La explicación que no explica
Las tres experiencias
Hay tres cosas para las que nací y por las que doy mi vida. Nací para amar a los otros, nací para escribir y nací para criar a mis hijos. El "amar a los otros" es tan vasto que incluye hasta el perdón para mí misma, con lo que sobra. Las tres cosas son tan importantes que mi vida es corta para tanto. Tengo que apurarme, el tiempo urge. No puedo perder un minuto del tiempo que hace mi vida. Amar a los otros es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio.
Y nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Tuve desde la infancia varias vocaciones que me llamaban ardientemente. Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué fue ésta la que seguí. Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje, mientras que para escribir el aprendizaje es la propia vida viviéndose en nosotros y alrededor nuestro. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único estudio es justamente escribir. Me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder. Y no obstante, cada vez que voy a escribir es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno penoso y feliz. Esa capacidad de renovarme toda a medida que el tiempo pasa es lo que yo llamo vivir y escribir […]
El primer libro de cada una de mis vidas
Me preguntaron una ver cuál fue el primer libro de mi vida. Prefiero hablar del primer libro de cada una de mis vidas. Busco en la memoria y tengo en las manos la sensación casi física de sostener aquella preciosura: un libro finito que contaba la historia del Patito Feo y la de la lámpara de Aladino. Yo leía y releía las dos historias, los niños no tienen eso de leer sólo una vez: los niños aprenden casi de memoria y, aún sabiendo de memoria, releen con mucho de la excitación de la primera vez. La historia del patito que era feo en medio de los otros lindos, pero cuando creció se reveló el misterio: no era un pato sino un bello cisne. Esa historia me hizo meditar mucho, y me identifiqué con el sufrimiento del patito feo; ¿quién sabe si yo no era un cisne?
En cuanto a Aladino, soltaba mi imaginación hacia las distancias de lo imposible a las que era proclive: en aquella época lo imposible estaba a mi alcance. La ideal del genio que decía: pídeme lo que quieras, soy tu siervo -eso me hacía caer en el delirio. Quieta en mi rincón, pensaba si algún genio me diría: "Pídeme lo que quieras". Pero desde entonces se revelaba que soy de aquellos que tienen que utilizar los propios recursos para obtener lo que desean, cuando lo logran.
Tuve varias vidas. En otra de mis vidas, mi libro sagrado me fue prestado porque era carísimo: Traversuras de Varicita. Ya conté el sacrificio de humillaciones y perseverancias por el que pasé, pues, estando preparada ya para leer a Monteiro Lobato, el grueso libro pertenecía a una niña cuyo padre tenía una librería. La nena gorda y muy pecosa se vengó volviéndose sádica y, al descubrir cuánto me significaría leer ese libro, hizo el juego de "ven mañana a casa que te lo presto". Cuando yo iba, con el corazón literalmente saltando de alegría, ella me decía: "Hoy no te lo puedo prestar, ven mañana". Después de cerca de un mes de ven mañana, que yo, altiva como era, recibía con humildad para que la nena no me cortara de una vez por todas la esperanza, la madre de aquel primer monstruito de mi vida comprendió lo que pasaba y, un poco horrorizada de su propia hija, le ordenó que en ese mismo momento me prestara el libro. No lo leí de un tirón: lo leí de a poco, algunas páginas por vez para no gastarlo. Creo que fue el libro que me dio más alegría en esa vida.
En otra vida que tuve, era socia de una biblioteca popular circulante. Sin guía, elegía los libros por el título. Y he aquí que un día escogí un libro llamado El lobo estepario, de Hermann Hesse. El título me gustó, pensé que se trataba de un libro de aventuras del tipo Jack London. El libro, que leí cada vez más deslumbrada, era de aventuras, sí, pero de otras aventuras. Y yo, que ya escribía cuentos cortos, de los 13 a los 14 años fui germinada por Hermann Hesse y empecé a escribir un cuento largo imitándolo: el viaje interior me fascinaba. Había entrado en contacto con la gran literatura.
En otra vida que tuve, a los 15 años, con el primer dinero ganado con mi trabajo, entré altiva porque tenía dinero en una librería que me pareció el mundo donde me gustaría vivir. Hojeé casi todos los libros de los estantes, leía algunos renglones y pasaba a otro. Y de repente uno de los que abrí contenía frases tan diferentes que me quedé leyendo, presa, allí mismo. Emocionada, pensaba: ¡pero este libro soy yo! Y, conteniendo un estremecimiento de profunda emoción, lo compré. Sólo después supe que la autora no era anónima, y que, por el contrario, se la consideraba una de las mejores escritoras de su época: Katherine Mansfield.
