2 may 2011

Con los dedos llenos de tinta y el corazón hecho pasita

Recientemente me preguntaron por mi responsabilidad social, por el buen ejemplo y la sana moral que inculco a mis lectores:
No soy la iglesia ni soy la escuela, contesté; mi única responsabilidad social es contar lo que, como mujer mexicana, veo que está sucediendo en mi país y en mi momento. No soy nadie para dar lecciones morales porque no soy nadie para decirle a los demás cómo vivir su vida.
Sólo quiero contar una historia, muchas historias que, al final de cuentas, se resumen en la misma: la necesidad humana de amar. De amar lo que sea. De amar tanto lo sublime como lo más lacerante. Amar por amar. Contar por contar. Porque al final de cuentas, se escribe una novela y no se termina la guerra, no se salva una vida, no se descubre la cura de nada. Contar porque quiero y porque alguien tiene que contar las cosas como fueron, y también como no fueron, porque ambas realidades son igualmente importantes.
Íbamos en el auto Toño y yo, cuando por teléfono alguien me contó que era finalista del primer Premio Iberoamericano de Narrativa Las Américas.
Yo, que ni siquiera sabía que estaba participando en un concurso de literatura internacional de semejante peso, al quedarme sola en el auto, rompí en llanto. Sólo quería contar una historia, contar por contar, una historia que pudieran leer tanto los expertos lectores como los no lectores. Que ambos bandos la disfrutaran por igual. Transmitirles una sensación, buena o mala, dejarla completamente a elección del lector.
Las letras, como ya lo había dicho antes, se imprimen y ya no son de uno. Toman su rumbo y no se limitan a las fronteras o usos que su autor haya planeado. Mi Perra brava anda por países que yo jamás he visitado y tiene su vida propia, se pasea y se divierte, va contándole a la gente cómo es Monterrey. O al menos cómo es mi Monterrey.
Hoy, al leer la nota, descubrí que los otros finalistas son Ricardo Piglia, Marcos Giralt Torrente, Álvaro Bisama y Arturo Fontaine. Que soy la única mujer en la competencia, y la única persona de nacionalidad mexicana. Siento un gozo y un peso encima que no puedo con ellos, que los cargue la Perra brava. Ni siquiera pienso en el resultado del Premio, yo me doy por bien servida llevando una historia de mi país a muchos lados del mundo, porque es una historia que podría pasar en cualquier sitio y es que, insisto, ¿quién no ha experimentado esa maldita necesidad de amar?
Este fue un día muy agitado, me la pasé en taxi, caminando cuadras y cuadras sobre mis taconcitos, pidiendo raid, de la casa al trabajo, al consultorio, a clases, a casa, a cenar. En medio de tantas prisas, sólo he recibido de los amigos buenos deseos y felicitaciones por Facebook, por Twitter, por teléfono, por celular, en persona. No sé más que dar las gracias: a Dios por sacar a pasear a la Perra brava, a los amigos por compartir la felicidad conmigo, a mi familia por el apoyo, a mi Toño por ser mi Toño.
Yo sólo quería contar una historia. Yo era una chica muy perdida y muy sola entre la multitud. Con los dedos llenos de tinta y el corazón hecho pasita.

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