1 mar 2010

Apolo o de la literatura (fragmentos)

• A la ficción llamaron los antiguos imitación de la naturaleza o «mimesis». El término es equívoco, desde que se tiende a ver en la naturaleza el conjunto de hechos exteriores a nuestro espíritu, por donde se llega a las estrecheces del realismo. Claro es que al inventar imitamos, por cuanto sólo contamos con los recursos naturales, y no hacemos más que estructurarlos en una nueva integración. Pero es preferible el término ficción. Indica, por una parte, que añadimos una nueva estructura -probable o improbable- a las que ya existen. Indica, por otra parte, que nuestra intención es desentendernos del suceso real. Finalmente, indica que traducimos una realidad subjetiva. La literatura, mentira práctica, es una verdad psicológica. Hemos definido la literatura: La verdad sospechosa.
• Algo más sobre la ficción. La experiencia sicológica vertida en una obra literaria puede o no referirse a un suceder real. Pero a la literatura tal experiencia no le importa como dato de realidad, sino por su valor atractivo, que algunos llaman significado. La intención no ha sido contar algo porque realmente aconteciera, sino porque es interesante en sí mismo, haya o no acontecido. El proceso mental del historiador que evoca la figura de un héroe, el del novelista que construye un personaje, pueden llegar a ser idénticos; pero la intención es diferente en uno y otro caso. El historiador dice que así fue; el novelista que así se inventó. El historiador intenta captar un individuo real determinado. El novelista, un molde humano posible o imposible. Nunca se insistirá lo bastante en la intención.
• Respecto a la forma, sin intención estética no hay literatura; solo podría haber elementos aprovechables para hacer con ellos literatura; materia prima, larvas que esperan la evocación del creador. Por de contado, cualquier experiencia espiritual, filosófica, histórica o científica, pueden expresarse en lenguaje de valor estético, pero esto no es literatura; sino literatura aplicada; esta se dirige al especialista, aunque sea provisionalmente especialista. La literatura en pureza se dirige al hombre en general, al hombre en su carácter humano. La forma como el lenguaje mismo es oral por esencia. Escribir -decía Goethe- es un abuso de la palabra. El habla es esencia, la letra, contingencia. Téngase presente, para evitar la confusión a que conduce el término mismo «literatura», que es ya un derivado de «letra», de lenguaje escrito.
• El contenido de la literatura es, pues, la pura experiencia, no la experiencia de determinado orden de conocimiento. La experiencia contenida en la literatura -como por lo demás toda experiencia, salvo tipos excepcionales- aspira a ser comunicada. Para distinguir el lenguaje corriente o práctico del lenguaje estético o literario, se dice a veces que el primero es el lenguaje de la comunicación y el segundo el de la expresión. En rigor, aunque la literatura es expresión, procura también la comunicación. Aun en los casos de deformación profesional o de heroicida.
• De estética más recóndita, se desea -por lo menos- comunicarse con los iniciados y, generalmente, iniciar a los más posibles. Es cosa de parapsicología el componer poemas para entenderse solo y ocultarlos de los demás. En este punto, la erótica puede proporcionar explicaciones que son algo más que meras metáforas.
• De aquí que algunos teóricos se atrevan a decir que la cabal comunicación de la pura experiencia es el verdadero fin de la literatura. (Ya afirmaba el intachable Stevenson, en su Carta a un joven que desea ser artista, que el arte no es más que un Tasting and recording of experience.) La belleza misma viene a ser así, un subproducto; o mejor, un efecto; efecto determinado, en el que recibe la obra, por aquella plena o acertada comunicación de la experiencia pura. Esta comunicación se realiza mediante la forma o lenguaje. La tradición gramatical suponía que el lenguaje sólo era un instrumento lógico, lo que hacía incomprensible el misterio lírico de la literatura. No; el lenguaje tiene un triple valor:
1. De sintaxis en la construcción, y de sentido en los vocablos: gramática.
2. De ritmo en las frases y períodos, y de sonido en las sílabas: fonética.
3. De emoción, de humedad espiritual que la lógica no logra absorber: estilística.

La literatura es la actividad del espíritu que mejor aprovecha la actividad del lenguaje.
