instrucciones de carrera. Suelte el disparo. Luego sígalo tan rápido como pueda. Llevado por su gran amor o su odio, el personaje lo precipitará hasta el final de la historia. La garra y el entusiasmo de esa necesidad —y tanto en el amor como en el odio hay garra—, encenderán el paisaje y elevarán diez grados la temperatura de su máquina de escribir.
Todo esto se dirige sobre todo al escritor que ya ha aprendido su oficio; es decir, que ha asimilado suficientes útiles gramaticales y conocimiento literario como para no tropezar cuando quiere correr. Pero el consejo también conviene al principiante, aunque por razones puramente técnicas tenga que andar con paso inseguro. Incluso aquí la pasión suele salvar la jornada.
La historia de cada cuento, entonces, debería leerse casi como un informe meteorológico: Caluroso hoy, refrescando mañana. Hoy por la tarde incendie usted la casa. Mañana vierta fría agua crítica sobre las brasas ardientes. Para cortar y reescribir ya habrá tiempo mañana. Hoy, ¡estalle, hágase pedazos, desintégrese! Las otras seis o siete versiones serán toda una tortura. ¿Por qué no disfrutar pues de la primera, con la esperanza de que su gozo busque y encuentre en el mundo otros que al leer su cuento también se incendien?
No tiene por qué ser un gran incendio. Un fuego pequeño, acaso la llama de una vela; el anhelo de un prodigio mecánico como un tranvía o un prodigio animal como un par de zapatillas corriendo a lo conejo por la hierba de la madrugada. Fíjese en los pequeños encantos, encuentre y modele las pequeñas amarguras. Saboréelos en la boca, pruébelos en la máquina. ¿Cuánto hace que no lee un libro de poesía o se toma una tarde para uno o dos ensayos? ¿Ha leído alguna vez un número de Geriatrics, publicación oficial de la Sociedad Geriátrica Americana, una revista dedicada «a la investigación y el estudio clínico de las enfermedades y procesos de la tercera edad»? ¿Ha visto siquiera algún ejemplar de What 's New, una revista publicada en el norte de Chicago por los laboratorios Abbot, y que contiene artículos como «El Tubocurarene para cesáreas» o «El Fenurone en la epilepsia», pero que también incluye poemas de William Carlos Williams y Archibald Macleish, cuentos de Clifton Fadiman y Leo Rosten e ilustraciones de John Groth, Aaron Bohrod, William Sharp y Russell Cowles? ¿Absurdo? Tal vez. Pero hay ideas en cualquier lugar, como manzanas caídas deshaciéndose en la hierba por falta de caminantes con ojo y lengua para la belleza, sea absurda, horrorosa o refinada.
Gerard Manley Hopkins lo dijo así:

Gloria a Dios por las cosas variopintas...
por los cielos bicolores como vacas pías;
por el lunar rosado en la pecosa trucha esquiva;
las ascuas en la hoja del castaño; el ala del pinzón;
el paisaje parcelado y dividido: redil, barbecho y aradío;
por todos los oficios, aparejos, pertrechos y accesorios.
Por todo lo adverso, original, sobrio, extraño;
lo voluble, lo moteado (¿quién sabe cómo?);
lo rápido, lo lento; lo dulce, lo agrio; lo tenue, lo brillante;
Él engendra y protege una belleza inmutable:
alabadlo.

Thomas Wolfe se tragó el mundo y vomitó lava. Dickens comió cada hora de su vida en una mesa diferente. Moliere, para degustar la sociedad, empuñó un escalpelo, como hicieron Pope y Shaw. Adonde se mire en el cosmos literario, todos los grandes están atareados en amar y odiar. ¿Ha abandonado usted esta ocupación básica por obsoleta para su escritura? Entonces se pierde una buena diversión. La diversión de la ira y el desencanto, de amar y ser amado, de conmover y ser conmovido por este baile de máscaras en el que giramos desde la cuna hasta el cementerio. La vida es corta, la desdicha segura, la muerte cierta. Pero entretanto, en su trabajo, ¿por qué no transportar esas hinchadas vejigas con las etiquetas de Garra y Entusiasmo? Con ellas, en viaje hacia la tumba, yo me propongo azotar a un espantajo, acariciar el peinado de una linda chica y saludar a un muchacho subido a un caqui.

Si alguien se me quiere unir, en el Ejército de Coxie hay lugar de sobra.

29 sept 2010

Reglas para Escritores

1. Nunca abras un libro hablando del tiempo. Si es sólo para crear ambiente, y no la reacción del personaje al clima, mejor que no te extiendas. El lector es propenso a pasar la página para buscar a las personas. Hay excepciones. Si resulta que eres Barry Lopez, que tiene más formas que un esquimal para describir la nieve y el hielo en su libro Sueños árticos, puedes informar sobre el tiempo todo lo que quieras.

2. Evita los prólogos: pueden ser molestos, especialmente un prólogo seguido de una introducción que viene antes de un prefacio. Pero esto se suele ver en la no ficción. Un prólogo en una novela son los antecedentes, y puedes ponerlos donde quieras. Hay prólogo en Dulce jueves de John Steinbeck, pero está bien, porque un personaje del libro plantea a qué se refieren mis reglas. Dice: «Me gusta mucho que hablen en los libros y no me gusta que alguien me diga qué aspecto tiene el que habla. Quiero imaginarme su aspecto a partir de su forma de hablar».   

3. Nunca uses otro verbo aparte de «dijo» para seguir los diálogos. La frase del diálogo pertenece al personaje; el verbo es el escritor metiendo sus narices. Pero «dijo» es mucho menos invasivo que «refunfuñó», «exclamó», «advirtió» y «mintió». Una vez vi que Mary McCarthy terminaba una frase de un diálogo con «aseveró ella» [(asseverate, cultismo en inglés)] y tuve que dejar de leer e ir al diccionario.

4. Nunca uses un adverbio para cambiar el verbo «dijo»... amonestó seriamente. Usar un adverbio de esta manera (o casi de cualquiera) es un pecado mortal. El escritor se expone a sí mismo en serio, usando una palabra que distrae y puede interrumpir el ritmo del intercambio. Hay un personaje en uno de mis libros que dice cómo solía escribir historias románticas «llenas de violaciones y adverbios».

5. Mantén tus signos de exclamación bajo control. No debes permitirte más de dos o tres por 100.000 palabras. Si tienes un don para jugar con las exclamaciones como lo hace Tom Wolfe, puedes usarlos a puñados. 

6. Nunca uses las palabras «de repente» o «se armó la de Dios es Cristo». Esta regla no requiere explicación. He notado que los escritores que usan «de repente» tienden a ejercer menor control al aplicar los signos de exclamación.

7. Usa los dialectos regionales, o los patois, con moderación. Una vez que empiezas a escribir las palabras en los diálogos fonéticamente y a cargar la página con apóstrofes, no podrás parar. Fíjate en cómo Annie Proulx capta el acento de Wyoming en su libro de relatos cortos Brokeback Mountain. 

8. Evita las descripciones detalladas de los personajes, que Steinbeck ocultaba. En Colinas como elefantes blancos, de Ernest Hemingway, ¿qué aspecto tenían «el americano y la chica que iba con él»? «Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa». Esa es la única referencia de descripción física en la historia.

9. No entres en grandes detalles al describir lugares y cosas, a menos que seas Margaret Atwood y puedas pintar escenarios con el lenguaje. No te interesan descripciones que lleven la acción, el flujo de la historia, a la parálisis. 

10. Intenta descartar la parte que los lectores tienden a saltarse. Piensa en aquello que te saltas cuando lees una novela: largos párrafos en los que se ven demasiadas palabras. 

28 sept 2010

La Tragedia de mi Vida

1. La vida del artista, Cristo y la imaginación

Consiste la humildad del artista en aceptar incondicionalmente las experiencias todas, así como el amor estriba en él simplemente en el sentido de la belleza, que al mundo revela su cuerpo y su alma. Pater, en Mario el epicúreo, pretende armonizar la vida del artista con la vida religiosa, en el profundo, austero y gracioso sentido de la palabra. Pero apenas si es Mario un mero espectador, aunque sí un espectador ideal, que puede considera con sentimientos propios el drama de la existencia", lo cual para Wordsworth es el verdadero destino del aeda. Pero, no es más que un espectador, y acaso por demás ocupado de la elegancia de los banco del templo, para notar que el templo que ante sus ojos tiene, es el del Dolor.
Noto yo una relación mucho más íntima e inmediata entre la vida verdadera de Cristo y la vida verdadera del artista, y constituye para mí una inmensa alegría pensar que, mucho antes de que se hubiese adueñado de mis días el dolor, y me amarrase a su carro, yo había escrito, en El alma del hombre, que "el que pretende vivir una existencia semejante a la de Cristo, tiene que ser completa y absolutamente él mismo". Y como ejemplo citaba, no solamente al pastor en su llanura, y al preso en su mazmorra, sino al pintor también, para quien es el mundo una mascarada, y el vate, para quien una canción es.
Me acuerdo haberle dicho una vez a André Gide, un día que estábamos juntos en un café de Paris, que a mí me inspiraba muy poco interés la metafísica, en realidad, y absolutamente ninguno la moral, y que todo lo que fue dicho por Platón y por Cristo podía trasponerse de inmediato a la esfera del arte, y en ella hallar su realización perfecta. Esta era una generalización tan profunda como nueva.
No solamente es la íntima revelación que podemos ver entre la personalidad de Cristo y la perfección lo que hace la verdadera diferencia existente entre el arte clásico y el arte romántico en la vida, sino que era la misma que la del artista, la esencia de su naturaleza; vale decir, una intensísima imaginación, ardiente como una llama.
Llevo Cristo a la esfera toda de las humanas relaciones, esa imaginación que constituye el secreto de la creación artística. Comprendió el mal del leproso, las tinieblas del ciego, y la miseria cruel de los viven en el placer, y la miseria singular de los opulentos.
(...) Indudable es que figura Cristo entre los poetas. Provenía su concepción de la humanidad, directamente de la imaginación, y no puede ser comprendida más que a través de ésta. Fue el hombre para El lo que Dios para los panteístas. Fue El el primero en concebir la unidad de las distintas razas.
Ya existían dioses y hombres que El. Y El, sintiendo que se habían hecho carne en El, gustaba de llamarse, a veces, el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre, otras. Más que cualquier otro en la historia, en nosotros despierta esa inclinación hacia lo maravilloso, a que se halla siempre dispuesto el romanticismo. Todavía es para mí increíble eso de que imagine un joven labriego galileo que puede llevar sobre sus hombros el peso de todo el mundo; el peso de todo lo que hasta ese momento habíase hecho y padecido y de cuanto habría de hacerse y padecerse: los pecados de Nerón, de César Borgia, de Alejandro VI, del que emperador de Roma fue y también sacerdote del Sol; los padecimiento de todos aquellos, que forman legión, que entre ruinas yacen; los sufrimientos de los pueblos oprimidos, de los niños que labran en las fábricas, de los ladrones, de los presidiarios, de los desheredados de la suerte, y de los que están sojuzgados y cuyo silencio sólo puede oír Dios. Y no solamente llegan a imaginárselo, sino que lo realiza efectivamente, de modo que hoy todavía los que con El entran en contacto, aunque ante sus altares no se prosternen, ni se pongan de hinojos ante sus sacerdotes, tiene hasta cierto punto la impresión de que se les esfuma la fealdad de sus pecados y se les revela la hermosura de sus padecimientos.
Dije ya que Cristo figura entre los aedas, y es la pura verdad. Son hermanos suyos Shelley y Sófocles...Pero es su misma vida el más maravilloso de sus poemas, y en todo el ciclo de la tragedia griega no hay nada que pueda asemejarse al "temor y la piedad" de esta vida. La pureza del protagonista eleva este edificio a una altura de arte romántico que, a causa de su propio horror, les está prohibida a los padecimientos de las familias de Tebas y a la de los Átridas. Y encuentra también esta pureza lo erróneo que era el axioma expuesto por Aristóteles en su Tratado del Drama, y que sentaba que era imposible soportar el espectáculo del castigo de un inocente. Ni en Esquilo ni en Dante, el austero maestro de la ternura; ni en Shakespeare, el más nítidamente humano de todos los grandes artistas; ni en todos los mitos y las leyendas celtas, en los cuales luce la gracia del mundo a través de una niebla de lágrimas, y no vale la vida de un hombre más que la de una flor, nada hay que, a causa de su sencillez conmovedora, unida a la sublimidad del trágico efecto de que proviene, nada hay que igualarse pueda, ni siquiera acercarse, al acto último de la historia de la Pasión de Cristo.
 
