Primero me entretuvieron las especulaciones metafísicas, las ideas científicas después. Me atrajeron finalmente las (...) sociológicas. Pero en ninguno de estos estadios de mi busca de la verdad encontré seguridad y alivio. Poco leía, sobre cualquiera de las preocupaciones. Pero, en lo poco que leía, me cansaba ver tantas teorías, contradictorias, igualmente asentadas en ideas desarrolladas, todas ellas igualmente probables y de acuerdo con cierta selección de los hechos que tenía siempre el aire de ser todos los hechos. Si levantaba de los libros los ojos cansados, o si de mis pensamientos desviaba hacia el mundo exterior mi perturbada atención, sólo una cosa veía yo, que me desmentía toda la utilidad de leer y pensar, que me arrancaba uno a uno todos los pétalos de la idea del esfuerzo: la infinita complejidad de las cosas, la inmensa suma (...), la prolija inaccesibilidad de los mismos pocos hechos que se podrían concebir como precisos para el planteamiento de una ciencia.
292
Al disgusto de no encontrar nada lo encuentro conmigo poco a poco. No he encontrado razón ni lógica sino a un escepticismo que ni siquiera busca una lógica para defenderse. En curarme de esto no he pensado —¿por qué había de curarme yo de esto? ¿Y qué es estar sano? ¿Qué seguridad tenía yo de que ese estado de alma debe pertenecer a la enfermedad? ¿Quién nos asegura que, de ser enfermedad, la enfermedad no era más deseable, o más lógica o más (...) que la salud? De ser la salud preferible, ¿por qué estaba yo enfermo sino por serlo naturalmente, y si naturalmente lo era, por qué ir contra la naturaleza, que para algún fin, si fines tiene, me quería con seguridad enfermo?
Nunca he encontrado argumentos sino para la inercia. Día tras día, más y más, se ha infiltrado en mí la conciencia sombría de mi inercia de abdicador. Buscar modos de inercia, resolverme a huir de todo esfuerzo respecto a mí, de toda responsabilidad social —he tallado en esta materia de (...) la estatua pensada de mi existencia.
He dejado lecturas, he abandonado casuales caprichos de este o aquel modo estético de la vida. De lo poco que leía, aprendí a extraer tan sólo elementos para el sueño. De lo poco que presenciaba, me apliqué a sacar tan sólo lo que se podía, en reflejo /distante/ y [...], prolongar más dentro de mí. /Me esforcé,/ porque todos mis pensamientos, todos los capítulos cotidianos de mi experiencia me proporcionasen tan sólo sensaciones. Le creé a mi vida una orientación estética. Y orienté esa estética para que fuese puramente individual. La hice mía tan sólo.
Me apliqué después, en el transcurso buscado de mi hedonismo interior, a hurtarme a las sensibilidades sociales. Lentamente me acoracé contra el sentimiento del ridículo. Me enseñé a ser insensible ya a las llamadas de los instintos, ya a las solicitaciones (...)
Reduje al mínimo mi contacto con los demás. Hice cuanto pude por perder toda inclinación hacia la vida, (...) Del propio deseo de la gloria me despojé lentamente, como quien lleno de cansancio se desnuda para reposar.
293
Del estudio de la metafísica, (...) pasé a las ocupaciones del espíritu más violentas para el equilibrio de los nervios. Gasté aterrorizadas noches inclinado sobre volúmenes de místicos y de cabalistas, que nunca tenía paciencia para leer del todo de otra manera que intermitentemente trémulo y (...)
Los ritos y las razones de los Rosacruces, la simbología (...) de la Cabala y de los Templarios (...) —sufrí durante mucho tiempo la cercanía de todo eso. Y llenaron la fiebre de mis días especulaciones venenosas, de la razón demoníaca de la metafísica —la magia (...) la alquimia— y extraje un falso estímulo vital de sensación dolorosa y presciente de estar siempre como al borde de saber un misterio supremo. Me perdí por los sistemas secundarios, excitados, de la metafísica, sistemas llenos de analogías perturbadoras, de trampas para la lucidez, que disponen paisajes misteriosos donde reflejos de lo sobrenatural despiertan misterios en los contornos.
