¿Cómo empezó el mundo del cuentista Edmundo Valadés?
A mí se me despertó la vocación desde niño. Aproximadamente desde los doce años sentí esa afición, ese gusto, esa vocación por escribir y también por leer. Leí muchos cuentos, fui un devorador de cuentos, quizá por eso me apegué tanto a ese género. Mas en ese tiempo hacerse de una cultura literaria era difícil, porque era un mundo lleno de prohibiciones: en muchos casos, la lectura, fuera de los textos permitidos, era considerada como algo pecaminoso y el índice de autores prohibidos alcanzaba a todos. Me imagino que en ese tiempo, así como yo, otros niños y adolescentes que querían a la literatura tuvieron que convertirla casi en un vicio secreto, en algo prohibido. Y de joven, cuando entré a la secundaria y conocía muchachos con otras experiencias, con otras lecturas, llegó la primera conquista de una cierta libertad para leer a todos los autores que quería, libre ya de esas prohibiciones, de esas limitaciones. Yo pienso que un libro para mí muy importante -que debo haber leído, descubierto a los quince años- fue el libro de Las mil y una noche; una edición que hizo al español Blasco Ibañes, de la de Marbrú, porque ese libro se conocía en una versión arreglada para niños, de Galán, que le había mutilado toda esa sensualidad, todo ese mundo mágico oriental, árabe; lo fundamental, creo, lo más presente, que es de una hermosísima sensualidad y una extensa poesía, sensualidad y poesía casi confundidas. Ese libro me causó un impacto enorme y me ayudó mucho a mis tareas como cuentista.
Después, claro, accedí a otros autores: en cada época hay ciertos autores que son los que apagan la sed de una generación, algunos perduras y otros no, bueno pero me acuerdo que entre ellos estaban Víctor Hugo, Anatole France..., tantos. Y, al mismo tiempo el hallazgo de los grandes cuentistas, los maestros como Chéjov, Maupassant, Poe, que nos enseñaron, nos dieron armas para arribar a ese género literario que es el cuento, que tiene sus secretos, sus complicaciones. Realmente, en ese tiempo, más que nada fui periodista -lo fui desde joven-, aunque siempre estuve atento, cerca, curioso, de todo el mundo literario, de los escritores. Leía desordenadamente, conquistando nuevos territorios, nuevos autores, que le enseñan a uno nuevas perspectivas, que le dan a uno nuevas armas. Y en todo ese proceso llegué al cuento, es decir, los había escrito desde muy joven, mas luego tuve mi etapa en el periodismo, en que sólo leía respecto a la literatura, pero no escribía, hasta que me decidí a escribir verdaderamente y empecé a escribir cuentos. Es un género que a mí me gusta mucho, que me parece de los más bellos. Y es que es un género que contiene, para cualquier país, una tradición muy honda; es un medio para recoger su circunstancia, su modo de sentir, su modo de pensar, sus personajes, su geografía, su modo de hablar, su idiosincrasia. Creo que el cuento es muy importante en ese sentido. Y aparte, como lectura, digamos, creo que es lo más hermoso, produce un impacto, una satisfacción, la suma felicidad. Ésa es la maravilla del cuento, de un buen cuento. Todo esto -esta cercanía, este gusto por el cuento, aparte de escribirlo- me llevó a crear la revista especializada en ese género, El Cuento, que precisamente ha cumplido veinte años, y que ha publicado una muestra -que tal vez sea la más amplia, la más rica, la más completa- de la cuentística universal y, particularmente, de la cuentística latinoamericana. A mí me ha servido para confirmar que, pese a cierta actitud de ciertos editores, reacios al cuento, éste tiene muchos lectores, y creo que mi revista es un ejemplo. El cuento tienen siempre lectores. Y creo que cada cuento siempre encuentra sus lectores. Esta experiencia manejando la revista me ha enseñado todas las posibilidades del género, toda la variedad con que se maneja y se presenta. Y, en los últimos tiempos, donde se da con más riqueza, con más maestría, con más variedad, es en Latinoamérica: hay en nuestros países algunos de los más grandes cuentistas de este siglo, en todo el mundo, y no es uno ni dos ni tres, son más. El cuento, como género, está más vivo que nunca, incitando al reto de lanzarlo, de redondearlo, de utilizarlo para expresar muchas de las circunstancias de nuestro tiempo, de la problemática humana, de la vida en las urbes, con todas sus complejidades, sus soledades, su violencia, el sexo, etc. El cuento es un bellísimo género literario.
Y en su cuentística ¿cómo influyen los escritores de la Revolución?
Creo que hay una motivación, un estímulo, una influencia, pero de los dos movimientos que comentábamos antes. Es decir, creo que mi generación, que es un poco posterior, depende de ellos profundamente. Los novelistas de la Revolución nos alimentaron, nos estimularon enormemente; no sólo a nosotros, sino a generaciones posteriores. Y Los Contemporáneos también, sobre todo en la poesía, donde su presencia, incluso su influencia, es muy visible, es muy patente. Sí, dependemos, en mucho, de esas dos corrientes.
¿Cuáles serían, desde su perspectiva, las obsesiones que lo han llevado a escribir?
