18 mar 2013

Vida de pluma (fragmento)


Vivimos una época de gran mediocridad literaria, y nos complacemos en ella. No es desagradable. Los menos mediocres de entre nosotros –o quizás debería decir los más–, los que mejor nos adaptamos a esa mediocridad dominante, la pasamos bien. El mercado nos es propicio, nuestros libros mediocres nos procuran ingresos decentes, viajamos a giras de promoción, a ferias donde la prensa nos celebra, los editores nos invitan a restoranes caros, incluso asistimos a encuentros y congresos donde debatimos y enaltecemos lo que hacemos como si fuera literatura, aunque últimamente congresos hay cada vez menos, ahora en su lugar lo que hay son festivales –el libro en la sociedad del espectáculo–; todo lo cual nos da fuerzas para seguir produciendo más libros mediocres. Digo mediocres; quiero decir: sin ninguna ambición más allá de sí mismos. Escribimos libros que hasta pueden ser relatos bien armados, graciosos, estremecedores, sugerentes. Escribimos libros que pueden incluso captar ciertos rasgos del espíritu de la época, que muchos lectores pueden disfrutar, que se traducen en idiomas. Escribimos libros que también pueden incluir giros felices, frases bien ritmadas, estructuras astutas. Pero escribimos libros que sólo quieren ser leídos, que no pretenden más que eso; sobre todo, no intentan cambiar la forma en que se escriben y se leen los libros.

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