Misterio
Cuando empecé a escribir ¿qué deseaba lograr? Quería escribir algo que fuera tranquilo y sin modas, algo como el recuerdo de un monumento alto que parece muy alto porque es recuerdo. Pero quería, de paso, haber tocado realmente el monumento. Sinceramente, no sé lo que simboliza para mí la palabra monumento. Y terminé escribiendo cosas completamente diferentes.
Había una vez
Respondí que lo que realmente me gustaría era poder finalmente escribir un día un cuento que comenzara así: "había una vez…" ¿Para chicos?, preguntaron. No, para adultos, respondí, ya distraída, ocupada en recordar mis primeros cuentos, escritos a los siete años, todos iniciados con "había una vez"; los mandaba a la página infantil de los jueves del diario de Recife, y ninguno contaba realmente un cuento con lo hechos necesarios para un cuento. Yo leía los que publicaban ellos, y todos relataban un acontecimiento. Pero si ellos eran tercos, yo también.
Pero desde entonces yo había cambiado tanto, quién sabe si ahora estaba preparada para el verdadero "había una vez". Me pregunté, en seguida: ¿y por qué no comienzo?, ¿ahora mismo? Sería sencillo, sentí.
Y comencé. Al escribir la primera frase, vi inmediatamente que aún me resultaba imposible. Había escrito:
"Había una vez un pájaro, Dios mío".
La experiencia mayor
Antes yo había querido ser los otros para conocer lo que no era yo. Entendí entonces que yo ya había sido los otros y eso era fácil. Mi experiencia mayor sería la de ser la médula de los otros: y la médula de los otros era yo.
Aproximación gradual
Si tuviera que dar un título a mi vida, sería éste: En busca de la propia casa.
El uso del intelecto
Tal vez ése haya sido muy mayor esfuerzo de vida: para comprender mi no-inteligencia, mi sentimiento, fui obligada a volverme inteligente. (Se usa la inteligencia para entender la no-inteligencia. Sólo que después el instrumento -el intelecto- por vicio de juego se sigue usando; y no podemos tomar las cosas con las manos limpias, directamente de la fuente).
Declaración de amor
Ésta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa. No es fácil. No es maleable. Y, como no fue profundamente trabajada por el pensamiento, su tendencia es la de no tener sutilezas y reaccionar a veces con un verdadero puntapié contra los que temerariamente osan transformarla en una lengua de sentimiento y de alerta. Y de amor. La lengua portuguesa es un verdadero desafío para quien escribe. Sobre todo para quien escribe sacando de las cosas y de las personas la primera capa de superficialidad.
A veces reacciona frente a un pensamiento más complicado. A veces se asusta con lo imprevisible de una frase. Me gusta manejarla -como me gustaba estar montada en un caballo y guiarlo con las riendas, a veces lentamente, a veces a galope.
Yo querría que la lengua portuguesa llegase al máximo en mis manos. Y todos escriben tienen ese deseo. Y todos los que escriben tienen ese deseo. Un Camoens y otros como él no bastaron para darnos una herencia de lengua ya hecha para siempre. Todos los que escribimos estamos haciendo del túmulo del pensamiento alguno cosa que le dé vida.
Esas dificultades, nosotros las tenemos. Pero no hablé del encantamiento de lidiar con una lengua que no fue profundizada. Lo que recibí de herencia no me basta.
Si yo fuera muda, y tampoco pudiera escribir, y me preguntaran a qué lengua querría pertenecer, diría: a la inglesa, que es precisa y bella. Pero como no nací muda y pude escribir, se volvió absolutamente claro para mí que lo yo quería era escribir en portugués. Y hasta querría no haber aprendido otras lenguas: sólo para que mi abordaje del portugués fuera virgen y límpido.
Escribir
Dije una vez que escribir es una maldición. No me acuerdo exactamente por qué lo dije, y con sinceridad. Hoy repito: es una maldición, pero una maldición que salva.
No me estoy refiriendo a escribir para los diarios. Sino a escribir aquello que eventualmente se puede transformar en un cuento o en una novela. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación.
Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es buscar entender, es buscar reproducir lo irreproducible, y sentir hasta las últimas consecuencias el sentimiento que permanecería apenas vago y sofocante. Escribir es también bendecir una vida que no fue bendecida.
Qué pena que sólo sé escribir cuando la "cosa" viene espontáneamente. Así quedo a merced del tiempo. Y, entre un escribir verdadero y otro, pueden pasar años.
Me acuerdo ahora con saudade del dolor de escribir libros.
Sobre la escritura
A veces tengo la impresión de que escribo por simple curiosidad intensa. Es que, al escribir, me doy las sorpresas más inesperadas. Es en el momento de escribir cuando muchas veces soy consciente de cosas, de las cuales, siendo inconsciente, antes yo no sabía que sabía.
Forma y contenido
Se habla de la dificultad entre la forma y el contenido, en materia de escribir hasta se llega a decir: el contenido es bueno pero la forma no, etc. Pero, por Dios, el problema no es el que el contenido está de un lado y la forma del otro. Así sería fácil: sería como relatar a través de una forma lo que ya existía libre, el contenido. Pero la lucha entre la forma y el contenido está en el pensamiento mismo: el contenido lucha por formarse. Para decir la verdad, es imposible un contenido sin su forma. La intuición es la honda reflexión inconsciente que prescinde de forma mientras ella misma, antes de subir a la superficie, se trabaja. Me parece que la forma aparece cuando el ser todo está con un contenido maduro, ya que se quiere dividir el pensar o el escribir en dos pases. La dificultad de forma está en el mismo constituirse del contenido, en el propio pensar o sentir, que no sabrían existir sin su forma adecuada y a veces única.
Las apariencias engañan
Y mi apariencia me engaña.
Dos modos
Como si yo buscara no aprovechar la vida inmediatamente, pero sí la más profunda, lo que me da dos modos de ser: en vida, observo mucho, soy activa en las observaciones, tengo sentido del ridículo, del buen humor, de la ironía, y tomo partido. Escribiendo, tengo observaciones por así decir pasivas, tan interiores que se escriben al mismo tiempo que son sentidas, casi sin lo que se denomina proceso. Por eso al escribir no elijo, no puedo multiplicarme en mil, me siento fatal a pesar mío.
Entendimiento
Todas las visitaciones que tuve en la vida, llegaron, se sentaron y no dijeron nada.
Crítica liviana
En el libro de Pelé las cosas van sucediendo, y después sucediendo, y después sucediendo. Es diferente del tuyo, porque tú solamente inventas. El tuyo es más difícil de hacer, pero el de él es mejor.
Prescindir de lo atrayente
Sería más atrayente si yo lo hiciera más atrayente. Usando, por ejemplo, algunas de las cosas que enmarcan una vida o una cosa o historia de amor o un personaje. Es perfectamente lícito hacerlo atrayente, sólo que existe el peligro de que un cuadro se vuelva cuadro porque el marco lo hizo cuadro. Para leer, es claro, prefiero lo atrayente, me cansa menos, me arrastra más, me delimita y me circunda. Para escribir, sin embargo, tengo que prescindir. La experiencia vale la pena, aunque tan sólo sea para quien la escribió.
Abstracto es lo figurativo
Tanto en pinturea como en música y literatura, tantas veces lo que llaman abstracto me parece apenas lo figurativo de una realidad más delicada y más difícil, menos visible al ojo desnudo.
Una puerta abstracta
Desde cierto punto de vista, considero hacer cosas abstractas como lo menos literario. Ciertas páginas, vacías de acontecimientos, me dan la sensación de estar tocando la cosa misma, y es la sinceridad más grande. Es como si se esculpiera -¿cuál es la escultura más auténtica del cuerpo?, el cuerpo, la forma misma del cuerpo- y no la expresión "dada" al cuerpo. Una Venus desnuda, de pie, "inexpresiva", es mucho más que la idea literaria de Venus. Estoy llamando "idea literaria" de Venus a una idea, por ejemplo, que tuviera en el rostro una sonrisa de Venus, una mirada de Venus, como un rótulo. La Venus de Milo: es una mujer abstracta (Si dibujo en un papel, minuciosamente, una puerta, y no le agrego nada mío, estaré dibujando muy objetivamente una puerta abstracta).
Cómo se llama
Si recibo un regalo dado con cariño por una persona que no me gusta, ¿cómo se llama lo que siento?
No hay comentarios:
Publicar un comentario