Envejecí por las sensaciones... Me gasté disfrutando de los pensamientos... Y mi vida pasó a ser una fiebre metafísica, siempre descubriendo sentidos ocultos en las cosas, jugando con el fuego de las analogías misteriosas, procrastinando la lucidez integral, la síntesis normal para [...]se.
Caí en una compleja indisciplina cerebral, llena de indiferencias. ¿Dónde me refugié? Tengo la impresión de que no me refugié en ninguna parte. Me abandoné pero no sé a qué.
Concentré y limité mis deseos, para poder elaborarlos mejor. Para llegar al infinito, y creo que se puede llegar allí, es preciso que tengamos un puerto, uno sólo, firme, y partir de él hacia lo Indefinido.
Hoy soy ascético en mi religión de mí mismo. Una jícara de café, un cigarro y mis sueños substituyen bien al universo y a sus estrellas, al trabajo, al amor, hasta a la belleza y a la gloria. Casi no tengo necesidad de estímulos. Opio tengo yo en el alma.
¿Qué sueños tengo? No lo sé. Me he esforzado en llegar a un punto donde no sepa ya en qué pienso, en qué sueño, qué visiones tengo. Me parece que sueño cada vez desde más lejos, que cada vez sueño más lo vago, lo impreciso, lo no susceptible de visiones.
No tengo teorías respecto a la vida. Si es buena o mala, no lo sé, no lo pienso. A mis ojos es dura y triste, con sueños deliciosos por medio. ¿Qué me importa lo que es para los demás?
La vida de los demás sólo me sirve para vivirle a cada uno la vida que me parece que les conviene en mi sueño.
294
No sé qué vaga caricia, tanto más suave cuanto no es caricia, la brisa incierta de la tarde me trae a la frente y a la comprensión. Sé sólo que el tedio que sufro se me ajusta mejor, durante un momento, como una veste que dejase de tocar una llaga.
¡Pobre de la sensibilidad que depende de un pequeño movimiento del arte para la consecución, aunque episódica, de su tranquilidad! Pero así es toda sensibilidad humana, y yo no creo que pese más en la balanza de los seres el dinero súbitamente ganado, o la sonrisa súbitamente recibida, que son para otros lo que para mí ha sido, en este momento, el paso breve de una brisa sin continuación.
Puedo pensar en dormir. Puedo soñar en soñar. Veo más claro la objetividad de todo. Uso con más comodidad el sentimiento exterior de la vida. Y todo esto, efectivamente, porque, al llegar casi a la esquina, un cambio en el aire de la brisa me alegra la superficie de la piel.
Todo cuanto amamos o perdemos —cosas, seres, significaciones— nos roza la piel y así nos llega al alma, y el episodio no es, en Dios, más que la brisa que no me ha traído nada salvo el alivio supuesto, el momento propicio y el poder perderlo todo espléndidamente.
23-4-1930.
295
No sé cuántos habrán contemplado con la mirada que merece una calle desierta con gente en ella. Ya esta manera de decir parece querer decir cualquier otra cosa, y efectivamente la quiere decir. Una calle desierta no es una calle por la que no pasa nadie, sino una calle donde los que pasan, pasan por ella como si estuviese desierta. No hay dificultad en comprender esto una vez se haya visto: una cebra es imposible para quien no conozca más que un burro.
Las sensaciones se ajustan, dentro de nosotros, a ciertos grados y tipos de comprensión de ellas. Hay maneras de entender que tienen maneras de ser entendidas.
Hay días en que sube en mí, como de la tierra ajena a la cabeza propia, un tedio, un disgusto de vivir que sólo no me parece insoportable porque en realidad lo soporto. Es un estrangulamiento de la vida en mí mismo, un deseo de ser otra persona en todos los poros, una breve noticia del final.
(¿1932?)
296
lo que tengo sobre todo es cansancio, y ese desasosiego que es gemelo del cansancio cuando éste no tiene otra razón de ser sino el estar siendo. Tengo un recelo íntimo de los gestos a esbozar, una timidez intelectual de las palabras a decir. Todo me parece anticipadamente frustrado.
El insoportable tedio de todas estas caras, estúpidas de inteligencia o de falta de ella, grotescas hasta la náusea por felices o desgraciadas, horrorosas porque existen, marea separada de las cosas vivas que son ajenas a mí...
(¿1932?)
