11 feb 2010

LA MANO, LA ESCRITURA, EL TECLADO

Hace años que no escribo nada a mano. Solía tener, justo después de las disciplina de la primaria, una letra regular y legible que los maestros y algunos destinatarios de mis cartas elogiaban. Luego apareció la máquina de escribir y, un poco después, el procesador de palabras, y ambos contribuyeron al deterioro paulatino de mi capacidad de escribir a mano. Perdí así una habilidad lenta y arduamente aprendida en años disciplina escolar. El fin de mi escritura a mano se cumplió, ciertamente, con la aparición de la lap top. Desde entonces, lo que llego a plasmar en letra manuscrita, que es bastante poco, no sólo es ilegible sino que también produce un dolor característico en las muñecas. El cuerpo, pues, dejó de escribir. El cuerpo desaprendió.

Esta transformación en mis prácticas de escritura--de la letra escrita a mano a la letra impulsada por una tecla en la computadora--me hizo pensar que se había llevado a cabo una disociación entre el cuerpo y la letra--algo que todo a mi alrededor en la era de la digitalización parecía confirmar. Lo llegué a decir varias veces: el gran perdedor en todo esto siempre es el cuerpo.

El artículo "Digital Gestures" de Carrie Noland me ha hecho dudar de tal aserción. En una prosa clara y con ejemplos tomados de la poesía digital producida hoy en día en los Estados Unidos, Noland asegura que los movimientos requeridos para generar las letras que aparecen y desaparecen en las pantallas acercan, y no alejan, al cuerpo de la escritura. Para empezar, Noland nota que la escritura, todo régimen de escritura, es artificial. Uno no nace sabiendo escribir a mano sino que, como lo demuestra la propia descripción de mi caso, uno aprende a hacerlo a través de sistemas formales de entrenamiento. La escritura a mano es, así, luego entonces, una forma de la gimnasia. Toda escritura es una forma de energía corporal disciplinada. Mientras que la máquina de escribir y la escritura a través del teclado parecen en efecto confirmar la separación del cuerpo y de la letra, la poesía digital--este es el argumento de Noland--trae a colación la energía kinética original que dio lugar a la letra manuscrita. Escribir en la computadora, al menos en lo que concierne a la poesía digital, restablece nuestra conexión con formas anteriores de escritura. Y cualquiera que haya sufrido de tendonitis o del síndrome de carpo sabe que, para escribir con (y no sólo sobre) la computadora, es necesario también aprender una serie de finos movimientos que aseguren la velocidad y la claridad del trazo en la pantalla.

El pulsar rítmico de las letras, la transformación de las letras a través del tiempo, el arrastrar palabras enteras--todos ellos elementos de la poesía visual--no son más que prácticas que ponen al cuerpo de regreso en la escritura. De hecho, de acuerdo con Noland, lo que hacen los poetas digitales al programar sus trabajos es "ofrecer muchas oportunidades para crear una relación entre la experiencia visceral del escritor al trazar letras y la traducción gráfica de este trazo". Se forman, además, "cadenas kinéticas" en las que se reproduce miméticamente, sobre todo cuando se manipula el mouse, el trazo de una letra sobre una superficie plana y el trazo de esa letra sobre la pantalla.

Esta meditación sería sólo una discusión académica si la autora no la relacionara, como lo hace, con la producción de formas de lectura que escapan del régimen del entrenamiento formal y acceden a "las explosivas y formas no regimentadas de la proto-escritura que incluyen letras y palabras que danzan errática y rítmicamente en la pantalla". Esta escritura digital que junta al cuerpo y el trazo también pone de manifiesto que la escritura es siempre una actividad performática, relacionada a la literatura, ciertamente, pero también, acaso de manera ineludible, a la danza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitantes

Datos personales