29 mar 2014

VIVENCIAS Y FICCIONES


Las vivencias no se inventan: se viven. Lo que hace el novelista es recombinar esas vivencias, pero no a la manera del niño que desmonta las piezas del mecano con que ha armado una grúa para construir luego un avión, sino a la misteriosa manera de los sueños y los mitos: sin saber ni cómo ni por qué. Y así como en el mundo de los sueños entrevemos rostros conocidos con pavorosos o atormentadores rasgos desconocidos, ningún escritor puede escribir algo de valor que de alguna manera no haya pertenecido al mundo de la vigilia: con aquellos celos, con aquellas pasiones, con aquellas angustias padecidas se crean seres de ficción, que así nos recuerdan algo que hemos visto alguna vez en alguna parte (¿pero dónde, cómo?); rostros parcialmente recordados, pero que nos inquietan con sus indescifrables rasgos nocturnos.

19 mar 2014

FRENTE A LA IMAGINACIÓN



 Para cerciorarse del estado de los huevos tibios, lo mejor es usar una cuchara. Con el desayuno comienza la desconfianza. Y con la desconfianza llega el correo. ¿Por qué debe el poeta volverse crédulo ahora, poco después del desayuno, cuando aparecen las primeras inspiraciones? Completamente despierto, está sentado frente a su imaginación y con la dura cucharita palpa hoscamente todas las frases y los signos de dos puntos que se le presentan. Quiere escribir un poema sobre una clase particular de alambradas. En Berlín la firma Lerm & Ludewig es la que rodea con red de alambre, de uniformes y estrechas mallas romboidales, no sólo gran parte de los pequeños jardines de las afueras de la ciudad sino también muchas orgullosas mansiones de Grunewald. En cada una de estas cercas cuelgan uno, a veces dos letreritos para indicar que fue la firma Lerm & Ludewig. Nuestro poeta tiene el poema en la cabeza, línea por línea. Sobre el papel está el título: Estrechas alambradas. Ahora se suelta la primera frase: "Cuando paso junto a alambradas estrechas, escondo las manos en las bolsas y finjo no saber de música." Satisfecho, coloca el punto, desplaza la pluma al principio de la siguiente línea y en el acto comienza una terca lucha con su compañera de mesa, la imaginación. "No es posible empezar un poema así —dice ella—; temporal y localmente está demasiado limitado." Es indispensable integrar el cosmos; los elementos motores del alambre trenzado deben ir en aumento en un staccato situado más allá de este tiempo y este mundo, hasta disolverse por completo y fundirse en nuevos valores. Además, sin la menor dificultad podría pasarse de la alambrada de mallas estrechas a la electrificada, rozando simbólicamente el alambre de púas, y así llegar a audaces imágenes, atrevidas asociaciones y un final envuelto con la muerte y una profunda melancolía.

 El poeta se reclina. No ha visto nunca una cerca de alambre de púas en que la firma Lerm & Ludewig haya colgado su letrerito. Por mucho que lo lamente, por bonito que suene todo, debe rechazar estas dádivas y amenazar a su imaginación con una declaración inmediata de incapacidad si no se atiene al asunto, a las mallas estrechas de Lerm & Ludewig. Al fin y al cabo, no es un soñador. Y no puede restringirse a una agilidad mental que despertaría la suspicacia de todo ladrón de cajas fuertes y estafador matrimonial. Un verdadero poeta debe contar con una proliferación tan incesante de la imaginación que ya no dependa de ella.

La comida es suficiente razón para dejar el papel y desistir de un poema malogrado. Es cierto que la hoja está llena, no, varias hojas llevan el mismo título. Mucho está tachado, el orden invertido, y no obstante se propaga el alambre de púas; un pasaje excelente: "Mi corazón es un queso detrás del mosquitero'', tuvo que ser borrado varias veces. Al parecer le interesaba mucho al poeta, pero Lerm & Ludewig se oponía. Lo intentará otra vez mañana. Inmediatamente después del desayuno, con la cucharita en la mano todavía y sentado en actitud desconfiada delante del papel blanco, sentirá la rebeldía, especialmente si se le ocurre algo.


