1 sept 2011

Entrevista - James Ellroy


-¿Puede decirse que la maldición ha quedado superada?
-Sí, con la señora Schickel –se refiere siempre a su mujer, también escritora, por el apellido y nunca por su nombre, Erika, la última estación del libro– llevamos juntos casi dos años. Por supuesto que la maldición Hilliker es algo creado que sólo existió en mi mente. Pero, al estar con la señora Schickel, escribiendo el libro, enfrentado al tema de la maldición, abordando por segunda vez la cuestión de la muerte de mi madre y la búsqueda de expiación en mi relación con las mujeres me llevó a encontrar una forma narrativa que terminó por aliviarme. Ahí me redescubrí como alguien obsesivo por naturaleza. Ya lo era antes del asesinato de mi madre. Me siento perdido si no estoy escribiendo, durmiendo o pasando el tiempo con la señora Schickel.
-¿Qué tiene que ver su destino como escritor con esa madre?

-Algo de su personalidad, de sus rincones más duros, de su abandono sensual. Una de las razones que me han hecho tan obsesivo, meticuloso, puntual, alguien que trabaja duro son cosas que ella infundió en mí, por las que peleó. Ella creía que yo habría de convertirme en un tipo débil, perezoso, mentiroso como mi padre. Su muerte agregó a todo esto una enorme curiosidad.
-Hay una frase sorprendente en el libro: "Siempre escribo mi camino a través de la verdad".

-Eso fue lo que me dijo mi ex esposa, Helen Knode, y creo que tiene razón. Y luego de reflexionar, me di cuenta de que la gran historia que quería contar sobre mi propia vida no era la muerte de mi madre como un suceso policial sino la presencia de mi madre como mi primera visión del otro, la mujer definitiva.
-Después de leer el libro queda la rara sensación de que las mujeres tienen algo de irreales...
-Luego de acordar con la lectura, Ellroy decide que la mejor respuesta es devolver la pregunta:
-¿No percibe usted que a lo largo de toda su vida ha creado mujeres en su mente una y otra vez? Lo que usted pretende de ellas es que cumplan sus fantasías y expectativas y la realidad es algo completamente diferente. ¿No es así?
Otra obsesión

No espera la respuesta. Y se queda en silencio hasta que la nueva pregunta roza el tema que parece apasionarlo más: Beethoven. Según cuenta el libro, desde niño tenía un busto del compositor alemán y su fascinación por los cuartetos –más que por las sinfonías– no ha decrecido en lo más mínimo. Por el contrario. Es como si fuera la banda sonora de su vida. Le gusta la idea y se larga:
-Sigo obsesionado por Beethoven. Tengo su busto detrás de un retrato de Erika Schickel sobre mi escritorio, cuando giro hacia mi izquierda hay otro busto sobre el estante más alto de mi biblioteca. Sobre mi cama, un retrato de Beethoven, además de un apoyalibros de bronce que cierta vez me regaló Helen Knode para Navidad. Su presencia en el libro se debe a múltiples razones: primero, que se lo considera universalmente como el mayor artista de nuestra civilización; segundo, todo lo que implica su sordera y el hecho de que eso lo hiciera sentirse a disgusto en el mundo. Así me siento, siempre en una búsqueda en la que no encuentro lo que quiero. La música de Beethoven me sigue pareciendo inexplicable, insondable, con esa sorprendente belleza y potencia...
-La presencia de Beethoven, en cierto modo, lo alejó de otras formas de la música...

-Bueno, además de todo es una figura de un coraje titánico que pudo escribir lo mejor de su música estando sordo. Amé la música clásica desde niño. Corrían los años 50 así que pude pasar de largo de toda esa mierda de rock & roll. Me parecía una porquería y me lo sigue pareciendo. Además, si alguien quiere identificarse con un artista, ¿por qué no elegir al mayor artista que haya existido nunca? Beethoven vivía dentro de una grandeza propia, algo que yo creía poseer aun cuando era un niño tonto con el corazón perturbado. Muchas veces me tomo a broma esa identificación con Beethoven, esa pretenciosidad de compararme con él, al hablarle a las mujeres de Beethoven, mandándole un fax a Erika Schickel, dirigido a la Amada Inmortal. Muchos críticos no advierten el verdadero sentido de esta actitud, que estoy en realidad burlándome de mí mismo.

