¿Quién puede narrar lo que es la espera, la impaciente paciencia? La misma paciencia de Rilke, pero una paciencia, como la escultura, llena de movimiento contenido. No era una paciencia de abandono o de ociosidad, como ha sido la mía durante años enteros; aunque aquí miento porque soy un activo espantoso, un activo mental. Yo repaso todas las noches fracciones de repertorios infinitos, de conocimientos y de melodías verbales. Soy un taller continuo, un telar que repite esos diseños ajenos que vienen como los rollos que el telar interpreta con la velocidad de las lanzaderas que van de un lado a otro… a eso podría compara mi alma, incluso mi propia función cerebral; a veces creo que ya me quemé, de tanto que he gastado el cerebro en repasar, en idear, en rechazar. En eso sí no creo que haya una persona más trabajadora que yo mentalmente, aunque ese trabajo sea inútil, y a veces usted me ha visto gastar la pólvora en infiernitos, gastar muy buena pólvora y muy buenas sales minerales, en explosiones pirotécnicas. Por eso mucha gente conmigo se equivoca y dice: "Arreola tal vez no sea más que un juego de palabras". Usted sabe que no soy un juego de palabras, sino que mis juegos de palabras atrapan ciertas entidades, ciertas ecuaciones del espíritu, si no yo no pasaría de ser un escritor muy mono, de taracea, afiligranado y afiligranante, o un escritor gracioso, un humorista simpático, pero yo no me lo puedo creer porque entonces nada estaría justificado.
Mi obra sea pequeña, buena o mala (sería falso que lo dijera porque sé que no es mala; es más o menos mediana, de mediana para arriba, más que de mediana para abajo), pero digo, es muy importante para un hombre como yo, para un tipógrafo original (y aquí menciono el otro aspecto artesanal) el ser editado de manera correcta. No quiero una edición de lujo y Joaquín no la ha hecho de lujo, pero ha hecho una edición legible. Yo debo reconocer que aunque estuve de acuerdo en alguna edición demasiado popular, apretujada, eso de estar comprimido en un tabiquito, en un ladrillito de tipografía pequeña sobre el papel muy popular, no era justo. No era justo porque mi prosa, para facilitar la adquisición por parte de sus lectores, necesita estar más despejadita, necesita más blancos; no es que yo quiera inflar los libros, no lo necesito, pero quiero que topográficamente mi melodía se lea como una buena partitura. Por primera vez tengo ese gusto; libros de 150 a 180 páginas que tengan una cierta unidad y esa cosa agradable de ser objetos, de ser hermosos como un pan bien horneado. Usted ha visto la edición. No tienen ninguna petulancia. La tapa es un poco brillante, pero es que vivimos una etapa tipográfica en el aspecto editorial de los libros en que se tiende a una seriedad muy expresiva, basada generalmente en el color, en superficies de colores densos, iluminadas por rasgueos de blancos y por notas de negro. Tampoco me gusta ni voy a patrocinar lo colorinesco. A mí me gusta la tipografía clásica. Y en este sentido se vuelve un concepto muy moderno de lo lapidario. Me siento muy a gusto, se lo digo francamente, y aunque yo no vea salir los últimos tomos, y no me estoy sintiendo un Proust, yo sé que con todo lo objetable que haya en lo escrito, me salvo. El balance me será favorable porque apliqué mi espíritu a los quehaceres arduos; porque me metí con los mejores.
En lengua castellana creo que pocas personas pueden llegar al conocimiento, al ejercicio mental de los procedimientos, de los recursos del castellano. Cuando me llamaron "catálogo de estilos" no me ofendieron. Todo lo que he escrito hasta ahora es búsqueda a partir de modelos, naturalmente. Usted comprende. ¿Cuál es una de mis máximas aventuras y qué es lo que más se presta para definir el problema de la parodia, la imitación, la influencia? Un hombre de Zapotlán, como decía Fausto Vega, pero él me lo dijo en tono de choteo, que se mete de pronto con Franz Kafka; lo mete a su propio terreno y logra lidiarle allí un vagón de ferrocarril. "El guardagujas" está colgado literalmente de Kafka, pero ¿por qué es independiente de este gran maestro? Pues sencillamente agrega elementos al conocimiento de Kafka. Es como si yo hubiera hecho una glosa medieval que aclarara un pasaje difícil de Aristóteles o un término de Heráclito que yo parafraseo; entonces gracias a su contemporáneo podemos entender ciertas oscuridades de Heráclito; y a mí me fue dado proyectar una luz y digamos disolver unas esencias de este hombre en un espíritu profundamente de aquí. Porque eso sí yo lo alego y defiendo totalmente. Usted sabe de las mayores críticas que se me han hecho: "afrancesado", "una tendencia cosmopolita de nuevo rico de la cultura", "otra vez el payo", como se le pudo decir a Darío y a López Velarde, y guardando las distancias, que ya del segundo nombre hacia mí son enormes, yo soy una persona que nunca perdió ni ha perdido ni perderá jamás su condición de ser un perceptor a la muy mexicana de los fluidos universales que circulan por todas partes. Me siento feliz de seguir siendo un hombre de pueblo, un pueblerino y hasta un cursi. A mí me gustaría alguna vez explicar mis tratamiento de lo cursi, mis superaciones de lo cursi o mi naufragio en lo susodicho. ¿De dónde me vino a mí ese soplo? Del sarcasmo, del humos, preferentemente (iba a decir desgraciadamente) negro; me viene de algo que es pasta de este pueblo: la burla, el de pronto romper la fachada de la gravedad con un papirotazo, con un dafite, como diríamos en Zapotlán, y ladear el sombrero de copa de la solemnidad, o hacerlo resbalar por el occipucio mediante un quiebre, y esto es profundamente de aquí. Me alegra el hecho de que en un momento dado también sienta la tentación de meterme en el terreno de Borges, que no es un terreno del todo suyo. Borges viene en línea recta del Quevedo del Marco Bruto. Uno de los primeros textos, y de hecho el primero que tuvo congratulación fuera de Buenos Aires, fue precisamente la "Grandeza y menoscabo de Quevedo" que le publicaron a Borges joven en la Revista de Occidente. En esas líneas sobre Quevedo que datan de hace 40 años y avenía el que iba a ser Borges después. Al hablar de Quevedo, Borges nos dice dónde aprendió a escribir. Cuando él dice refiriéndose a Quevedo: "el ostentoso laconismo", vemos que ésa es la definición de Borges, un laconismo que señorea los momentos de su prosa.
Qué bueno, decía yo, que caí en esa tentación. En un cierto momento uno necesita demostrar que también sabe jugar este juego, y que por eso camino se puede llegar casi a la perfección. Pero a mí no me interesa ese género de perfección ni saber hasta dónde se puede llegar por los caminos de la inteligencia, pues son los más trillados. La inteligencia no lleva a ninguna parte que le importe a nuestro afán de conocimiento. Lo que sí lleva a alguna y a muchas partes son esas corrientes oscuras que vienen de lo desconocido, de nuestra propia índole profunda.
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