17 feb 2011

Frente a los instantes

Es el sufrimiento y no el genio, únicamente el sufrimiento, lo que nos permite dejar de ser marionetas.

Cuando se sufre el hechizo de la muerte, todo sucede como si la hubiéramos conocido en una existencia anterior y nos hallásemos ahora impacientes de encontrarla de nuevo lo más pronto posible.

En cuanto sospechéis de alguien que posee el menor gusto por el Porvenir, sabed que conoce la dirección de más de un psiquiatra.

«Sus verdades son irrespirables.»  «Lo son para usted», le repliqué inmediatamente a aquel inocente.
Sin embargo, hubiera debido añadir: «Para mí también», en lugar de hacer el baladrón...

El hombre no está satisfecho de ser hombre. Pero no sabe hacia qué regresar ni cómo volver a un estado del que ha perdido todo recuerdo claro. La nostalgia que tiene de él constituye el fondo de su ser, y a través de ella comunica con lo más antiguo que subsiste en él.

En la iglesia desierta, el organista se ejercitaba. No había en ella nadie más, salvo un gato que se acercó a mí... Sus atenciones me conmovieron profundamente: las martirizantes interrogaciones de siempre me asaltaron. La respuesta del órgano no me pareció satisfactoria, pero en el estado en que me encontraba fue una respuesta, a pesar de todo.

El ser idealmente verídico  sigue siendo lícito imaginarlo  sería aquel que en ningún momento buscaría refugio en el eufemismo.

Sin rival en el culto de la Impasibilidad, he aspirado a ella frenéticamente, de manera que cuanto más deseaba alcanzarla, más me alejaba de ella. Justa derrota para quien persigue un fin contrario a su naturaleza.

Vamos de desconcierto en desconcierto. Esta consideración no implica ninguna consecuencia ni impide a nadie realizar su destino, acceder en suma al desconcierto integral.

La ansiedad, lejos de proceder de un desequilibrio nervioso, se apoya en la constitución misma de este mundo, y no vemos por qué no estaríamos ansiosos en cada instante, dado que el tiempo mismo no es más que ansiedad en plena expansión, una ansiedad de la que no distinguimos el comienzo ni el final, una ansiedad eternamente conquistadora.

Bajo un cielo extremadamente desolado, dos pájaros se persiguen, indiferentes a ese fondo lúgubre... Su tan evidente alborozo es más propio para rehabilitar un viejo instinto que la literatura erótica en su conjunto.

Llorar de admiración,  única excusa de este universo, puesto que necesita una.

Por solidaridad con un amigo que acaba de morir, cerré los ojos y me dejé sumergir por ese semi caos que precede al sueño. Al cabo de algunos minutos creí aprehender esa realidad infinitesimal que nos une aún a la conciencia. ¿Me hallaba en el umbral del final? Un instante después me encontraba en el fondo de un abismo, sin el mínimo rastro de espanto. ¿Dejar de ser sería, pues, tan simple? Sin duda, si la muerte no fuera más que una experiencia, pero ella es la experiencia misma.

¡Qué idea la mía de jugar con un fenómeno que no sucede más que una vez! Imposible experimentar lo único.

Cuanto más se ha sufrido, menos se reivindica. Protestar es una prueba de que no se ha atravesado ningún infierno.

Por si no tuviera bastantes preocupaciones, ahora me inquietan las que debían de conocerse en la edad de las cavernas.

Nos odiamos porque no podemos olvidarnos, porque no podemos pensar en otra cosa. Es inevitable que nos exaspere esta preferencia excesiva y que nos esforcemos por vencerla. Odiarse es sin embargo la estratagema menos eficaz para lograrlo.

La música es una ilusión que compensa de todas las demás.
(Si ilusión fuese una palabra destinada a desaparecer, me pregunto qué sería de mí.)

Nadie, en un estado de neutralidad, puede percibir la pulsación del Tiempo. Para lograrlo, es necesario un malestar sui generis, favor que procede de no se sabe dónde.

