3 feb 2011

Cartas

1
ms. [3/1933]
Papel membretado del Hotel Excelsior, Berlín
Querido Nicola:
Estoy hospedado en un enorme hotel tipo Grand-Hotel de pésima memoria cinematográfica —todavía no he visto Berlín y, en el fondo, me importa un carajo— lo poco que he visto es horrible, dependerá si logro ver lo que queda de cierta cosa, si no, me voy de aquí mañana en el avión. ¡Tan bajo está el turismo y las bellezas! Incluso cuando me encuentro a una distancia de cientos de kilómetros, solamente quisiera tener intereses y relaciones humanas como los que mantengo en Via Donizetti—; y como en Roma, cuando realizo una visita, no me pongo a recorrer y a admirar la calle donde vive la persona en cuestión, así, ya que vine desde tan lejos solamente para ver a alguien, si no lo encuentro, me iré sin más. Metáforas aparte, lo que cuenta son los sentimientos, y aquellos que privilegian otras cosas, quiere decir que tiene pocos y necesitan atiborrarse el alma semivacía con las impresiones externas. Esto quiere decir que cada vez me convenzo más de la gran inutilidad de viajar por viajar, y no se vaya a concluir por esto que yo me siento mal o que, de alguna manera, me siento descontento. No, es una sencilla constatación. Llegando a lo práctico, te diré que el viaje es uno de los más largos y aburridos que existen. Sentía que no llegaría nunca. Alemania es tan obtusa, tonta, uniforme. Todos los paisajes se asemejan a los que se pueden ver en las estampas de las batallas napoleónicas: Wagram, Erfurt, Leipzig, etcétera. Vista desde el tren, Alemania parece por doquier un lugar de batalla campal de los primeros tiempos románticos.
Acerca del hitlerismo tengo pocas impresiones. El hotel está lleno de camisas pardas (es más, amarillas) que corren por aquí y por allá como mensajeros en tiempo de guerra, parece que tienen mucho que hacer y parecen muy serios. Sobre todo, se percibe el sentimiento de lo nuevo, confuso, bullente de entusiasmo.
Hablé con algunos alemanes en el tren, todos eran unos nazis convencidos, por ahora he llegado a la convicción de que las semejanzas con el fascismo son superficiales, y esto por los siguientes motivos:
1) Que en esta vicisitud alemana existe una dosis casi increíble de ingenuidad sentimental impolítica.
2) Que, curiosamente, todos parecen estar ya convencidos de que Hitler conservará la legalidad, es decir, que no abolirá a los partidos adversarios (con excepción del comunismo, que ya está proscrito) ni a la prensa enemiga, y como conquistó el poder a través de medios legales (votos), lo consolidará de la misma manera.
3) Que la estructura económica y moral de Alemania está a las antípodas de la italiana; en Italia, siempre, todos se han ocupado de política y todavía se ocupan de ella. En Alemania no existe ningún sentido político, ningún interés, ninguna curiosidad; la política es asunto de príncipes o de profesionistas.
Pero por hoy es suficiente, lo que quede por decir te lo escribiré, o bien, en caso de que se me escapase algo, te lo diré de viva voz.
Muchos saludos a todos.
Con muchísimo afecto de tu
Alberto Moravia
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2
ms. [¿1944?]
Tu familia te manda decir que está bien, que recibieron las cartas y las fotografías y te desean muchas felicidades por las Fiestas, al igual que yo.
Querido Nicola:
Debí escribirte antes, pero tuve innumerables quebraderos de cabeza y hasta esta noche me decidí a hacerlo.
Ya son muchos años que no nos vemos, pero yo he conservado intacta la amistad que nos ligaba; es más, he tenido a menudo noticias tuyas, primero a través de F, y luego por otras fuentes, así he podido, más o menos, seguir todas tus peregrinaciones.
Probablemente querrás saber lo que he hecho durante todos estos años. Y te lo diré enseguida. He trabajado mucho (luego de las Ambiciones erradas, publiqué seis libros más); realicé algunos viajes (Estados Unidos, China, Grecia); finalmente me casé —no tengo hijos—, también mi esposa escribe.
En cuanto a las últimas vicisitudes políticas que han trastornado la vida de todos, naturalmente también la mía las ha resentido. Después del 25 de julio me puse a escribir artículos antifascistas, de tal suerte que, el 8 de septiembre, tuve que escapar. Escapé a una montaña salvaje de Ciociaria, donde viví durante nueve meses junto con mi esposa en un establo sin puertas y sin ventanas, junto a campesinos increíblemente primitivos. Fui liberado por la avanzada norteamericana de Cassino; durante esos nueve meses pude ver cosas bastante insólitas.
