30 mar 2010

La Compañía del Camino

Lo que hemos amado cambia. A veces nuestros ojos ya no ven el resplandor, pero el resplandor sigue allí. Sabemos que ni las palabras ni los trabajos que nos desgastan cotidianamente podrán servirnos para seguir adelante, cuando las bellas viajeras se han ido, y si miramos los días sólo veremos manchas dejando una estela de vacío en los párpados del que tiene sueño.  Y no es hora de pensar, por ejemplo, en los que se levantan a las 5 de la mañana para ser explotados en las fábricas, sino en que también los compañeros se han sentido solos. Todos amamos, en los dormitorios de todos está pintada la ignorancia, nuestra oscuridad que balbucea y gruñe, nuestra luz inmóvil que habla en sueños. Afuera de nuestras zonas llueve y también el alma del que está triste, y no encontramos aún la manera de unir los dos bosques. Los dos bosques llenos de movimiento. El amor y su ausencia nos hacen ver todas las aventuras desde una ventana increíblemente alta, casi al final de un rascacielos de pequeñas cositas tibias que se van helando en la memoria. Es bueno que ese edificio exista, y es bueno mirar por esa ventana confundidos entre nuestra tristeza personal y el vértigo. Pero los museos suelen ser horribles y poco compatibles con las bellas viajeras. Nada tenemos, todo se acaba. Cuántos amigos les han dicho eso a sus amigos una tarde cualquiera. Pero yo sólo tengo estos versos. Nada queda sino nuestra ternura. Ese incendio gratuito: una forma de morir en un universo que no muere nunca (a ver si lo entiendes). Sabemos que las palabras pueden ser cambiadas, tampoco es la memoria una hilera de pinturas viejas. El amor, y su ausencia, a veces más amorosa que el amor mismo, nos devuelve nuestros cuerpos. Lo que hemos querido tanto sólo cambia, el resplandor continúa, también nosotros debemos cambiar y continuar, como los pájaros en los vientos del Norte y del Sur. Nada queda, pero tal vez nuestra ternura ya estaba allí, antes que la ilusión del vacío, tal vez nuestras contradicciones son como lunas en el final de la noche, tal vez la bella viajera no está muy lejos todavía, y si corres la alcanzas, desesperada, alegremente, un minuto o unos días o una estación completa del año, compartir con ella libremente el camino, sin que haya muerte en este poema para ti, ni en ti, ni en ella

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