12 abr 2010

Blog, blog

La palabra blog me suena, y no puedo evitarlo, a regurgitación. O sea, y disculpen ustedes, al acto de expeler por la boca sustancias sólidas o líquidas. Si uno hace la prueba de exclamar ‘blog’ en voz alta, el sonido resultante es el de estar atragantándose o ahogándose por dentro. Sin embargo esta palabrita cada vez más en boga proviene de una contracción, muy propia de la económica lengua inglesa, entre ‘web’ (red) y ‘logbook’ (diario de abordo). Así que un blog sería, literalmente, un diario de navegación internauta. Y la etimología nos recuerda que un internauta es alguien que navega de un sitio a otro. Los viejos marinos indómitos, esos que la literatura aventurera imaginó desde Ulises a Hemingway, desde Espronceda a Salgari, soñaron siempre con la libertad de movimientos. Internet no ha hecho otra cosa que prolongar ese sueño desde la quietud del hogar.

Cualquiera que haya consultado con asiduidad los infinitos blogs que flotan en la Red, habrá podido comprobar que en ese mar nadan toda clase de especies: raras, convencionales, electrizantes, mediocres, movedizas, aburridas, bobas o muy brillantes. Ciertamente la facilidad de creación y acceso de los blogs propicia que, como en los diarios íntimos de toda la vida, puedan hablar mucho quienes tienen muy poco para decir. Igual que en las conversaciones de café, tres de cada cuatro discursos no aportan conocimiento alguno a quien tenga la paciencia de prestarles atención. Pero al mismo tiempo, y esa es la gran conquista y la novedad de este vehículo, el estallido bloguero hace posible una nueva modalidad de palabra pública, distinta y alejada de los condicionantes de los grandes medios de comunicación.

El blog ha supuesto, por así decirlo, la fundación de un peldaño intermedio entre los dos niveles de opinión que hasta ahora convivían en nuestra sociedad. Antes del advenimiento masivo de la cultura cibernética, durante dos siglos largos, la libertad de expresión se manifestaba por medio de dos cauces demasiado alejados entre sí. Uno era la expresión individual del ciudadano de a pie (siempre que un régimen autoritario no lo persiguiera). El otro se manifestaba a través de los medios de comunicación, en un principio con la prensa escrita a la cabeza. La limitación de esta dualidad consistía en que, al margen del mayor o menor compromiso de la prensa por recoger las inquietudes de la ciudadanía, la opinión periodística tendía y tiende a funcionar como un circuito restringido. En los medios de comunicación de masas los que opinan no son los ciudadanos, que como mucho se conforman con ser consultados fugazmente por algún reportero o aparecer alguna vez en su vida en los diminutos recuadros destinados a las cartas al director. En los últimos años, sin embargo, la proliferación del blog ha abierto un creciente espacio de expresión que en cierto modo participa de los dos cauces antes mencionados: por un lado, el autor de un blog es alguien con la potestad de manifestar sus puntos de vista privados sin limitaciones de espacio u oportunidad, ni censuras previas más o menos sutiles relacionadas con los intereses de tal o cual grupo empresarial informativo; por otro lado, son cada vez más frecuentes las citas, alusiones y noticias blogueras que aparecen en los medios de comunicación tradicionales, que han comenzado a hacerse eco de sus contenidos.

Este intercambio entre periodismo profesional y ciudadanía bloguera constituye, a mi juicio, la mayor aportación de este nuevo espacio. A ello hay que añadir la interactividad propia del medio: todo blog muy visitado incorpora una buena cantidad de comentarios, réplicas y contrarréplicas que enriquecen (y, la verdad sea dicha, a veces también enturbian) la información inicial. Ciertamente esta dinámica interactiva ha sido incorporada (para bien) por la prensa digital, aunque con un importante hándicap: salvo excepciones, a diferencia del responsable de un blog, el redactor de la noticia o el autor de la columna de opinión no entra en diálogo directo con los comentarios de sus lectores.

Esta semana la joven filóloga cubana Yoani Sánchez, autora de un visitadísimo y celebrado blog (www.desdecuba.com/generaciony), se ha visto envuelta en una triste polémica por la negativa de las autoridades cubanas a dejarla desplazarse a España para recoger el premio Ortega y Gasset a la mejor labor de periodismo digital. En el mejor estilo del ‘nuevo’ castrismo del anciano hermano del anciano Castro, el permiso de migración no le fue denegado de manera explícita: simplemente, jamás contestaron a sus reiteradas peticiones de viajar. Al contrario que el trono castrista, siempre bien ocupado por posaderas antaño revolucionarias, la ceremonia en Madrid se celebró con un asiento vacío. Como muchas otras, la bitácora digital de Yoani Sánchez vuelve a recordarme las sensaciones iniciales de la palabra ‘blog’: regurgitar, por puro cansancio, los pensamientos atragantados durante años; expeler palabras sólidas que, con la participación de sus lectores, esta vez no se perderán en el líquido del silencio que ciertos regímenes tratan de inyectar en las gargantas de sus ciudadanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitantes

Datos personales