2. La comedia que oculta la tragedia

Señala hoy la gente hacia la cárcel de Reading, y dice: "Ahí es donde le lleva a uno la vida de artista". Bien; pero podía llevarles a sitios peores aún. El vulgo, esos para quienes la vida es una especie de diestra especulación, fruto de un cálculo cuidadoso de posibilidades, siempre saben adónde van, y derechamente van hacia su objeto. Se proponen como fin ideal, llegar a ser mayordomo de cofradía, y lo consiguen, efectivamente, cualquiera que sea la situación en que hayan sido colocados. Y eso es todo. Y aquel que aspira a ser algo exterior a sí mismo, diputado en el Parlamento, opulento negociante, letrado eminente, o cualquier otra cosa tan aburrida cono las enunciadas, siempre ve sus esfuerzos coronados por el éxito. Y es este su castigo. Quien ansía una careta, no tiene más remedio que usarla.
De muy distinta manera ocurren las cosas con las fuerzas dinámicas de la vida, y con aquellos que las encarnan. Los que piensan tan sólo en el desenvolvimiento de su propia personalidad, no saben adónde les lleva la senda que siguen. No pueden saberlo. Dicho en pocas palabras, es indispensable, como lo pedía el oráculo griego, conócete a sí mismo. Es este el paso inicial de la sabiduría. Pero estriba la etapa final de la sabiduría en compenetrarse de lo insondable del alma humana. Somos nosotros mismos el misterio final, y aun luego de haberse averiguado el peso del sol, y medido las fases del astro de la noche, y sobre el mapa seguido, estrella por estrella, las siete constelaciones, nos falta todavía conocernos a nosotros mismos.
¿Quién sería capaz de calcular la órbita de su propia alma?
El hijo de aquel que salió en busca de los pollinos de su padre, no sabía que le aguardaba el hombre de Dios para ungirle, y que era ya su alma el alma de un soberano.
Espero yo vivir todavía lo suficiente para poder crear una obra que me permita manifestar en las postrimerías de mi vida: "Bien; aquí están ustedes viendo adónde conduce al hombre la vida de artista". La vida de Verlaine y la del príncipe Kropotkine, es lo más perfecto que he hallado en la esfera de mi experiencia. Y los dos son hombres que estuvieron varios años en la cárcel. Desde el Dante, es Verlaine el único poeta cristiano; posee Kropotkine el alma de ese blanco y hermoso Cristo que parece que Rusia tenía que producir.
Y en el trascurso de los últimos siete u ochos meses, pude mantener, a pesar de las enormes dificultades que continuamente me llegaban del mundo exterior, un contacto estrecho con un espíritu nuevo que anima en esta cárcel a hombres y cosas, y que me beneficiaron más de todo lo que pudieran expresar mis palabras. Y tal como no hice otra cosa, en el primer año de cárcel, ni puedo recordar otra cosa, que retorcerme las manos con terrible desesperación y gritar: "¡Qué fin, qué horrendo fin!", intento ahora decirme, y efectivamente me lo digo algunas veces, con absoluta sinceridad, cuando a mí mismo no me tortura: "¡Qué principio, qué maravilloso principio!".
Quizá sea esto cierto, y mucho le debo, entonces, a la nueva personalidad que cambia, en este lugar, la vidas de todos. Poco importancia tiene las cosas en si. Agradezcámosle, por lo menos, una vez a la filosofía algo que nos haya enseñado. No hablo aquí de las ordenanzas, pues están determinadas por reglamentos férreos, sino del espíritu que reside en ellas.
Puedes tú comprenderme, cuando te digo que, de haber sido liberado en el mes de mayo, como lo intente, habría abandonado este lugar presa del horror, experimentando por él y por todos sus dirigente un odio tan enorme, que hubiera emponzoñado mi existencia íntegra. Tuve que quedarme un año más en el calabozo; pero en este lapso ha invadido a todos un sentimiento de humanidad, y cuando salgo ahora de la prisión, siempre me acordaré de la bondad que tuvieron aquí, casi todos, para conmigo, y el día de mi partida manifestaré a muchos mi sincera gratitud, y les suplicaré que, de vez en cuando, se acuerden de mí.
Están equivocadas de medio a medio las instituciones penitenciarias. Y daría yo cualquier cosa por poderlas modificar más adelante. Tengo la intención de hacerlo. Pero no existe nada tan defectuoso en el mundo que no consiga el espíritu de la humanidad, o sea, el espíritu de amor, el espíritu de Cristo, que no se halla en las iglesias, si no modificarlo por completo, ayudarlo, al menos, a soportarlo sin exceso de amargura.
Además, me consta que me aguardan aún, en el exterior, muchas cosas deliciosas, desde aquella que San Francis de Asís "hermano viento" y "hermano agua" -las dos cosas son un placer hasta las vidrieras y las puestas del sol de las grandes urbes. Si desease hacer una lista de todo lo que todavía me resta, no sé cuando podría terminarla, pues Dios, en verdad, creó el mundo tan bueno para mí como para cualquier otro hombre. Quizá salgo de aquí dueño de algo que antes no tenía. No he menester de decirte que las reformas sociales, para mí, son tan insípidas y tan privadas de importancia como las teológicas. Pero, si bien es cierto que tener la intención de llegar a ser un hombre mejor, constituidas una hipocresía carente de base, llegar a ser un hombre mas profundo, privilegio es de lo que han padecido. Y tengo la impresión de haberlo logrado.
No me importaría nada, al recobrar mi libertad, que diese uno de mis amigos una fiesta, y no me convidara a la misma. Puede ser absolutamente, dichoso, a solas conmigo mismo. ¿Quién podría no serlo, si es dueño de la libertad, si tiene flores, y libros, y una luna en el cielo? Esto, sin olvidar que ya no me agradan las fiestas; demasiadas fueron las que di para que todavía puedan proporcionarme algún placer. Este es un aspecto de la vida, que ha muerto para mí, desearía poder decir que suerte. Pero si luego de verme libre, tuviese una pena uno de mis amigos y no permitiese compartirla, una gran amargura habría de experimentar. Si me condenase este amigo las puertas de la mansión del dolor, retornaría yo una y otra vez, suplicando me permitiese entrar, para compartir aquello que me asiste el derecho de compartir. Si indigno e incapaz de llorar con él me considerase. me haría el más cruel de los desprecios, la mas grande de las ofensas. Pero, es imposible semejante cosa. Tengo yo derecho a compartir el dolor, y poder contemplar la dulzura del mundo, y compartir su dolor, y en toda su extensión medir la maravilla de ambos, es estar en contacto directo con las cosas divinas y aproximarse más que cualquier otro al misterio de Dios.
Y acaso también penetre en mi arte, tal como en mi vida una nota más profunda aún, la de una mayor unidad de la pasión y de la de una fuerza directa. El verdadero objeto del arte moderno es la intensidad, y no la amplitud. No debemos ya ocuparnos del prototipo de arte, únicamente de la excepción. No sé si necesito decir que no puedo expresar mis padecimientos en la forma que realmente tuvieron; empieza el arte allí donde termina la imitación. Pero deberá algo animar mi obra, quizá una más profunda resonancia, un ritmo más rico, más inaudito efectos, o una más simple estructura. Nuevos valores estéticos, en todo caso.
Cuando fue arrancado Marsias de la vaina de su miembros -recurriendo a una de las horrendas imágenes de Tácito recopiladas por el Dante- della vajina delle membra sue, los griegos dicen que finalizo su canto. Había vencido Apolo. La lira había derrotado al caramillo del pastor. Pero, quizá anduviesen errados los griegos. En el arte moderno oigo a menudo el grito de Marsias; en Baudelaire suena amargo; lastimero y dulce en Lamartine, misterioso en Verlaine. Lo percibo en los acentos contenidos de la música de Chopin, en la repetida melancolía de todas las figuras de mujeres de Burne Jones. Y hasta se siente en el canto angustioso de los versos de duda y de tortura de Matthew Arnold, cuyo poema de Callicles con tan hermoso lirismo y tan nítidos tomos habla del Triunfo de la dulce y persuasiva lira y de la Famosa victoria final; no pudieran ayudarle no Goethe ni Wordsworth, a pesar de que alternativamente se volvía el hacia cada uno de ellos; cuando pretende expresar los lamentos de Tirsis, o dejar cantar al Estudiante gitano, se ve en la necesidad de apelar al caramillo del pasto.
Pero, esté mudo o no el fauno frigio, ni puedo yo callar, y dar flores a las negras ramas de los árboles que se asoman por encima de los paredones de la cárcel, y que tiemblan al viento con tanta agitación. Se entreabre ahora un profundo abismo entre mi arte y el mundo, pero no entre el arte y yo. Así lo espero, al menos.
Le estaba reservado su destino a cada uno de nosotros. Te ha tocado a ti de la libertad, los placeres, las diversiones y el bienestar; el de la vergüenza pública, el de la larga reclusión en una mazmorra, el de la miseria, la ruina y el deshonor a mí, a pesar de que en nada lo merecía yo.
Me acuerdo de haber dicho que creía poder soportar una tragedia verdadera, siempre que apareciese ante mí con un manto de púrpura o con la máscara del verdadero dolor; pero es lo tremendo de la vida moderna que, por el contrario, se oculta la tragedia bajo el disfraz de comedia, con lo cual parecen grotesca o sin estilo, las grandes realidades de todos los días. Tiene esto su razón de ser. Es probable que hubo siempre de acontecer en la actualidad de todas las épocas. Se dijo que al espectador le parecían viles todos los martirios; no debe ser una excepción el siglo XIX.
 
3. Rosenkranz y Guildenstern, la cumbre de Shakespeare

No conozco en toda la literatura dramática, retornando al terreno del arte, nada que sea comparable al modo con que trazó Shakespeare las figuras de Rosenkranz y Guildenstern, ni que sea más sugestivo que éstas, debido a su fineza psicológica. Son dos camaradas de Universidad de Hamlet; fueron sus amigos. El recuerdo guardan de los jubilosos días vividos juntos. En el momento en que se encuentran en la obra con Hamlet, vacila éste bajo el peso de una irresistible carga para un hombre de sus condiciones. Ha salido el muerto de su tumba, para encomendarle una misión al mismo tiempo demasiado grande y demasiado mezquina para él. Es Hamlet un soñador y se ve en la necesidad de obrar. Posee un temperamento de aeda, y se le pide que luche contra la relación habitual de causa a efecto, contra la vida en su aspecto práctico, del cual todo lo ignora, en vez de bregar contra las esencia ideal de la vida, de la que tanto sabe. Ni la menor idea tiene de lo que debe hacer, y consiste su locura en simular la locura. Recurrió Bruto a su demencia como manto que había de ocultar la espada de su intención, el puñal de su sabiduría; pero no es más que un disfraz la locura de Hamlet, debajo de la cual se oculta su debilidad haciendo muecas y diciendo chistes, un pretexto para demorar la acción, con la cual juega como con una teoría de artista.
En espía se convierte de sus propios actos, y al escucharse a sí mismo, sabe que aquello son solamente "palabras, palabras, palabras". En lugar de correr el riego de ser el héroe de su propia historia, trata por todos los medios de ser el espectador de su propia tragedia. En nada cree, ni en su mismo siquiera; pero no puede prestarle ayuda su duda, porque no es fruto del escepticismo, sino de su voluntad incierta.
No perciben nada de esto Guildenstern ni Rosenkranz. Inclínanse y sonríen complacientes, miman gracias, y lo que el uno dice, como un eco lo repite el otro. Y cuando, finalmente, mediente el drama que nace dentro del drama y del discreteo de los títeres, logra sorprender Hamlet al rey en "el secreto de su conciencia", y del trono expulsan al traidor presa de pánico, Guidelnstern y Rosenkranz no ven en su conducta más que un deplorable olvido de la etiqueta de palacio. Es todo lo que les permiten los "sentimientos propios con que contemplan el drama de la vida". Junto al secreto de Hamlet están, y no sospechan nada del mismo. Y no tendría finalidad alguna iniciarlos en ese secreto. Son copas chicas, cuyo espacio no sería posible aumentar. Al finalizar el drama, se indica que han sido sorprendidos ambos planeando un artero golpe contra una tercera persona, y fueron o serán, muertos violenta o bruscamente. Pero, un fin tan trágico, aunque el humor de Hamlet le concede una apariencia de sorpresa de comedia, y de justicia, no es el que cabe a jóvenes de su calaña. No mueren éstos nunca. Al morir Horacio -aunque no en presencia del público-, en defensa de la causa de Hamlet, no deja hermano alguno:
(Absents him from felicity a white,
and in this harsh world draws his breath is pain...)
Tan inmensamente lejos de la pura felicidad,
arrastran por este mundo su desaliento...
Pero son inmortales Guidenstern y Rosenkranz, como Angelo y como Tartufo, y merecen vivir eternamente junto a éstos. Constituyen el tributo pagado por la vida moderna al viejo ideal de la amistad. Quien escriba en lo futuro un nuevo tratado "de Amicitia" tendrá que reservarles en el mismo un lugar, y glorificarlos en prosa ciceroniana. Son tipos eternamente inmutables. Sería no comprenderlos, intentar censurarlos. Lo que ocurre, es que no encuentran ellos en el lugar que les corresponde, y nada más. No es contagiosa la grandeza del alma. Están solos desde su nacimiento los pensamientos y sentimientos sublimes.

