-Hace un trabajo interdisciplinario, ¿qué define la elección del soporte?-Lo que suscita las ganas de pasar de uno a otro es que siempre hay una falta. A veces prefiero trabajar con un equipo, pensar en imágenes y en posibles puestas en escena; pero cuando estoy cansada de las filmaciones y de trabajar con cincuenta personas alrededor me gusta estar sola en casa con mi computadora. De hecho me parece bueno tener estos dos polos, estos dos modos totalmente diferentes de trabajar que para mí se complementan.
-Qué viene primero, ¿la palabra o la imagen?
-Para mí la palabra, porque la forma y las ganas de hacer una película o un video vienen de la falta o el problema de ejercitar el lenguaje. Sin embargo, he hecho películas que surgen de imágenes, como Hors saison, o Manufrance. Pero es verdaderamente la escritura lo principal. En ville, por ejemplo, la película que acabo de terminar, es muy dialogada.
-En relación al lenguaje parecería haber, tanto en sus videos como en sus relatos, un estilo que se acerca al neutro, una especie de grado cero de la escritura. ¿Es una de sus preocupaciones?
-Creo que en mis tres primeros libros hay muchas historias que tienen que ver con lo personal, con lo íntimo, lo familiar. Este estilo es una forma de poner distancia con una parte de mi historia, convertirla en un objeto, un relato. Además me permite convertir algunas anécdotas terribles, cosas que no son divertidas para nada, en cosas humorísticas. Este minimalismo hace que finalmente en cada palabra, en cada expresión elegida, yo trate de encontrar un equilibrio un poco extraño entre lo neutro y lo familiar.
-En el corto “Jocelyn” una mujer cuenta una experiencia personal casi sin emoción ni expresión, pero el contenido es terrible.
-Quise poner a este personaje en la situación de tener que declarar en una oficina, donde cuenta una historia traumática con una objetividad total. No me interesaba el sufrimiento, la queja, sino la forma de describir los hechos. Es una escena de amor que sin ser erótica, es violenta, y que ella burocratizó completamente. Porque al final el relato ya está separado de ella. Me interesaba compartir esa forma de desprendimiento con un relato propio.
-Es una forma que evidencia una crítica a la burguesía.
-En realidad no busco hacer una crítica, de hecho yo misma vengo de ese ambiente. A veces me gusta burlarme de aquello que conozco bien. No es tanto una crítica sino una descripción de un mundo conocido. Hay un déficit en la palabra, no importa el ambiente social en el que uno se mueva. Es esa relación con el vacío del lenguaje que para mí cambia de sentido en tales contextos.
-En otro corto, “Une noix”, se muestra una escena entre una niña y su abuela grabando una canción. Me hizo pensar en Herzog, sobre todo en la manera de trabajar el registro documental y la ficción.
-Cuando filmé ese video todavía no conocía los documentales de Herzog, donde hay una forma de trabajar que se parece a sus películas de ficción, sobre todo cuando mezcla los dos registros. Creo que la semejanza viene de trabajar las tensiones entre los personajes, aunque en mi corto esto es un poco más soft. Pero hay cierta histeria (por eso trabajo sobre la familia, que es una suerte de teatro de lo salvaje) que se juega entre los personajes. Algo bastante violento.
-¿Todas sus obras trabajan el choque entre ficción y documental?
-Sí, por supuesto, me encanta ese límite problemático. Tiene un poco que ver con que trabajo a la vez con libros, películas, video. Soy un poco escritora, un poco directora. Es algo bueno saber en qué categoría ubicar un trabajo, pero al mismo tiempo este límite es una forma de juego: en las historias verdaderas hay cosas muy locas, me gusta explorar ese problema. Y el documental siempre me interesó como forma.
-Otro de los límites problemáticos es el que hay entre autobiografía y ficción, ¿verdad?
-Sí, la forma más evidente para mí es escribir en primera persona. La narradora de Mi abuelo y El agrio es un poco yo, pero desde el instante en que eso entra en el espacio de la escritura o la puesta en escena, es, sin duda, ficción. En la elección al contar una historia de cierta manera, en los elementos, en cómo se transforman a través de mi recuerdo, allí hay una interpretación.
-¿Se identifica con su generación de artistas franceses?
-Tengo la impresión de que hay un movimiento, de que hay gente unida por intereses en común. Escritores que escriben teatro, cine o hacen performance. Me gusta esa interdisciplinaridad, que la gente no esté obligada a inscribirse en la tradición de la gran literatura francesa. No hay un grupo constituido, pero sí hay una suerte de familia grande que se reconoce en esta forma de transversalidad, de interés en otras disciplinas.
-En esa transversalidad, ¿cuál es su pregunta o el interrogante a la hora de producir?
