-¿Considera a Negra espalda del tiempo como un espejo, donde se ven innumerables caras de una versión original de su libro Todas las almaspublicado en 1989?
-No exactamente, porque si Todas las almas hubiera sido como alguna gente creyó, un libro en clave en el cual retrataba (con pequeñas variaciones) a personas de la Universidad de Oxford con las que estuve en contacto, bueno pues sí se podría decir que quizá era un espejo en el sentido en el que de pronto podía estar revelando esas claves y diciendo: este personaje se corresponde con esta persona real. Pero como justamente no fue así, en la primera parte de Negra espalda… comento que fue lo contrario. Se produjeron los equívocos, la identificación errónea de los personajes. En esta (falsa) novela describo lo que a partir de eso sucedió en la vida real y no en la literatura. Más bien estaríamos hablando de una reafirmación de lo ficticio deTodas las almas.
-¿De dónde le surgen las ganas de armar un libro como Negra espalda del tiempo?
-De los hechos que han ido aconteciendo y han sido muy paulatinos. Ahora mismo esta anécdota, este detalle, van conformando una pequeña cuenta de episodios o de coincidencias, a veces de verdaderas rarezas. Supongo que quizá todo eso se conjuga y se convierte en el impulso para ponerme a escribir. Es lo que he dicho en alguna ocasión: el sentirme un poco invadido por una ficción. Regularmente la vida de los escritores, aunque esté disimulada o camuflada, de una u otra forma se desliza en sus ficciones, y en cambio es bastante raro que por el contrario una ficción comience a intervenir en la propia vida. Que afecte la realidad, no con hechos graves o algún trauma gravísimo, pero bueno sí, como si de pronto aquello cobrara vida.
Un libro en el que pasa algo que tiene que ver con eso, aunque no está en mi ánimo compararme con nadie y menos con Cervantes, es la segunda parte deEl Quijote. Es algo que siempre me fascinó de esa historia. Hay que ver que pasan diez años entre la publicación de la primera parte y la segunda. Y en ese lapso han ocurrido muchas cosas con el primer libro. A saber: se ha convertido en un éxito enorme, se ha traducido a numerosas lenguas muy rápidamente, y también ha existido la impostura del Quijote de Avellaneda. En la primera parte, Don Quijote y Sancho son estrictamente personajes de ficción. Los otros personajes de la novela no saben quiénes son, sino solamente ven a dos locos que aparecen ahí; en la segunda parte, el efecto de estos personajes en la realidad española se incorpora a la novela. El éxito de la vida real se inscribe en la ficción. En la segunda parte todo el mundo sabe sobre las hazañas de Sancho y Don Quijote; a su vez, ellos saben que todo lo que hagan va a quedar registrado, porque también se les comunica que sus aventuras han sido contadas y que todo el mundo las conoce. Entonces se reproduce un sentimiento de vértigo por la superposición de planos ficticios y reales. Ahora, no digo que tenga mucho que ver, ni que sea el mismo caso. Cualquiera diría, qué se cree éste que se está comparando con Cervantes. No. Lo único que quiero advertir es que la intrusión, de lo ficticio en lo real no se da muchas veces, y en mi vida se estaba dando. Y claro, era muy tentador contarlo. Todo esto aunado a lo que ya he dicho sobre la “negra espalda del tiempo”: lo que nos conforma de algún modo, pero no sucede o no ha sucedido.
-Y a todo esto, ¿en este su primer viaje a México ya pudo preguntarle al periodista Sergio González Rodríguez –ahora también personaje de ficción– por qué razón llevaba quince años mareada la mujer que conoció mientras investigaba la muerte de Wilfrid Ewart, en un hotel de la calle Isabel la Católica?
-La carta donde se refiere el hecho no es la de Sergio González, es la correspondencia que he mantenido con otro mexicano de nombre Rafael Muñoz Saldaña.
-A través de un artículo que Sergio González publicó, teníamos noticias de que él mismo le había escrito a usted con el seudónimo de Muñoz Saldaña.