26 sept 2010

Diarios (1910-1913) Fragmento

9 de diciembre. Stauffer-Bern: «La dulzura de la producción literaria nos engaña en lo que respecta a su valor absoluto.»
Cuando uno se siente dominado por un libro de cartas o de memorias, independientemente de quien sea el autor, en este caso Karl Stauffer-Bern, no se lo incorpora con sus propias fuerzas, porque para ello ya se necesita arte, y éste es feliz consigo mismo, sino que se entrega —así le ocurre muy pronto a quien simplemente no opone resistencia— dejándose arrastrar por la totalidad del otro y se deja convertir en un ser afín al otro; entonces no tiene nada de extraño que, al cerrar el libro, uno sea devuelto a sí mismo, vuelva a sentirse cómodo, tras esta excursión y este desahogo, en su personalidad propia, nuevamente reconocida, removida de nuevo, contemplada por unos momentos a distancia, y quede con la cabeza más despejada. — Sólo posteriormente puede sorprendernos que aquella peripecia vital de un extraño, a pesar de su viveza, esté descrita de un modo inalterable en un libro, aunque creemos saber por experiencia propia que nada en el mundo dista tanto de una experiencia —por ejemplo, el dolor por la muerte de un amigo— como la descripción de esta experiencia. Sin embargo, lo que está bien para nuestra persona, no lo está para los otros. Cuando, pongamos por caso, no podemos dar satisfacción a nuestros sentimientos con nuestras cartas —naturalmente hay aquí una cantidad de gradaciones que se diluyen en ambos sentidos—, cuando debemos recurrir una y otra vez, aun en nuestros mejores momentos, a expresiones como «indescriptible», «indecible», o a un «tan triste» o «tan hermoso», seguido de una frase que se desmorona rápidamente, introducida por un «que», entonces se nos da como compensación la facultad de comprender informaciones de otros con la tranquila precisión que nos falta ante las propias cartas, al menos en tal medida. El desconocimiento en que nos hallamos respecto a los sentimientos que nos han llevado según los casos a estrujar o a extender el papel de la carta; precisamente tal desconocimiento se convierte en inteligencia, puesto que nos vemos obligados a atenernos a la carta que tenemos delante, a creer únicamente en lo que hay en ella: a hallarlo perfectamente expresado, y con una expresión igualmente perfecta, como debe ser, si queremos que se abra ante nosotros el camino hacia lo humano. Así, por ejemplo, las cartas de Karl Stauffer sólo contienen el relato de la breve vida de un artista... (se interrumpe).

10 de diciembre. Tengo que ir a visitar a mi hermana y a su niño. Anteayer, cuando mi madre regresó a la una de la noche de casa de mi hermana con la noticia del nacimiento del niño, mi padre recorrió toda la casa en camisón, abrió todas las habitaciones, nos despertó a mí, a la criada y a mis hermanas, y nos anunció el nacimiento como si el niño no sólo hubiese nacido, sino llevado ya una vida honorable y tenido un adecuado entierro.

13 de diciembre. No he escrito por cansancio y he estado tumbado en el canapé, sintiendo la habitación alternativamente caliente y fría, con las piernas doloridas y unos sueños repugnantes. Tenía un perro encima, con una pata cerca de la cara; me desperté, pero durante unos instantes aún tuve miedo de abrir los ojos y mirarlo.

Piel de castor, una obra defectuosa, que decae sin un momento de elevación. Escenas falsas del jefe de policía. Interpretación sensible de la Lehmann, del Lessing-Theater; se le mete la falda entre los muslos cuando se agacha. La mirada reflexiva del pueblo. Elevación de las palmas de las manos, que se alinean juntas a la altura del rostro, en la parte izquierda, como para debilitar voluntariamente la fuerza de la voz que niega o asevera. Interpretación incoherente, grosera, de los demás. Insolencias del cómico frente a la obra (tira del sable, confunde los sombreros). Mi frío desagrado. De nuevo en casa, pero también allí, sentado con la impresión de asombro por el hecho de que tantas personas carguen con tanto ajetreo por una noche (gritan, roban, son robadas, importunan, aplauden, descuidan) y de que, en esta obra, si uno la mira sólo con ojos parpadeantes, se confundan sin orden ni concierto tantas voces humanas y tantos gritos. Muchachas bonitas. Una de rostro llano, superficies cutáneas que nada interrumpe, redondez de las mejillas, cabello que nace muy arriba, ojos perdidos y un poco salientes en esta lisa superficie. — Hermosos pasajes de la obra en los que la Wolffen aparece a la vez como ladrona y amiga sincera de las personas inteligentes, Progresistas, democráticas. Un Wehrhan que, como espectador, debía de sentirse aprobado. — Triste paralelismo de los cuatro actos. En el primer acto hay un robo, en el segundo el juicio, y lo mismo en los actos tercero y cuarto.

El sastre concejal, por los judíos. Sin la Tschissik. Pero con dos personas nuevas, espantosas, el matrimonio Liebgold. Mala obra de Richter. El principio molieresco, con el concejal presumido, cargado de relojes. — La Liebgold no sabe leer; su marido tiene que ensayar con ella.
Es casi una costumbre que un actor cómico se case con una actriz dramática, y que un actor dramático se case con una actriz festiva, y que en general sólo viajen en compañía de mujeres casadas o emparentadas con ellos. — Cómo una vez, a medianoche, el pianista, probablemente un solterón, se escurrió por la puerta con sus papeles de música.

Concierto Brahms en la Sociedad Coral. Lo esencial de mi falta de musicalidad es que no puedo disfrutar con continuidad de la música; sólo de vez en cuando surge en mí una impresión, y muy pocas veces es musical. La música que escucho eleva de un modo natural una muralla a mi alrededor, y el único influjo musical permanente que hay en mí es que, así recluido, soy diferente a cuando estoy libre.
Una veneración como la que inspira la música no la tiene el público ante la literatura. Las muchachas que cantaban. En muchas, la boca se mantenía abierta únicamente por la melodía. A una de ellas, de cuerpo pesado, le volaba el cuello y la cabeza al cantar.
Tres clérigos en un palco. El de en medio, de bonete colorado, escucha con calma y dignidad, inconmovible y pesado, pero no rígido; el de la derecha está sumido en la meditación, con el rostro afilado, inmóvil, lleno de arrugas; el de la izquierda, obeso, ha puesto la cara inclinada sobre la mano semiabierta. — Pieza interpretada: Obertura trágica (no oigo más que pasos lentos, solemnes, ejecutados una vez aquí, una vez allí. Es instructivo observar la transición de la música entre los distintos grupos de instrumentistas, y comprobarlo con el oído. La destrucción del peinado del director). Reflexión, de Goethe, Nenia, de Schiller, Canto de las parcas, Himno triunfal. — Las mujeres que cantaban de pie, junto a la balaustrada baja, como en la arquitectura de los primitivos italianos.

Es seguro que, aunque he pasado un tiempo considerable metido en una literatura que a menudo se me ha caído encima, hace tres días que no siento un deseo espontáneo de literatura, al margen de mi general deseo de felicidad. Asimismo, la pasada semana, consideraba a Löwy mi amigo imprescindible, y he prescindido fácilmente de él durante tres días.

Cuando me pongo a escribir después de cierto tiempo, atrapo las palabras como si las sacase del aire vacío. Cuando consigo una, sólo la tengo a ella y todo el trabajo empieza de nuevo desde el principio.

14 de diciembre. Al mediodía, mi padre me ha reprochado que me desentienda de la fábrica. Le he explicado que mi participación en ella se debía a que esperaba ganar algún dinero, pero que no podía trabajar con él mientras siguiese en la oficina. Mi padre siguió despotricando, yo estaba de pie junto a la ventana y callaba, pero por la noche me he sorprendido dando vueltas a la idea, procedente de la conversación del mediodía, de que podía considerarme muy satisfecho con mi actual empleo y debía guardarme muy bien de obtener todo el tiempo libre para la literatura. Apenas sometí esta idea a una observación más detallada, cuando dejó ya de parecerme sorprendente y me resultó familiar. Me negué la facultad de poder aprovechar todo el tiempo para la literatura. Aunque esta convicción respondía sólo a un estado momentáneo, era más fuerte que él. También pensé en Max como en un extraño, aunque hoy tiene en Berlín una apasionante velada de lecturas y presentaciones; ahora se me ocurre que sólo pensé en él al aproximarme a la casa de la señora Taussig durante mi paseo vespertino.

Paseo con Löwy a la orilla del río. El pilar del arco que se eleva desde el puente de Elisabeth, interiormente iluminado por una lámpara eléctrica, era una masa oscura, entre los chorros de luz laterales, que parecía la chimenea de una fábrica, y la cuña de sombra que, sobre él, se expandía por el cielo, era como un humo ascendente. Las verdes superficies luminosas, claramente delimitadas, al lado del puente.

Cómo, durante la lectura de Beethoven y la pareja de enamorados, de W. Schäfer, me pasaron con gran claridad por la cabeza unas ideas que nada tenían que ver con la historia que leía (pensé en la cena, en Löwy que me estaba esperando), sin que me distrajeran de la lectura, que precisamente hoy fue muy correcta.

24 sept 2010

CONSEJOS PARA ESCRIBIR CIENCIA FICCIÓN

De hecho nadie puede enseñar a escribir ciencia ficción, aunque muchas veces se ha intentado.

Escribir ficción es una habilidad acumulativa: a fuerza de escribir se van dominando las técnicas narrativas y se obtienen mejores resultados.
Hay gente especialmente dotada que, de forma natural y espontánea, es capaz de escribir muy bien desde el primer momento. Son pocos. La mayoría de los escritores ha de realizar muchas pruebas e intentos para aprender a resolver los variados problemas que plantea el hecho de escribir historias y entretener a los lectores.