Cuando hemos entrevisto la vacuidad y consagrado a la sunyata un culto a la vez ostensible y clandestino, no podemos ya adherirnos a un dios lamentable, encarnado, personal. Por otro lado, la desnudez carente de toda presencia, de toda contaminación humana, de la que es proscrita la idea misma de un yo, compromete la posibilidad de todo culto, forzosamente ligado a la sospecha de una supremacía individual. Pues según un himno del Mahayana, «si todas las cosas están vacías, ¿quién es celebrado y por quién?».

El sueño, mucho más que el tiempo, es el antídoto ideal contra las congojas. El insomnio, por el contrario, amplificando la mínima contrariedad y convirtiéndola en tragedia, vela sobre nuestras heridas, impidiendo que se marchiten.

En lugar de observar el rostro de los transeúntes, me fijé en sus pies, y todos aquellos agitados se redujeron a pasos que se precipitaban  ¿hacia qué? Y me pareció evidente que nuestra misión era rozar el polvo en busca de un misterio carente de seriedad.

La primera cosa que me contó un amigo al que había perdido de vista desde hacía lustros: habiendo coleccionado venenos desde hacía muchos años no había logrado matarse por no saber cuál de ellos preferir...

No se minan las razones de vivir sin a la vez minar las de escribir.

La irrealidad es una evidencia que olvido y descubro cada día. Hasta tal punto se confunde esta comedia con mi existencia que no consigo disociarlas. ¿Por qué esa repetición bufona, por qué esa farsa?

Sin embargo no se trata de una farsa, pues gracias a ella formo parte de los vivos, o lo parezco.

Todo individuo como tal, antes incluso de hundirse totalmente, está hundido ya, y se encuentra en los antípodas de su modelo inicial.

¿Cómo explicar que el hecho de no haber sido, que la ausencia colosal que precede al nacimiento no parezca incomodar a nadie, y que aquel a quien le perturba no le perturbe demasiado?

Según un antiguo chino, una sola hora de felicidad es todo lo que un centenario podría confesar haber gozado tras haber reflexionado bien sobre las vicisitudes de su existencia.
...Puesto que todo el mundo exagera, ¿por qué los sabios habrían de ser una excepción?

Quisiera olvidarlo todo y despertarme frente a la luz anterior a los instantes.

La melancolía redime a este universo, y sin embargo es ella la que nos separa de él.
Haber pasado la juventud a una temperatura demiúrgica.

¿Cuántas decepciones conducen a la amargura?  Una o mil, depende del individuo.

Concebir el acto de pensar como un baño de veneno, como un pasatiempo de víbora elegíaca.

Dios es el ser condicionado por excelencia, el esclavo de los esclavos, prisionero de sus atributos, de lo que es. El hombre, por el contrario, dispone de cierta independencia, en la medida en que no es, en que, no poseyendo más que una existencia prestada, se agita en su pseudorrealidad.

Para armarse, la vida ha demostrado un raro ingenio; para negarse, igualmente. ¡La cantidad de medios que ha podido inventar para deshacerse de sí misma! La muerte es con mucho su mayor hallazgo, su logro prodigioso.

Las nubes pasaban. En el silencio de la noche, hubiera podido oírse el ruido que hacían apresurándose. ¿Por qué nos hallamos aquí, qué sentido puede tener nuestra presencia ínfima? Pregunta sin respuesta a la cual, sin embargo, respondí espontáneamente, sin la menor reflexión, y sin sonrojarme por haber proferido una insigne trivialidad: «Estamos aquí para torturarnos, y únicamente para eso».

Si en aquel momento me hubieran prevenido de que mis instantes, como todo lo demás, iban a desertarme, no hubiera experimentado temor, ni pena, ni alegría. Ausencia absoluta. Todo rasgo personal había desaparecido de lo que yo creía sentir aún, pero, a decir verdad, no sentía ya nada, sobrevivía a mis sensaciones, y sin embargo no era un muerto vivo,  estaba bien vivo, pero como lo estamos raramente, como lo estamos una sola vez.