Hoy ya me encuentro nuevamente en mi casa; y ahora, si quieres, te diré algunas cosas sobre Italia. Italia ha sido asesinada, tanto por los propios italianos como por los otros, nadie que viva en el extranjero y, sobre todo, en Estados Unidos, puede darse cuenta de la terrible situación moral y física en la que ha caído este país; no hay trenes, no hay automóviles, muchas ciudades y pueblos están completamente destruidos y los habitantes carecen de vestido, de utensilios, de casa, de todo, viven en chozas o en campos de concentración. Las ciudades que más o menos han quedado intactas, como Roma y Nápoles, están llenas de prostitutas, de ladrones, de torvos traficantes, de limpiabotas, y de toda suerte de mierda. En el campo hemos regresado al bandidaje. A todo esto agrégale la guerra, que continúa, y que ha reducido a ruinas la mejor parte de Italia. De los lugares donde se han ido retirando, los alemanes han destruido cuidadosamente toda industria, incluso la más pequeña, los bombardeos han realizado el resto.
Entre Nápoles y Roma, las ciudades y los pueblos están completamente destruidos. Casi todos los castillos romanos ya no existen. Terracina, Cisterna, Fondi, Itri, Formia Valmontone, etcétera, ya no existen. Los alemanes inundaron toda la zona de Littoria, de tal suerte que regresó la malaria, como hace un siglo. En la ciudad, el hambre y los trabajos pesados han propagado la tuberculosis de una manera extraordinaria; hasta ahora, para todos estos males, no se han encontrado los remedios.
Es muy difícil, después de haber hablado del aspecto negativo de la situación, delinear lo positivo. Evidentemente existirá alguno, porque el pueblo italiano todavía existe, pero ahora, por lo menos, no se ve. Ciertamente, existe una fuerte actividad política, pero, por ahora, con la guerra e Italia controlada por los aliados y dividida en dos, está como sostenida en el aire. Se publican muchos periódicos, se escriben innumerables artículos, se recitan muchos discursos. Tengo la impresión que la gran mayoría del pueblo italiano, ante todo, piensa en conservarse, cosa ya bastante difícil. En realidad, la derrota no ha revelado ninguna nueva clase política, sino solamente un cierto número de individuos preparados, no mucho, a decir verdad; el resto, es decir, las nueve décimas de la población, tiene las ideas muy confusas y no sabe de qué lado ponerse. Los partidos de izquierda, sobre todo los comunistas, dan muchas señales, pero esto, a mi parecer, todavía no es un signo de madurez política. El fascismo ha dejado una inmensa y desastrosa herencia de ignorancia y de materialismo, y se necesitará tiempo antes de que la gente se acostumbre a pensar por sí misma y a pensar de una manera desinteresada.
Como puedes ver, el cuadro es más bien negro; esto no quita que sea legítimo pensar que las cosas podrían mejorar algún día, pero no muy pronto.
Esta carta podría ser diez veces más larga, pero el jugo sería el mismo. Esperemos que en Estados Unidos se den cuenta que este desventurado país está agonizando y que necesita urgentemente de ayuda. Evidentemente, la culpa de todo esto se remonta a los propios italianos, pero los problemas en el mundo no se resuelven intentando buscar al culpable; además, no sólo los italianos son culpables.
Adiós querido Nicola, me enteré que te casaste de nuevo, te deseo lo mejor para ti y para tu esposa.
Tuyo
Alberto Moravia
Escríbeme, mándame noticias tuyas y de los amigos. 
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3
mecanoscrito. [1947]
Querido Nicola:
Respondo a tu carta. En realidad, como tú dices, yo soy, sobre todo, un novelista; y cuando escribo novelas siento que logro decir todo sin tomar partido, y ser, a la vez, completo y justo. Con esto intento decir que cuando se quiere hablar de una tragedia, entonces es necesario escribir la tragedia y no salirse de la tangente con una sentencia. Y que lo propio de la tragedia es que todos los personajes, a la vez, se equivoquen y acierten. Tú dices que es necesario escribir lo que se piensa. Es justo, pero entonces debería abandonar la literatura y entregarme al oficio de publicista político. En otras palabras, yo no puedo decir, como un obrero o un burgués cualquiera: yo soy por el comunismo; debo decir estas cosas como intelectual, como novelista, es decir, escribir un ensayo político, como lo hacen Sartre, Koestler y otros. La sencillez es, en mi caso, pobreza y estupidez. Para el intelectual no pueden existir posiciones sencillas: si así fuere, entonces no se es un intelectual. Solamente que yo no soy capaz de escribir este ensayo, al menos por el momento, ni tengo ganas de hacerlo. Pero si no lo escribo y me limito a una sencilla toma de posición, será fácil, según el caso, que tanto los comunistas como los anticomunistas me crean uno de ellos. Ahora yo no me pertenezco más que a mí mismo. En otras palabras, mi testimonio debe ser lo suficientemente imponente para no parecer una sencilla adhesión a partes preestablecidas y formidables. Evidentemente yo estoy por una tercera cosa o por una cuarta (dado que existe la tercera fuerza) que no tiene mucho que ver con la política; pero de esta cosa, por ahora, por lo menos, no siento deseos de hablar. Quizá soy inmaduro.