A pesar de esto, recientemente han aparecido muchos libros, artículos y cursos que "enseñan" a escribir y que, en realidad, pueden evitar perder mucho tiempo en las primeras pruebas. Se trata, simplemente, de dar a conocer algunas de las cosas que los escritores van aprendiendo con el tiempo y la experiencia. Pero nadie debe pensar que se trata de recetas seguras.
Es necesario escribir y probar, volver a probar y, aún, volver a probar. Por ello éste es uno de los muchos ámbitos en los que dar consejos resulta siempre arriesgado y, aunque ahora voy a hacerlo, antes quiero recordar que siempre se puede decir aquello que se atribuye a Napoleón: "No me deis consejos que ya sé equivocarme yo solo".
Otra advertencia antes de empezar. Aquí se habla, simplemente, de narrativa tradicional. También caben en la ciencia ficción obras de tipo más experimental, pero no las recomiendo en el inicio de una carrera de escritor. Un editor italiano de ciencia ficción me hablaba, hace ya unos años, de como las mayoría de autores noveles italianos le presentaban, en su primera novela, "la novela definitiva de su vida", aquélla en la que ya habían incorporado todo el "mensaje" temático y estilístico que pretendían transmitir. No es éste el punto de vista bajo el cual se escriben estas notas.

Mi enfoque aquí tiene mucha más relación con la narración entendida como un oficio y no como un arte. Los oficios se pueden aprender con la práctica, mientras que, para las artes, son imprescindibles cualidades especiales y no sólo habilidades. Por eso no creo que sea posible enseñarlas. En la literatura hay obras de arte y de las otras. Si están llamado a escribir obras de arte, nadie puede enseñar a hacerlo, tan solo usted puede lograrlo al expresar lo que lleva dentro. Los artistas no deberían seguir leyendo. Pero si lo que pretende es entretener e interesar a la gente (y no es poca cosa...) tal vez sí pueda seguir haciéndolo.
En realidad, aunque tiene poco predicamento y a menudo se toma a broma, escribir best-sellers es una habilidad interesante que se puede aprender, aunque el factor definitivo es, casi siempre, que un editor acepte hacer un best-seller de su obra... aunque sólo pensará en hacerlo si ésta supera unos mínimos.

En cualquier caso, empecemos.
Es imprescindible captar y mantener la atención del lector
Si es de aquellos (o aquellas) que saben explicar chistes, o de esos que cuando cuentan una película a los amigos logran que éstos se sientan como si la estuvieran viendo, todo irá bien. Si eso le ocurre, la verdad es que ya sabe explicar historias que es de lo que se trata cuando se escribe narrativa como en el caso de la ciencia ficción que aquí nos ocupa. Si no es un "narrador natural", hay cuatro o cinco cosas que se pueden aprender y, tal vez, le pueden ahorrar horas y horas de pruebas. Eso es lo que voy a intentar comentar aquí.
Lo primero que debe tenerse en cuenta, y aún más en los tiempos que corren, es que si bien usted desea escribir, no es nada seguro que los demás deseen leer aquello que escribe. Debería pensar siempre que el lector está sometido al reclamo de muchas más actividades de ocio: televisión, cine, juegos de rol, juegos de ordenador, deportes, artes y un larguísimo etcétera.
Si el lector le hace el favor de utilizar su precioso tiempo para leer sus historias, debe ser a cambio de algo que le pueda compensar. Ese algo es muy diverso y, en el caso de la ciencia ficción, las posibilidades aumentan.
Los elementos de la narración

Se puede interesar al lector describiendo un entorno nuevo y sorprendente: una sociedad nueva, una tecnología diferente, unos seres extraños, unas costumbres distintas, etc. En la ciencia ficción éste es un elemento con muchas posibilidades y, en realidad, el famoso "sentido de lo maravilloso" de que se habla como rasgo característico del género reside a menudo en ese entorno que los anglosajones etiquetan como background.

También se puede interesar al lector con la idea central de su historia. A veces la idea descansa, precisamente, en el entorno extraño en el que transcurre la narración y, si la ciencia ficción es realmente una "literatura de ideas", muchas veces todo arranca a partir de una idea. Veamos un ejemplo famoso: ¿qué ocurriría si el sexo de una persona no fuese estable y, a lo largo de la vida de un individuo, éste pudiera ser tanto varón como hembra? Una respuesta se puede encontrar en La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin, uno de los clásicos indiscutidos del género. En la ciencia ficción, a menudo (aunque no siempre) la idea es el motor inicial de las narraciones o, en todo caso, de la voluntad del escritor para narrar una historia.

Otra posibilidad es interesar al lector con los personajes. Pueden ser atractivos o repulsivos pero, en cualquier caso, no deben dejar indiferente al lector. Fíjese, por ejemplo, en los culebrones: J.R., en Dallas, era lo suficientemente malvado para interesar a los espectadores como también interesan, por otras razones, los héroes positivos. A menudo los lectores se identifican con uno de los personajes y éste es el sistema más viejo y seguro para mantener la atención del lector. Eso sí, los personajes deben reaccionar como lo haría un ser humano con los conocimientos y el carácter que el escritor deja entrever que pueda tener el personaje. Y, lo más importante de todo, el personaje central, el protagonista (y, si es posible, los demás también) debe cambiar en algo como consecuencia de aquello que le ocurre. Todos sabemos que la vida nos va cambiando poco o mucho y no sería verosímil que un personaje pase por un montón de aventuras y no evolucione.

En realidad, demasiadas historias de ciencia ficción tienen poco prestigio literario o narrativo debido a que los personajes son de "cartón-piedra" y no reaccionan como cabría esperar lógicamente como consecuencia de todo lo que les ocurre. Piense por ejemplo en el Hans Solo de La guerra de las galaxias, el James Kirk de la primera Star Trek, o, para seguir con Harrison Ford, en las películas de Indiana Jones. Para ellos las aventuras no significan nada. Siguen siempre igual. No es creíble. Intente evitarlo.

Pero si, a veces, aceptamos personajes que no evolucionen, con toda seguridad es porqué la trama de la historia resulta suficientemente interesante y mantiene la atención del lector o espectador. Las aventuras de Indiana Jones, Hans Solo o James Kirk son, por sí solas, lo bastante eficientes para mantener el interés de los que siguen la historia. Aquí se hace imprescindible un consejo: no lo cuente todo, deje que el lector siga intrigado por algo que le mueva a girar una hoja tras otra. Fíjese, por ejemplo, en la técnica de los culebrones que van liando y liando el argumento para mantener el interés de los espectadores. Aunque, eso sí, si complica la trama debe pensar que la narración ha de finalizar atando todos los cabos de forma que el lector no se sienta engañado. A los autores de culebrones puede no serles necesario, pero a los buenos narradores de ciencia ficción sí. Por otra parte no olvide nunca que algo de misterio es, a menudo, imprescindible: imagine la pobreza temática de la saga de La guerra de las galaxias sin la "Fuerza"...

En realidad para mantener la trama hacen falta conflictos. Los personajes deben tener problemas y la trama debería explicar como se plantean esos problemas, como los personajes buscan diversas soluciones y como se llega a la solución o, también, como los personajes fracasan en su intento. Los problemas o conflictos deben ser tanto grandes (el central en la narración) como pequeños (los que dan "vida" a la historia y mantienen la acción en movimiento). Suele ser conveniente que haya un clímax general que resuelva la historia, pero debe construirse a partir de pequeños climax parciales que resuelvan los problemas menores que van conduciendo la narración hasta la resolución (o el fracaso de ese intento...) del conflicto principal. Es evidente que todo esto depende mucho de la longitud de la narración y no se pueden dar recetas únicas. En cualquier caso, sí conviene destacar aquí que personajes distintos deben resolver de formas diferentes unos mismos conflictos o, para expresarlo aún con mayor claridad, a personajes diferentes, unos mismos hechos les deberían generar conflictos diferentes.

Un breve resumen provisional
Ya tenemos cinco elementos que pueden mantener el interés del lector. Hay varios más, pero éstos son los centrales en la gran mayoría de historias. Es lógico que en cada narración pueda dominar uno o más de esos factores. En las novelas de aventuras a menudo es la trama y los conflictos y los peligros a que se enfrentan los personajes el aspecto dominante y lo que mantiene el interés del lector. En los relatos cortos a menudo es una idea, mientras que en las narraciones más largas hay que organizar la historia central rodeada de otras historias menores que la complementen, siempre y cuando el lector no pueda encontrar gratuitas esas historias laterales y, además, encuentre fácil relacionarlas de forma natural con el hecho central de la novela.
Para sintetizarlo podríamos decir que:

La trama es lo que sucede.

El conflicto es la razón final de lo que sucede, el motor de la trama.

El entorno es el lugar y las circunstancias donde sucede la trama.

Los personajes son aquellos a los que les suceden las cosas que ocurren, y quienes evolucionan y cambian como consecuencia de lo que sucede.

La idea, si existe explícita como elemento central, es lo que ha movido al escritor pero, y esto es muy importante, debe ser mostrada de forma indirecta por medio de los otros elementos.

Conviene recordar que es imprescindible mantener la atención del lector mientras está leyendo y, también, después de haberlo hecho. El lector, cuando acaba de leer, debe pensar que le ha sido rentable el tiempo que ha otorgado a su narración. Puede haber pasado un buen rato con ella y considerarla un buen entretenimiento aunque haya sido intranscendente; o puede haber encontrado un interesante motivo de reflexión en una buena idea especulativa; o sentirse maravillado por un entorno extraño y sorprendente. Aunque no se debe olvidar que, muy a menudo, es el personaje central quien puede haber focalizado y mantenido el interés del lector y, por lo tanto, aquello que perviva en su recuerdo.
Inventar historias

Parece que el problema principal de los nuevos escritores es "encontrar las historias". Muchos autores de esos libros o cursos que pretenden enseñar a escribir narrativa, dicen que la pregunta más repetida es: ¿de dónde sacan los escritores sus historias? No hay una receta fácil ni única. Graham Greene habló de la necesidad de que el narrador sea un buen observador y yo creo que esto también vale para los escritores de ciencia ficción: exagere algún rasgo de una tendencia social, tecnológica o económica observable, ponga a un determinado personaje en un entorno extraño o en una situación imprevista, invente lo que ocurriría si..., etc. Pero los caminos para encontrar historias son muy variados. Siempre podrá encontrar alguno nuevo.
De hecho, tras años y años de ciencia ficción, la mayor parte de las historias que pueda inventar es muy posible que ya hayan sido narradas.

Orson Scott Card aconseja que no se preocupe por ello. Es difícil que tenga ideas nuevas que no hayan sido ya exploradas. Pero, aunque repita historias (evitando siempre el plagio, evidentemente...), les puede dar un tono o un enfoque distinto, un punto de vista nuevo. Piense, por ejemplo, en "Aviso" de Cristóbal García que ganó el premio UPCF del año 1993 (BEM número 35). La historia que nos narra Cristóbal posiblemente no sea nueva, pero el planteamiento lo es y el cuento resulta interesante y efectivo. A veces, cuando le falten temas para nuevas historias, puede practicar a partir de un viejo cuento que haya leído tiempo atrás y que todavía puede recordar. Sin releerlo de nuevo, tan sólo a partir del recuerdo que guarda, escriba su versión. Cuando lo haya hecho, compárela con el cuento original y fíjese en las diferencias. Es un buen ejercicio. Como la memoria es siempre muy selectiva, puede ocurrir que su cuento resulte francamente distinto del original y sea incluso utilizable. Robert A. Heinlein, uno de los escritores más admirados en Estados Unidos, hablaba de tres tipos centrales, y para él únicos, de historias: chico-encuentra-chica: una historia de amor o de búsqueda o de fracaso de este amor. Las variaciones son infinitas. el sastrecillo valiente, o su inverso: la historia de un triunfo o de un fracaso. el-personaje-que-aprende: la historia de alguien que piensa de una manera al iniciarse la narración y que, como consecuencia de los conflictos y de lo que le sucede, cambia de forma de pensar. Seguro que hay muchas variaciones posibles, pero si Heinlein logró construir una carrera de éxitos con esto, tal vez le pueda ser útil también a usted.

Recuerde que Heinlein fue el primero que logró vivir de su carrera como escritor de ciencia ficción. En nuestro país eso es, por ahora, imposible, pero tal vez en un futuro... Alguien debería comenzar. Un camino para construir historias Para finalizar esta breve recopilación de consejos le daré mi versión resumida de los pasos más interesantes que los editores de Asimov's Science Fiction recomiendan para escribir ciencia ficción, y es justo decir que parecen muy razonables: Empiece con una idea Lleve esta idea a la vida por medio de un conflicto (no caiga en las disertaciones de profesor, son demasiado aburridas...) Utilice los personajes que mejor puedan "dramatizar" el conflicto, y haga que cambien en su forma de ser y/o de pensar por efecto de lo que les sucede. Establezca una secuencia de los hechos que ocurren, una trama, que pueda mostrar los pasos principales a través de los cuales sus personajes detectan el problema o los problemas, buscan las soluciones posibles e intentan llevar a la práctica dichas soluciones.

