18 feb 2011

La vida es un cuento


La interiorización del cuentista



A veces, los cuentos operan como sublimaciones o exorcismos de los problemas del cuentista. El cuento no puede desarrollarse si quien lo escribe no tiene un conflicto básico, interno, personal: la gente sin conflicto simplemente no escribe. Leopoldo Alas "Clarín" puntualiza esta idea: "El que no sea artista, el que no sea poeta, en el lato sentido, no hará un cuento, como no hará una novela." En ese sentido, el narrador mismo es como un personaje de carácter dual, escindido, en conflicto con un tema específico. A diferencia del poeta, que puede ser un hombre de una sola pieza, capaz de vivir en perpetua celebración, el cuentista y el novelista tienen algo más que contarnos. El clásico "... y vivieron felices para siempre" con que concluyen los cuentos tradicionales para niños, sugiere que vivir felices no es, en primera instancia, algo digno de ser contado. Lo que se cuenta es el conflicto, por lo tanto el cuento está enraizado en el dolor, en el perpetuo vaivén de las emociones que nos toman por sorpresa en el diario transcurrir.

Esta particularidad del cuento –estar enraizado en el movimiento, en el fluir constante del ser– lo convierte en un género de acción. La naturaleza activa del cuento puede percibirse más fácilmente al compararlo con los géneros descriptivos. En ellos el tiempo está detenido, como sucede con una fotografía: una vez apretado el obturador, la imagen que captura la película ya no se refiere exhaustivamente al tiempo, sino que lo petrifica, adentrando nuestra mirada ya no en el tiempo sino en el espacio. La fotografía refiere lo que está en ese espacio, no lo que pasa en él. En cambio, en el cuento lo esencial es referir el transcurso de los sucesos, lo que ocurre en un espacio o entre un espacio y otro, como en el cine, que es también imagen en movimiento.

Si analizamos el tipo de verbos utilizados en un género descriptivo y en un cuento, veremos cómo en las descripciones abundan los verbos de estado de quietud; en cambio, en los cuentos reinan los verbos de acción. Y aunque como experimento es posible un cuento sin verbos, las acciones siguen presentes en la estructura profunda y continúan siendo el sostén del relato.

Todo género depende de una estructura menor. La alegoría, por ejemplo, es una metáfora continua, como ha sugerido Tertuliano: si el soberano es quien dirige la nave del Estado, el pueblo es la tripulación, y las adversidades, el mar embravecido. Las metáforas enlazadas conservan el sentido propio, pero se enriquecen al encadenarse. Un género compuesto por estructuras lógicas, por ejemplo, es la crítica, pues es un conjunto de juicios. En cambio, el relato se sustenta en una estructura simple: el verbo de acción. El cuento es verbalización porque su estructura se basa en la continuación y enlace de los verbos. A través de la acción se puede empezar a definir el cuento, y entre las primeras características que se hacen evidentes en él se halla el aspecto temporal: el cuento está hecho para pasar, suceder; por eso prefiere los verbos en pasado.

El cuento cumple un doble movimiento: el de las palabras, por un lado, que son temporales y avanzan de un antes a un después; y el que proviene de la acción, que es fluida por naturaleza. Así, por medio de las palabras, que son fugitivas, y por la acción inherente al transcurso de los sucesos, la narrativa sustenta una fuga doble, un canon de repetida escapatoria.

La vida se va presentando a través de historias breves; historias que uno se cuenta y se repite sin cesar, que forman un amplio escenario de posibilidades narrativas. Por supuesto, siempre habrá vidas que son como una pésima colección de cuentos, por lo que la elección de alguna de ellas ha de meditarse con cuidado. No importa si las historias se repiten; al transformarse, siempre volverán a vivirse con otros rostros, con otro ambiente. Hay que cobrar conciencia de esto e intentar reelaborar nuestras historias en otras nuevas, a pesar de la complejidad que suscita contar la repetición de un acontecimiento de nuestra vida cuando es negativo. Paradójicamente, el acto mismo de contarlo conlleva un placer difícil de abandonar, como en las relaciones sadomasoquistas: si el sádico y el masoquista se dan cuenta de que, a pesar de que haya algo negativo en su relación, obtienen placer, continuarán relacionados, pues para erradicar la parte de sufrimiento tienen que sacrificar el gozo, En un cuento, si se tiene que hacer sufrir al lector para llegar a las profundidades del tema, no importa: igual ello lo llevará hasta un camino de placer subterráneo.

La creación literaria puede salvar a una persona de la locura y hasta del suicidio, y si el cuento está bien escrito, si revela algo íntimo de una vida, el buen lector irá acumulando revelaciones y forjará una visión del mundo más profunda y crítica. Esto le servirá para descifrar no sólo un cuento, sino las partes mismas del rompecabezas cotidiano que es la vida en sus diversos perfiles: el político, el social, el religioso, el amoroso, el de la muerte y las pasiones. El mundo interiorizado no se aparece como una instantánea de 180 grados; se revela paulatinamente, grado por grado, en fragmentos. Y un fragmento de la narrativa es el cuento, que contiene una historia. Cuando uno descifra el mundo, no lo hace globalmente, sino por palies; el lector de un cuento no sólo está leyendo, también está explicándose una partícula imprescindible de la vida.

El proceso de interiorización es único y personal. Juan Bosch relataba lo común que resulta que la gente se acerque a los cuentistas para ofrecerles temas que,, por lo general, no dicen nada a su sensibilidad. Cuando a Ray Bradbury le ocurría esto, respondía sugiriendo hacer las cosas al revés: "Mejor yo le doy la anécdota y usted escriba el cuento.”

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