-Pero si Muñoz Saldaña sí existe. Ayer lo vi y platicamos largamente.
-¿Era él?
-Sí, de carne y hueso, con cartilla de voto y todo.
-¿Esto es parte de lo que consignará en el segundo volumen de Negra espalda… o Retorcida espalda…?
-(Ríe). Ya veremos. Por lo pronto, como ve, siguen sucediendo cosas.
-¿El giro que toma la realidad en la ficción es una forma de escape?
-Al hacer novelas no pretendo escapar, salir de ella, compensarla o crear un mundo a mi gusto por medio de algo más ordenado, más armónico en el cual uno tiene el control. No escribo contra la realidad. Aunque es verdad que alguna vez he dicho que en la ficción se descansa de la realidad. También he comentado que todo escritor en el fondo ansiaría convertirse en un personaje de ficción. Pasar una parte del tiempo real, como solemos hacer los escritores de novelas, es pasarlo en un mundo aparte, un poco distinto. Y por el hecho uno puede decir que descansa, incluso se consuela de ciertas cosas. Pero tampoco es algo que necesite de manera perentoria. Puedo pasarme mucho tiempo sin escribir novelas y no me pasa nada. No tengo nostalgia, no tengomono -ríe-, o como dicen ustedes adicción a la ficción. Vivo muy tranquilo y me dedico a mis cosas. En dado el caso, sí, me alegro de que en mi propia vida haya una dimensión de ficción, que es la que yo cultivo de vez en cuando.
-Se ha dicho que esta Negra espalda del tiempo no es una autobiografía.
-De ninguna manera lo es.
-¿Ni desde el sentido en que revela la cara oscura, aquellos hechos malogrados de su vida como la ausencia de un hermano que no llegó a conocer?
-Son cosas que también en una novela existen. En una novela hay un narrador y aunque el narrador no cuente mucho su vida, es normal que al estar contando aparezcan cosas sueltas.
-Pero en este caso el narrador firma con su nombre y apellido.
-No creo que cuente mucho de mí mismo ni siquiera indirectamente. Sí, hay algunas cosas de mi vida. Pero tengo la sensación de que leyendo este libro todo está dicho con bastante pudor. Y que por leer este libro ningún lector va a saber mucho más de mí, que lo que ya sabía antes. Probablemente un dato: que soy zurdo, que cuando comencé a escribir lo hacía al revés. Datos, datos pequeños, pero no se sabe mucho más. Lo cual indica que no es un libro autobiográfico ni de memorias. No se cuentan muchos sentimientos, son datos que tampoco están cronológicamente ordenados, ni ligados. No creo que se pueda reconstruir el conjunto de mi vida. Es lo que a mí me parece, pero quien lea el libro seguramente será más objetivo de lo que yo pueda serlo.
-Esto lo relaciono con el gusto que le da pensar que los escritores son como fantasmas. Siguen rondando lo que alguna vez les importó, pero ya desde fuera. Apenas unos rasgos desdibujados. Tienen voz pero no corporeidad.
-Como figura literaria esa idea del fantasma siempre me ha atraído.
-¿Teniendo en cuenta las controversias que ha suscitado este libro no ha sentido miedo de convocar hechos de la realidad con el poder de la palabra?, ¿de que la ficción se materialice?
-Bueno, sí, en algún momento he dicho que uno debe tener cuidado con lo que escribe porque puede convertirse en realidad. Pero me ha ocurrido con pequeñas cosas. Lo que pasa es que no sé. Cuando me han ocurrido, tampoco son cosas muy aparatosas. Por poner un ejemplo: el inicio de Mañana en la batalla piensa en mí, en el que Marta Téllez muere en brazos del narrador. Esto no sólo no me ha pasado a mí, viene de mi imaginación –le juro que nadie ha muerto en mis manos nunca–, sino que tampoco temo en absoluto que me pueda suceder. Y en el supuesto de que me ocurriera, que se me muriera en los brazos una mujer casada, con un niño de dos años en el cuarto de al lado, pues aún así, creo que tampoco me daría un pavor espantoso. Tampoco pensaría que soy un demiurgo extraño. Es más, me parece tan normal que las coincidencias se den en la vida. Yo creo que le sucede a todo el mundo.
