Laurence Sterne, en Tristam Shandy, afirma:
ʻ...ningún autor que comprenda los justos límites del decoro y de la buena educación presumiría de pensar en todo: el respeto más verdadero que puede profesarse a la comprensión del lector es compartir este asunto amigablemente, y dejar algo para que él, por su parte, al igual que uno mismo, despliegue su imaginación. Por lo que a mí respecta, jamás ceso de ofrecerle invitaciones en este sentido, y hago todo lo que está a mi alcance para mantener su imaginación tan ocupada como la mía propia”.
La concepción de Sterne de un texto literario es la de algo parecido a un terreno en el cual lector y autor participan de un juego de la imaginación. Si al lector se le diera la historia completa y no se le dejara hacer nada, entonces su imaginación nunca entraría en competición, siendo el resultado el aburrimiento, que inevitablemente aparece cuando un fruto se arranca y se marchita ante nosotros. Un texto literario debe por tanto concebirse de tal modo que comprometa la imaginación del lector, pues la lectura únicamente se convierte en un placer cuando es activa y creativa. En este proceso de creatividad, puede que el texto se quede corto o bien que vaya demasiado lejos, de modo que podemos decir que el aburrimiento y el agotamiento forman los límites más allá de los cuales el lector abandonará el terreno del juego.
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