10 jun 2011

Así escribo - Hugo Hiriart

Escribir
Cuando la literatura se hace sólo con previa literatura, entonces vale muy poco o nada.

Américo Castro

Y sí, el problema es inventar, poner en juego algo nuevo. Porque el tiempo en que vivimos nos somete sigilosamente, sin aviso, a cierta retórica literaria. El modernismo, por ejemplo, fue una de estas retóricas dominantes. Son subproducto, en general de grandes plumas, Darío, Neruda, Borges, Cortázar, pero también pueden derivar de plumas menores, aunque exitosas.
Ahora, el asunto es distinguirse suave, naturalmente, no con extravagancias o locuras que distinguen, pero negativamente, de la retórica dominante. Quien no logra escapar a la retórica distintiva de la época, se abraza a ella y con ella, si no es que antes, perece, quiere decir, desaparece. Escapar consiste en singularizarse, ser claramente particular y único. A más no puede aspirar un artista. Ahora, si la singularidad que se alcanza vale o no vale la pena, tiene o no tiene mérito, ya no depende de nosotros (forma parte de nuestro destino), por lo tanto, debe tenernos sin cuidado.

Lo que sigue es la exposición de cómo trato de hacer inventivo y no mero consabido, predecible, pardo, molusco o excrecencia de la retórica dominante, lo que escribo. Espero que despierte cierta curiosidad y hasta que pueda tener alguna utilidad.

Voy a dar principio con un consejo que doy siempre a mis alumnos para casos de bloqueo de escritor o tortura de la página en blanco: el procedimiento, es un verdadero algoritmo, consiste en (1) escribir como sea, peor que a la pata llana, a lo loco, como salga, lo que se tiene que escribir o lo que sea, incluida la escritura automática de los surrealistas. Luego se lee lo escrito, si se anhela alguna corrección, pero menor, puede hacerse. Inmediatamente después se abandona el escrito como está y se dedica uno a otras cosas, actividades rutinarias o singulares, da igual, el caso es pensar en otra cosa. Este paso es crucial.

(2) No se debe volver al escrito hasta el día siguiente, porque de lo que se trata es de poner a trabajar la parte de la mente que no gobernamos. Esa es la parte más poderosa de nuestra mente, es donde se expande y puede moverse sin obstáculos la imaginación creadora. ¿Cómo se hace el peor arte, el más predecible y aburrido?, sí pensando, calculando. La invención en general, sea en la ciencia, la política, el arte, se hace imaginando. Y nadie puede controlar o manipular su imaginación, por eso hay que darle ocasión y tiempo de actuar, y es lo que estamos haciendo cuando abandonamos el escrito y nos vamos a hacer otras cosas. Porque nosotros abandonamos el escrito, pero la imaginación no, ella sigue trabajando y aún más, a nuestras espaldas, sin nuestra atención. Y en ella y sólo en ella reside la posibilidad de invención.

(3) Cuando al día siguiente se regresa al escrito bosquejado irresponsablemente, nuestro dominio sobre él de seguro ha crecido, probablemente ya sabemos cómo estructurarlo. En caso de que estemos tan confundidos como al principio, es necesario repetir el procedimiento de ataque loco y olvido rápido. Lo importante es no intentar un asalto a ultranza del escrito.

(4) En la literatura la voluntad juega escaso papel, nadie escribe como quiere, escribe como buenamente puede. Por eso mi forma de escribir consiste simplemente en tratar de que la parte que no domino haga por mí el trabajo. Para mí crear consiste mucho en aguardar. Esperar y estar al acecho. ¿De qué? De las propias invenciones.
Quiero añadir, qué lata es hablar sobre uno mismo, que yo por mi parte nunca he experimentado bloqueo alguno; desgana, sí, flojera, muchas veces (a mí lo que más me recrea es hacer nada, leer y estar plenamente ocioso), pero parálisis no.

Unas notas más. Todo escrito es esencialmente oscuro, ambiguo, en lo que toca a su mérito literario. Eso es lo que vuelve tan dubitativo, vanidoso y propenso a la envidia más viciosa a todo escritor. ¿Es bueno lo que escribí?, me preguntaba en mi ya lejana cuanto turbulenta juventud, ahora no, ahora no me preocupo nunca por la calidad de lo que escribo, es más no me importa nada de eso porque estoy convencido de que es imposible saber nada en ese capítulo. El cielo del escritor no puede ser otro que la perduración, que quede vivo algún libro, que sea leído y comentado. El infierno no es otro que la desaparición, el olvido, que nuestros libros se vayan al hoyo negro de la inmensa cantidad de libros que desaparecen a cada momento. Ahora, si nuestros libros van a desaparecer o no, van a perdurar o no, es cosa que no puede determinarse en el tiempo en que se produce el libro. Entonces qué caso tiene preocuparse por eso.

De ahí que nunca piense en si el escrito tiene o no calidad, sólo me preocupe por su autenticidad, que sea de verdad y hasta las cachas mío y de nadie más. Más no puedo hacer.

En estos negocios nunca hay paz universal, cada perro tiene su manera de matar pulgas, ésta es la mía y no “aspiro a los dudosos honores del proselitismo”. 

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