Prepare un buen entorno para rodear y ambientar todo lo que sucede en la historia. Haga que sea razonable. No hace falta que explique con detalle todo lo que haga pensado como entorno pero, como futuro escritor que quiere ser, debe tenerlo muy claro en su imaginación.

Si es posible, inicie la historia en mitad de un conflicto para atraer al lector. En la mayoría de los casos, el escritor debería tener clara la estructura general de la trama: planteamiento, nudo y desenlace según establece la tradición clásica, pero nadie le obliga a que la narración sea completamente lineal.

Busque un buen punto de vista para explicar la historia. (Conviene decir que éste es un apartado bastante complejo y que merecería un tratamiento aparte que ahora no es posible).

Déjese de teorías y ... ¡escriba!

Advertencia final
Todo esto es, debería resultar evidente, insuficiente para escribir profesionalmente, pero no para empezar. Tal vez podría resultar interesante que intente estudiar algunos cuentos o novelas que haya leído y lleve a cabo un sencillo ejercicio para buscar en ellos los cinco elementos antes citados: identifique los conflictos principales, analice la estructura de la trama, localice el punto de vista bajo el cual está narrada la historia, vea como cambian los personajes principales, estudie la congruencia del entorno y lo que aporta a la narración, sintetice la idea central. En realidad, la mayoría de los talleres literarios funcionan así, aunque puedan ir acompañados de exposiciones más o menos teóricas.
La práctica es, en definitiva, la única que enseña de verdad. Empiece analizando la práctica de los demás y, también, practicando usted. El camino no es corto, pero vale la pena.

23 sept 2010

PORQUE ESCRIBÍ

Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
-¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria-.

Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real
(días de mi escritura, solar del extranjero).

Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.

En su origen el río es una veta de agua
-allí, por un momento, siquiera, en esa altura-
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.

22 sept 2010

La inmortalidad y otras fatigas

Jorge Luis Borges visitó la ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los "impiadosos compromisos" que, según sus palabras,"confundían a un modesto autor con un pésimo actor". De la breve entrevista que sostuvo con el Licenciado Luis Echeverría se sabe poco. El extinto periodista colombiano Miguel Cantero le preguntó meses después por la impresión que le causó el mandatario. A lo cual Borges respondió: "Nunca me tome en serio. Pero si ése es el presidente, prefiero no imaginar al gobierno". A su llegada al país, el escritor argentino "pidió un favor" a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno. "Pido clemencia -respondió-. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo".
Reproducimos la conversación sin reclamo alguno de precisión. Las fuentes son demasiado vagas para permitirlo:

RULFO: Maestro, soy yo, Rulfo. Que bueno que ya llegó. Usted sabe como lo estimamos y lo admiramos.

BORGES: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos "maestro", dígame Jorge Luis.

RULFO: Que amable. Usted dígame entonces Juan.

BORGES: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones. 

RULFO: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.

BORGES: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?

RULFO: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.

BORGES: Entonces no le ha ido tan mal.

RULFO: ¿Cómo así?

BORGES: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.

RULFO: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.

BORGES: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.

RULFO: Así ya me puedo morir en serio.

21 sept 2010

: Como escribir una Novela

Lo he visto mil veces. La gente que quiere dedicarse a la literatura de forma más concienzuda, el mundito de los talleres, los cafés literarios, los parroquianos de las presentaciones de libros, los escritores, los editores, hablan de todo, menos de una cosa: la escritura. Las veces que la gente que quiere dedicarse a la literatura me pregunta qué les puedo recomendar para comenzar a escribir, les digo sin variedad: "Escribir". Se nos olvida que lo más esencial del oficio, la parte técnica, la talacha de todos los días, es donde se forja verdaderamente el oficio. Hemingway, por ejemplo, según cuenta en la famosa entrevista del Paris Review, tenía un número de palabras diarias como meta de escritura. Si no lograba cumplirlas por alguna razón, se forzaba a sí mismo a reponerlas en la siguiente sesión.

Con pretexto de la publicación del libro 10 Rules of Writing, alguna vez The Guardian adelantó una serie de decálogos, consejos técnicos y tips para forjarse el hábito de la escritura y corregir vicios y tics del proceso, recolectados del escritorio de varios escritores profesionales como Zadie Smith, Margaret Atwood, Joyce Carol Oates, Richard Ford, Neil Gaiman, Jonathan Franzen, entre otros. Les transcribo aquí algunos de los puntos de dichos decálogos. No echen en saco roto ninguno de estos mini-decálogos, pues finalmente son guías resultantes de la experiencia de años y años acumulados a base de ensayo y error de mujeres y hombres que se iniciaron en la escritura tal como todas y todos nosotros: enfrentándose de pronto ante una batalla con el lenguaje, intentando crear universos con vida a partir de la experiencia humana y, sobre todo, que igual que nosotros han estado pasmados alguna vez delante de la página/pantalla en blanco.

Me apropié como un mantra de dos de los 10 puntos de Franzen: "Tienes que amar antes de poder ser despiadado", "Es dudoso que cualquiera que tenga una conexión a internet en su lugar de trabajo esté haciendo buena ficción", aunque aún no he conseguido cumplirlo. Que les sea leve.






No te sientes en mitad del bosque. Si te pierdes en la trama o no sabes cómo seguir, vuelve sobre tus pasos". "Rezar puede funcionar. O leer a otro. O tratar de visualizar el Santo Grial que es la imagen de tu libro publicado".
-Margaret Atwood





No pongas una foto de tu autor favorito en tu mesa. Sobre todo si es un suicida". "Ponle un nombre a tu trabajo lo antes posible. Tienes que poseerlo, que verlo. Dickens sabía que Casa desolada se iba a llamar Casa desolada antes incluso de empezar a escribir".

-Roddy Doyle






Termina tu jornada de escritura cuando todavía tengas ganas de seguir escribiendo". "Relee, vuelve a escribir, relee, vuelve a escribir. Si sigue sin funcionar, tíralo. Es sano y no debes sentir mala conciencia por los cadáveres de poemas y páginas que lo tenían todo excepto la vida que necesitaban".

-Helen Dunmore






Los primeros 12 años son los peores". "La mejor forma de escribir un libro es escribirlo. Un bolígrafo es útil, una computadora también sirve, pero sigue llenando la página en blanco de palabras". "Sólo los malos escritores creen que su trabajo es realmente bueno". "Describir es muy difícil. Recuerda que cualquier descripción es una opinión sobre el mundo. Busca un lugar desde el que mirar". "Diviértete".

-Anne Enright






Cásate con alquien que te quiera y que piense que ser escritor es una buena idea". "No leas las críticas". "No bebas y escribas a la vez". "No mandes cartas a tu editor (a nadie le importa)".
-Richard Ford






Escribe en tercera persona a no ser que hayas encontrado una voz en primera persona realmente especial". "Cuando la información es gratis y universalmente accesible, una gran investigación para una novela se devalúa como la propia novela". "Tienes que amar antes de poder ser despiadado".
-Jonathan Franzen






Escribe". "Pon una palabra y luego otra. Busca la palabra adecuada. Escríbela". "Arréglalo. Pero recuerda que tarde o temprano, antes de que alcance la perfección, tendrás que dejarlo ir y seguir adelante para escribir tu próxima obra. La perfección es como tratar de alcanzar el horizonte. Sigue adelante".
-Neil Gaiman





Aumenta tu capacidad lingüística. Las palabras son la materia prima de tu oficio. Cuanto más grande sea tu vocabulario, más eficaz será tu escritura". "No te limites a planear escribir: escribe. Sólo escribiendo, no soñando con escribir, desarrollamos un estilo propio".
-PD James






No trates de escribir para un lector ideal. Seguro que existe, pero está leyendo a otro". "Sé tú propio editor / crítico. Cercano, pero implacable".
-Joyce Carol Oates






Lee mucho". "Escribe mucho". "Aprende a ser autocrítico". "No te rindas". "Encuentra una historia que merezca la pena contar". "Ten suerte". "Mantén tu suerte".
-Ian Rankin






Lleva siempre una libreta contigo. Y quiero decir siempre. La memoria a corto plazo sólo retiene información durante tres minutos: a no ser que lo plasmes en papel, perderás una idea para siempre".
-Will Self






Trata de leer tu trabajo como lo haría un extraño, mejor dicho, como lo haría un enemigo". "No trates de hacer romántica tu vocación. Puedes o no puedes escribir buenas frases. No hay una forma de vida de escritor. Lo que importa es lo que dejas en la página". "Trabaja en un ordenador que no esté conectado a Internet". "Evita los clichés, los grupos, las bandas". "No confundas honores con logros".
-Zadie Smith






Termina todo lo que empieces". "No vayas a Londres". "No vayas a ningún otro lugar".
-Colm Tóibín






Enfréntate a la escritura como un trabajo. Sé disciplinado. Muchos escritores se lo toman muy en serio. Graham Greene escribía 500 palabras cada día. Mi mínimo es 1,000 palabras, lo que a veces es fácil, aunque otras es tan difícil como cagar un ladrillo, pero me obligo a quedarme en mi mesa hasta que lo consigo. Muchas veces estas 1,000 palabras son basura, pero es más fácil volver sobre ellas y mejorarlas". "El ritmo es esencial. No es suficiente con escribir bien. Estudiantes de escritura pueden elaborar una página de magnífica prosa, pero a veces carecen de la habilidad para arrastrar al lector al largo viaje que representa una novela". "No entres en pánico". "El talento triunfa sobre todo esto. Si realmente eres un gran escritor no necesitas aplicar ninguna de estas reglas".
-Sarah Waters

20 sept 2010

Yo contra mí

Déjenme platicarles un poco de los tortuosos caminos que me han traído hasta aquí. Cuando me propusieron este ejercicio, en principio pensé que quien me hablaba era un bromista telefónico y, como tal, le respondí que por supuesto estaría dispuesto a un intenso pugilato conmigo mismo.
Aunque no lo crean me tiene en vilo el asunto: ya llevo varios años aprendiendo estratagemas para aliviarme de una timidez incurable. Soy tímido de nacimiento. Parece que mi hijo heredó ese problema: también es muy refractario, aunque no lo someto a las torturas a las que yo sí fui sometido. A mí me obligaban o intentaban obligarme a recitar el poema a los niños héroes de Amado Nervo, delante de una bola de seres muy extraños: hombres viejísimos, como de cuarenta años, y mujeres con lunares peludos; me parecía que no merecían escuchar aquellos versos por mi boca. 

En esas ocasiones, mi mamá me laceraba fuertemente diciendo que cómo era posible que si me los sabía no los recitara; yo le respondía que no me daba la gana y que me daba mucha pena pues seguro se me iban a olvidar.
Desde entonces empezó a fraguarse el acero. Prueba de ello es que aquí estoy avisándoles que sí, que soy como todos ustedes: un ser dual. Espero que no lleguemos a un diagnóstico de esquizofrenia severa, pero sí tengo esa condición de siempre estarme asomando a dos caminos.
Mi caso se acentúa por el hecho de ser hijo de un veracruzano alegrísimo, desmadroso, vital, con una capacidad para resolverlo todo en una broma, en un chiste, en una ocurrencia, en encontrarle siempre el lado luminoso aun en lo más siniestro, y militante del Partido Comunista Mexicano. Por otro lado, estaba el carácter de mi madre, que era una señora decente y con una brutal propensión al aburrimiento, a la condición sufridora, dramática: casi daba las gracias por cada dolor nuevo que le venía.