¡Leer a los Padres del Desierto y dejarse sin embargo conmover por las últimas noticias! En los primeros siglos de nuestra era, yo hubiera pertenecido a esa clase de ermitaños de los que se ha dicho que al cabo de cierto tiempo estaban «cansados de buscar a Dios».

Aunque aparecidos tardíamente, seremos envidiados por nuestros inmediatos sucesores, y aún más por nuestros sucesores lejanos. Para ellos seremos privilegiados, y con razón, pues más nos vale estar lo más lejos posible del futuro.

Que nadie entre aquí si ha pasado un solo día al abrigo del estupor.

El hombre se halla en algún lugar entre el ser y el no ser, entre dos ficciones.

El otro, debemos reconocerlo, es para nosotros una especie de alucinado. Sólo le comprendemos hasta cierto punto. Luego, divaga forzosamente, puesto que incluso sus preocupaciones más legítimas nos parecen injustificadas e inexplicables.

No pedir jamás al lenguaje que realice un esfuerzo desproporcionado a su capacidad natural, no forzarlo, en cualquier caso, a dar lo máximo que posee. Evitemos exigir demasiado a las palabras, por miedo de que, extraviadas, no puedan ya cargar con el peso de un sentido.

Ningún pensamiento más corrosivo ni más tranquilizador que el pensamiento de la muerte. Si lo rumiamos hasta el punto de no poder prescindir de él es sin duda a causa de esa doble cualidad. Qué suerte encontrar dentro de un mismo instante un veneno y un remedio, una revelación que nos mata y que nos hace vivir, un tóxico fortificante.

Tras las Variaciones Goldberg  música «super esencial», para emplear la jerga mística  cerramos los ojos abandonándonos al eco que han suscitado en nosotros. Ya nada existe, salvo una plenitud sin contenido que es la única manera de rozar lo Supremo.

Para alcanzar la liberación, debemos creer que todo es real, o que nada lo es. El problema es que no distinguimos más que grados de realidad, las cosas nos parecen más o menos verdaderas, más o menos existentes. De ahí nuestra perplejidad.

Remontar hasta el cero soberano de donde procede ese cero subalterno que nos constituye.

Todos atravesamos nuestra crisis prometeica, y todo lo que hacemos luego consiste en vanagloriarnos o arrepentirnos de ella.

Un cráneo expuesto en una vitrina es ya un desafío; un esqueleto entero, un escándalo. ¿Cómo el pobre transeúnte, aunque sólo le eche una mirada furtiva, se dedicará luego a sus tareas? ¿Y con qué ánimo irá el enamorado a su cita?
Con mayor motivo, una observación prolongada de nuestra última metamorfosis no podrá más que disuadir deseos y delirios.
...De ahí que, alejándome de aquel escaparate, no pudiera sino maldecir semejante horror vertical y su sarcástica sonrisa ininterrumpida.

«Cuando el pájaro del sueño pensó hacer su nido en mi pupila, vio las pestañas y le aterró la red.»
¿Quién, mejor que aquel Ben al Hamara, poeta árabe de Andalucía, ha percibido lo insondable del insomnio?

Esos instantes en los que basta un recuerdo o menos aún para deslizarse fuera del mundo.

Parecerse a un corredor que se detiene en plena carrera para intentar comprender qué sentido tiene correr. Meditar es un signo de sofoco.

Forma envidiable de la celebridad: unir nuestra reputación, como nuestro primer antepasado, a un descalabro que maravillará a las generaciones futuras.