Además, la función de los intelectuales está circunscrita. En vísperas de las grandes revoluciones sociales (como la revolución francesa), cuando los gusanos todavía estaban bajo la nieve, los intelectuales toman, como de costumbre, una posición política, y es justo que la tomen. A menudo, toman una posición mucho antes que los políticos, y con mayor decisión. Los intelectuales están cercanos a las cosas que deben nacer y son, a menudo, excelentes profetas. Pero cuando las diversas causas encuentran a poderosas naciones que las defienden, partidos fuertes que las proclaman, bombas atómicas y ejércitos invencibles que intentan imponerlas; entonces, es de creerse que esas causas ya no deberían interesarle a los intelectuales. Que, en el mejor de los casos, cumplen el papel de burócratas y propagandistas, y en el peor de moscas-guía. Cuando no, cumplen el papel de traidores respecto a las cosas escondidas e ignotas de las que ellos y solamente ellos deberían advertir su existencia. En resumen, comunismo y anticomunismo no son interesantes porque ya traspasaron el límite de los valores puros y libres; y, desde hace tiempo, se encuentran sobre el terreno impuro y atado de la práctica. El comunismo no es la justicia y el anticomunismo no es la libertad. Estos dos movimientos ya están enganchados a intereses nacionales y quien crea que sirve solamente a ellos, en sustancia no sirve solamente a ellos, sino también a personas y cosas que, conscientemente o no, poco tienen que ver con ellos.
Naturalmente, el intelectual debe tomar una posición. Pero será o una posición tan compleja que le disgustará a Dios y a sus enemigos, o bien la sencillísima toma de posición del hombre que se siente amenazado en su vida, en su honor, en su libertad física. En el último caso, ya dejó de ser un intelectual para transformarse en un hombre cualquiera y resolverá los problemas como un hombre cualquiera. Resolverlos como intelectual (es decir, resolver el problema de la libertad con los sicarios que tocan a la puerta o el de la justicia con quinientas calorías al día) sería más que ineficaz, ridículo. Libertad y justicia, para el intelectual, son cosas casi imposibles de definirse; para el hombre cualquiera, son cosas incluso pacíficas. El problema es si los intelectuales, al encontrarse en las condiciones del hombre cualquiera, pretenden conservar las soluciones, o los intentos de soluciones a los que están habituados.
Debo decirte, en este punto, una cosa que acaso te parecerá inmoral: de mis desaventuras políticas, de mi fuga a las montañas, de mi vida entre los campesinos aterrorizados del frente de Garigliano, he extraído la profunda convicción de que, así como están las cosas, hay muy poco qué hacer y será mucho si logramos salvar el pellejo. En otros términos, será necesario hacer de la necesidad virtud y ya que los intelectuales no son fuertes, deben ser astutos, so pena la vida. Éste es un mundo de locos sanguinarios e innobles que evalúan al intelectual como propagandista; o bien, como un cuerpo que debe ponerse al lado de los otros, listo para ser masacrado a la primera oportunidad. Éste es un mundo en el que las cosas son las que guían el pensamiento y no el pensamiento las cosas. Éste es un mundo donde todos son maquiavélicos, desde las naciones hasta los santos, y el intelectual, si quiere salvar lo que lleva consigo, también debe ser, compatiblemente con sus premisas, maquiavélico. ¿Qué pretendo con esto? Lo que trato de decir es que, en un mundo como éste, es correcto ser villanos. Desde el momento en el que alguien me apunta un revolver en la nuca, yo estoy autorizado a utilizar con él todos los medios, incluidos los más desleales y más feroces. En otras palabras, este alguien, que además es el mundo de hoy, ya no me interesa, está perdido para mí.
Hablando de otras cosas, yo estaré en Anacapri hasta el 10 de febrero. Luego me iré a Roma y de allí, el 29, partiré hacia Londres. Desde Londres iré a París. Estaré de regreso, si me lo permiten las guerras, hacia mediados de abril.
Aquí se habla de la guerra y, de todas maneras, se tiene la impresión de que la paz no existe. Las cosas van mal, existe miseria en abundancia y los grupos de izquierda no se dan cuenta que las huelgas políticas deben realizarse desde la revolución, de otro modo, dañan la causa. De cualquier manera, la inseguridad es profunda.
Muchos saludos cordiales a tu esposa.
Amigablemente tuyo
Alberto Moravia

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