6 nov 2012

La "carrera" literaria




Unas semanas atrás una escritora española cuya obra me gusta particularmente mencionó varias veces en una conversación de algo menos de una hora su necesidad de avanzar en su "carrera" y las decisiones que tomaba para satisfacer esa necesidad. A mí, sus palabras me resultaron sorprendentes, no sólo por venir de una autora de lo que los editores llaman en ocasiones "literatura literaria" y a veces "literatura no comercial" (posiblemente con la finalidad de ratificar su convicción, cada día más improbable, de que existe una literatura que sí lo es); pero también porque la idea misma de una carrera es irreconciliable con la naturaleza de la producción literaria, y esto por varias razones.

Afirmar que en literatura es posible una "carrera" de alguna índole supone concebirla como la ejecución de un trayecto determinado previamente (algo erróneo, ya que buena parte de los escritores de relevancia tuvieron trayectorias personales y condicionadas de tal forma por sus circunstancias personales que es imposible resumirlas en una especie de recorrido a imitar, por mucho que ciertos cursos de escritura creativa y las estrategias de algunos escritores preocupados por la mercadotecnia nos lo haga pensar; hablar de la "carrera literaria" supone también concebir la literatura como una actividad que es llevada a cabo de forma progresiva y en la que cada paso nos acerca a la meta, lo que, por supuesto, es falso: no existe esa meta (o sólo existe en términos individuales), pero, aun en el caso de que existiera, estar a diez pasos de ella no significaría estar más próximos de su final que cuando todavía nos encontrábamos a treinta, puesto que la literatura no es una actividad progresiva, sino una en la que abundan los avances pero también los retrocesos y las vueltas atrás. Un buen primer libro no supone que se escribirá un segundo libro mejor -a menudo sucede lo contrario, lo que resulta, en mi opinión, una prueba palpable de que su autor no es un escritor realmente- y ni la juventud ni la madurez garantizan obras maestras. Tampoco lo hacen el ser desconocido y el haber alcanzado cierto reconocimiento, ni el haber ejercido múltiples oficios o haberse dedicado plenamente a la escritura, del mismo modo que no hay garantías de que un libro sobre la Guerra Civil vaya a tener más éxito que uno sobre un bovino: de hecho, en términos literarios, La vida de una vaca del chileno Juan Pablo Meneses es notablemente mejor que muchas novelas sobre el enfrentamiento español.

En sustancia, el prestigio literario (si es que podemos considerarlo la finalidad de disputar la carrera, aunque ésta también podría ser el éxito comercial para algunos) no es un bien inmueble y ni siquiera una inversión que uno pueda ir aumentando con cada paso que da hasta cruzar la meta y rentabilizarla de un modo u otro: los prestigios (y las fortunas) se crean y se derrumban con la misma facilidad sin que nada tenga más importancia para su suerte que la calidad de los libros que se escriben, que es la primera cosa en la que los escritores dejan de pensar cuando empiezan a concebir lo que hacen en términos de una "carrera". Pensar en esos términos es, en cierto sentido, el resultado natural de la pérdida de prestigio social de la literatura (por no hablar de la caída de sus ventas), pero resulta sorprendente que pocos escritores vean que esa pérdida de prestigio es también el resultado de la visión mercantilista de la literatura que se esconde detrás de la concepción errónea de la producción literaria como una carrera.

A pesar de ello, y aquí me desdigo, quizás sí se pueda concebir la literatura como una carrera: adelante están los escritores que nos han precedido, detrás los que nos seguirán; la pista está abarrotada y es imposible avanzar; tampoco es posible saber si hay una meta y dónde se encuentra. El escritor desea ir hacia delante pero no puede hacerlo, y no sabe si hay alguien en las gradas observándolo. A veces escribe, al borde de la asfixia porque los escritores que lo precedieron no se mueven y los que vendrán detrás de él lo empujan para que les deje sitio; carece incluso de la certeza de que lo que hace tenga algún sentido, pero lo hace, y procura no despertarse nunca del sueño de la literatura, sólo que algunos conciben éste como una terrible pesadilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitantes

Datos personales