24 mar 2011

La Metàfora



Las metáforas son eficientes en la medida en que se alejan del objeto a que aluden. La más cercana es la no-metáfora, la simple reproducción del objeto: “El pájaro es como el pájaro” es, desde luego, una proposición correctísima, hasta el punto que es inservible. La identidad da un efecto cero.


La metáfora es útil precisamente porque representa algo distinto. Pero no totalmente distinto; lo que quiere decir que hay un núcleo común, hundido y oculto por los atributos exteriores; y tanto más alejada es la metáfora, menor es el número de atributos comunes y más profundo es, por lo tanto, el núcleo idéntico. De ahí ese poder de alcanzar esencias profundas que tiene la poesía.


La metáfora es, quizá, un aspecto de la tendencia a identificar bajo la diversidad y tiende, en consecuencia, a la indiferencia y a la inmovilidad absoluta, puesto que el tiempo se revela por los cambios.


En la ciencia, esta tendencia metafórica se manifiesta en los principios de la causalidad y, sobre todo, en los de conservación de la masa y de la energía; ya los griegos se plantearon el problema de la permanencia de la sustancia primordial por debajo del continuo mudar de los acontecimientos. El fuego de Heráclito es la metáfora del Universo entero.


Se ha argumentado repetidas veces que la metáfora tiene un valor psicológico, que actúa por deslumbramiento. Me parece, más bien, que tiene un valor ontológico, que actúa por alumbramiento de los estratos más profundos de la realidad.




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