14 dic 2010

 La loca de la casa

Ayer me reservé el día entero para escribir. Pensaba dedicar el día a La loca de la casa, y me relamía de sólo imaginar el montó de horas que iba a poder emplear en ello. Me senté al ordenador a eso de las diez de la mañana, sin citas para la hora del almuerzo, sin citas para la cena, sin tener que hacer ningún recado ni ir a ningún sitio, en  lo alto de una jornada alta y limpia, perfecta para dedicarla a la escritura.
Encendí la pantalla, me acomodé bien en la silla. De pronto se me ocurrió que hacía por lo menos un par de meses que no contestaba las cartas recibidas en mi página web. Eran muchas, muchísimas y empecé a responderlas. Pasaron muchas horas. Me detuve apenas veinte minutos para comer algo. Retomé la tarea. Terminé de contestar el correo a eso de las ocho de la noche, reventada, con dolor de cabeza y el cuello agarrotado de tanto teclear. Telefoneé a Carmen García Mallo, una de mis mejores amigas, con el ánimo sombrío y furibundo.
–        Hoy quería escribir, tenía todo el día para escribir y lo he tirado por la borda contestando e-mails.
–        ¿por qué? ¿Por pereza?
–        No, no.
–        ¿Por qué?
–        Por miedo.
No se lo puede explicar, pero anoche, en la indefensión extrema de la noche, en la claridad alucinada de la noche, mientras daba vueltas en la cama, comprendí exactamente lo que quería decir. Por miedo a todo lo que dejar de escribir una vez que pasas a la acción. Por miedo a concretar la idea, a encarcelarla, a deteriorarla, a mutilarla. Mientras se mantienen en el rutilante limbo de lo imaginario, mientras son sólo ideas o proyectos, tus libros son absolutamente maravillosos. Y luego, cuando vas clavándolos en la realidad palabra a palabra, como Nabokov clavaba sus pobres mariposas sobre el corcho, cuando los conviertes en cosas inevitablemente muertas, en insectos crucificados, por más que los recubra un triste polvo de oro. (…)
Con todo, el miedo mayor no es al propio malestar, no al agobio de pasarte día tras día sin poder disfrutar de tu trabajo. Lo que en verdad te espanta es el resultado de ese trabajo, esto es, escribir palabras pero palabras malas, textos inferiores a tu propia capacidad. Temes machacar tu idea redactándola de manera mediocre. Por supuesto que luego puedes y debes reescribirla, y enmendar los fallos más evidentes e incluso tirar partes enteras de una novela y volver a empezar. Pero una vez que has acotado tu idea con palabras la has manchado, la has hecho descender a la tosca realidad, y es muy difícil volver a tener la misma libertad creativa que antes, cuando todo volaba por los  aires. Una idea escrita es una idea herida y esclavizada a una cierta forma material; por eso da tanto miedo sentarse a trabajar, porque es algo de algún modo, irreversible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitantes

Datos personales