Recuerdo aquí a Giovanni Guareschi, que creó a dos personajes memorables: a Don Camilo, que era cura, párroco de un pueblo italiano, y al alcalde, que era comunista, se llamaba Giusepe Bottazzi, aunque todo mudo le decía Pepón. Hagan de cuenta que en mi casa vivían Don Camilo y Pepón, nada más que Don Camilo era Doña Camila. Si recuerdo bien el mundo de Guareschi, lo más conmovedor del libro, lo más divertido era que, a pesar de esos encuentros o desencuentros ideológicos, los dos personajes siempre encontraban una ruta para que lo humano los reuniera. Supongo que por lo menos en tres ocasiones mis padres lograron encontrar ese camino: tuvieron tres hijos, uno de ellos con parálisis cerebral, el mayor; luego aparecí yo en el horizonte para gloria de este país, el primero de julio de 1944; y mi hermana, la menor, de quien ya hablaré.
Mi padre pidió que yo naciera en Veracruz puesto que mi espíritu era veracruzano, pero mi madre, dócil y cristiana, me nació en Tacubaya... y me pasó a fregar porque realmente ser de Veracruz es algo tres o cuatro veces heroico. Salvo el cine Ermita y un motel muy viejo que hay por ahí, Tacubaya no tiene mayores timbres de gloria ni de historia...

Nací cerca del Molino del Rey donde se perdió una batalla importante (casi es de rigor decirlo, es como un pleonasmo: si es una batalla en la que participaron los mexicanos, salvo la del 5 de mayo y la de Querétaro, todas las demás las perdimos). Por esos mismos lugares nació Guillermo Prieto, un viejo maravilloso; nada hay más deleitoso para un mexicano, o nada debería ser más deleitoso, que la lectura de Memorias de mis tiempos. Ese libro es la historia del México del siglo XIX contada por su mejor cronista, por un protagonista privilegiado que estuvo en todo, que estuvo en las guerras, que estuvo en la paz, que estuvo en el periodismo, que estuvo en la dramaturgia y que publicaba los famosos San Lunes de Fidel, un resumen periodístico de lo que le había parecido la semana mexicana.
Nazco, decía yo, en Tacubaya, donde ahora está la UAM. En esa hermosa casa estaba la maternidad, tiene enfrente la embajada rusa, que era muy frecuentada por mi padre –la embajada rusa, la maternidad pues nada más esa vez fue a enterarse a ver qué le había salido. Le habían salido dos orejas, básicamente, y un pequeño ser adosado; debo confesarles que no ha cambiado mucho la configuración del hijo de mi querido y añorado Don Ángel Dehesa...

No se desesperen. Obviamente sí me voy a pelear yo contra mí. Existe el yo que está tomado de la mano de mi padre y el otro que no quisiera tomarse de la mano de mi madre, porque... porque no me encuentro, porque no siento que sea yo. Sin embargo, a pesar de no sentirme perteneciente, de alguna manera la mano de mi madre me influyó. Recuerdo esas sesiones donde tenía que rezar para que se le quitara el hipo al papa; le venía hipo a Pío XII y teníamos que rezar el rosario en familia, y no el rosario común, sino el de quince misterios. Desde entonces no entendía porqué repitiendo unas palabras desde la ciudad de México, que quedaba a un chingo de distancia del Vaticano, a un señor que tenía hipo en Roma se le iba a quitar el hipo. Yo decía:

– ¿Y si le dan agua mamá, si aguanta la respiración un rato y nosotros aquí como imbéciles rezando el rosario?
– ¡No!

Eso era lo de menos de esa manera que tenía mi madre de vivir la fe. Me acuerdo que antes de mis doce años no salíamos en Semana Santa. Simplemente no se podía salir, hasta que un día, previa consulta con su confesor, con el padre Domingo en la iglesia de San Antonio en la colonia Nápoles, nos dieron permiso de ir a Acapulco, siempre y cuando observáramos el Jueves y el Viernes. Nunca entendí muy bien: era cosa de sentarse como quien ve el paisaje, como quien ve La Quebrada, uno observa un día. Total, que estábamos en Acapulco como estúpidos observando el día; finalmente, a las doce nos ganó la voluntad de ir al mar, nos fuimos a la playa. Empero, en punto de las tres de la tarde del Viernes Santo, con el Sol a plomo, mi madre nos hincó en el camellón de La Costera a rezar porque estaba muriendo Jesucristo. Yo dije:

–¡Puta, fue hace un chingo! Digo, ¿realmente Jesucristo me lo va a tomar en cuenta, esto de que tantos años después, 1956 años después, yo me esté hincando en la costera de Acapulco con la bragueta llena de arena?
Como salía uno del mar, con un bolsón ahí... era espantoso, sin tomar en cuenta el Sol, la sal y otras cosas que traía uno. Mi mamá me cuestionó:
-¿Y lo que sufrió Cristo en la cruz?
-¿Pero yo qué culpa...? –Respondí inocentemente.

Hasta que no terminamos todas las oraciones no nos levantamos. Y mi mamá sabía muchísimas.
Hace no sé cuánto que no rezo el rosario, ni en familia, ni solo, ni nada y, sin embargo, en cuanto me descuido ya estoy con: “por estos Misterios Santos de Cristo, la nación mexicana, la unión y feliz gobierno, goce puerto el navegante...” De niño me imaginaba los barcos en mitad de la tormenta y me decía: “Como estoy rezando, seguro va a encontrar el puerto el navegante.” Me daba como una especie de megalomanía porque podía decidir la suerte de los navegantes, de la unión y feliz gobierno de la nación mexicana, y hacía una lista como de súper, como de carta a Santa Claus. “Por estos Misterios Santos…” y luego venía lo de antes del parto, durante el parto y después del parto, pero cuando uno empezaba a querer pararse, eran unos manazos y unos coscorrones terribles.
Quisiera decirles que tengo un desgarramiento tremendo y que tuve una crisis de fe espantosa… pero que, pensándolo bien, no fue tan grave. En cuanto perdió mi mamá cierta autoridad sobre mí, no volví a pararme en una iglesia, con excepción de una vez que me paré para un matrimonio más o menos logrado.

Debo aceptar que eso realmente no es lo mío, aunque nunca he dejado ni de rezar, ni de creer en Dios, ni de platicar en las noches con Él. Comentaba hoy en la mañana con mis alumnos y alumnas que no puedo ver a Dios como agente de colocaciones, o para pedirle que ganen los Pumas (tiene uno que estar loco para hacer esas mezclas de teología y futbol).
Todo esto lo digo para no entrarle a este tema del pugilato con uno mismo porque es muy arduo.
Les repito que sí, que soy un ser dual, que tengo esta parte muy sellada por una formación católica, sea o no practicante. Hay algo en nuestra mentalidad, en nuestra manera de entender la vida, en nuestro juicio sobre la existencia... Los católicos tenemos un lado sufridor: es nuestra madre que se asoma en cuanto puede.

Recuerdo mucho a mi madre haciéndome su numerito de:

-¡Ay, no sabes, mi pierna mala –porque mi mamá, pasada cierta edad, tenía una pierna mala-. No sabes lo que me ha dolido todo el día mi pierna mala...
-¡Chín! -decía yo.
-Pero tú te vas a ir a una fiesta, ¿verdad? Vete, vete tranquilo de veras. Yo gozo sabiendo que tú estás gozando. Nada más déjame el rosario cerca por favor y mis medicinas, porque si me viene una crisis… no creo, eh, no creo, pero por si me viniera déjalas ahí, total, si de veras me siento muy mal, no puedo ahorita apoyar el pie, me ruedo sobre el mosaico y pecho a tierra llego al teléfono… de alguna manera alcanzo el teléfono...

El resultado de tal exposición era que yo no iba a la fiesta y que la pinche vieja se cuajaba toda la noche. Ya no le dolía nada, ya no necesitaba nada, ni el rosario rezaba, le valía gorro todo.
Pero de pronto aparecía en mi vida mi papá diciéndome: “Vámonos a ver qué encontramos”. Empezábamos a caminar. Me acuerdo que cuando paseábamos por Insurgentes y yo veía a esas mujeres recargadas en los árboles, con mucha pintura en la cara y con unas vestimentas muy extravagantes y llamativas, le preguntaba:

- Oye papá, ¿y esas señoras?
- Ay hijo, ¿qué no sabes?
- No papá.
- Son de la forestal, hijo, son policías forestales. Les encargan un árbol a cada una. Ellas tienen que cuidar su árbol y como está tan cerquita de la banqueta, por eso se visten así para llamar la atención, no las vayan a atropellar.

Era una explicación tan hermosa que hasta la fecha me conmueve, me dan ganas de bajarme a dar las gracias a las de la forestal porque están cuidando los árboles.
Entre esos dos mundo me movía yo: en un mundo del puro gozo, de la pura invención, del mundo siempre visto desde su ángulo más divertido, más chistoso, más llamativo, más fértil para la imaginación, el mundo jarocho de mi padre; y, por otro lado, el mundo michoacano, contrarreformista, feroz, de mi madre, un mundo que consideraba que sufrir era un mérito importantísimo pues estábamos en este valle de lágrimas para acumular, hagan de cuenta como puntos para viajar en avión, puntos para irse al Cielo.
También debo decirles que fui muy feliz en una escuela de gobierno. Quería mucho a un maestro a quien se le ocurrió decirme:

-En esta escuela te vamos a echar a perder. Tú tienes capacidad para más. Te voy a conseguir una beca y voy a hablar con tus padres.

Rápidamente apareció mi madre en el horizonte para decir: “Este es el momento”. Y me metió con los hermanos maristas. Me dieron la beca... y la beca estaban por ley obligados a darla. Sin embargo, en cuanto sacaba siete en conducta, en todo el sonido del Instituto México se oía:
- Le recordamos al niño Germán Dehesa que no paga colegiatura sino que está becado en esta escuela y que por lo mismo debe...
Yo decía: “¡Puta madre!” Con los O'Farril por allá, los Cortina por allá, a los que les daban 25 pesos de domingo, cuando a mí me daban un peso… Había una asimetría, era como tratar un TLC Estados Unidos-México. Los Cortina tuvieron, primero, motoneta, luego motocicleta, luego automóvil y yo seguía tomando mi Popocatépetl/Colonia del Valle y anexas y disfrutando de la ciudad como loco.
Disfrutaba, sobretodo, ir con mi padre, tomar el Insurgentes/Bellas Artes en Georgia e Insurgentes y tardar treinta minutos en llegar a la Alameda, y pasar junto a una escultura y agarrarle las nalgas a la escultura. Me decía mi papá:

-Yo primero porque soy tu mayor. Tú me la vas a dejar muy sebosa. -Y entonces le daba sus llegues.- Ahora vas tú. ¿Cómo es posible que un hijo mío no sepa ni agarrar un nalga? A ver, mira, te voy a enseñar cómo se ahueca la mano, cómo se le hace.

Esas enseñanzas son invaluables, esas sí sirven para la vida.
De esos dos mundos vengo yo. Y por eso soy una especie de animal dual, soy un centauro -en unas de esas voy a salir sirena o algo así: soy mitad carne mitad pescado, mitad caballo mitad ser humano. Todos lo somos porque traemos la carga genética del padre y la carga genética de la madre.
La única ventaja que tengo frente a la dualidad es que los dos eran diabéticos, los dos eran cardiópatas. Eso sí, cardiópata y diabético lo soy a pleno pulmón y en el cuerpo entero. Lo demás, lo que es el valor añadido, lo he tratado de averiguar por mi cuenta.
A mí me deslumbraba mucho mi padre, era bastante pobre y no le daba ninguna pena serlo; nos corrían cada seis meses de las casas donde estábamos; nos mudábamos y era una fiesta.
-Lo de menos sería quedarnos -decía-, pagar la renta al puerco capitalista, pero yo no quiero quitarte la oportunidad de que conozcas la ciudad.

Y mientras, mi madre sufría en silencio, es decir, con un estrépito que se oía a cinco kilómetros (porque cuando una mujer sufre en silencio se oye como a veinte cuadras a la redonda). Lloraba todo el trayecto que iba de la casa vieja a la casa nueva:
-Claro, ustedes se conforman con cambiarse, pero ¿quién pone la casa y quién acomoda los muebles y la chingada?

Total, acabábamos acomodándolo todo nosotros, porque a mi mamá le venía el dolor en la pierna mala...