-Quizá lo que no existe es la paciencia para registrarlas.
-Sí, quizá. O a lo mejor me sucede más de lo que es común y por tanto no le doy demasiada importancia. No me entra la sensación de magia o milagro. Y sí a veces pasan cosas bastante chocantes, pero las tomo como: “¡Ah sí, ya!, es normal”. Porque la vida también es así. No es que yo crea en… no creo en nada. Ni en lo paranormal ni en la parapsicología. Me parece normalísimo el pensamiento que, sin duda, tiene mucho poder y rige la historia de la humanidad. Hay millones de personas pensando a la vez, entonces no es raro que se produzcan cortos circuitos, roces, como si se tratara de electricidad. En realidad lo chocante es que se produzcan tan pocos. Sería normal que continuamente, sucedieran reiteraciones, repeticiones de cosas que dos personas piensan a la vez. Eso de: “Estaba pensando en ti, cómo es que me llamas ahora”. ¡Bah!, eso debería pasar muchas veces.
-Digamos que lo que le viene mejor es más bien el espíritu detectivesco.
-¿Detectivesco? Sí, soy un poco. Pero más bien detective de los que están en su casa haciendo deducciones. Les dan los datos y están haciendo sus composiciones. Es una capacidad de pensar cosas, o de asociarlas, o de intuirlas, y bueno luego a veces uno se equivoca. Lo que en todo caso me da un poco de miedo, –y también esto puede parecer presuntuoso– es que a veces tengo la sensación de ver demasiado. Ver demasiadas cosas, ver demasiado en la gente. Eso nos pasa a todos, la mayor parte de la gente tiene ciertos latidos. Tienes una primera impresión y la dejas correr. No hay realmente motivo para pensar que esa persona va con segundas intenciones, sin embargo hay algo que te lo hace ver. Al escribir recupero cosas que en el momento de vivir, no me fijé. Y luego resulta que sí lo hice. Uno preferiría no ver demasiadas cosas aunque también, finalmente, se puede equivocar. Sin embargo, no importa del todo porque en el momento que lo percibes lo que cuenta es lo que estás viendo.
-¿Existe una intención de desafío? Entrever algo y pronunciarse por eso que se intuye para comprobar que puede ser realidad.
-No. Uno registra lo que va pasando. Nada más. Y ¿desafiar a qué o a quién?
-A los hechos. Algo parece ir en cierta dirección y uno decide actuar para modificar el rumbo. Usted ha puesto el ejemplo de adelantarse y propinar un golpe al que amenaza con decir algo que uno no quiere escuchar. O bien se tapa los oídos inermes para protegerse.
-Sí he puesto ese ejemplo, pero solamente sería válido si manejas el total conocimiento de lo que está por suceder. Para desafiar la dirección de las cosas habría que pensar a su vez que están predeterminadas y uno tiene que quebrar la línea. Sería absurdo desafiar algo que uno cree que no tiene cabeza. No creo que los hechos estén regidos por nada. Más bien lo que pienso que existe en la vida es un caos concatenado. Lo que sí, es que dentro de ese caos hay asociaciones y encadenamientos. Lo cual es lógico porque las personas están en contacto de un día a otro… Por lo que a mí respecta, nunca he podido ver que haya una predeterminación de nada por parte de nadie. Y como no creo en Dios, pues sería absurdo desafiar lo que no tiene dirección. No la veo.
-¿Entonces cómo es que Javier Marías se plantea el caos para construir una ficción?