297
Somos muerte. Esto, que consideramos vida, es el sueño de la vida real, la muerte de lo que verdaderamente somos. Los muertos nacen, no mueren. Están trocados, para nosotros, los mundos. Cuando creemos que vivimos, estamos muertos; vamos a vivir cuando estamos moribundos.
Esa relación que hay entre el sueño y la vida es la misma que hay entre lo que llamamos vida y lo que llamamos muerte. Estamos durmiendo, y esta vida es un sueño, no en un sentido metafórico o poético, sino en un sentido verdadero.
Todo aquello que en nuestras actividades consideramos superior, todo eso participa de la muerte, todo eso es muerte. ¿Qué es el ideal sino la confesión de que la vida no sirve? ¿Qué es el arte sino la negación de la vida? Una estatua es un cuerpo muerto, tallado para fijar a la muerte, en materia de incorrupción. El mismo placer, que tanto parece una inmersión en la vida, es antes una inmersión en nosotros mismos, una destrucción de las relaciones entre nosotros y la vida, una sombra agitada de la muerte.
El propio vivir es morir, porque no tenemos un día más en nuestra vida que no tengamos, con eso, un día menos en ella.
Poblamos sueños, somos sombras que yerran a través de florestas imposibles, en que los árboles son casas, costumbres, ideas, ideales y filosofías.
¡Nunca encontrar a Dios, nunca saber, siquiera, si Dios existe! Pasar de mundo a mundo, de encarnación a encarnación, siempre con la ilusión que halaga, siempre en el error que acaricia.
¡La verdad nunca, la parada nunca! ¡La unión con Dios, nunca! ¡Nunca enteramente en paz sino siempre un poco de ella, siempre el deseo de ella!
298
...Y yo, que odio la vida con timidez, temo a la muerte con fascinación. Tengo miedo de esa nada que puede ser otra cosa, y tengo miedo de ella simultáneamente como nada y como otra cosa cualquiera, como si en ella se pudiesen reunir lo nulo y lo horrible, como si en el ataúd me encerrasen la respiración eterna de un alma corpórea, como si allí triturasen, a fuerza de clausura, lo inmortal. La idea del infierno, que sólo un alma satánica podría haber inventado, me parece derivarse de una confusión de esta suerte —ser la mezcla de dos miedos diferentes, que se contradicen e inficionan.
(Posterior a 1923.)
299
Lleve yo al menos, para la inmensidad posible del abismo de todo, la gloria de mi desilusión como si fuese la de un gran sueño, el esplendor de no creer como un pendón de derrota —pendón sin embargo en las manos débiles, pero pendón arrastrado por el barro y la sangre de los débiles... pero alzado en alto, al sumirnos en las arenas movedizas, nadie sabe si como protesta, si como desafío, si como gesto de desesperación... Nadie sabe, porque nadie sabe nada, y las arenas engolfan a los que tienen pendones como a los que no los tienen...
Y las arenas lo cubren todo, mi vida, mi prosa, mi eternidad.
Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria.
300
Son siempre cataclismos del cosmos las grandes angustias de nuestra alma. Cuando nos llegan, en torno a nosotros se extravía el sol y se perturban las estrellas. En toda alma que siente llega el día en que el Destino representa en ella un apocalipsis de angustia —un volcarse de los cielos y de los mundos sobre su desconsuelo.
Sentirse superior y verse tratado por el Destino como inferior a los ínfimos —quién puede vanagloriarse de ser hombre en tal situación.
Si un día pudiese yo adquirir un rasgo tan grande de expresión que concentrase todo el arte en mí, escribiría una apoteosis del sueño. No sé de un placer mayor en toda mi vida que el placer de dormir. El apagamiento integral de la vida y del alma, el alejamiento completo de todo cuanto es seres y gente, el no tener pasado ni futuro (...)
301
Mi orgullo lapidado por ciegos y mi desilusión pisada por mendigos.
302
Existe un cansancio de la inteligencia abstracta y es el más horroroso de los cansancios. No pesa como el cansancio del cuerpo, ni inquieta como el cansancio de la emoción. Es un peso de la conciencia del mundo, un no poder respirar con el alma.