Ése es mi mundo. Podría estar peleado conmigo mismo, pero vivo muy reconciliado. Cuando llegado el día falleció mi padre de la manera más tranquila, se acostó a dormir una siesta, se enderezó y le dijo a mi madre: “Te quiero comprar un vestido en Liverpool”. Fueron sus famosas últimas palabras –por andar ofreciendo vestidos a las viejas, eso nunca hay que hacerlo. Se volvió a recostar un momento. Le dio una embolia fulminante, y murió.
Mí mamá –se supone que cuando uno hace edema pulmonar podemos librar uno, dos, quizá tres- hizo casi treinta edemas pulmonares y la pinche necia no se quería ir. Sólo se murió porque a mi hermana se le descompuso el coche. Mi hermana, una doctora muy afamada en el Seguro Social, en cuanto veía que mi mamá se empezaba a torcer, la trepaba al coche y se la llevaba al hospital, le ponían el ventilador y le hacían quién sabe qué y le pasaban suero. Cuando yo llegaba vestido de negro y todo, ella salía radiante y, así, más o menos 30 veces. Pero una vez -y conste que no fui yo el que descargó la batería- no arrancó el coche. Mi mamá no alcanzó a llegar y se murió en el trayecto. Mi hermana se azotaba y yo le decía:

-Hermana, esto ya no era vida, agonías todos lo días, esto ya era un exceso.

Cuando fui a la funeraria –estuve cinco minutos en Gayosso, tan malnacido como soy, detesto ir a Gayosso, me encanta estar con los vivos, no sé qué le va uno a oler al muerto—, le llevé unas rosas y le dije:

-Madre, ahí quedamos, entiendo que lo que hiciste como siempre me lo decías: “Es por tu bien y esta cachetada que te voy a dar algún día me la agradecerás –todavía no ha llegado ese día— porque lo estoy haciendo por tu bien”… y me soltaba unas...

Por otro lado, no creo haberme dispensado de vivir por los libros, es decir, no es mi caso como el de algunos seres que han escogido leer, por miedo a vivir; hay otros que se meten a la vida por miedo a la belleza, por miedo al conocimiento. Yo he ido y venido… cosa que siempre tuvo muy nerviosos a mis maestros porque decían:

- Bueno, si éste sabe tantas cosas sobre Shakespeare o sobre Lope de Vega o sobre Sor Juana ¿por qué va al teatro Blanquita?, ¿qué va a buscar al teatro Blanquita o qué hace en el Tivoli oyendo Harapos?

A mí me gustaba oír Harapos y me gustaba leer a Shakespeare; me gustaba tener eso para lo que ni siquiera hay palabras en español, lo que se dice en inglés el street wise, la sabiduría de la calle. Me encantaba y me sigue encantando oír a la gente y ver qué se trae y oír sus argüendes, sus fabulaciones, sus mitos y sus historias.
Tengo que decir que si iba a la calle o iba a los libros, era para traer materiales para mi hermano mayor. Ahí empezó mi esquizofrenia. Yo le platicaba y me respondía, me respondía tratando de adivinar lo que él podía imaginar, de lo que yo le estaba contando. Por eso aprendí a dialogar, por eso me dicen: “Escríbete una escena”, y lo hago como si la tuviera ya en la cabeza. Me asusta que la gente no lo haga.

Adquirí dominio de la palabra, adquirí el dominio del diálogo, de hablar desde el otro preguntándome quién es el otro y qué quiere decir, imaginándomelo, suponiéndomelo. Aprendí también a mantener la tensión, porque mi hermano lo único que podía mover era una mano. Empezaba la narración y me apretaba la mano; si me empezaba a poner pesadito o muy intenso, me empezaba a soltar, y cuando ya era una güeva perfecta, me soltaba la mano. Empecé a aprender en qué momento me iba a soltar la mano y cambiaba de tema o decía un albur o decía esto o decía aquello y volvía a sentir el apretón. Hasta las novelas le quedaban chicas.

Cuando mi hermano ya estaba muy metido, había que añadirle capítulos al mismo Salgari y resucitar al Corsario Negro. Hace 53 años que yo leía eso y aquí está en mi cabeza; recuerdo exactamente cómo comienza El Corsario Negro con esa escena en la que están recargados en la borda: “Y allá en el castillo de proa está el Corsario Negro con una nube de preocupación que cruza por su mente...” –a mí eso de la nube de preocupación que cruzaba por su mente se me hacía poca madre, en la escuela me recargaba a ver si me pasaba una nube de preocupación por la mente...

Pero fíjense lo que son las dualidades de esta vida, la maldición (como le decía mi madre) de la enfermedad de mi hermano me dio el dominio de la palabra, me dio la lectura, me dio el diálogo, me dio el manejo de las tensiones. No me cuesta ningún trabajo hablar en público porque sigo hablando con mi hermano y siento otra vez cuándo me van a soltar la mano, a qué hora hay que cambiar, a qué hora hay que pasar a otro tema. Pero no es ninguna gracia: lo aprendí, lo entrené durante más de 20 años de mi vida. Cuando me dicen: “Escribe un artículo diario”, pues lo escribo, y me preguntan: “¿Y cómo le haces?” Respondo que sigo hablando con mi hermano. Mi columna se llama Gaceta del Ángel: mi hermano se llamaba Ángel Dehesa y era un enviado de Dios, me trajo todos esos dones y derramó oro sobre mi cabeza y me llevé tiempo en entenderlo.
Ahora me pregunto: ¿qué sería de mí sin esa terrible “maldición” que por los pecados de mi padre había caído sobre nuestra familia? 

Cuando un médico me dijo: “Su mamá que piense lo que quiera, el problema de su hermano se llaman fórceps, para nacer le doblaron demasiado la cabeza, hubo un momento en que se quedó sin oxígeno el cerebro y ahí empezó todo el proceso de deterioro”. Pues el castigo resultó un premio para mí, por lo menos, prodigioso. Mi manera de estar en el mundo es un modo de agradecer la existencia de mi hermano. Para que vean que todo tiene en la economía de la vida un sentido.
No opto ni por literatura ni por la vida sino trato de ir y venir de la literatura a la vida, de hacerme mejor lector en la medida en que vivo mejor y vivo más, y de hacerme mejor vividor en la medida en que la lectura ilumina mi vida. Sí hay disputa en mí, pero no muy fuerte. Si estoy leyendo un libro y me está fascinando y aparece mi hijo que quiere platicar conmigo, no me cuesta trabajo cerrar el libro y oírlo. Eso sí lo he tenido que aprender: con los hijos más grandes fingía demencia, ni los daba por escuchados. Pero eso se aprende con los años. Ahora sí entiendo que esas intimaciones de la vida no las puede uno posponer.

17 sept 2010

Todo está bien.

DICIEMBRE, DOMINGO. - Las cuatro y diez. Estoy segura que éste es el peor domingo de toda mi vida. He llegado al fondo. Mi corazón ya no late. Sigo viviendo gracias a una especie de zumbido de la sangre en mis venas. Está oscureciendo, sólo en las ventanas hay un resplandor blanco. El ruido de mi reloj, encima de la mesa al lado de la cama, es fuerte y vigoroso, como si fuera rico de una vida diminuta, mientras yo desvanezco y muero.
Ya es de noche. El mar está muy agitado. Roza las rocas, las barre, las cubre, las ciñe y les salta por encima. En la luz cruda y metálica, las rocas toman un color rojizo. En lo alto una raya ancha y verde amalgamada con negro suntuoso, y más en alto el cono morado de una montaña, y sobre la montaña un cielo de un azul tenue que resplandece como el interior de una concha mojada. La luz cambia a cada instante.
Hasta en este momento, mientras escribo, se ha vuelto menos cruda. Algunas nubecitas blancas coronan la montaña como humo que asciende. Y ahora un color de púrpura, amenazador y extraño está cubriendo el cielo. Los árboles voltean en esta claridad inestable. Un perro ladra. El jardinero habla solo y arrastrando los pies cruza el sendero bien rastrillado; recoge el cesto de hierbas arrancadas y se va. Dos enamorados pasean al borde del mar. Llevan abrigos gordos y ella lleva un pañuelo rojo en la cabeza. Andan orgullosos y despreocupados, muy juntos y desafiando el viento.
Hoy estoy enferma -no puedo andar- y sufro.
(K. M. sufría de unos dolores reumáticos que afectaban el funcionamiento del corazón. Esto no tenía ninguna relación con la tuberculosis pulmonar de la que murió y que sólo apareció dos años más tarde, en diciembre de 1917 K. M. creyó siempre que moriría de un síncope cardíaco.)

[1919]

19 MAYO. - Estoy en mi cuarto y pienso en mi madre. Tengo deseos de llorar. Pero mis pensamientos son hermosos y están llenos de alegría. Pienso en nuestra casa, nuestro jardín, en nosotros: niños... en el césped, la verja y mamá que vuelve a casa: «¡Niños, niños!» No pido más que tener tiempo para escribir todo esto, tiempo para escribir mis libros. Luego, no me importará morir. No vivo más que para escribir. El mundo hermoso (¡Dios mío, cuán adorable es este mundo exterior!) está ahí: me baño en él y me refresco. Pero me parece como si yo tuviera que cumplir un deber, como si alguien me hubiera impuesto una tarea que estuviera obligada a terminar. ¡Dejadme acabar, acabar sin prisa; poniendo en ella toda la belleza que pueda!
Mi madrecita, mi estrella, mi valor, mi mía. Me parece ahora vivir en ella. Vivimos en el mismo mundo. No es del todo este mundo, tampoco es del todo otro mundo. La gente no me importa: la idea de la gloria y del éxito no es nada, menos que nada. Quiero muy tiernamente a mi familia y a algunas otras personas. Quiero de la buena y vieja manera, de todo corazón, a mi marido.
No existe ni una sola alma que sepa dónde está. Ella lentamente se va, mientras medita todas estas cosas, mientras de pregunta cómo podrá expresarlas a su gusto, sólo pidiendo tiempo y paz.
 
[1920]

SUFRIR
Quisiera que estas líneas fueran acogidas como mi confesión.
No hay límite al sufrimiento humano. Cuando uno piensa: «Ahora he tocado el fondo del mar, ahora no puedo ir más hondo», aún va más hondo. Y así para siempre. El año pasado en Italia pensé: «Una sombra más y ya será la muerte.» Pero este año ha sido tan terrible, que pienso con cariño en la Casetta. El sufrimiento es ilimitado, es la eternidad. Una tortura sola es un tormento eterno. El dolor físico es juego de niños. Si uno tuviera el pecho oprimido por una piedra muy gorda, aún podría reír.
No quisiera morir sin haber dejado escrita mi creencia en que el sufrimiento puede ser superado. Pues lo creo. ¿Qué es lo que hay que hacer? No se trata de lo que llamamos: «ir más allá». Esto es falso.
Hay que someterse. No resistas. Acógelo, déjate anonadar. Acéptalo enteramente. Que el dolor sea parte de la vida.
Todo lo que en la vida aceptamos plenamente, experimenta un cambio. Así es que el dolor tiene que volverse Amor. Ahí está el misterio. Eso es lo que tengo que hacer. Tengo que pasar del amor personal a un amor más grande. Tengo que dar a la vida entera lo que he dado a uno. La agonía presente pasará si no mata, no durará. Ahora soy como un hombre al que han arrancado el corazón, pero..., soporta..., soporta. Como en el mundo físico, en el espiritual el dolor no dura eternamente. Ahora sólo es terriblemente agudo. Es como si hubiese habido un accidente espantoso. Si consigo no volverlo a vivir a cada instante, en todo su horror y brutalidad, y no recordarlo continuamente, entonces seré más fuerte.
Aquí, por un extraño fenómeno, se yergue la figura del doctor Sorapure. Era un buen hombre. No sólo me ayudaba a soportar el dolor, sino que me sugería la idea que quizá la enfermedad física es necesaria, es un proceso reparador, y siempre me hacía considerar que el hombre sólo tiene una ínfima parte en la historia del mundo. Mi doctor, bondadoso y sencillo, era puro de corazón, como Chéjov era un corazón puro. Pero para estos males es uno mismo su propio doctor. Si el «dolor» no es un proceso reparador, yo haré que lo sea. Aprenderé la lección que él mismo enseña. Estas no son palabras vanas. No son consolaciones para enfermos.
La vida es un misterio. El dolor espantoso desaparecerá. Tengo que volverme hacia el trabajo. Tengo que transformar mi suplicio en algo diferente, cambiarlo. «El dolor se convertirá en alegría.»
Es perderse aún más enteramente, amar aún más profundamente; percibir que uno forma parte de la vida, que no está separado.