• Es innegable que entre la expresión del creador literario y la comunicación que él nos transmite no hay una ecuación matemática, una relación fija. La representación del mundo, las implicaciones psicológicas, las sugestiones verbales, son distintas para cada uno y determinan el ser personal de cada hombre. Por eso el estudio del fenómeno literario es una fenomenografía del ente fluido.
No sé si el Quijote que yo veo y percibo es exactamente igual al tuyo, ni si uno y otro ajustan del todo dentro del Quijote que sentía, expresaba y comunicaba Cervantes. De aquí que cada ente literario esté condenado a una vida eterna, siempre nueva y siempre naciente, mientras viva la humanidad.
• Propongo una convención verbal. Cuando trate del fenómeno literario en general, le llamaré, indistintamente, literatura o poesía, y al literato le llamaré poeta. Al hablar así, nos desentendemos de verso y prosa. Queremos decir creación literaria y creador literario. En los casos especiales, los llamaremos dramaturgo, novelista o lírico, según corresponda. Después de todo, la literatura revela mejor sus esencias en el rojo-blanco de la poesía. Evitaremos, de esta suerte, muchos circunloquios, nos olvidaremos mejor de la letra escrita que oscurece el sentido oral, y reivindicaremos el noble significado de la «poiesis» o creación pura de la mente. Platón aprobaría; aunque, preocupado por la educación del recto ciudadano, haya sido insospechadamente cruel con el poeta (República, Leyes), amén de demostrarnos que lo entendía tan bien (Ión, Fedro).
• Discrimina esencial: No confundir nunca la emoción poética, estado subjetivo, con la poesía, ejecución verbal. Este discrimen ha de seguirnos a lo largo de nuestro estudio, plegándose a todos sus accidentes. La emoción es previa en el poeta, y es ulterior en el que recibe el poema. El poema mismo, la poesía, se mantiene entre las dos personas, entre el Padre y el Hijo, igual que el Espíritu Santo, y está, como él, hecho de Logos, de verbo, de palabra. Para los fines de la poesía ¿De qué me sirve la sola emoción si no sé expresarla? ¿Y de qué le sirve a los demás, si no acierto a comunicarla, a transmitir hasta ellos la corriente que, a su vez, los ponga en emoción?
• Sustento de la poesía es el Logos, el lenguaje. Al hablar de los tres valores del lenguaje, ya se ha presentido que hay un desajuste entre la psicología y el lenguaje. Los estilísticos dicen que el lenguaje no está acabado de hacer. No lo estará nunca. En este sentido, afirma Valéry que la poesía intenta crear un lenguaje dentro del lenguaje. En este sentido, la poesía es un combate contra el lenguaje. De aquí su procedimiento esencial, la catacresis, que es un mentar con las palabras lo que no tiene palabras ya hechas para ser mentado. Sea, pues, bienvenido el desajuste, al cual debemos la poesía. Acepte su sino el poeta, que está en combatir, como Jacob, con el ángel. Es la lucha con lo inefable, en la desolación del espíritu: cuerpo de nube, como Ixión. Sin posible ayuda, porque no aceptamos la preceptiva; como lucha Erasmo con la idea, a la luz de su lámpara solitaria.
• Y ahora, algo de fenomenografía literaria. Elástica y ancha, ya se entiende. Hay tres funciones; hay dos maneras. Las funciones son -por su orden estético creciente, sin preocuparnos de la discutible serie genética o antropológica- drama, novela, lírica. Las maneras son prosa y verso. Caben todas las combinaciones posibles, los hibridismos, las predominancias de una función que contiene elementos de otras. Lo que no acomoda en este esquema es poesía ancilar, literatura como servicio, literatura aplicada a otras disciplinas ajenas. Tampoco nos perturbe el que la poesía acarree, en su flujo, datos que interesan accidentalmente a otras actividades del espíritu. Lo que nos importa es la intención, el rumbo del flujo. La tragedia ateniense puede darnos vestigios sobre el enigma del matriarcado, pero no es ése su destino; el Wilhelm Meister, sobre la historia de los muñecos anatómicos, pero no es ese su destino.
