5 jul 2011

La pura felicidad (notas)

La multiplicidad como única referencia del ser para nosotros se opone al principio del individuo aislado como valor soberano. La multiplicidad no puede hallar su fin en el individuo, no siendo lo individual más que el exponente de la multiplicidad. Sin embargo, esto no quiere decir que estemos arrojados sin remisión hacia la unicidad de una socialización ni hacia cualquier otro punto omega. Sin duda debemos ver que la granulación, la corpuscularización del ser es necesariamente dialéctica, que el logro de una forma corpuscular del ser se mide justamente por la capacidad que tiene para expresar la unidad. ¿Y cómo funcionaría esa capacidad si el individuo no reconociera antes dentro de su límite, es decir, en la inevitable transgresión de las leyes que presiden la socialización de los seres separados, es decir, en la muerte individual y en consecuencia en el erotismo, lo único que le da un sentido a la conciencia de la unidad? La fuerza del cristianismo está en fundar no solamente la fusión en Dios, sino a Dios mismo sobre la muerte y sobre el pecado, muerte del individuo situado en la proa del movimiento de triunfo del individuo que se separa, pecado del mismo individuo. Pero en su apuro por pasar de la muerte a Dios, del pecado al renunciamiento del individuo ―en su apuro por poner el acento sobre un desenlace legitimador y no sobre el pasaje que escandaliza―, el cristianismo separa el triunfo del individuo, a Cristo, de aquellos que lo llevan a la contradicción de la muerte o de aquellos que lo habrían señalado previamente como una negación de la unicidad, la lujuria y el goce de las prerrogativas del soberano. Tal error no es más monstruoso que el error contrario y en ese sentido es verdad que sin el cristianismo las religiones antiguas no resultarían legibles. Sólo el cristianismo las vuelve legibles al poner el acento sobre la inevitable negación del individuo, pero lo hace con demasiada rapidez. Aun cuando el cristianismo aislado también sea ilegible. Es grandioso a condición de que a través suyo percibamos la fantasmagoría del pasado.
Lo que más me atrae es finalmente el sentimiento de la insignificancia: se relaciona con la escritura (con la palabra), que es lo único capaz de ponernos en el nivel de la significación. Sin la escritura, todo se pierde al mismo tiempo en la equivalencia. Hace falta la insistencia de la frase..., del flujo, del curso de las frases. Pero la escritura también es capaz de destinarnos a flujos tan rápidos que en ellos no pueda recuperarse nada. Nos entrega al vértigo del olvido, donde la voluntad de la frase de imponerse al tiempo se limita a la dulzura de una risa indiferente, de una risa feliz.
Al menos la frase literaria estaría más cerca que la política del momento en que se resolverá, convirtiéndose en silencio.












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