15 ene 2010

Escribir

Con frecuencia, me he preguntado porque me gusta escribir (a mano, se entiende), a tal punto que, en muchas ocasiones el placer de tener frente a mi (cual banco de carpintero) una bella hoja de papel y una buena pluma compensa, a mis ojos, el esfuerzo a menudo ingrato del trabajo intelectual: mientras reflexiono en lo que he de escribir (eso es lo que ahora ocurre), siento como mi mano actúa, gira, liga, se zambulle, se levanta y, muchas veces, por el juego de las correcciones, tacha o hace estallar la línea, y ensancha el espacio hasta el margen, construyendo así a partir de trazos menudos y aparentemente funcionales (las letras), un espacio que es sencillamente el del arte: soy artista, no porque figuro un objeto, sino, más fundamentalmente, porque en la escritura, mi cuerpo goza al trazar, al hender rítmicamente una superficie virgen (siendo lo virgen lo infinitamente posible).
Este placer debe ser antiguo: se han encontrado en las paredes de ciertas cavernas prehistóricas, series de incisiones regularmente espaciadas. Era ya eso escritura? De ningún modo. Sin duda, eso trazos no querían decir nada; pero su ritmo mismo denotaba una actividad consiente, probablemente mágica o, más ampliamente simbólica: la huella, dominada, organizada, sublimada (no importa) de una pulsión. El deseo humano de hender (con el punzón, el cálamo, el estilete, la pluma) o de acariciar, (con el pincel, el fieltro) ha atravesado sin duda muchos avatares que han ocultado el origen propiamente corporal de la escritura; pero basta con que, de vez en cuando un pintor (como hoy en día Masson o Twomwly incorpore formas graficas a su obra, para que seamos conducidos a esta evidencia: escribir no es solamente una actividad técnica, sino también una práctica corporal de goce.
Pongo este motivo en primer lugar precisamente porque de ordinario se lo censura. Eso no quiere decir que la invención y el desarrollo de la escritura no los haya determinado el movimiento de la Historia más imperiosa: La Historia social y económica. Es sabido que en el área mediterránea (por oposición al área asiática), la escritura nació de exigencias comerciales: el desarrollo de la agricultura y la necesidad de construir reservas de grano obligaron a los hombres a inventar un medio de memorizar los objetos necesarios para toda comunidad que trate de dominar el tiempo de la conservación y el espacio de la distribución. Así nació al menos, entre nosotros, la escritura.
Por lo tanto, esa técnica era el esbozo arcaico de lo que hoy llamaríamos la planificación; a partir de ese momento y de una manera natural, se convirtió en un instrumento decisivo de poder o, si se prefiere, en un privilegio (en el sentido social del término); los técnicos de la escritura, notarios, escribas, sacerdotes, formaron una casta (cuando no una clase) adicta al Príncipe (y este velaba por ella) . Durante mucho tiempo, la escritura fue un medio de secreto: poseer la escritura designaba un lugar e separación, de dominio y de trasmisión controlada, en suma, la vía de iniciación: la escritura ha estado históricamente ligada a la división de clases, a sus luchas y (en Francia) a las conquistas de la democracia.
Hoy en día, nuestros países al menos, todo el mundo escribe. Entonces, la escritura ya no tiene historia? Ya no tenemos nada que decir de ella? De ningún modo. Uno de los intereses del libro de Roger Druet es precisamente poner el acento en la mutación aun muy enigmática que se apodera de la escritura en cuanto esta se mecaniza. Es demasiado pronto para decir que compromete el hombre moderno de sí mismo en esta nueva escritura de la que la mano está ausente: la mano tal vez, pero de ningún modo el ojo. El cuerpo permanece ligado a la escritura a través de la visión que tiene de ella: hay una estética tipográfica. Útil es por lo tanto el libro que nos enseña a distanciar la simple lectura y nos da la idea de ver en la letra, a semejanza de los antiguos calígrafos, la proyección enigmática de nuestro propio cuerpo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitantes

Datos personales