19 jul 2010

EL OFICIO DE ESCRIBIR (O NO)

Yo no me inclino por ninguna interpretación de mis libros: dejo que los lectores hagan esa tarea. Y nunca me siento a mi escritorio con un plan completo de un libro entero. El último capítulo de Solaris lo escribí tras una pausa de un año. Tuve que dejar de lado el libro, no sabía qué hacer con mi héroe. Hoy ni siquiera puedo recordar por qué fui incapaz de terminarlo durante tanto tiempo... Sólo recuerdo que la primera parte la escribí de un tirón, con fluidez y facilidad, mientras la segunda la terminé mucho más tarde, en un día feliz.
     En 1989 dejé de escribir ficción. Fue por muchos factores; aunque tenía muchas ideas para nuevos proyectos, llegué a la conclusión de que no valía la pena usarlas a causa de la nueva situación del mundo. La misma transformación en verdad de algunos de mis conceptos (por ejemplo, la conversión de la categoría fantasmagórica en realidad) paradójicamente terminó siendo un obstáculo en la más indulgente ciencia ficción. Esta era una típica situación de aprendiz de brujo: los demonios ya estaban sueltos.
     Ahora yo estoy mejor y más consciente del hecho de que no sé nada. Ni siquiera soy capaz de familiarizarme con las nuevas teorías científicas. A veces tengo la impresión de que las universidades crecieron a un promedio mayor que el universo mismo mientras los profesores se multiplicaban incluso más; cada dos años cada uno de ellos tiene que publicar un nuevo libro (obviamente describiendo una teoría nueva). Las ideas malas no son algo poco común en las ciencias, pero ¿quién leerá todos estos libros? ¿Quién separará lo insensato de lo que es valioso? ¿Quién dispondrá todo en una perspectiva correcta? Puede haber algo genuino allá afuera, pero yo no soy capaz de reconocerlo. Ya no creo que yo —incluso si intentara gritar con mi voz más potente— pueda cambiar algo. Este crecimiento exponencial no se detiene. Seguirá desarrollándose en su propia dirección, nos guste o no, como un torbellino, un tornado que no puede detener ningún hombre. Entonces, ¿qué importa si mis libros fueron traducidos a cuarenta idiomas y se imprimieron 27 millones de ejemplares? Se desvanecen puesto que chorros de libros nuevos están fluyendo desde todas partes, arrasando con todo lo que se escribió antes. Hoy un libro en una librería ni siquiera está el tiempo suficiente para juntar polvo. Es verdad que ahora vivimos más tiempo, pero la vida de todo lo que nos rodea es mucho más corta. Es triste, pero no podemos detener este proceso. El mundo a nuestro alrededor está muriendo tan rápidamente que no se puede llegar a usar nada.

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