¡Oh, vida, acéptame! Haz que sea digna de ti, enséñame.
Escribo esto. Levanto los ojos. En el jardín las hojas se mueren, el cielo es pálido, y me doy cuenta que estoy llorando. Es difícil, es difícil morir bien.
Vivir -vivir-, esto es todo. Y dejar la vida como la dejó Chéjov y como Tolstoi la dejó.
Después de una operación terrible, me acuerdo que cada vez que pensaba en lo que había sufrido cuando me ataron y tendieron en la mesa de operar, lloraba. Cada vez volvía a sufrir aquella tortura, y era intolerable. Esto es lo que hay que vencer. ¡Cosa extraña! Las dos únicas personas que me quedan son Chéjov -muerto- y el doctor Sorapure, distraído e indiferente. Son los dos hombres buenos que he conocido. 19-12-1.920. Katherine Mansfield.


[1920]

TÉ FLOJO
Acabo de tomar una de las cosas más tristes, un taza de té flojo. Oh, ¿por qué tiene que ser flojo? Qué patético suena, algo más que patético, cuando al servir una taza de té dicen: «Me temo que sea flojo.» Uno cree ser un verdadero bruto, si abusa de su debilidad antes de que se haya fortalecido. Cojo la taza: parece que el té tiemble, que diga muy bajito: «¡Cobarde!» Reconozco que no puedo nunca, al momento de servir el té, oír a alguien murmurar tímidamente (como si estuviera consciente de su vergüenza). «Sí, gracias, demasiado flojo para mí», sin tener deseos de echarme a llorar.

De cuando en cuando, Fred hablaba en sueños. Pero hasta en sueños estaba tranquilo. Ella se despertaba al oírle decir: «Faltan un par de tornillos», o «prueba la otra hoja», mas, a esto sólo se reducía todo.

[1921]

13 JULIO. - He ido a la clínica para que me dieran una punción a la glándula. No creo que puedan salvar la piel, Por la sensación que percibo, estoy segura de que no podrán, y de que este asunto no ha hecho más que empezar. Tendré que volver a la clínica a fines se semana, Mientras tanto, estoy agotada e incapaz de escribir una sola línea.
En fin, tengo que confesar que he tenido un día perezoso. Sabe Dios por qué. Lo iba a escribir todo, pero no he hecho nada. Creía poder trabajar y en cambio, después del té estaba algo fatigada y he descansado. ¿Es un bien o es un mal de mi parte portarme así? Tengo la impresión de que soy culpable, pero al mismo tiempo sé que lo mejor que puedo hacer es descansar. Además, en mi cabeza hay una especie de zumbido horrible y me acosan señales de degradación terrestre. No soy límpida como el cristal.
Sobre todo, me falta aplicación. esto es muy malo. ¡Hay tanto para hacer y hago tan poco! Aquí la vida sería casi perfecta, si cuando hago ver que trabajo, trabajara. Vamos, no es tan difícil trabajar. Mira las novelitas que esperan en el umbral. ¿Por qué no las dejas entrar? Y su lugar lo tomarán otras novelas que están rodando por allí muy cerca, esperando la ocasión.
AL DÍA SIGUIENTE. - Sin embargo, tomemos esta mañana como ejemplo. No quiero escribir. Quiero vivir. ¿Qué significa esto? No es fácil explicarlo. ¡Pero es así!
Es singular esta costumbre mía de ser tan habladora. Y sin embargo, mi intención es que esto no lo lean ningunos ojos más que los míos. Estos apuntes son realmente privados. Y confieso que nada me proporciona mayor alivio. Lo que me suele pasar es que si continúo acabo por emerger. Sí, es como si uno tirara gruesas piedras al río. Mas la cuestión es saber cuánto tiempo este sistema será eficaz. Por ahora, lo reconozco, no me ha fallado nunca...
Aquí la sensación que no tiene de la importancia de los pequeños acontecimientos es realmente justa. No tienen ningún valor...
¡Qué cosa rara! De repente me he visto en puerta de la sala de lectura de Wörishofen: primavera, lilas, lluvia, libros encuadernados de negro.
Y sin embargo, me gusta este día nublado. Una campana toca en la lejanía; los pájaros cantan uno tras otro, como si se estuvieran llamando desde las copas de los árboles. Me gusta esta paz inmóvil, y esta sensación de que de un momento a otro empezará a llover. En los claros, donde el cielo no es gris, es de un blanco plateado y tiene rayas de nubecitas. La única nota desagradable del día son las moscas. Son absolutamente enloquecedoras y uno no puede hacer nada para librarse de ellas: pocas veces he tenido esta impresión de impotencia.

[1922]

19 OCTUBRE - Esta mañana he reflexionado hasta que me ha parecido que puedo llegar a ver claro en todo esto si trato de escribir... en qué punto estoy.
Desde que he llegado a París me encuentro muy mal, tan mal como antes. La verdad es que ayer creí que me moría. No es imaginación. Mi corazón está agotado y siente tal agobio que lo único que puedo hacer es andar hasta el taxi y del taxi a casa. Me levanto a las doce y me vuelvo a acostar a las cinco y media. A ratos intento trabajar, pero ya pasaron aquellos tiempos. No puedo trabajar. Desde el mes de abril, prácticamente no he hecho nada. Pero, ¿por qué? Porque si el tratamiento de M. ha mejorado el estado de mí sangre, me ha dado buen aspecto y ha obtenido un buen resultado sobre mis pulmones, no ha mejorado ni un ápice mi corazón; y el mejoramiento aquel lo he conseguido solamente viviendo en el hotel la vida de un cadáver.
Mi espíritu está medio muerto. La fuente de mi vida ha menguado tanto que está casi seca. Todos los progresos de mi salud no son más que ficción, comedia. ¿En qué consiste? ¿Puedo hacer algo con mis manos o con mi cuerpo? Nada absolutamente. Soy una enferma completamente imposibilitada. ¿Qué es mi vida? Es la existencia de un parásito. Y ahora ya han pasado cinco años y estoy atada más estrechamente que nunca.
¡Ah! El mero hecho de escribir me ha calmado un poco, loado sea el Señor por habernos otorgado la gracia de poder escribir. Lo que voy a hacer me aterroriza tanto. Todas las voces del pasado me dicen: «No lo hagas.» J. me dice: «M. es un sabio. De su parte pone todo lo que puede. Tú tienes que hacer otro tanto.» Mas esto no significa nada. Soy tan incapaz de curar mi alma como mi cuerpo. Quizá aún mas incapaz. Y J. mismo, completamente sano y fuerte, ¿no está abatido cuando tiene granos en el cuello? Mas pensad en un encarcelamiento que dura cinco años. Alguien tiene que ayudarme a salir del calabozo. Si lo que digo es una confesión de mi flaqueza, no importa. Pero sólo por falta de imaginación se le puedellamar así. ¿Y quién me ayudará? Acuérdate en Suiza. «Soy incapaz.» Es natural que él sea incapaz. Un prisionero no puede ayudar a otro prisionero. ¿Creo acaso en la medicina sola? No, jamás. ¿En la ciencia sola? No, jamás. Me parece infantil y ridículo suponer que a uno le pueden curar como a una vaca, si no es una vaca. Aquí durante años he estado buscando a alguien que estuviera de acuerdo conmigo. He oído hablar de G., el cual no sólo es de mi parecer, sino que está infinitamente más enterado que yo de estas cosas. Pues, ¿por qué dudar? ¿Miedo? ¿De qué tienes miedo? ¿En el fondo es acaso el miedo de perder a J.? Creo que sí. ¡Pero, Señor! Mira las cosas cara a cara. ¿Qué es lo que tienes de él ahora? ¿Qué es lo que os acerca? A veces viene a hablar contigo, luego se va. Piensa en ti con cariño. Sueña con vivir contigo, un día, cuando se haya hecho el milagro. Para él tienes la importancia de un sueño; no la de una realidad viva. Pues no lo eres. ¿Qué es lo que compartís los dos? Casi nada. Sin embargo, mi corazón emana un profundo, dulce y tierno sentimiento que es amor, y una nostalgia inmensa de su presencia. Pero mientras están las cosas de esta forma, qué importa todo esto. Vivir juntos estando yo enferma, no es más que una tortura con algunos momentos de dicha. Mas esto no es vivir... bien sabes que J. y tú, sólo sois el sueño de lo que podría ser. Y este sueño jamás, jamás, podrá ser realidad si no te curas. Y es imposible que te cures sólo «imaginando», o «esperando», o probando de hacer tú sola el milagro.

Así es que si el Gran Lama del Tíbet te ha prometido su ayuda, ¿cómo puedes vacilar? Acepta el riesgo. El riesgo de lo que sea. Que no te importe ya la opinión de los demás, ni aquellas voces. Haz lo que es más difícil para ti en este mundo. Procede por tu cuenta. Mira la verdad cara a cara.
Es verdad que Chéjov no lo hizo. Sí, pero Chéjov murió. Y seamos justos. Por sus cartas, ¿qué sabemos de Chéjov? ¿Lo ha dicho todo en ellas? Seguramente, no. ¿No crees que ha tenido una vida interior de aspiraciones, que ni una palabra nos ha revelado? Lee, pues, sus últimas cartas. Había perdido toda esperanza. Si uno despoja esas cartas de toda su sentimentalidad son terribles. No queda nada de Chéjov. La enfermedad lo ha tragado.
Pero quizá para las personas sanas todo esto no es más que una insensatez. Nunca han viajado por este camino. ¿Cómo pueden ver en qué lugar estoy? Razón de más para seguir adelante sola y sin miedo. La vida no es sencilla. A pesar de todo lo que decimos del misterio de la Vida, cuando nos acercamos a él, le tratamos como si fuera un cuento de niños...
Bueno, Katherine, ¿qué entiendes por salud? ¿Y para qué la quieres?
Contestación: por salud entiendo la capacidad de vivir una vida completa, adulta, viva, activa, en estrecho contacto con lo que quiero, la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Todo lo que entendemos cuando decimos el mundo exterior. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano consciente y sincero. Al comprenderme a mí misma, quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de ser para poder ser (y aquí me he parado, he esperado inútilmente, una sola expresión dice lo que hay que decir) una hija del sol. Si uno habla del deseo de ayudar a los demás, de llevar una luz y otras aspiraciones semejantes, parece que uno mienta. Que baste esto. Ser una hija del sol.
Y luego quisiera trabajar. ¿En qué? Quisiera vivir de manera que me fuera posible trabajar con mis manos, mi corazón y mí cerebro. Quisiera tener un jardín, una casita, hierba, animales, libros, cuadros, música. Y de todo esto sacar lo que quiero escribir, expresar todas estas cosas. (Aunque tomara como personajes a cocheros de fiacre. Esto no importa.)
Pero la vida, la vida cálida, anhelante, viva, tener raíces en la vida, aprender, desear, saber, sentir, pensar, actuar. Nada que sea menos que esto es lo que quiero. A esto es a lo que tengo que tratar de llegar.
Estas páginas las he escrito para mí. Ahora voy a correr el riesgo de enviarlas a J... que haga lo que quiera con ellas. Así verá cuánto le quiero.
Y cuando digo: «tengo miedo», esta palabra no te tiene que inquietar, corazón mío. Todos tenemos miedo cuando estamos en casa del médico en una sala de espera. Sin embargo tenemos que pasar por ella, y en la sangre fría que consigue tener el que se queda reside toda la ayuda que nos podemos dar mutuamente...
Todo esto suena muy serio y arduo. Mas ahora que he luchado cuerpo a cuerpo con estos sentimientos ya no me parecen tal. Me siento feliz, en el fondo, muy en el fondo. Todo está bien.

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