- ¿Cuánta importancia tiene la forma para usted como autor?
Es fundamental, la novela es sobre todo forma. Innovar en el tema es secundario, la forma es lo fundamental. Una novela es ingeniería, estructura, estilo. Y luego está la historia; hay muchas novelas no convencionales que son arriesgadas formalmente pero que no llegan al lector. Y esta sí, dijeron los del jurado. Para un autor el género avanza mediante innovaciones en la forma. Así que yo lo que quería contar cuando empecé esta novela, es cómo vive un autor que escribe en euskera en el siglo XXI. Quería hablar de mi familia, porque un escritor no es sólo lo que proyecta, sino que tiene a su familia, su tradición.
- Que se hace protagonista, porque en realidad al personaje no le ocurre nada.
Lo que hago es hablar de un vuelo que nace en Bilbao y que llega a Nueva York. En ese vuelo no ocurre absolutamente nada, porque en los vuelos normalmente no ocurre nada, tan sólo turbulencias. Normalmente no hay bombas ni tienes un tórrido encuentro sexual en el lavabo. Quería escribir una novela sin trama porque lo que veo ahora mismo en las series y en el cine es que las tramas se utilizan y se utilizan bien; también en el género negro y el histórico en novela. Pero yo me hacía una pregunta: ¿qué diferencia la literatura de las demás disciplinas? ¿Del cine y de la tele?
- ¿Qué?
Que es capaz de recoger muchísimos más matices. Por eso en ese vuelo no ocurre nada y sin embargo suceden muchas cosas. Lo que está fuera, lo que el autor recuerda, su infancia, la documentación que ha ido recogiendo sobre Ricardo Bastida, fragmentos de la wikipedia, los emails que recibe? El proceso de documentación de una novela es casi detectivesco, una pista te lleva a otra, y es algo que me apasiona. Quería llevar todo eso a la novela. Las dudas del autor, cómo empieza y lo deja, lo que hay antes y detrás. Es como en ‘Las Meninas’ de Velázquez: en el cuadro se cuenta el otro lado.
- Tiene algo de diario de a bordo.
Sí. Con el aspecto fundamental de la autoficción. En la novela hay pasajes autobiográficos, cosas que me han pasado a mí realmente. Y también una crítica al memorialismo y a la imagen del autor. Sebald decía que ya se aburría con esos autores que se quedaban fuera de la novela y que construían marionetas. Él planteaba que el autor entrara como personaje y yo lo hago, pero ese Kirmen Uribe no soy yo, es otro Kirmen Uribe. En toda autobiografía hay ficción. La de Rousseau está llena de errores, él modificaba su vida para dar una imagen. ¿Cómo recuerda su vida una persona? ¿Qué imagen tenemos de nosotros mismos, cómo nos vemos y cómo nos ven los otros? Aparezco en las páginas pero no todo lo que cuento es verdad. Puede ser pero no es una verdad absoluta.
- Es un juego con el lector.
Ya lo dijo Barthes: reivindicó la muerte del autor del siglo XIX y principios del XX, el que dominaba la novela desde fuera. Los lectores tenían que centrarse en el propio libro. El autor ha vuelto en el XXI, pero es un autor que miente, una imagen irónica de sí mismo. Y eso me interesaba mucho: decir mentiras sobre mi vida, reírme de mí mismo y alcanzar un nuevo pacto. El lector entra en ese juego y sabe que no todo lo que escribimos es real. Le da igual, lo importante es la historia.
- ¿Y eso es para todos los públicos?
Todo esto es teoría, claro. Hay lectores que no se plantean si esto forma parte del movimiento literario llamado alterficción o si es una novela moderna o lo que sea.
- A veces da la impresión de que algunos autores se empeñan en romper moldes sin nada de contenido.
Tiene que tener una parte experimental y una que interese al lector medio, no te puedes quedar en un mero ejercicio de estilo. El arte que a mí me interesa es ese. Uno cuando ve el ‘Guernica’ piensa en Gernika y en los desastres de la guerra y no en la teoría del cubismo. A mí me interesa que la obra de arte sea innovadora y que llegue.
- Esa literatura fragmentaria, ¿convence al que suele leer novela convencional?
Ya han cambiado las formas de leer. Las nuevas tecnologías han hecho que leamos de manera más fragmentaria. Yo leo siempre fragmentos en Internet. La lectura es más diversificada y global. Eso quería plantear, los subcapítulos son como teselas, como pantallas de ordenador que se abren y se cierran. Esa manera nueva de contar de los blogs y de las páginas web es la de cada día y quería probarla en el papel. El libro es fragmentario pero está muy estructurado.
- Esa estructura tiene un objetivo claro.
Al lector en euskera le han gustado las historias que se cuentan y la visión que se da del País Vasco. Hablo de gente muy diferente y siempre trato de hablar de su lado humano, de sus virtudes y debilidades. Los tres personajes de los que hablo tenían una relación que me interesaba muchísimo: Ricardo Bastida, un arquitecto muy conocido en Bilbao, y sus mejores amigos, Aurelio Arteta, el pintor, e Indalecio Prieto, el político, tenían una relación muy fluida, cada uno con sus propias ideas. Sus mejores amigos eran de otra ideología y eso era lo que me interesaba. También hablar de personajes que dudan, que a la hora de tomar una opción se equivocan, que como todos nosotros tienen fallos y meten la pata. La propia vida los va esculpiendo. La vida nos va dando forma.