-Lo que creo es que eso a lo que he llamado concatenación, no todo el mundo lo percibe de la misma manera. Hay hechos que se dan pero no todos los ven, porque no se fijan o porque no son de su interés. En ese sentido, tal vez yo, mientras escribo, sí tengo desarrollada cierta facultad o capacidad de alerta. Puedo ver relaciones que no son evidentes pero tampoco son inventadas. Por poner otro ejemplo, trivial, en la edición de bolsillo de Mañana en la batalla piensa en mí, al final hay algunas notas para aficionados al cine, a la literatura… Ahí cuento que algunas personas pensaron que la película sin sonido que se ve en la televisión durante toda la escena inicial de la muerte del personaje de Marta Téllez, es una película famosa de Billy Wilder que se llamaba en España, Perdición. Como la cinta era famosa, mucha gente pensó que se trataba de esa película, pero resulta que los actores habían hecho tres o cuatro películas juntos, y cuando yo hice el libro estaba pensando en otra comedia que había visto no mucho antes en la televisión, y no me acordaba del título. Hasta que de pronto, después de un tiempo, cuando los lectores comenzaron a decirme, ésa es Perdición, y no era, y me molesté en mirar el título, resultó que la película en inglés se llamaba Remember the night(Recuerda la noche), que es precisamente lo que el narrador se pasa haciendo toda la novela. No había por mi parte la voluntad de que coincidiera esa película, con el título alusivo a lo que sucede en el libro. Me di cuenta y dije: “Ah, qué gracia”. Y lo consigné, pero no le di la mayor importancia. Es posible que mucha gente no haya advertido ni siquiera esa coincidencia, además trivial.
-Los personajes que construye contienen todo el “caos”, me da la impresión que son una suma. Ha puesto en relieve que los integra no sólo lo que han hecho, sino lo que no han logrado. Eso se ve muy claro enNegra espalda del tiempo.
-Bueno, depende de quién la vea. Yo tiendo a ver esa suma, porque veo esas concatenaciones. En mis libros también se ha visto que hay un sistema de ecos, cosas que salen una primera vez y parece que no tienen importancia y luego van reapareciendo y de pronto parece que no eran tan anecdóticas o superficiales. Hay gente que no lo cree. No solamente no es que yo tenga la totalidad de la historia y ponga tal imagen a sabiendas de que luego la usaré y la ampliaré. No, sino que cuando aparece la segunda o la tercera vez tiene un sentido distinto, ya tiene otra dimensión para mí y supongo que para los lectores también. Sin embargo, no es algo deliberado. Corrijo sobre la marcha, pero no cambio toda la historia. Me aplico al mismo conocimiento que rige la vida. Uno puede desear a los 40 años que a los 15 hubiera hecho no sé qué, pero no se puede ya. Se atiene a lo que hizo. Yo me atengo a lo que escribí en la página 2, y si en la 200 hay algo, es porque la 2 fue como fue.
-¿Qué piensa de la vanidad, tan común en el medio literario?
-¿Hablando de lo que uno ha hecho? Si fuera un escritor idiota, como los hay, que me fascinara con las cosas que se me ocurren o me quedara embelesado con mi creación, pues entonces podría vanagloriarme. Sin embargo, más allá del medio literario, también está el caso del director de cine que se detiene y se deleita con un plano que él mismo ha construido. Para el escritor significaría recrearse por causa de determinado tratamiento o por el desarrollo de un capítulo o unas líneas en particular. Y lo peor es que no es obra de un mal cálculo, es evidente que se entusiasma con lo que él mismo hace, como si no tuviera control sobre ello. Hay gente así. A mí me parece un poco difícil que uno mismo se extasíe con lo que ha realizado. Puede parecer falsa modestia que diga cosas como ésta, pero así es. Cuando algunas personas me muestran admiración que considero excesiva por los libros que hago, yo no puedo compartirla, por una razón muy simple: yo los hago. Y sé cómo los hago. No digo que no me cueste trabajo. Pero puesto que los hago y los he hecho, francamente no les puedo ver demasiado mérito. Es como si yo me admirara de las cosas que hace un cirujano, pero a lo mejor el cirujano, puesto que lo logra, lo sabe hacer y sabe cómo lo ha hecho, a lo mejor tampoco diría que esto es maravilloso.
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