«Lo que es transitorio es dolor; lo que es dolor es no yo. Lo que es no yo no es mío, yo no soy ello, ello no soy yo» (Samyutta Nikaya).
Lo que es dolor es no yo. Difícil, imposible estar de acuerdo con el budismo sobre este punto, capital sin embargo. El dolor es lo que más somos nosotros mismos, lo más yo. Extraña religión: ve dolor por todas partes y al mismo tiempo lo declara irreal.

Sobre su fisonomía, ningún rastro ya de ironía. Tenía un apego casi sórdido a la vida. Quienes no se han dignado aferrarse a ella tienen una sonrisa burlona, signo de liberación y de triunfo. No van a la Nada, la han abandonado.

Todo sucede demasiado tarde, todo es demasiado tarde.

Antes de sus graves problemas de salud, era un sabio; tras ellos... cayó en la metafísica. Para abrirse a la divagación esencial, se necesita la ayuda de miserias fieles, ávidas de renovarse.

Haber levantado toda la noche Himalayas  y llamar a eso sueño.

Sería capaz de cualquier sacrificio para librarme de este yo lamentable que en este instante mismo ocupa en el Todo un lugar con el que ningún dios ha osado soñar...

Se necesita una inmensa humildad para morir. Lo raro es que todo el mundo la posea.

Esas olas, con su ajetreo y su sempiterna repetición, son eclipsadas, en materia de inutilidad, por la trepidación aún más inepta de la ciudad.

Cuando cerrando los ojos nos dejamos sumergir por ese doble fragor, creemos estar asistiendo a los preparativos de la Creación y nos perdemos rápidamente en lucubraciones cosmogónicas.
Maravilla entre las maravillas: ningún intervalo entre la conmoción primera y esta situación incalificable a la que hemos llegado.

Toda forma de progreso es una perversión, en el sentido de que el ser es una perversión del no ser.

Por mucho que hayáis soportado vigilias que un mártir os envidiaría, si ellas no han marcado vuestros rasgos, nadie os creerá. Por carecer de testigos se os continuará considerando como un bromista, y haciendo la comedia mejor que nadie, seréis el primer cómplice de los incrédulos.

La prueba de que un acto generoso es un acto contra natura, es que suscita unas veces inmediatamente, otras meses o años después, un malestar que no nos atrevemos a confesar a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.

En aquel funeral no se hablaba más que de sombra y de sueño y de polvo que vuelve al polvo. Luego, sin transición, se prometió al muerto alegría eterna, etc., etc. Tanta inconsecuencia me exasperó y me hizo abandonar tanto al pope como al difunto.
Ya en la calle, no pude dejar de pensar que no era yo el más indicado para protestar contra quienes se contradicen tan ostensiblemente.

¡Qué alivio tirar a la basura un manuscrito, testigo de una fiebre desvanecida, de un frenesí consternador!

Esta mañana he pensado, es decir, he perdido pie, durante un buen cuarto de hora...

Todo lo que nos incomoda nos permite definirnos. Sin indisposiciones, no hay identidad. Ventura y desventura de un organismo consciente.

¡Si describir una desgracia fuera tan fácil como vivirla!

Lección cotidiana de comedimiento: pensar, aunque no sea más que un instante, que un día se hablará de nuestros restos.

Se insiste sobre las enfermedades de la voluntad y se olvida que la voluntad como tal es sospechosa, y que no es normal desear.

Después de haber charlataneado durante horas, sentirse invadido por el vacío. Por el vacío y por la vergüenza. ¿No es indecente exponer nuestros secretos, divulgar nuestro ser mismo, contar y contarse, cuando los momentos más plenos de nuestra vida los hemos conocido durante el silencio, durante la percepción del silencio?

Durante su adolescencia, Turgueniev había colgado en su habitación el retrato de Fouquier Tinville.
La juventud, por todas partes y siempre, ha idealizado a los verdugos, a condición de que hayan hecho estragos en nombre de lo vago y lo rimbombante.

La vida y la muerte tienen tan poco contenido la una como la otra. Por desgracia lo sabemos siempre demasiado tarde, cuando ello no puede ayudarnos ya ni a vivir ni a morir.