• Drama, novela, lírica: funciones, no géneros. Procedimientos de ataque de la mente literaria sobre sus objetivos. Los géneros, en cambio, son modalidades accesorias, estratificaciones de la costumbre en una época, predilecciones de las pasajeras escuelas literarias. Los géneros quedan circunscritos dentro de las funciones: drama mitológico, drama de tesis, drama fantástico, drama realista; novela bizantina, novela pastoral, novela celestinesca, novela picaresca, novela naturalista; lírica sacra, lírica heroica, lírica amatoria, lírica elegíaca. El drama comprende tragedia y comedia y todos los géneros teatrales. La novela comprende la epopeya antigua y moderna: la Ilíada, el Orlando, la Araucana y lo que hoy se llama novela: Dickens, Balzac y Proust. La lírica es lo que el lenguaje común llama poesía, cuando no sirve de vehículo al drama o a la novela.
• Veamos ahora las maneras de la forma: prosa y verso. Si partimos de la lingüística, la prosa aparece primero como modo del habla práctica, del coloquio. Si partimos de la literatura, al verso toca una primacía aparente de sentido estético, por ser la manera formal más distante del uso práctico. Esta diferencia de jerarquía estética sólo es aparente. Por ahora, entre verso y prosa hay una frontera indecisa que la ciencia apenas delimita por aproximación y tanteo. En esa frontera indecisa está el versículo, acaso la primera forma literaria, la fórmula mágica en que la poesía es aún servicio de la tribu, aún no se desprende como objeto autonómico; presta funciones religiosas jurídicas; establece, con el meteoro, con el dios o con el jefe vecino, el misterioso vínculo del contrato. Al diferenciarse las dos maneras, se tiende a depositar en el verso los usos más acentuadamente líricos; en la prosa, los más acentuadamente discursivos. Hay largo camino desde los versos en que algunos presocráticos exponían su sistema físico hasta el órgano de Aristóteles. Después sobrevendrán veleidades, contaminaciones voluntarias, efectos de la curiosidad y de la investigación. La confusión parte de los polos hacia el centro: en la prosa aprieta, y en el verso afloja los rigores acústicos. Eso es todo. Simetrías ideológicas, verbales, fonéticas, ritmos, rimas, se ciñen o sueltan según el caso. Si el verso sólo arrastra rupturas rítmicas conscientes la prosa puede arrastrar versos involuntarios. Como precaución Trasímaco aconsejaba comenzar las frases en peanes; los cuales para su tiempo, habían dejado de oírse o de usarse como pies métricos.
• Entre verso y prosa no hay diferencia de jerarquía estética. La legítima diferencia se establece entre los distintos usos de la lengua. Una es la lengua común; otra es la lengua de intenciones estéticas. Y todavía, en el orden genético, la estilística puede sostener que las informa el mismo proceso psicológico, metafórico y lírico. Pero en el estado habitual, evidente, bien se las distingue, como se distinguen el uso práctico del cuerpo y los movimientos de la danza. El libertador Simón Bolívar, en la carta sobre la educación de su sobrino, dice que «el baile es la poesía del movimiento». Invirtiendo, la poesía es el baile del habla. Ni verso ni prosas literarias pueden confundirse con el habla común. No es verdad que Monsieur Jourdain hablara en prosa: hablaba en coloquio, que es distinto. El abuso se ha introducido en los hábitos del portugués, que para decir: «Me agrada conversar con Fulano», suele decir: «Gusto de su prosa». Pero eso no es prosa. Tampoco dijo la verdad Juan de Valdés al afirmar ligeramente: «Escribo como hablo». Nadie habló nunca como él escribe. Al llegar a la operación literaria, muda el régimen de conciencia como si nos acercáramos a algún oficio religioso. El ser expresivo que somos bucea entonces en el subsuelo del alma, dejándose aconsejar por ritmos corpóreos, circulatorios, respiratorios, hasta ambulatorios; alerta sus simpatías dinámicas, y sujetándose a aquella aritmética natural de la máquina humana, concibe paulatinamente la unidad, el número, el par, el impar, la serie, el vaivén, los arranques y los remates. Lo mismo en el verso que en la prosa. Lo que pasa es que la noción de la prosa como función literaria distinta del coloquio no es una noción inmediata: supone un descubrimiento.

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