-Hay que preguntarse si la obra es realmente necesaria.
-¿Hay respuesta para eso?
-La obra es necesaria cuando veo que mis ganas o energía me impulsan, cuando no se trata sólo de alimentar la máquina. Creo que ésa es una pregunta muy importante
-Qué viene primero, ¿la palabra o la imagen?
-Para mí la palabra, porque la forma y las ganas de hacer una película o un video vienen de la falta o el problema de ejercitar el lenguaje. Sin embargo, he hecho películas que surgen de imágenes, como Hors saison, o Manufrance. Pero es verdaderamente la escritura lo principal. En ville, por ejemplo, la película que acabo de terminar, es muy dialogada.
-En relación al lenguaje parecería haber, tanto en sus videos como en sus relatos, un estilo que se acerca al neutro, una especie de grado cero de la escritura. ¿Es una de sus preocupaciones?
-Creo que en mis tres primeros libros hay muchas historias que tienen que ver con lo personal, con lo íntimo, lo familiar. Este estilo es una forma de poner distancia con una parte de mi historia, convertirla en un objeto, un relato. Además me permite convertir algunas anécdotas terribles, cosas que no son divertidas para nada, en cosas humorísticas. Este minimalismo hace que finalmente en cada palabra, en cada expresión elegida, yo trate de encontrar un equilibrio un poco extraño entre lo neutro y lo familiar.
-En el corto “Jocelyn” una mujer cuenta una experiencia personal casi sin emoción ni expresión, pero el contenido es terrible.
-Quise poner a este personaje en la situación de tener que declarar en una oficina, donde cuenta una historia traumática con una objetividad total. No me interesaba el sufrimiento, la queja, sino la forma de describir los hechos. Es una escena de amor que sin ser erótica, es violenta, y que ella burocratizó completamente. Porque al final el relato ya está separado de ella. Me interesaba compartir esa forma de desprendimiento con un relato propio.
-Es una forma que evidencia una crítica a la burguesía.
-En realidad no busco hacer una crítica, de hecho yo misma vengo de ese ambiente. A veces me gusta burlarme de aquello que conozco bien. No es tanto una crítica sino una descripción de un mundo conocido. Hay un déficit en la palabra, no importa el ambiente social en el que uno se mueva. Es esa relación con el vacío del lenguaje que para mí cambia de sentido en tales contextos.
-En otro corto, “Une noix”, se muestra una escena entre una niña y su abuela grabando una canción. Me hizo pensar en Herzog, sobre todo en la manera de trabajar el registro documental y la ficción.
-Cuando filmé ese video todavía no conocía los documentales de Herzog, donde hay una forma de trabajar que se parece a sus películas de ficción, sobre todo cuando mezcla los dos registros. Creo que la semejanza viene de trabajar las tensiones entre los personajes, aunque en mi corto esto es un poco más soft. Pero hay cierta histeria (por eso trabajo sobre la familia, que es una suerte de teatro de lo salvaje) que se juega entre los personajes. Algo bastante violento.
-¿Todas sus obras trabajan el choque entre ficción y documental?
-Sí, por supuesto, me encanta ese límite problemático. Tiene un poco que ver con que trabajo a la vez con libros, películas, video. Soy un poco escritora, un poco directora. Es algo bueno saber en qué categoría ubicar un trabajo, pero al mismo tiempo este límite es una forma de juego: en las historias verdaderas hay cosas muy locas, me gusta explorar ese problema. Y el documental siempre me interesó como forma.
-Otro de los límites problemáticos es el que hay entre autobiografía y ficción, ¿verdad?
-Sí, la forma más evidente para mí es escribir en primera persona. La narradora de Mi abuelo y El agrio es un poco yo, pero desde el instante en que eso entra en el espacio de la escritura o la puesta en escena, es, sin duda, ficción. En la elección al contar una historia de cierta manera, en los elementos, en cómo se transforman a través de mi recuerdo, allí hay una interpretación.
-¿Se identifica con su generación de artistas franceses?
-Tengo la impresión de que hay un movimiento, de que hay gente unida por intereses en común. Escritores que escriben teatro, cine o hacen performance. Me gusta esa interdisciplinaridad, que la gente no esté obligada a inscribirse en la tradición de la gran literatura francesa. No hay un grupo constituido, pero sí hay una suerte de familia grande que se reconoce en esta forma de transversalidad, de interés en otras disciplinas.
-En esa transversalidad, ¿cuál es su pregunta o el interrogante a la hora de producir?
-Hay que preguntarse si la obra es realmente necesaria.
-¿Hay respuesta para eso?
-La obra es necesaria cuando veo que mis ganas o energía me impulsan, cuando no se trata sólo de alimentar la máquina. Creo que ésa es una pregunta muy importante
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