Estáis tranquilos, olvidáis a vuestro enemigo, que vigila y espera Se trata sin embargo de estar preparado cuando arremeta. Vosotros venceréis, pues a él le habrá debilitado ese enorme desgaste de energía que es el odio.

De todo lo que experimentamos, nada nos da tanto la impresión de hallarnos en la esencia misma de lo verdadero como los accesos de desesperación sin razón: a su lado, todo parece frívolo, adulterado, desprovisto tanto de sustancia como de interés.

Fatiga independiente del deterioro de los órganos, fatiga intemporal, para la que no existe paliativo alguno y con la cual ningún reposo, ni siquiera el último, podría acabar.

Todo es saludable, salvo interrogarse constantemente sobre el sentido de nuestros actos, todo es preferible a la única cuestión que importa.

Habiéndome ocupado hace años de Joseph de Maistre, en lugar de explicar el personaje acumulando detalles, debería haber recordado que sólo podía dormir tres horas al día como máximo. Ello basta para hacer comprender las exageraciones de un pensador, o de cualquiera. Sin embargo, olvidé señalar este hecho. Omisión tanto más imperdonable cuanto que los seres humanos se dividen en dos categorías, los que duermen y los que velan, dos especimenes de seres, diferentes para siempre, que sólo tienen en común el aspecto físico.

Podríamos por fin respirar mejor si una mañana nos dijeran que la inmensa mayoría de nuestros semejantes se ha volatilizado como por encanto.

Hay que tener profundas disposiciones religiosas para poder proferir con convicción la palabra ser, hay que creer para decir simplemente de un objeto o de alguien que es.

El padecimiento que supone cada nueva estación... La naturaleza cambia y se renueva únicamente para golpearnos.

La causa del mínimo pensamiento es un ligero desequilibrio. ¿Qué decir entonces de aquél de quien procede el pensamiento mismo?

Si en las sociedades primitivas los viejos son despachados un poco demasiado rápidamente, en las civilizadas, por el contrario, se les halaga y ceba. El porvenir, no cabe la menor duda, sólo retendrá el primer modelo.

Por mucho que hayáis desertado de una creencia religiosa o política, conservaréis la tenacidad y la intolerancia que os habían incitado a adoptarla. Seguiréis siendo furibundos, pero vuestro furor se dirigirá contra la creencia abandonada; el fanatismo, inseparable de vuestra esencia, persistirá en ella independientemente de las convicciones que podáis defender o rechazar. El fondo, vuestro fondo, continuará siendo el mismo, y no será cambiando de opiniones como lograréis modificarlo.

El Zohar nos pone en un aprieto: si lo que dice es verdad, el pobre se presenta ante Dios con su alma únicamente, mientras que los demás sólo con su cuerpo.
En la imposibilidad de pronunciarse, lo mejor sigue siendo esperar.

Ningún instante en el que no me asombre de encontrarme precisamente en él.

Entre las decenas de sueños que hacemos, uno sólo es significativo, y aún así... El resto,  residuos, literatura simplista o vomitiva, imaginería de genio enclenque.
Los sueños que se alargan prueban la indigencia del «soñador», que no ve cómo concluir, que se afana en encontrarles un desenlace sin lograrlo, igual que cuando en el teatro el autor multiplica las peripecias por no saber cómo ni dónde detenerse.

Mis molestias o, mejor, mis males, hacen una política que no entiendo. Unas veces se conciertan y avanzan juntos, otras cada uno va por su lado, con frecuencia se combaten; pero tanto si se entienden como si disputan, se comportan como si sus maniobras no me concernieran, como si yo no fuera más que su espectador estupefacto.

Sólo nos importa lo que no hemos realizado, lo que no podíamos realizar, de manera que de una vida no retenemos más que lo que ella no ha sido.

Soñar con una empresa de demolición que no salvara ninguna de las huellas del big bang original.


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