- Se nutre de muchísimas anécdotas.
Cuento, por ejemplo, la de Santi Meabe, un republicano de Bilbao que acabó viviendo en Ondarroa porque se enamoró de una chica. Ahí organizó la defensa del frente de la costa, y además se dedicó a criar pájaros cantores. Cuando ya se había exiliado, cayó una bomba en su casa. Salieron los pájaros y se pusieron a cantar. Esa imagen de que después de la destrucción hay un momento de alegría en el pueblo me gusta. El libro está hecho a base de estas pequeñas historias. Y una parte fundamental es el diario del hijo de Bastida, lo escribió con 14 años cuando viajaban de Ondarroa a Nueva York. Yo hago ese viaje 70 años más tarde. Esas relaciones que se establecen con gente del pasado, los paralelismos que se van creando, que ese chaval que vivió algo tan brillante muriera en la guerra. Ver esas dos partes de la vida, las más luminosas y las más oscuras, me gusta mucho.
Cultura global
- ¿Por qué Nueva York?
Porque me ha marcado como persona. Quería establecer una relación entre una ciudad de una sociedad como la vasca, cuya ciudad ‘conocida’ es Bilbao, y la ciudad económica y cultural por excelencia que es Nueva York. Un escritor de una cultura pequeña y la gran ciudad, esa tensión entre culturas, esa sociedad global en la que estamos inmersos. Ahora las relaciones son más de red y aunque hable de Nueva York, hablo también de Edimburgo y de San Francisco y de algún rincón de Eslovenia; porque ahora los autores nos relacionamos a nivel global.
- Ha dicho antes ‘cómo vive un autor en euskera que escribe en el siglo XXI’. ¿Cómo?
Esta semana me ha escrito un autor iraní para decirme que aparezco en una antología de poesía mundial en Persia. Qué curioso. Eso para Aresti sería imposible. Ni se lo imaginaría. Mira cómo funcionamos hoy. Que unos poemas escritos en euskera estén traducidos al persa junto a autores como Margaret Atwood o Adam Sagayeski?
- ¿Condiciona la lengua a la hora de escribir, no a la hora de publicar?
Condiciona la música de la lengua, la música que se crea al colocar una palabra detrás de otra. Eso sí, pero luego me he dado cuenta de que cuando he escrito artículos o conferencias en castellano, mi voz también aparece en esta otra lengua, mi segunda lengua. Marca pero no tanto. Es una manera de ser, una forma de comunicarse que trasciende a las lenguas.
- Hay una serie de autores en euskera, con ahora 40 años, que irrumpen a finales de siglo pasado y llegan muy bien a la gente. No es sólo marketing. ¿Han modernizado la manera de contar?
Es mucho decir. Es producto también del trabajo que se hizo antes, la generación de Aresti y Atxaga, la posterior que se ha quedado un poco silenciada. Y la nuestra. Somos fruto de esos 20 ó 30 años en los que el euskera ha crecido muchísimo y está en todos los segmentos de la sociedad. La nuestra es la primera generación que vislumbra esa normalización y eso ayuda.
- Y con proyección internacional.
Pero eso es una cosa que uno trabaja. Yo siempre me he replanteado ser traducido y entablar relaciones con gente de fuera. Es fundamental para un autor que escribe en una lengua como esta. Tal vez tenga ese alma marinera de la familia, pero siempre me he propuesto salir fuera, aprender saliendo fuera. Un autor tiene que estudiar y viajar toda la vida, dice Vicente Luis Mora. Hay escritores que no leen, que no leen teoría, y se van quedando encasillados. Es uno de los peligros. Me encanta ver lo que se hace fuera, lo que se mueve, y luego escribir de acuerdo a esos cambios. Uno no puede quedarse mirándose su ombligo.
- ¿De ahí la colaboración con músicos?
También. Aresti ya lo hacía con Oskorri, nosotros hemos bebido de ahí e introducido videos e Internet. Y hemos hecho un recital en Manhattan, no sólo en Bilbao. Ese es el cambio fundamental. A mí me gusta relacionarme con artistas y hacer cosas juntos.
- Va en contra de la imagen del escritor que trabaja en solitario.
Sí, pero escribir es así, eh. «No te asocies con nadie, el escritor siempre está solo», escribe Danilo Kis en un librito con consejos para escritores. Y es verdad. Cuando eres joven tienen un grupo de creadores que te animan y de los que aprendes, pero luego es una carrera solitaria. Trabajar en colaboración ayuda a la hora de relacionarte y hacer cosas para al lector, pero cuando escribes, estás solo. La literatura habla del individuo, de la vida, de cómo un individuo se planta frente a su sociedad y su tiempo, entonces es necesario que la obra sea hecha en soledad.
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