25 oct 2010

Nota para " Najda "

PROEMIO
(mensaje con retraso)
Si ya, dentro de este libro, el acto de escribir, más aún el de publicar cualquier clase de libro, que­da situado en la categoría de las vanidades, ¡qué habrá de pensarse acerca de la complacencia con que su autor pretende, tantos años después, mejorar su forma por poco que sea! Y sin embargo conviene distin­guir, resulte o no oportuno en esta obra, cuanto se relaciona con la clave afectiva hasta depender enteramente de ella —constituye, claro está, lo esencial— de cuanto es relato diario, tan impersonal como pueda serlo, de acontecimientos insignificantes pero articulados unos con otros de manera especial (enramada de Léquier, ¡tuyo, siempre!)1. Si el intento de retocar en la distancia la expresión de un estado emocional, vista la imposibi­lidad de revivirlo en el presente, debe saldarse inevita­blemente con la disonancia y el fracaso (bastante se evidenció en el caso de Valéry, cuando una devoradora preocupación por el rigor le condujo a revisar sus "ver­sos antiguos")2, quizás no deba censurarse la preten­sión de conseguir que los términos sean más adecuados y cierta fluidez en otros aspectos.
Lo cual puede aplicarse muy especialmente a Nadja, en razón de uno de los dos principales imperativos "antiliterarios" a los que esta obra se somete: del mismo modo que la abundante ilustración fotográfica tiene por objeto eliminar cualquier descripción —habiendo sido ésta condenada por estéril en el Manifiesto del surrealismo3—, el tono adoptado para el relato copia al de la observación médica, especialmente a la neuropsiquiátrica, que tiende a conservar los datos de todo cuanto examen e interrogatorio pueden revelar, sin apurarse por adornar lo más mínimo el estilo al anotarlo. Al hilo de la lectura, podrá comprobarse que tal decisión, que cuida de que el documento "tomado en vivo" no resulte afectado en lo más mínimo, se aplica tanto a la persona de Nadja como a terceras personas y a mí mismo. La voluntaria indigencia de una escritura de estas características ha contribuido, sin duda, a la renovación de su audiencia, relegando su ocaso más allá de los límites habituales.
Subjetividad y objetividad disputan una serie de asaltos a lo largo de una vida humana, de los que casi siempre la primera resulta, muy rápidamente, muy mal parada. Al cabo de treinta y cinco años (la pátina es notable), los leves cuidados con que me decido a rodear a la segunda no dan cuenta sino de cierto res­peto a lo mejor-expresado, que ella es la única en tener en cuenta, pudiéndose encontrar lo mejor de la otra —que continúa importándome más— en la carta de amor acribillada de incorrecciones y en los "libros eró­ticos que carecen de ortografía".

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