1957

4 mar 2014

Cuaderno de Notas (fragmento)



 (25 de noviembre de 1881 — 11 de noviembre de 1882)

 Brunswick Hotel, Boston, 25 de noviembre de 1881


 Si escribiese aquí todo aquello que podría escribir, rápidamente llenaría este cuaderno aún sin mancha, comprado en Londres hace seis meses pero no abierto hasta ahora; tanto tiempo hace que no tomo notas, no apelo a una libreta cualquiera, no escribo mis reflexiones corrientes, no me sirvo de una hoja de papel para vertir, por así decirlo, mis secretos. Mientras tanto tal cantidad de cosas han ido y venido, tal cantidad que ahora es demasiado tarde para apresarlas, reproducirlas, preservarlas. He dejado pasar demasiadas por haber perdido, o más bien por no haber adquirido, el hábito de tomar notas. Podría serme de gran provecho; y ahora que soy más viejo, que tengo más tiempo, que la tarea de escribir me resulta menos onerosa y puedo hacerlo más libremente, debería esforzarme por guardar, hasta cierto punto, un registro de las impresiones pasajeras, de todo aquello que va y viene, que veo, y siento, y observo. Apresar y conservar algo de la vida —a eso me refiero. Aquí estoy de vuelta en América, por ejemplo, después de seis años de ausencia, con posibilidades de ver y aprender muchas cosas que no deberían convertirse en materia de desperdicio. Aquí estoy, da vero, y lo más probable es que aquí permanezca por cinco meses. Me alegro de haber venido —fue una medida sabia. Necesitaba ver de nuevo a les miens, reavivar las relaciones con ellos y las consecuencias que esas relaciones pueden acarrear. Tales relaciones, tales consecuencias, son parte de la vida, y la mejor vida, la más completa, es la que toma muy en cuenta esas cosas. Esto sólo puede conseguirlo uno viendo a su gente de vez en cuando, estando con ellos, entrando en sus vidas. Desde otro punto de vista sostengo que para mí no era necesario venir a este país. Tengo 37 años, he hecho mi elección y Dios sabe que no me sobra tiempo que perder. He elegido el Viejo Mundo —lo he elegido, lo necesito, es mi vida. No me es preciso discutir hoy sobre el tema; para mí es una inestimable bendición, y una suerte no usual, que el problema se haya liquidado hace mucho, y que no me quede más que actuar sobre esas bases. —Mis impresiones aquí son exactamente lo que esperaba, y no veo el paisaje o percibo las maneras, la raza, el tono de las cosas, ahora que estoy sobre el terreno, con mucha más viveza que cuando aún me hallaba en Europa. Mi trabajo está allí —y con este vasto mundo nuevo je n'ai que faire. Uno no puede hacer las dos cosas —uno debe elegir. A ningún escritor europeo se le pide que asuma una carga tan terrible, y me parece cruel que me lo exijan a mí. La carga es necesariamente más pesada para un americano —porque, en mayor o menor grado, aun sólo por inferencia, debe tratar con Europa; mientras que ningún europeo está obligado a tratar con América en absoluto. Nadie soñará siquiera en calificarlo de menos completo por no hacerlo. (Hablo, desde luego, de quienes hacen la clase de trabajo que hago yo; no de economistas, o de gente de las ciencias sociales.) El pintor de costumbres que se desentienda de América no por ello estará incompleto hoy en día; pero de aquí a cien años (de aquí a cincuenta años quizá) lo estará sin duda. Al fin y al cabo, sin embargo, no escribiré aquí mis impresiones de América. No necesito escribirlas (al menos no à propos de Boston); sé muy bien lo que son. En muchos sentidos son extremadamente placenteras; pero, ¡el Cielo me perdone! «Tengo la sensación de estar perdiendo horriblemente el tiempo!

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