Bueno, quizá, finalmente, las obsesiones serían los conflictos urbanos, la soledad, la violencia, el sexo, en el hombre, en el ser humano que habita, como en el caso mío, la ciudad de México, porque yo soy de aquí. Ésa es, quizá, una obsesión, y una obsesión natural porque es lo que nos cerca, lo que vemos. Entonces, claro, el estímulo es tratar de sintetizar, de reflejar, a través del cuento, ese mundo en el que estamos inmersos, el de la ciudad. Bueno, si no como obsesión, sí como incitación. En mucho, además, me atrae la relación de la pareja humana, el amor, el conflicto amoroso, el descubrimiento amoroso, la realización amorosa, los impedimentos amorosos, en fin, todo lo que gira alrededor de ese misterio, de esos incidentes entre un hombre y una mujer que se atraen, que se quieren, se aman, se desean, y todo eso en un medio que es complejo, difícil, para la mejor realización de esos impulsos. Todo eso es lo que más me incita, me sigue incitando, lo que podría ser mi fuerte.
¿Qué le ha aportado al escritor el oficio de periodista?
El periodismo lo que le puede aportar al escritor es la experiencia. El periodismo es como una ventana o un pase que le permite a uno conocer a gente de sectores sociales que de otro modo no sería fácil encontrar, también gente de la política, del espectáculo, de los deportes, de los toros, del arte, etc. El periodismo le permite a uno acercarse a esos mundo de no fácil acceso; conocer a gentes muy interesantes, oír sus ideas, sus experiencias, sus puntos de vista, viajar. El periodismo es un medio un tanto útil para viajar, conocer países. El periodismo permite una carga de experiencias que se pude revertir después en quien escribe creativamente: toda esa carga, esa experiencia, puede ser útil, pero hasta ahí, no veo hasta dónde más.
Usted, cuando decide escribir un cuento, ¿aborda la máquina porque ha definido ya el pensamiento? No solamente del cuento, sino de la serie que después formará lo que denominamos un libro.
En mi caso, surge solo. Cada cuento se me da aislado de otros, pero tiene que resolverse antes en mi interior: antes de que me siente ante la máquina de escribir a transcribirlo, digamos, lo tengo que tener resuelto, aunque a veces resulte que sí, en la máquina de escribir, que hay nuevas aportaciones, a veces muy importantes. Pero eso no ocurre en general, cuando el cuento está sustentado sobre todo en una anécdota, que está dado de antemano; ocurre cuando es un cuento en el que la anécdota no es lo fundamental: ahí es cuando es susceptible de que tenga otras proyecciones, otro desenlace, otra acción diferente a la que uno se había propuesto. Pero es fascinante, un cuento es un reto, es decir, cómo resolverlo cabalmente. Y quien resuelve un cuento bien ha logrado un acierto enorme. Yo, que tengo que leer tantos cuentos, me doy cuenta, digo, desde mi punto de vista, que son menos los que resuelven todos esos problemas, todos esos requisitos.
Cuando escribe, cuando edita algo, ¿se interrogará el escritor para qué sirve la literatura?
Es difícil responder a eso. Yo creo que uno al escribir no piensa en esas consecuencias. Uno, como escritor, no deja de tener un conflicto si se plantea esas situaciones. Porque si entra uno a la librería y ve los miles de libros que hay ahí, pues, piensa que el de uno parece una gota salada en el mar. No sé hasta qué punto sea útil la literatura, la narrativa, mas creo que sí es necesaria, que no es un oficio estéril ni perdido porque, al fin de cuentas, si se llega a encontrar un lector cabal de lo que uno ha escrito pues ya vale la pena haberlo escrito: quizá se escribió ese libro para ese lector o porque ese lector lo esperaba, lo necesitaba. Ésa puede ser, en última instancia, quizá, la utilidad de la literatura. No lo sé realmente. Me parece difícil determinarlo. También está eso de agregarle algo a la realidad. Y no sólo agregarle, a veces anticiparle, a veces descubrirla. Pero evidentemente sí, puede ser el otro elemento que el escritor aporta a quien lee su obra, esa parte de la realidad que al lector no le había llegado o no había visto y que ahora lo hace a través del escritor. Y, en ese sentido, es no sólo agregarle algo a la realidad, sino que la literatura es una forma de conocimiento. Un Proust, por ejemplo, en su gran obra, nos revela, nos restituye todo un ámbito que fue el de la sociedad dorada del París de fines y principios de siglo. No es fácil pensar en cuáles son las ventajas, en qué repercute la literatura, pero, vuelvo a insistir, sí es necesaria; le agrega algo a la realidad y no sólo agregarle, como ya han dicho algunos autores, sino anticiparle, ahondarle. Tal vez ahí esté su importancia, en la necesidad de que un ser, un hombre, al leer un libro, se transporte a una realidad que no es la de su instante, porque se supone que es pasada, pero que la vive, que la reconquista, la restituye, se envuelve en ella, y, en ese momento, vive una realidad distinta a la realidad en la que vive y que sin duda lo enriquece. Ahí buscamos lo que deben ser, pienso yo, las ventajas o la importancia de la literatura.
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