-¿Algún escritor puede compararse con Beethoven?

-No, ninguno, no ha existido artista que me haya conmovido como Beethoven.

-No siempre las autobiografías son confiables. ¿La suya lo es?

-En un ensayo autobiográfico no se permite mentir, aunque se acepta que uno omita ciertos detalles. Algo extraño fue comprobar que la mayoría de las mujeres importantes de mi vida me llegaron entre el período que va después de cumplir cuarenta hasta pasados los sesenta. Y todas son extraordinarias. Quise concederle todo a estas mujeres, retratarlas con tanto amor como exactitud, con la misma precisión con que retrato mis propias fallas que fueron las que precipitaron mi ruptura.

-¿Costó reconstruir su vida?

-Tengo una memoria extraordinaria y mis intereses son muy limitados. Me gusta la historia norteamericana, amo la música clásica, adoro a las mujeres. Más allá de esto, tengo muy pocos amigos. Me encanta escribir novelas, mientras que los guiones de televisión y de cine los hago para vivir. He llevado siempre una vida introspectiva, y siempre recuerdo pequeños momentos de mis últimos cuarenta años. Soy un visitante permanente de mi paisaje interior. Puedo decirle lo que pensaba hace cincuenta años. El tiempo es algo sorprendente. Era lo que pensaba a los 35. Ahora que tengo 63, podría esperarse una caída del fluir de la conciencia y nada de eso ocurre.
En sus libros anteriores, Ellroy ha recorrido otro tipo de historias, que son personales en un sentido menos evidente. La fórmula a la que ha recurrido más de una vez para explicar sus novelas que parecen policiales: "el tipo malo que encuentra a la mujer superior". Pero su trama también une dimensiones que lamentablemente suelen ir de la mano. Y alguna vez ha hablado de "la política como crimen".

"Creo que libros como 
Los Angeles confidencial van en un sentido contrario al estándar en lo que se llama literatura policial o serie negra, donde suele haber un héroe solitario que se opone a la autoridad. Mis libros, me parece, tratan de gente ruin haciendo cosas jodidas en nombre de la autoridad. Si hay algo que me irrita es la rebelión institucionalizada. Eso es, aparte de la música, lo que me hace detestar tanto al rock and roll. La ficción criminal es la historia de los malos tipos que hicieron su parte en la Norteamérica del siglo pasado. Hay algo atractivo, literariamente hablando, en esos chupamedias fascistas, que aunque no lo sean ideológicamente, que terminan derrocando gobiernos de otros países."

Tanto desde el estilo en el que escribe como desde el punto de vista de su lugar en el campo literario norteamericano, James Ellroy es, a pesar de su éxito, un 
outsider. No es un resultado casual, el propio escritor se siente cómodo allí y no reniega de no ser una estrella cultural.

"No leo diarios, no veo televisión, no escribo con computadora. Estoy en medio de un vacío cultural, no entiendo ni me interesa lo que pasa en la cultura de mi país. Como me han dicho: es como si viviera desenchufado del mundo cultural norteamericano, o al menos de lo que se conoce como tal. Amo cuando el inglés es dicho por alguien con una buena dicción. Por lo tanto, no puedo soportar que esos jóvenes vulgares, tatuados, con el pelo engominado que hablan su estúpido lenguaje, con sus horribles clichés, poniendo los ojos en blanco cuando algo no les gusta. Abundan esas películas de terror misóginas, los reality shows que son basura y comedias prefabricadas para adolescentes. En una época de mi vida me juntaba con amigos que compartían conmigo la pasión del trabajo y la voluntad de ganar dinero. Luego vendrían las mujeres a ocuparlo casi todo."
No hay caso, hay cuestiones de las que no se puede salir, aunque ya no sean una maldición.



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