Entonces, como si el viento en ellas diese, y fuesen nubes, todas las ideas en que hemos sentido la vida, todas las ambiciones y designios en que hemos fundado la esperanza en su continuación, se rasgan, se abren, se alejan convertidas en cenizas de nieblas, harapos de lo que no ha sido ni podrá ser. Y tras de la derrota surge pura la soledad negra e implacable del cielo desierto y estrellado. El misterio de la vida nos duele y nos empavorecemos de muchas maneras. Unas veces viene sobre nosotros como un fantasma sin forma, y el alma tiembla con el peor de los miedos —el de la encarnación disforme del no ser—. Otras veces está detrás de nosotros, visible sólo cuando nos volvemos para ver, y es la verdad toda en su horror profundísimo de que la desconozcamos.
Pero este horror que hoy me anula, es menos /noble y más roedor/. Es un deseo de no querer tener pensamiento, un deseo de nunca haber sido nada, una desesperación consciente de todas las células del cuerpo y del alma. Es el sentimiento súbito de estar enclaustrado en una celda infinita. ¿Hacia dónde pensar en huir, si sólo la celda es el Todo?
Y entonces me asalta el deseo desbordante, absurdo, de una especie de satanismo que ha precedido a Satán, de que un día —un día sin tiempo ni substancia— se encuentre una fuga hacia fuera de Dios y lo más profundo de nosotros deje, no sé cómo, de formar parte del ser o del no ser.
23-3-1930.
303
Tengo por una intuición que para las criaturas como yo ninguna circunstancia material puede ser propicia, ningún caso de la vida tener una solución favorable. Si ya por estas razones me aparto de la vida, ésta contribuye también a que yo me aparte. Esas sumas de hechos que, para los hombres vulgares, inevitabilizarían el éxito, tienen, cuando a mí se refieren, otro resultado cualquiera, inesperado y adverso.
Me nace, a veces, de esta constatación una impresión dolorosa de enemistad divina. Me parece que sólo por una disposición consciente de los hechos, de modo que me resulten maléficos, la /serie de desastres/ que define a mi vida podría haberme acontecido. Resulta de todo esto que, para mi esfuerzo, yo no intento nada demasiadamente. La suerte, si quiere, que venga a estar conmigo. Sé de sobra que mi mayor esfuerzo no logra la consecución que en otros tendría. Por eso me abandono a la suerte, sin esperar mucho de ella. ¿Para qué? Mi estoicismo es una necesidad orgánica. Necesito acorazarme contra la vida. Como todo estoicismo no pasa de ser un epicureismo severo, deseo, cuanto es posible, hacer que mi desgracia me divierta. No sé hasta qué punto lo consigo. No sé hasta qué punto consigo algo. No sé hasta qué punto se puede conseguir algo...
Donde otro vencería, no por su esfuerzo, sino por una inevitabilidad de las cosas, yo, ni por esa inevitabilidad, ni por ese esfuerzo, venzo o vencería.
Quizás he nacido espiritualmente un día corto de invierno. La noche ha llegado pronto a mi ser. Sólo en frustración y abandono puedo realizar mi vida.
En el fondo, nada de esto es estoico. Es tan sólo en las palabras donde está la nobleza de mi sufrimiento. Me quejo como un niño enfermo. Me amohíno como un ama de casa. Mi vida es enteramente fútil y enteramente triste.
304
Las cosas claras consuelan, y las cosas al sol consuelan. Ver pasar a la vida bajo un día azul me compensa de muchas cosas. Olvido indefinidamente, olvido más de lo que podía recordar. Mi corazón translúcido y aéreo se penetra de la suficiencia de las cosas, y me basta mirar cariñosamente. Nunca he sido yo otra cosa que una visión incorpórea, desnuda de toda el alma salvo un vago aire que pasó y veía.
305
Todo cuanto es acción, sea la guerra o el raciocinio, es falso; y todo cuanto es abdicación es falso también.
¡Ojalá pudiese yo saber cómo no hacer ni abdicar de hacer! Sería ésa la Corona-de-sueño de mi gloria, el Cetro-de-silencio de mi grandeza.
Yo, ni siquiera sufro. Mi desdén por todo es tan grande que me desdeño a mí mismo; que, como desprecio los sufrimientos ajenos, desprecio también los míos y así aplasto bajo mi desdén a mi propio sufrimiento.
/Ah/ pero así sufro más... Porque dar valor al propio sufrimiento le pone el oro [¿ideal?] del orgullo. Sufrir mucho puede producir la ilusión de ser el Elegido del Dolor. Así (...)
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